Sonido y vida de Charlie Watts, el motor de Los Stones


Charlie Watts, el legendario baterista de los Rolling Stones, falleció a los ochenta años. No era exactamente un niño, pero tenía el corazón más joven que la mayoría. Celebremos su vida juntos.

Fotografías: Shutterstock.

Charlie Watts, el baterista con cara de duque y pulso inconfundible, el callado anti Stone enquistado para bien en el corazón del mundo rolling, resumía así, a inicios de los años 2000, su carrera: “Son cuatro décadas de ver el trasero de Mick Jagger corriendo delante de mí”.

Apostado con discreción al fondo del escenario en cientos de estadios alrededor del planeta, y siempre armado de su batería Gretsch color natural (según los rumores, él mismo se encargaba de armarla cada vez), Watts no solo vio a Mick correr, contonearse y saltar cada noche entre los años que van del blanco y negro televisado al supuesto fin del mundo vía smartphone, sino que fue el responsable, como propulsor del ritmo macarra de Los Stones —Keith Richards fue siempre su mejor aliado—, de ponerle roll al rock: el asalto rítmico a la asociación más longeva del rock.

Charles Robert Watts, el Stone menos Stone de todos, sumó 58 años dentro del grupo formado en abril de 1962, y su muerte deja a la banda tan solo con dos de sus cinco integrantes originales, quienes firman hasta hoy las canciones que los han vuelto piedras angulares de la historia, Jagger y Richards. Seguirán tocando, pues ya anunciaron que su gira No Filter 2021 continuará con Steve Jordan, músico de X-Pensive Winos, uno de los proyectos paralelos de Richards, en la batería. Pero, ¿podrán Los Stones sonar como Los Stones, sin el golpeteo elegante de Watts que ha estado en todas las grabaciones de la banda?

Resulta muy propio de Charlie Watts sintetizar seis décadas de música como testigo del sacudirse de Jagger en el escenario; el baterista nunca sobrevaloró su aporte personal a la banda, aunque se trate de un aporte invaluable. Reservado y con cara de pocos amigos (o de amigos muy importantes), aunque con millones de fans transgeneracionales que más que admirarlo lo quieren, Watts sería lo que la estética actual llamaría un minimalista. Un baterista de la vieja escuela, alguien que toca para la canción sin pretender ser centro ni superestrella; un tipo que aporta un sonido que no se puede confundir con el de ningún otro batero.

Ni el cáncer de garganta en 2004 ni el choque fatal que sufrió en Niza pudieron con Watts; por el contrario: firmó la muerte con la que la mayoría soñamos: dormido, en paz y rodeado de su familia, tras ochenta años de vivir al ritmo que quiso.

En esas canciones que inician con un remate de redoblante —“Get Off of My Cloud” o, por ejemplo, “Love is Strong”— bastan uno o dos compases para saber que se trata de Watts y eso lo sabemos incluso antes de saber que se trata de Los Stones, porque la personalidad de Watts es la del individuo autosuficiente pero indispensable para el resto de la sociedad.

¿Cómo hacer que un instrumento que, en realidad, es la conjunción de varios instrumentos, tenga una “voz” para siempre asociada a quien le propina sutiles golpes? Hay que ser Charlie Watts, es la única manera.

El quinto elemento

Watts cursó estudios de diseño gráfico en Harrow Art School (de hecho, se encargó de varias de las portadas de la banda) y desde la adolescencia asistió con entusiasmo a los clubes de jazz en Londres. Además de los discos y la radio, los shows en vivo fueron su principal escuela de música y de vida, así como observar detalladamente a los bateristas que aparecían en la apenas inventada televisión, titanes de la talla de Max Roach o Jake Hanna, cuando aún no imaginaba que el recién nacido aparato también lo proyectaría a él como uno de esos tipos que los otros jóvenes querían ser.

Sonido y color, imagen y ritmo; los intereses de la juventud de Watts lo delatan como el típico inglés de una generación de posguerra, capturada por el cool de la música negra importada desde Estados Unidos. Watts ha dicho que debió haber seguido clases de batería, que su interés por el jazz tendría que haberlo llevado a estudiar el instrumento, sin embargo, siempre admitió que el brillo, la inmediatez y el magnetismo del escenario lograron secuestrarlo desde el principio y para siempre.

Charlie Watts, entre Ron Wood y Keith Richards, en 2019, en uno de los últimos conciertos de los Rolling Stones, en la costa este de Estados Unidos.

Fue en los clubes londinenses de rhythm and blues donde Charlie se toparía con el resto de Los Stones, a quienes se juntó en 1962. Fue el último miembro en unirse al quinteto que, según los entendidos de la época, se dedicaba al “blues mal tocado” o al “blues de blancos”, y que terminó convirtiendo justamente eso en lo que ahora llamamos rock and roll. Hijo de un camionero y criado en plena crisis económica, posterior a la Segunda Guerra Mundial, Watts antepuso siempre el trabajo a su pasión musical. Durante varios meses resistió la oferta de unirse a la banda de Keith Richards, Mick Jagger y Brian Jones, pues ya era empleado de una agencia publicitaria y pensaba mudarse definitivamente a Dinamarca en busca de un mejor salario.

Escuchó tocar a la dupla Jagger-Richards hace 58 años, en el Club Ealing, acompañados por Brian Jones. Watts ya conocía a Jones, los dos formaban parte de una agrupación llamada Blues Incorporated. Y fue precisamente Brian Jones, el guitarrista rubio y verdadero fundador de The Rolling Stones, quien escuchó en Watts el sonido que necesitaba para completar la banda que conquistaría Estados Unidos hacia mediados de la década de los sesenta para luego volverse una multinacional; pero el aprecio que iba acumulando como baterista no parecía desviar el sentido de responsabilidad laboral de Watts, que seguía viendo a la música como un pasatiempo. Fue su temperamento práctico el que reencaminó su vida: intuyó, de modo profético, que el rhythm and blues se iba a apoderar de la escena musical de Gran Bretaña y, aun así, la primera pregunta que hizo cuando le pidieron ser el baterista de la banda fue: ¿Vamos a ganar dinero? Al morir, su fortuna personal llegaba a los doscientos millones de libras esterlinas.

El quinto y último elemento de la banda parecería no encajar con la personalidad y la imagen proyectada por “sus majestades satánicas” (a partir del título de uno de sus álbumes psicodélicos, Their Satanic Majesties Request). Los Stones posaban como chicos malos y peligrosos, maniobra publicitaria que los volvió rivales de los Beatles, quienes en realidad eran sus “entrañables” amigos y autores de su primer éxito, “I Wanna Be Your Man”, pero Charlie Watts brilló por omisión y por encima del escándalo roquero.

Aparte de una época oscura y breve de alcohol y drogas en la década de los ochenta, el baterista siempre fue el más tranquilo de Los Stones; su gestualidad misma lo volvía, ya se dijo, un anti Stone. Bien podría haber pasado sus ocho décadas de vida dedicado a escuchar jazz y a su colección de autos, los cuales no manejaba y a los que se metía para oír el motor encendido y apreciar el diseño interior. Es más, muchos de sus doscientos trajes de tres piezas hechos a la medida fueron diseñados de acuerdo a la posibilidad de combinarlos con el interior de algunos de sus automóviles, como su Lamborgini Miura o su Lagonda Rapide de 1937. Lo mismo ocurría cuando se sentaba a la batería, Watts hacía de la elección de elementos puntuales síntoma del buen gusto. Es su economía de recursos técnicos la que, no tan irónicamente, lo hace destacarse.

Stewart Copeland, exbaterista de The Police, uno de los más reconocidos virtuosos del instrumento y, además, conductor de un reciente documental dedicado a la batería, Dare to Drum, fue entrevistado poco después de la notica del deceso de su colega Stone. La explicación técnica del feel de Charlie Watts para este entusiasta del estudio batero es su juego sutil entre tiempos adelantados y retrasados: “Parece fácil, pero inténtalo y no sonará igual… es la personalidad, si intentas reemplazar a Charlie, no serían más los Rolling Stones. La audiencia quizá no entienda lo que digo respecto a la técnica pero notaría ciertamente si otro baterista estuviera tocando “Satisfaction”, por ejemplo; tiene un beat loco, con caja y bombo a la vez como una máquina que avanza hacia adelante, prácticamente no hay un backbeat. Repito, otros pueden intentarlo pero pocos suenan como Charlie Watts. No necesitaba hacer show, él contaba con esos otros tipos al frente encargándose del show, su misión era conducir el tren”.

Watts permaneció en ese tren el resto de su vida, aunque también protagonizó una serie de proyectos musicales paralelos, todos relacionados con su primer amor: el jazz. Su quinteto, sus participaciones en big bands, así como su afición por el dibujo, documentan la vida dentro y fuera de su banda; además de la cría de caballos, afición que compartió con su esposa y que lo mantuvo alejado de la farándula, armado de monosílabos ante las preguntas de los periodistas: él, siempre con modestia y sinceridad, decía que su estilo es el simple intento de imitar a los bateristas que le gustaban.

Si bien su muerte ha multiplicado las declaraciones y loas de músicos de los más distintos calibres y orígenes —desde Phil Collins hasta Nicko McBrain de Iron Maiden—, su pérdida y la cuenta regresiva en lo que les queda de vida y música al resto de roqueros fundacionales nos asusta a todos.

El primer golpe

Resulta muy difícil imaginar al reservado y pulcro Watts asestándole un golpe a Mick Jagger. La anécdota, hoy tan viralizada, cuenta que en un hotel de Ámsterdam y pasado de copas, Jagger llamó a la habitación de Charlie para preguntar en tono de jefe: “¿Dónde está mi baterista?” Unos minutos después, Watts apareció en la puerta, recién afeitado, perfumado y luciendo un traje exclusivo de Savile Row. “Nunca vuelvas a llamarme tu baterista”, le dijo a Mick, “Tú eres mi cantante”. Esta historia, contada por Keith Richards en sus memorias, termina como empezó la asociación de Watts a Los Stones, con golpes, Charlie levantó a Jagger de las solapas y le encajó un derechazo que tumbó al vocalista. Un remate digno de Watts.

Es aún mucho más difícil imaginar la voz de Jagger y las guitarras de Ronnie Wood y Keith Richards sin la propulsión de Watts.

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