Francia antártica: los franceses en el Brasil del siglo XVI

Las aventuras de los franceses en el Brasil del siglo XVI son casi desconocidas. Ellos estuvieron en la región al mismo tiempo que los portugueses, y sus viajes, principalmente los dos aquí reseñados, son los primeros de la que sería su gran saga americana.

Los habitantes de nuestro continente, los de ayer y los de hoy, somos el resultado de la fusión de amerindios, europeos y africanos. Acercarnos a cada capítulo de esta historia es ahora un acto de rebeldía, pues estamos en una época que tiende a despreciar al pasado mirándolo solo con ojos inquisitoriales o, peor acaso, sacando de contexto los hechos para apoyar visiones trasnochadas y violentas.

El indio más viejo de Francia

A los 95 años murió en Honfleur, Normandía, un individuo llamado Essomericq. No era francés, sino el primogénito del cacique indígena Arosca, y los europeos le endosaron ese nombre para reemplazar el suyo en lengua aborigen: Içá-Mirim. Él había desembarcado en Europa después de que Binot Paulmier de Gonneville, marinero galo, se lo llevara de la actual Santa Catarina al sur de Brasil con la promesa de regresarlo en veinte meses. Jamás cumplió.

Los franceses empezaron aquel viaje un año antes, el 24 de junio de 1503, en Honfleur y a bordo de La Esperanza, barco de cien toneladas y capacidad para una tripulación de sesenta hombres. El destino no era un punto en concreto del mapa, solo los mares del sur.

A la altura del cabo de Buena Esperanza, se perdió La Esperanza ―el barco― que luego de caer en un “bucle” de corrientes marinas navegó sin rumbo por semanas, exactamente hasta el 6 de enero de 1504 cuando vio tierra. Sin pretenderlo, habían arribado a un territorio que Pedro Álvares Cabral reclamó para Portugal tres años antes.

Los indígenas recibieron bien a los franceses y pronto acordaron la apertura del comercio entre ambas naciones. Por seis meses, la tripulación permaneció en tierra reparando tanto las heridas de la carne como las de la nave.

El regreso no tuvo contratiempos en la parte más peligrosa y desconocida del Atlántico, pero a dos jornadas de Honfleur, un par de barcos piratas los atacaron. Para salvar la vida, Binot Paulmier lanzó su navío hacia la costa y naufragó. La mayoría de la tripulación pudo sobrevivir, pero mercancías además de cartas de navegación y bitácora se perdieron entre las aguas.

El domingo 24 de agosto de 1572, día de San Bartolomé, París se despertó en medio de un
baño de sangre. A lo largo de la noche se había desencadenado una espantosa carnicería que continuaría durante las siguientes tres jornadas y que pronto se contagiaría a otras ciudades del reino.
La matanza de la noche de San Bartolomé fue la más grave y la que mayor impacto tuvo, hasta
convertirse, con razón, en ícono del fanatismo y la brutalidad homicida que una comunidad puede
desplegar contra una minoría religiosa, un ejemplo de cómo una sociedad puede partirse en dos,
desencadenar procesos de exterminio y convencerse de que la eliminación física de los rivales es la
única forma de garantizar la propia supervivencia. FUENTE: WWW.NATIONALGEOGRAPHIC.COM.ES.

Museo del Louvre, “Masacre de San Bartolomé”, Francois Dubois, 1572.

Binot Paulmier no cumplió con la promesa de llevar al hijo del cacique a Sudamérica porque nadie quería invertir dinero en sus proyectos y, de hecho, la Corona ignoró su travesía por no existir documentos de respaldo. Essomericq era la única prueba de que la aventura no fue pura ficción.

Por otra parte, el indígena supo encajar en la sociedad del Viejo Mundo, casándose primero con una de las sobrinas del marino y, luego, con otra francesa de Normandía. Paradójicamente, su vida duró muchísimo más que la de un europeo de entonces.

Un refugio para calvinistas

Entre los siglos XVI y XVIII, la Reforma religiosa había obtenido fuerza tremenda en Francia por el apoyo de los reyes que abjuraban de su religión con piadosa facilidad. Sin embargo, con cada conversión, las persecuciones de católicos y calvinistas ―hugonotes― proliferaban y mucha gente debía buscar refugio en países vecinos.

Consciente del problema, el poderoso líder hugonote Gaspard de Coligny obtuvo el apoyo del rey Enrique II en 1554 para armar una expedición a América. El objetivo: fundar una colonia que fuese un refugio para la libertad de culto y el pensamiento.

El liderazgo del viaje cayó sobre Nicolas Durand de Villegagnon, marino experimentado, caballero de la Orden Hospitalaria y héroe militar que había participado en las luchas contra los turcos y los piratas de Argel. Él, un católico, era amigo de Calvino por sus años de estudio en el colegio religioso de La Marche.

En pos del “paraíso” de la libertad, dos barcos zarparon del puerto de El Havre el 14 de agosto de 1555. La tripulación estaba compuesta por soldados, artesanos y seiscientos hombres reclutados “voluntariamente” en las prisiones de Ruan y París.

El 15 de noviembre la expedición soltó anclas en una isla de la bahía de Guanabara, en el actual estado de Río de Janeiro y a la que los nativos tamoios llamaban Serigipe ―hoy Villegagnon―. Allí, el conquistador galo ordenó la edificación del fuerte Coligny en honor a su mecenas.

Gaspard de Coligny fue decapitado en la masacre de San Bartolomé.

La fortaleza era el puesto de avanzada de la colonia Henryville que empezó a construirse en tierra firme o como la llamaron: Francia Antártica.

El cacique local, Cunhambebe, puso a disposición de sus nuevos aliados un grupo de guerreros con los que fue posible extender los dominios de Francia, al tiempo que expulsaba a sus propios enemigos de la región.

Sin embargo, la felicidad de los colonos se agotó sobre todo por la falta de alimentos y el fuerte parecía cada vez más una colonia penal. Prisioneros indígenas y europeos soportaban condiciones miserables hasta que decidieron rebelarse. Villegagnon pudo frenar esta insurrección ejecutando a los cabecillas, detectados gracias a un grupo de soplones.

Algunos conjurados huyeron al continente para refugiarse entre tribus indígenas rivales de lo tamoios, esperando un momento propicio para la venganza.

La caída del paraíso

Recién en marzo de 1556 llegó un nuevo barco desde Francia al mando del sobrino de Nicolas Durand de Villegagnon; traía trescientos colonos que incluían las primeras mujeres, además de catorce misioneros enviados por el propio Calvino.

Sin embargo, al poco tiempo, Villegagnon renegó de los hugonotes, quienes se escondieron una vez más entre los indígenas hasta conseguir su regreso a Europa. Solo ocho fugitivos prefirieron reingresar al fuerte Cologny, tres de los cuales morirían ahogados casi enseguida por no retractarse de su fe.

De todas maneras, la colonización de las islas de la bahía de Guanabara y algunas zonas del continente se mantuvo y el éxito de la colonia atraía a cazafortunas, piratas y comerciantes que habían convertido las pieles de mono y cocodrilo yacaré y las plumas de papagayo en artículos de última moda.

Pero la intolerancia religiosa provocó que se suspendiese el envío de ochocientos colonos adicionales, al tiempo que se ordenaba el regreso inmediato de Villegagnon para responder por sus acciones. Los territorios quedaron al mando de su sobrino, Legendre de Boissy.

Portugal, que se consideraba dueño legítimo del país por el tratado de Tordesillas, finalmente, decidió expulsar a los franceses en marzo de 1560. El ejército estaba compuesto por europeos e indígenas al mando del tercer gobernador general de Brasil, Mem da Sá.

Tras doce días de negociaciones, el sobrino de Villegagnon decidió no rendirse, estallando un combate de tres jornadas. La madrugada del 17 de marzo el fuerte de Cologny cayó. Dos disidentes franceses habían entregado la información necesaria para la victoria de Portugal.

Un grupo de colonos galos embarcó apresuradamente mientras el resto se refugiaba en la costa. De allí los expulsó un familiar de Mem de Sá en 1567 con el apoyo de la tribu de los temiminós, que antes habían sido desalojados de sus tierras por la alianza tamoio-francesa.

En Europa Nicolas Durand de Villegagnon siguió combatiendo a los calvinistas que originalmente iba a salvar con su expedición a América. Vivió hasta 1571.

La historia lo recuerda como un guerrero valiente, gran marinero, ingeniero y hasta diplomático; capaz de acciones de tremenda humanidad y crueldad implacable por igual. Fue una figura diametralmente opuesta a Binot Paulmier, quien más bien era un marinero modesto y tan adelantado a su época que hasta adoptó sin dudar al hijo de un cacique del otro lado del planeta.

Ambos fueron hombres de su tiempo, sin embargo, como los de cualquier época, estaban cargados de contradicciones que no deberían mirarse con lentes fabricados por la coyuntura, sino más bien con pura perspectiva histórica e interés por entender al otro.

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