En junio del año 2002, mientras jugaba en el Aston Villa de Inglaterra, Ulises de la Cruz hizo el que quizás sea el gol más importante de su vida: creó FundeCruz, una organización dedicada a la obra social que trabaja específicamente en Piquiucho, el pueblo donde nació su fundador, en el valle del Chota. FundeCruz llevó a Piquiucho el agua potable, el alcantarillado, un conjunto de viviendas, un hospital, un coliseo deportivo, y cambió la tierra de las calles por adoquines.
De la Cruz, parte de la generación de futbolistas que llevó al Ecuador a su primer mundial y, sin duda, uno de los primeros jugadores nacionales en establecerse como figura en la liga europea, es, desde mayo del año pasado, asambleísta nacional por el partido del Gobierno. Más tarde, cuando hayan pasado casi tres horas de entrevista que él soportará con una paciencia olímpica, amable, y en voz baja, me dirá que abandonó el fútbol para dedicarse a trabajar por los suyos, por su gente. Aunque ya no lo sea, Ulises de la Cruz sigue siendo el niño pequeño que creció en un pueblo abandonado y logró escapar a tiempo. Y esa es su causa: que nadie más tenga que escapar para sobrevivir.
Ya no habla desde las canchas ni desde los camerinos, ahora está sentando detrás de un escritorio, casi acostado sobre su silla, mirándome con cierta sospecha. Tiene 40 años. Y esto es lo que tiene que decir.
—¿Siempre quisiste ser futbolista?
—Yo soñaba con jugar al fútbol desde muy pequeño, desde los dos o tres años. El mejor regalo que me podían dar era un balón de fútbol, ese balón lo ponía al lado mío, en la cama: dormía con el balón. Patear una pelota me daba paz, tranquilidad. Terminaba el día y me sentía muy satisfecho por haber jugado. Y quería que todos los días sigan siendo así.
—¿Había futbolistas locales que fueran tus héroes?
—Muy pocos. En el Chota no teníamos señal de televisión, uno escuchaba los partidos por radio. No había con quién identificarse, no teníamos la claridad para saber que el deporte es algo conquistable, que se puede alcanzar. Jugábamos porque nos gustaba, por iniciativa propia… porque realmente con un balón de fútbol jugábamos veinte o jugábamos más.
—¿Cuándo decidiste ser un futbolista profesional?
—A los once años, cuando terminé la escuela. Yo veía que faltaban seis años más de secundaria, y después la universidad, unos cuatro, cinco, seis años más; eso era como muy lejano. Los pueblos tienen necesidades, las familias luchan por subsistir y uno busca la respuesta más práctica. Ir al colegio o a la universidad requiere gastos, a lo mejor será beneficioso más adelante, pero la necesidad de la casa, de la comunidad, es ahora.
—¿Qué te hizo pensar que el fútbol podía ser la solución?
—Ya desde la escuela jugaba muy bien, tenía el apoyo de mis profesores y de la gente de la comunidad. Ellos me decían que tenía que irme de ahí, probarme, mostrarme en otras instancias. Entonces yo hacía un análisis: yo no quiero ser agricultor todos los días sino encontrar una respuesta a qué quiero ser en la vida. Y la gente de mi pueblo me ayudó a descubrir que tenía la opción de ser alguien.
—¿Tu familia se opuso?
—Mi padre, por supuesto. El fútbol no era algo tan creíble como es ahora. Mi padre siempre decía que no, que eso no era una cosa de la que yo iba a poder hacer una vida. Él, por cómo creció, pensaba que la agricultura era la única forma de trabajar, y que nosotros, sus hijos, podíamos servir para eso y practicarlo todos los días. Tenía apoyo de mi mamá, pero mi papá era más cerrado.
—¿Alguna vez trabajaste la tierra con tu padre?
—Claro. Uno desde niño tiene los rasgos del padre y se compromete a practicar lo que él practica para sostener el hogar. Nuestros padres quieren que sigamos sus mismos pasos. Entonces estaba dedicado a la labor de la tierra desde la niñez. Los días que no tenía clases tenía que trabajar. Normalmente sembraba tomate y fréjol. El tomate es un trabajo muy sacrificado, atrae a la maleza, entonces hay que fumigarlo cada ocho días, además de regarlo y mover la tierra cada cuatro días; el fréjol no necesita mucha atención, se lo siembra y después se lo cosecha. Uno cuando es niño no lo sabe, pero con el transcurrir de los años, descubre que el fréjol es el alimento más importante para el cuerpo. El Chota es un sector con un nivel de pobreza importante, pero no tiene niños desnutridos ni anémicos; es por la alimentación que tienen, porque comen lo que cultivan.
—¿Y cuando tenías que jugar?
—Me escapaba. Yo no le contaba a mi padre que me iba a jugar porque él no iba a entender, le iba a dar más importancia a lo que había que hacer, pero yo tenía que jugar y me iba contra su voluntad. Me ganaba el problema y tenía mi castigo por la desobediencia.
—¿Cuál era el castigo?
—Tenía prohibida la entrada a la casa hasta que mi padre se durmiera. A veces llegaba a las seis, siete de la noche, con la satisfacción de las jugadas que había hecho o de los goles que había metido, pero cuando ya estaba cerca de la casa todo cambiaba. Me ponía a pensar, ¿cómo entro?, la puerta estaba cerrada, yo podía abrirla pero sabía que mi padre estaba adentro, esperándome para saber por qué sus órdenes no se estaban cumpliendo. Y me quedaba ahí… me quedaba ahí esperando que mi padre se fuera a dormir para poder ingresar a la casa.
—¿Nunca te castigó físicamente?
—Me castigaba severamente cuando me iba muy temprano. Había juegos a las once de la mañana y yo me desaparecía sin haber ido a trabajar. Entonces sacaba la correa y me daba por lo menos unos siete correazos. Si estaba mi mamá eran menos, ella decía que con dos era suficiente. Pero ahí también tenía cierto halago, yo decía “bueno, si me castigan porque me fui a jugar, con eso cojo pretexto y me voy mañana”. La pasión por jugar podía mucho más que un castigo, no tenía precio. Sobre todo cuando uno ya llegaba a un campo de césped, a un torneo mejor organizado, con árbitros, con jueces de línea, ya era como de verdad. Igual, al final ya no me castigaba, a los doce años ya no me podía alcanzar.
—¿A qué edad abandonaste tu pueblo?
—A los quince años ya me vine a Quito y formé parte de la sub-17 del Deportivo Quito. En Ibarra conocí a tres chicos que jugaban en las inferiores del Quito y comparándome con ellos me di cuenta de que no tenían más condiciones que yo. Entonces dije: “si voy, voy a tener una gran opción”. Les dije a mis padres que pensaba viajar a Quito para probarme, ellos no se opusieron. El único problema era que allá en mi pueblo yo tenía una empresa.
—¿Tenías una empresa a los quince años?
—Cuando era niño, mi abuelo, Camilo de la Cruz, me regaló una vaca que crecía junto a las suyas en un potrero. Yo a veces iba a cuidarla y todo. A los quince años ya tenía como cuatro vacas, parte de la leche había que dejarla para la alimentación de la casa y el resto lo negociaba para tener el sustento. Cuando tenía que venir a Quito, mis padres pusieron el inconveniente de los animales, ¿quién iba a hacerse cargo? Pero de esas vacas yo saqué el dinero para el viaje. Las abandoné y luego mi mamá las vendió. Cuando regresé, ya no estaban.
—¿Cómo te recibió Quito?
—El primer día que entrené ya me pidieron la documentación. Vine en bus, tenía una hermana que vivía en el norte y le vine a dar molestias; dije: “aquí me quedo, aquí me apoyo”. A veces había que entrenar en San Carlos, a veces en La Carolina, y uno como no conoce necesita un tiempo de adaptación, tenía que apoyarme en alguien para que me dé las direcciones, para que me ayude a llegar, para poder entender lo que era el mundo en la ciudad. Había que tener dinero, uno sale de los entrenamientos cansado, a veces con hambre.
—¿Estabas a la altura de un equipo profesional?
—El entrenador, Fabián Castillo, quedó emocionado conmigo. Le dije que me sentía bien, contento de estar acá y poder vincularme a un club tan prestigioso como el Deportivo Quito, pero que económicamente me era difícil. A él eso le pareció nada. Al día siguiente me llevó a hablar con el presidente del equipo, Luis Chiriboga (actual presidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol) y en menos de una semana firmamos un contrato. Me pagaban como 20 000 sucres mensuales, con eso me alcanzaba para los pasajes de la casa de mi hermana al entrenamiento.
—¿Habías pensado en otra opción que no fuera el fútbol?
—De pensar, lo habíamos pensado, pero tampoco podíamos aspirar a algo así como ser médico porque el gasto es mucho mayor y la verdad que generarle ese tipo de problemas, darle esa responsabilidad a una familia humilde… sí que genera dudas. Porque yo no puedo ir tan allá, ¿de dónde? Yo puedo apostar a un estudio básico, ser un electricista, un mecánico, lo que el colegio nos enseñaba.
—¿Dejaste de estudiar para jugar en el Quito?
—Interrumpí el colegio, no había forma de continuar. O bien jugaba o bien estudiaba, era una balanza, ¿cuál prefería? El fútbol era una emoción. Estudiar había que postergarlo para después, pero el fútbol tenía que ser un sueño. Entonces cuando uno ya llega a Quito y se pone su mochila, uno llega con sus zapatos de fútbol, ya está en un campo, de ahí al estudio no le das importancia, ¿por qué?, porque de donde uno viene, abriendo puertas… no hay tiempo para el estudio.
—¿Te arrepientes?
—No. El educarse es para tener una profesión y yo ya la tenía. La educación es para ser un profesional y ser futbolista es una profesión; yo ya jugaba al fútbol, ya me pagaban, ya ganaba dinero. En 1991, cuando me ascendieron a primera, me dieron un contrato por 250 000 sucres mensuales, que era… yo no sabía qué hacer con tanto dinero. En 1992 ya tenía más experiencia, más cancha. A los diecisiete años ganaba como 600 000 sucres mensuales. Yo ya no necesitaba estudiar… si yo ya tenía todo.
—¿Jugaste solo un año en la juvenil?
—Sí, el 90. De los quince a los dieciséis años. Jugué como treinta partidos y marqué 57 goles.
—Eras un adolescente con dinero en las manos, ¿hubo muchas tentaciones?
—No tenía mucho tiempo, ya estaba en las selecciones juveniles. Yo recuerdo que Dusan Draskovic (el director técnico) nos llamó para la selección, entonces yo pasaba en Guayaquil concentrado para torneos juveniles.
—Seguro tenías curiosidades, incluso sexuales.
—Había curiosidad, por supuesto. Pero había que ser equilibrado. Siempre conocía gente que me decía que no he ganado nada, que me ubique, que esté tranquilo. Uno no puede marearse. Si uno llega a ser un futbolista reconocido o llega a ganar dinero, de pronto puede tener una mala influencia, salir en las noches con amistades que consuman alcohol, o puede pensar que teniendo una, dos, tres novias, se sentirá importante. Entonces no. El cuerpo es una empresa. Esas son las dificultades del fútbol, tener una vida invisible: dormir temprano, alimentarse a tiempo, hidratarse bien.
—¿Nada de fiestas?
—No iba a fiestas ni consumía alcohol porque yo estaba empeñado en que el fútbol iba a seguir. No quería lamentarme, sino aprovecharlo al máximo. Y después recuperar lo que dejé: la educación. Ya con tiempo y dinero uno puede educarse. Para mí fue al revés, normalmente la gente se educa y es profesional, aquí primero había que conseguir la profesión y luego educarse.
—¿Cuánto tiempo jugaste en el Quito?
—Desde el 91 hasta el 94. Y fui el mejor jugador ecuatoriano de esa época. Fui el mejor jugador ecuatoriano cuando tenía diecinueve años.
—Y no te mareaste.
—La gente que me rodeaba me hizo ver que eso no era nada, que podía conseguir mucho más. Ser una persona equilibrada tiene mucho que ver. Usted simplemente vaya por otro reto, que su formación sea humilde, sencilla y tranquila.
—¿Tenías novia?
—Tenía una novia, pero se tornaba difícil porque las novias, sabiendo el futuro que uno tiene… ya… ya, pues… Tuve un hijo cuando me iba al Barcelona, antes de cumplir los veinte.
—¿La llegada del niño cambió tu vida?
—La vida del futbolista es una vida emocional, de triunfos y derrotas. Uno quiere organizarse rápido porque necesita descansar, tener bien enfocados sus propósitos. El fútbol es una carrera corta, uno quiere estabilidad, organización. Quiere ver a sus hijos crecer rápido. Sobre todo, uno adora tener varones a ver si necesitan seguir los pasos, y contarles la historia. En un principio no me casé con la madre de mi hijo, pero después decidí unirme a ella para criarlo.
—En 1995 llegas al Barcelona, un equipo grande, de tradición. ¿Cómo fue?
—Guayaquil es una plaza más complicada, más nocturna, se vive más rápido. Guayaquil es como otro país. Allá como que la vida te ofrece otras cosas. Uno pensaba estabilizarse y dedicarse a lo que es el juego, vivir su vida tranquila, pero llegar a Guayaquil me impactó. La forma de expresar las palabras es distinta y en el campo de fútbol se ve más patanería. Fue como un choque. Barcelona en ese entonces era uno de los equipos más representativos del Ecuador, pero dentro de la institución había una lucha interna: entre todos. Había jugadores como Jimmy Montanero, Manuel Uquillas… y nadie podía estar por encima de ellos. La lucha por el protagonismo era una cosa que no lo dejaba brillar a uno. Y los antiguos no te apoyaban, más bien trataban de obstaculizar.
—¿Llegaste de titular?
—Al inicio, sí, cuando Dusan estaba a cargo, pero después él salió y llegó otro entrenador, Salvador Capitano, y los cambios de técnico modifican todo. Estuve sin jugar seis meses porque ellos no me querían ceder tan fácilmente. Entonces me vine (a Quito), dije que no quería estar más ahí y ya de tanto ver mi rebeldía, me dejaron. Estaba en mi casa, sin jugar, hasta que Alfredo Encalada, que fue mi compañero en el Quito, me dijo: “vente a jugar al Aucas”, él era el técnico. Allí jugué seis meses, no nos pagaban pero me sentía bien, jugaba, estaba activo.
—¿Había otros equipos interesados en ti?
—Liga de Quito y El Nacional, pero Barcelona no le cedía el pase a ninguno, porque son los que compiten por el título y ellos no le pueden dar al enemigo.
—Sin embargo, para 1997 ya estabas en Liga. ¿Qué pasó?
—Encalada salió del Aucas dos meses después de que yo llegara, y quien asumió el club fue Leonel Montoya, él fue tan visionario que cuando me vio dijo: “muchacho, tú no puedes estar aquí”. Ese año llegó Rodrigo Paz a la Liga y a Montoya lo contrataron para que ayude a buscar jugadores, él me puso en la lista. Mi pase costaba como 130 000 dólares, Liga hizo uso del préstamo por 30 000 y cogió la opción de compra por el resto. A los tres meses, en el mismo 97, Liga comenzó a pagar la opción de compra. Y en el 99 me negociaron con el Cruzeiro de Brasil por 600 000 dólares.
—Cuando ocurren esos negocios, ¿qué porcentaje recibe el jugador?
—15%.
—Hace un rato dijiste que Guayaquil era como otro país. Brasil es otro país.
—El portugués no es difícil, en días uno puede darse a entender. El brasileño es buena gente, son tranquilos. Al equipo no le fue bien, no alcanzamos el campeonato, pero a mí me pareció que jugar en una liga importante era una buena experiencia personal. Yo tenía veintiuno o veintidós años y ya Liga pedía por mi pase tres millones y medio de dólares, pero los brasileños decían: “en Brasil vendemos, no compramos”. Fue difícil. Regresé a Liga después de un año y algo en Belo Horizonte. Pero sabía que podía dar más… Italia, España… yo quería estar allá.
—Para todo esto, mantenías una carrera paralela con la selección.
—Claro. Si no, no nos contratan en el exterior. Usted tiene que tener por lo menos 40 partidos con su selección para poder ser contratado afuera, es uno de los requisitos.
—El primer equipo europeo al que llegaste fue el Hibernian, de Escocia, me imagino que ese sí era otro mundo.
—Apenas bajé del avión me entregaron una lista de palabras que tenía que aprenderme ya. Primero, el saludo, cómo puedo yo llamarlo al entrenador. De ahí, cómo pedir el balón. Cómo se dice tiro libre, tiro de esquina, cancha; cómo se dice círculo central, cómo se llaman las dieciocho yardas. En el club me pusieron un traductor y una persona que me daba clases de inglés. Había sido la contratación más alta de la historia del club, ellos pagaron como un millón de libras solo por el 60% del pase, eso es como una presión. Uno tiene que llegar, rendir, convencer a los aficionados de que valió la pena.
—¿En qué pensabas cuando llegaste?
—Yo dije entre mí: “fútbol es fútbol donde sea”. Lo que me estresaba era no poder entender las charlas del técnico. Pero una vez, en un supermercado, un chico ecuatoriano que estaba haciendo un intercambio por allá me reconoció, era un colegial pero nos hicimos amigos y yo le dije: “vente, vamos al entrenamiento”. A veces el entrenador me daba charlas en secreto y este chico me las traducía: que llegue al arco, que remate: “haz lo que tú sabes hacer”. Después entablé una táctica más fácil. Había un jugador que se llamaba Jones, era de los más experimentados y siempre hacía bien los ejercicios. Yo me ponía detrás de él y, lo que él hacía, yo hacía. Como yo era más rápido, reaccionaba antes. Me salía bien, pocas veces fallaba y, si él fallaba, fallábamos los dos. Era una forma de defenderme. Pero al inicio… más el frío… más los nervios…
—¿Cómo era tu vida fuera de los entrenamientos?
—Nada. Dormía mucho. Era muy frío, helado. Hay que andar con bufanda, guantes, y a uno lo aburría tanta cosa. Compraba tarjetas telefónicas para llamar a mis amigos y a mi familia. Es difícil ver un canal de televisión que no comprendes, salir y no poder ni comer bien porque no puedes decir qué quieres; ir al entrenamiento, uno me dice algo y yo: “¿qué me quiere decir?”, otro me insulta y yo siento la impotencia de no poder responderle. Uno tiene que salir para tratar de aprender al menos un par de palabras, no queda más que hacerse parte de ellos porque ellos no lo van a entender a uno. Allá es “para esto te pago, este es el primer mundo y tienes que adaptarte”.
—¿Vivías solo?
—Sí. Me separé de la madre de mi hijo en el 99.
—¿Esa soledad no te llevó a la desesperación?
—No, porque uno está construyendo un sueño, está siendo partícipe de la cosa más grande de su vida. El fútbol pasa una vez, no hay tiempo para arrepentimientos. No nacimos en Brasil o en Argentina, donde las oportunidades se presentan solas. En un país como el Ecuador hay que cogerse de la que haya, agarrarla con las dos manos y no soltarla.
—Después de Escocia, en el año 2002, pasaste al Aston Villa, de Birmingham, uno de los clubes más famosos de la Premiere League inglesa.
—Para mí jugar en el fútbol inglés era como de Super Nintendo. La velocidad, la precisión, la forma, la honestidad con que se jugaban los partidos, para mí era como un sueño. Una ciudad más grande, un equipo más grande, una liga más arriba que la escocesa… uno para sentirse realizado tiene que triunfar en esos ámbitos de dificultad.
—¿Te relacionaste con la comunidad ecuatoriana de Inglaterra?
—Por supuesto. Yo tenía abastecimiento de los productos del Ecuador, galletas Amor, Pilsener, chifles, aliños. Había un señor que tenía una tienda de productos ecuatorianos, hasta de películas y música, y él me iba a dejar todo eso a la casa. A veces viajaba a Londres por buscar un cebiche. Ahí hay un lugar que se llama Elephant and Castle (se refiere a un barrio en el centro de Londres) donde está la comunidad ecuatoriana, ahí es donde se reúnen los fines de semana y juegan vóley. Yo a veces iba a ser parte de ellos, a comprar cosas para poder, después de mis entrenamientos, ver los videos musicales. Pero siempre mi ilusión era por la literatura. Tenía mucho tiempo libre y empecé a leer.
—¿Cuál fue el primer libro que leíste?
—Cuando viajaba a Escocia, una señora me regaló un libro que se llama Cómo expresar de mejor manera nuestras ideas, un libro sobre cómo hablar de pie. Cuando estoy en la asamblea, recuerdo mucho ese libro. A veces uno tiene una idea y cuando se pone de pie todo cambia, entonces ese libro es sobre ganar seguridad, saber qué es lo que quiero decir, cuándo hacer una pausa. Fue una oportunidad para crecer y eso formó en mí un hábito de lectura. En mi época de futbolista en Europa, leí todos los libros de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Salesiana. Tenía un amigo que trabajaba allí, en la biblioteca, él me tenía los libros listos cada vez que yo regresaba al Ecuador, y yo le regalaba una camiseta del Aston Villa o algo así. Leí todos, los ochos semestres, e hice un resumen, una aportación para mi vida. Me autoeduqué, me hice un autodidacta en lo que quiero desarrollar: la comunicación.
—¿Cuál era tu interés en la comunicación?
—Saber que un comunicador no puede vivir por un trabajo sino por la verdad. Lo contrario de aquí, mucho periodismo vive por cuidar su trabajo y no tiene la autonomía de aclarar la verdad: entendí eso. Es como que yo voy a un canal de televisión y me dicen en qué tengo que enfocarme, a quién hay que atacar. Pero no es porque yo doy la verdadera comunicación para informar a la sociedad.
—Con eso podríamos pasar a tu vida como asambleísta. Estuviste en Inglaterra hasta el año 2009, jugaste en el Reading y en el Birmingham City; volviste al Ecuador para jugar en Liga de Quito, fuiste parte del equipo que ganó la Copa Sudamericana y, en dos ocasiones, la Recopa Sudamericana. Además, ya habías estado en el mundial. Tenías 36 años pero pasabas por un buen momento, podrías haber seguido jugando. Y decides retirarte.
—¿La política se acercó a ti o tú te acercaste a la política?
—Viendo la lucha que tenemos con nuestras comunidades, con el prejuicio social, nos dan la oportunidad para que desde allá podamos discutir con mayor cercanía nuestros problemas, es bueno estar ahí para que nosotros expongamos nuestras dificultades.
—¿Tu primera opción fue Alianza País?
—Claro. Viví mucho tiempo afuera y desde allá vi cuántos presidentes pasaron, la dificultad económica, cuánto robaron. Este era un país ingobernable, entonces para mí ver a un presidente que nos ha dado dignidad… es digno de respaldar, así a otros no les parezca bien. Todas las políticas son difíciles, pero yo creo que de los últimos años esta ha sido la mejor. Tal vez, a veces se perjudica a unos, no todos son satisfechos.
—¿No te parece un gobierno autoritario?
—Yo creo que hay que ser así para gobernar. Este era un país donde cada quien hacía lo que le daba la gana. No estamos acostumbrados a recibir órdenes.
—¿Necesitamos mano dura?
—Había que limpiar un poquito…
—¿Fue el presidente quien te ofreció el puesto de asambleísta?
—Viendo las actitudes… lo que él genera, el cambio de mentalidad… un país con una transformación… uno tiene que apoyar, yo creo que todos los ecuatorianos somos una familia, y no importa quién se beneficie mientras el país crezca. Creo que hasta el que no entienda va a ver que hay cambios, que se perciben otros aires, otros tiempos… y lo que fue pues que quede en la historia, ahora vivamos una nueva época de logros. Si el país tiene obra, tiene cambios, es el resultado de que las cosas están bien. Los Gobiernos anteriores, ¿por qué no lo hicieron? Si era tan fácil como lo ven ahora que ya todo está hecho, ¿por qué no lo hicieron?
—¿Hay corrupción en este Gobierno?
—Bueno, yo no he visto tanto pero… se sale de las manos del presidente, él no puede estar en todo. Que haya obra y corrupción… me parece menos… antes había corrupción y no había obra (risas). Entonces, no creo que él pueda andar controlando todo, pero debe ser mucho menor, muuucho menor que en Gobiernos anteriores. Entonces no pongo las manos al fuego por decir que no hay, no lo sé, pero debe ser menor, muchísimo menor que en Gobiernos anteriores cuando ni siquiera hubo la obra, y mientras siga habiendo obra y sigamos progresando…
—¿Aunque ese progreso conlleve un costo?
—Todo tiene un precio. Pero mientras los recursos se los dé a la patria, no hay problema, después el resto… veremos qué hacemos. Ya no hay tiempo para esperar más, ¿o quiere que sus hijos crezcan en medio de la mediocridad? Es ahora o nunca.
—¿Cuál es tu meta como asambleísta?
—Mi meta es la de todos, hacer que el país progrese. No me importa si yo soy del Carchi, no me importa si soy de Imbabura, de Pichincha, me interesa que desde Huaquillas hasta Tulcán… que todos crezcan. Hacer que al que vive en la montaña le llegue el progreso. Eso tiene que ser. Así viva en la montaña tiene que tener educación para que pueda triunfar. Correr detrás de un balón es querer decir eso: que nadie es menos, que simplemente nosotros queremos tener las mismas oportunidades.
—¿Qué gol necesitamos ahora?
—Yo creo que el país necesita muchos goles, pero el gol que yo quiero meter es el gol de la inclusión, y de los derechos, sobre todo de una etnia que yo pues represento y que veo que todavía no tiene las mismas oportunidades que los demás. Siento que ellos pueden dar más, pueden ser más, no solo en el fútbol sino en las diferentes etapas o áreas de la vida. Hay una parte de la sociedad que no acepta la igualdad.
—¿Crees que le tienen miedo a la igualdad?
—Sí. Tienen miedo a que les superen. Quieren seguir en el lugar de privilegio y que los demás sigan sin entender.
—¿Qué es lo que hay que entender?
—Que hay que capacitar a nuestra gente para no dejarse humillar.
—¿Crees que en nuestro país hay racismo?
—Como futbolista nunca sentí el racismo, pero para mí racismo es que no les den a ellos un lugar con mejor infraestructura, con mejor educación. Si uno viene de un lugar en mejores condiciones, que está construido para capacitarse, no hay discriminación. Démosles educación. Démosles bienestar para que nos representen de la mejor manera.
—Después del mundial en Brasil, ¿qué esperas del fútbol ecuatoriano?
—Tiene que haber cambios. Creo que se terminaron ciclos importantes. Y son los directivos los que están encargados de que el fútbol cambie y siga creciendo. El directivo es el que no ha progresado como sí progresó el futbolista. Antes nos exigían a los jugadores que seamos más profesionales, más capaces; en cambio, ahora el futbolista exige al directivo más respeto, más trato, más progreso. Se requieren directivos, entrenador y periodistas que les ayuden a ellos. El futbolista no está en crisis, está en crisis el directivo, el periodista está en crisis. Ellos dicen las cosas pero no las solucionan, dicen las cosas pero no aclaran, porque como viajaron tanto con la selección y se beneficiaron, entonces no tienen palabras para aclarar la verdad.
—¿Los periodistas deportivos están sujetos a los beneficios que obtuvieron?
—Y a los que puedan seguir obteniendo.
—¿Y cuál es la solución?
—¿Cómo podríamos hacer? A ver… la lucha contra eso es gente que esté a favor del deporte, directivos del deporte.
—Así como se sospecha de la Federación, hay gente que piensa que habiendo tantos diputados de AP en la Asamblea no se realizan realmente discusiones abiertas.
—Es que no hay una discusión, hay un proyecto. Para que haya una discusión tendría que haber dos modelos iguales, y aquí nunca hubo dos modelos iguales; que digan qué Gobierno fue el que le dio la dignidad al Ecuador. Todos los Gobiernos tuvieron la oportunidad. Entonces, ¿qué modelo de discusión queremos?
—¿Crees que en este momento no se puede discutir?
—No, no se puede. Y perdimos cuántos años… unos veinte. Entonces, ¿de qué vamos a hablar?