El cine ecuatoriano entre la cantidad y la calidad

Cine ecuatorianoPor Carla Maldonado

La sala de cine de la Plaza de las Américas, en Quito, estaba llena. Los espectadores parecían curiosos por ver la cuarta y nueva cinta de Viviana Cordero: No robarás a menos que sea necesario.

Una muchacha, de dieciséis años, que roba para mantener a sus hermanos pequeños y sacar a su madre de cárcel porque había provocado la muerte de su violenta pareja.

Aunque es un drama, a veces también deja un espacio para el humor. Carlos Clonares, el único actor profesional de esta película, cantaba: “Yo te amooo, tus labios de rubí, de rojo carmesí…”, como si fuera Sandro de América. Estaba arrodillado en una parada de bus y flores en la mano, esperaba que su mujer le perdone tanto maltrato con el show.

El público no se quejó del exagerado “puteo” de los jóvenes que se escuchó, de manera permanente, a lo largo de 100 minutos. El final no sorprendió, era el esperado: los problemas se resuelven y los “malos” encuentran un camino para cambiar.

Las luces se encendieron y los espectadores “soltaron” unos “¡ohhh!, al ver a Clonares en la misma sala. Algunos preguntaron: “¿Oiga, usted estaba en la pantalla… pero se le ve un poco cambiado, no?” Pero el artista solo asentía y sonreía.

No robarás a menos que sea necesario fue uno de los ocho estrenos nacionales, al que asistieron 24.500 personas.

Un número importante, si se considera que hace más de diez años solo se exhibía un trabajo al año. El cine ecuatoriano ha crecido en cantidad, como todos reconocen, pero eso no siempre implica calidad. “El número no es calidad, soy crítico con el boom del cine ecuatoriano. No todos los directores y realizadores pasan bien librados en la valoración, pero hay películas destacadas e importantes”, explica a esta revista Christian León, docente, experto en visualidad y arte contemporáneo de la Universidad Andina Simón Bolívar.

Mejor no hablar de ciertas cosas, la ópera prima de Javier Andrade, también debutó en 2013. Narra la vida de Francisco Savinovich atravesada por el amor a una mujer casada, las drogas y la diversión. Pero ese panorama cambia radicalmente cuando va a la casa de sus padres, acompañado de su hermano menor, a robar un caballo de porcelana, para comprar más fantasía química.

Está película, ganadora de cuatro premios internacionales en Estados Unidos, América Latina y Europa, fue “construida” durante siete años y tuvo algunas “influencias”, como dice su director en la página web del filme: de la literatura con el francés Gustave Flaubert a la fotografía del brasileño Sebastião Salgado; de la propia pantalla grande con el estadounidense, pionero del cine independiente, John Cassavetes, y el realizador y documentalista galo Louis Malle.

Esta cinta, que vieron 52.800 personas en las salas ecuatorianas, además, fue seleccionada como precandidata local al Óscar 2014, algo inédito en la historia cinematográfica nacional. “Su guion y manufactura es muy sólido, reconocido en los festivales internacionales. Tiene las mismas posibilidades de ganar esa candidatura como cualquier otro filme en Latinoamérica”, opina María Teresa Galarza, docente y consultora de cinematografía.

La muerte de Jaime Roldós, un documental de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera, es otro de los trabajos destacados de 2013. Una mirada profunda sobre la muerte del expresidente ecuatoriano, un líder democrático regional y defensor de los derechos humanos, en el contexto político e histórico regional. Devela información “olvidada” en un caso cerrado rápidamente. “El cine ecuatoriano es un proceso, una combinación de varias situaciones. Pero el boom no es necesariamente calidad y puede tener muchas lecturas”, sostiene Lisandra García, codirectora y productora del largometraje.

Este documental, en el que participaron veinte personas nacionales y extranjeras, costó 230.000 dólares y demoró ocho años.

Tuvo 50.000 espectadores en trece pantallas comerciales. Pero la cadena Supercines, la más grande de Ecuador con 110 salas en diez ciudades, se negó a exhibir el largometraje por su “contenido político”.

“Cine local condenado a verse solo en festivales”

En el Ecuador la Ley de Fomento al Cine Nacional nació en 2006 (Gobierno de Alfredo Palacios) para proteger los derechos de los creadores audiovisuales. Además, se creó el Consejo Nacional de Cinematografía de Ecuador (Cncine) en 2007, con fondos para apoyar los trabajos cinematográficos.

El Consejo tuvo un presupuesto de 840.000 dólares (en 2007) para 43 películas y 700.00 dólares (en 2012) para 42 filmes. En cambio, de enero a noviembre de 2013, contó con 930.000 dólares.

El pueblo que esperó milagros, de Esteban Fuertes, guionista y director de cine independiente, ganó 10.000 dólares por escritura de guion en el Cncine (segunda convocatoria 2013). Está planteado como un largometraje de ficción y desarrollado en tres historias que giran alrededor de la fe.

Es la segunda vez que obtiene recursos de esa institución. La primera ocasión debía realizar una película que nunca pudo concretar. Ese proyecto también fue premiado por Ibermedia y la Fundación Carolina de España. ”El dinero no es mucho, pero sirve para motivar a escribir una historia y tener un guion sólido. Eso fomenta la escritura cinematográfica”, señala Fuertes.

Pero “ordenar” esta actividad no ha sido el resultado de la “bondad” de este Gobierno, como muchos piensan. Es una vieja lucha y aspiración de la Asociación de Autores Cinematográficos del Ecuador (Asocine) que se convirtió en realidad después de más de veinte años (desde 1977). “Se ha cumplido con el mandato de la ley que establece un fondo para el cine. Eso permite ayudar a solventar una parte de los gastos de producción. Tener una política pública implica no solo un empujón a esta actividad, sino un sostén permanente”, explica César Álvarez, cineasta y documentalista.

Para Álvarez, hay un crecimiento en el número de películas y una de ellas es precandidata al Óscar. Pero la cinematografía local está condenada a verse en festivales, no hay propuesta para su exhibición ni salas, y el mercado sigue en manos de las transnacionales.

 

Costos y distribución, un problema persistente

El séptimo arte local todavía “patalea” con los costos y la distribución. Una cinta puede tener precios inimaginables: se necesitaron 400.000 dólares, por ejemplo, para hacer El facilitador de Víctor Arregui. “Eso es un montón de dinero, pero comparado con los presupuestos de Hollywood no es nada. Es una película complicada, aborda temas de corrupción, la Ley de Aguas y la posición de los indígenas, el abuso a menores”, dice el director y productor, Víctor Arregui.

Conseguir esos fondos es una tarea “titánica” que tarda años. Arregui escribió su última y cuarta película en 2008, la terminó en 2011 y la estrenó en noviembre de 2013. Según el director, es “difícil estrenar en el Ecuador porque se requiere una inversión de 100 000 dólares en publicidad. No es un problema de poco público o de calidad, sino de difusión. Se acaba el dinero al terminar el trabajo”, explica.

Las cifras sobre el cine nacional coinciden con la apreciación de Arregui. El Ecuador y América Latina están “copados” por Hollywood. El cine ecuatoriano apenas representa el 2% del mercado local, el resto está “dominado” por las empresas multinacionales.

Así lo reconocen los propios distribuidores. La mirada ecuatoriana está más acostumbrada a la meca del cine. Según el Instituto de Estadísticas y Censo (INEC), catorce millones de personas fueron al cine en 2011, de ellas 400 000 disfrutaron de la creatividad ecuatoriana.

El público local, además, se apasiona por los filmes de acción, familiares y comedias. La película más taquillera (noviembre de 2013) fue Iron Man 3, con 723 000 personas; sigue Los Pitufos con 297 000 personas.

Zócalo Film tiene quince años en la distribución de películas de Fox y Sony. El año pasado presentó veinticinco filmes de esas cadenas estadounidenses porque tienen gran demanda a escala nacional. “Apoyamos al producto nacional que hoy tiene mayor aceptación, mejor calidad y contenido. Antes no era muy buscado, pero actualmente se exhibe en varias salas y tiene público”, explica Cristina Pérez, gerente de Zócalo Film.

Exportar una película cuesta entre 500 000 y 800 000 dólares y por ella se pagan cuatro clases de impuestos al Estado y a los municipios. En 2012 la industria del cine en el país generó 57 millones de dólares, de los cuales seis millones quedaron en las arcas del cabildo quiteño, por ejemplo.

Los distribuidores comparten el negocio con los exhibidores (220 pantallas). Los primeros se quedan con 50 o 60% de lo recaudado, mientras que los segundos con el 40%. “Se cree que el público voluntariamente debe ver una película y obligatoriamente las cadenas de distribución deben comprar. Los mercados no se mueven así, los filmes extranjeros tienen campañas promocionales, las locales no”, dice Wilfrido Muñoz, representante artístico de Newsweek and Business y de Universal Studio.

Pero la “vida” de una cinta local es relativamente corta. Puede durar cuatro semanas, según la aceptación de los espectadores. La programación de la cartelera cambia cada semana de acuerdo a la venta de taquilla. La primera semana de estreno tiene entre tres y cuatro funciones diarias, pero después esa frecuencia pasa a una vez al día y disminuye si ya no tiene “seguidores”.

Entrevista Rodrigo Díaz, chileno, director del Festival de Cine Latinoamericano de Trieste (Italia) y curador de los filmes de la región en el Festival de Cine de Venecia.

“El Óscar es una oportunidad para la ‘periferia’ del cine”

—El cine ecuatoriano se ha desarrollado en la última década, ha pasado de una película producida en un año a diez en el mismo período de tiempo. ¿El incremento en la cantidad puede ser un signo de calidad?

—No, la cantidad no es sinónimo de calidad. Pero es frecuente, casi una regla matemática, que en los países de tradición cinematográfica, por cada diez filmes se encuentra uno inevitablemente bueno.

—Los directores de cine ecuatoriano también “suenan” a escala internacional, como Sebastián Cordero, por ejemplo. ¿Esto significa un avance en la difusión del cine local en los circuitos de distribución comercial internacional?

—Ciertamente, los expertos de cine latinoamericano conocen a Cordero, quien goza de una buena reputación. Una obra suya apenas terminada no deja de interesar a los festivales más importantes. Quizá este cineasta con un buen filme (y tiene más de uno) abre camino a otros colegas locales, una cuestión que no es secundaria.

—Por primera vez un filme será candidato al Óscar 2014 para la mejor película extranjera. ¿Qué posibilidades tendría, considerando que hay once países latinos participantes con una larga trayectoria en la cinematografía?

—Es un paso muy importante, pues el Óscar, más allá de ser una típica operación de mercado estadounidense, representa una ocasión para quienes formamos parte de la “periferia” del cine. Es una oportunidad de visibilidad que puede reportar satisfacciones, si coincide con ideas, proyectos, producciones que requieren de un cierto capital para lograr los resultados deseados. En todo caso, habrá que esperar el último filtro, cuando solo queden cinco filmes extranjeros en competencia.

—Tal vez, la nacionalidad de una película no importe para hablar de una buena historia, sino solamente que sea buena. ¿Es así?

—A veces ni siquiera el género es importante. La tecnología ha democratizado la posibilidad de hacer cine (el mercado, la cuota de pantalla), inclusive en los más importantes festivales han competido obras de países sin ninguna tradición cinematográfica. Como dicen ciertos teóricos de cine latinoamericano, una buena obra es una historia bien contada, y si está contada en el Ecuador, es legítimo que se aspire a obtener reconocimientos. Eso ayuda a todo el cine nacional y de la región.

Testimonio, Miguel Mato, argentino, cineasta, secretario de la Asociación de Directores Independientes de Cine Argentino (DIC).

“Vamos contando nuestras historias y rescatando nuestra identidad”

La cantidad no es sinónimo de calidad, sin embargo, las cinematografías para consolidarse necesitan producir y los directores tener continuidad para encontrar su propio lenguaje.

Producir muchas películas abre el espacio a nuevos directores y crea un semillero del cual, seguramente, surgirán buenos realizadores, buenas películas y buenas historias.

Los festivales permiten dar visibilidad a las cinematografías y encontrar eventualmente mercado en otros países. Pero la concentración de las pantallas en manos de las “majors” atentan contra la posibilidad de difundir masivamente nuestras cinematografías en el país de producción y en otros. Las coproducciones ayudan a ampliar la base de difusión de las películas, pero de ninguna manera abren por sí mismas el mercado.

Como miembro de jurados en diversos países y espectador de mucho cine latinoamericano, creo que poco a poco vamos logrando contar nuestras historias con lenguaje propio, rescatando nuestra identidad y todo esto con una gran calidad. En tal sentido, me parece que muchos directores han dejado de imitar la cinematografía para hacer un cine propio.

Este camino es difícil porque no siempre el público acompaña, sin embargo, en el último tiempo y de a poco se logra una comunión director espectadores, que se ve reflejada en la asistencia a las salas.

Desde 2000 aparecen varios factores que hablan de mejor calidad. Hay escuelas de cine, mayor profesionalización de los trabajadores de este sector, plataformas de exhibición, festivales. También está la presencia del Estado y de fondos públicos.

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