Por Diego Pazmiño.
Fotografía: Fernando Cobo.
Edición 451 – diciembre 2019.
Uno de los músicos más conocidos y emblemáticos de la escena local, con una larguísima y trascendente carrera a cuestas, se deja ver en estas palabras y nos demuestra, una vez más, que uno tiene que luchar para convertirse en lo que quiere sin arriesgar por eso sus principios.
Igor Ludwing Icaza Albán es un prolífico músico, productor y gestor cultural ecuatoriano, nacido el 11 de septiembre de 1972, bajo las faldas del volcán Cotopaxi; cuenta con más de veinte producciones discográficas, entre trabajos oficiales, sencillos y demos de las varias agrupaciones que ha creado a lo largo de treinta años de carrera. Muchas de estas placas se han convertido en exponentes de la música de culto del rock ecuatoriano, y varias de sus canciones son himnos generacionales y parte fundamental en la banda sonora de una muchedumbre que ha crecido oyéndolas y que ahora han pasado a las nuevas generaciones. “Somos la memoria”, titula Igor al prólogo de su libro Resplandor, publicado en 2017, que contiene una recopilación de sus letras junto a una serie de semblanzas y textos sobre su música, escritos por gente involucrada con el arte y la academia.
Luego de tres décadas de ininterrumpido ejercicio artístico, Icaza dice con orgullo haber cumplido sus sueños de infancia más inalcanzables, en una Latacunga que se reía de aquel niño que quería ser baterista y viajar por todo el planeta. Ahora él es un referente de la música nacional, ha pisado los escenarios más significativos del país y ha recorrido el largo y ancho mundo con sus canciones. Su vigencia se ha construido con base en la vitalidad y la constancia, sin ceder espacio emocional a las vicisitudes de una vida ofrendada por completo a la música, y que ha triunfado a pesar de estar lejos del circuito de artistas cuya producción es más digerible, mediática y que se reproduce en medios convencionales. Este quizá sea su más grande mérito: levantar una escena y mantenerla, muchas veces con escasos recursos, a la crítica de un público difícil y al parco apoyo de las grandes difusoras de cultura.
Para escribir sobre Igor quise desprenderme de la historia de sus bandas, pues de ellas se sabe bastante, sin embargo, luego de entrevistas y conversaciones sobre el tema, he llegado a la conclusión de que esto es un sinsentido. Sus bandas son su piel, están tatuadas en su epidermis y habitan en su hogar y en su familia. Desprenderse de ellas para contar su historia es como desprenderse de su esencia y la de un artista versátil y disciplinado, que ha sabido encarar así tanto las más duras situaciones como los más gloriosos éxitos. Contar la historia de Igor es acercarse a la evolución de una escena y de varias agrupaciones que se han mantenido vivas en contra de todo pronóstico, sostenidas por un público fiel y consecuente, y gracias al incansable trabajo de Icaza, un gestor cultural empírico, pilar del rock nacional. Su yo es un nosotros que abarca al variopinto espectro de personas que crecieron oyendo su música. Dice al respecto: “Esta movida se ha sostenido a punte conciertos, bohemia, calle. Si no sales, si no vives, si no te amaneces y no la guerreas, ¿qué tienes para compartir?”.

Ente
Icaza es un músico autodidacta, sus bandas principales, a más de Fundamental, Pléroma, Locro de Piedra, Mala Junta o su proyecto solista, son Ente, y Sal y Mileto. Ambas, posiblemente, sean las agrupaciones de rock más representativas del país, cada una en su género: el metal extremo en el caso de la primera y el rock progresivo en el de la segunda, bautizado por ellos como rock libre ecuatoriano. La historia de ambas involucra el perfil de un amplio número de virtuosos músicos que han pasado por sus filas, así como de escritores, bailarines, pintores, gestores, editores, productores y un largo etcétera de activistas de la cultura, e incluso de sus mismos hijos, con quienes ha tenido, según él, la bendición de tocar profesionalmente sin que exista de su parte imposición ni restricción alguna.
Ente, su primera banda, cuyo nombre inicial fuera Obertura, nació en 1991. Ha compartido escenario con los más grandes representantes del death metal, y se ha subido a las tarimas más importantes de la música extrema a nivel mundial. Su gira por Europa, en 2012, es su logro más significativo, allí representó al país en el Obscene Extreme Festival, llevado a cabo en República Checa y reconocido como el más grande concierto de la escena mundial en lo que concierne al metal extremo. Esta es una banda de complejas composiciones, caracterizadas por la prolijidad de sus músicos y la crudeza de sus letras. El escritor y docente Javier Calvopina dice en su semblanza publicada en Resplandor, que Ente “despliega un sonido potente con letras concisas, de pocas líneas pero llenas de significado”.

Sal y Mileto
Por otro lado, está Sal y Mileto, banda icónica, considerada “de culto” en la escena roquera ecuatoriana, marcada por el signo de la tragedia, luego de que su líder, Paúl Segovia, muriera debido a un edema pulmonar, el 1 de junio de 2003, tres días después de haber lanzado su tercer disco, llamado Tres. El talento de la banda se ha demostrado en eventos internacionales como el Rock al Parque, reconocido festival llevado a cabo en Bogotá anualmente, y que en 1999 contara en su cartel con la participación de este trío ecuatoriano.
Al respecto, Hernán Guerrero, escritor y gestor cultural de amplia trayectoria, y compañero cercano de la banda, comenta que en una ocasión conversó con Julio Correal, organizador del festival colombiano, algunos años después de que Sal y Mileto participara en aquel, y poco después de que Segovia dejara el plano físico. Al contarle Guerrero acerca de la tragedia ocurrida al guitarrista, el promotor colombiano comentó que los ecuatorianos hemos desperdiciado el talento de un grupo que, si hubiera sido de otro país latinoamericano, sin duda, se habría sentado en la cima del mundo. Quizá sea una afirmación un tanto pretenciosa, pero el punto es que el talento y nivel de Sal y Mileto no pide favores a los representantes mundiales del género, lo que avala el trabajo de rescatar a este grupo de su muerte, misión autoimpuesta por Icaza desde 2006, cuando se sacudió del shock de perder a su mejor amigo y continuó con el proyecto, no sin enfrentarse a la oposición de su fanaticada e incluso, en un principio, a la de los mismos músicos de Mileto.
El grupo ahora cumple veinticinco años de trayectoria, luego de empezar en un evento ocasional, el 16 de octubre de 1994, en la Casa de la Cultura de Cotopaxi, concierto en el que contó con la participación, entre otros, del reconocido dramaturgo Peky Andino, quien escribió las letras de la primera etapa de la banda; y del desaparecido Paúl Segovia, virtuoso y carismático músico que siempre sintió afición por las tonadas nacionales, lo que lo inspiraría a dejar, entre su vasto legado, la composición de un pasillo llamado “Por amarte”, que Igor, en un acto de justicia poética, ha rescatado y editado dentro de su primer disco como solista, llamado Detrás de los huesos.
Sal y Mileto ha celebrado su cuarto de siglo con una gira que empezó en noviembre de 2019 dentro de la ciudad que los vio nacer. Es oportuno mencionar que Icaza es quien se ha llevado al hombro la carga de producir y gestionar todo lo relacionado con esta banda, labor que no le ha resultado fácil, sobre todo luego de la muerte de su líder. En 2003 Sal y Mileto se desintegró por un par de años, tiempo que sirvió a sus músicos para saldar el impacto de la pérdida. En este tiempo el público idealizó al grupo y muchos, críticos de su vigencia, piensan que debió enterrarse junto a Segovia; sin embargo, luego del luto, sus integrantes fueron convocados por Icaza en 2006 para realizar una gira por Europa y reactivar el trabajo de la banda.
De ahí en adelante han sido varias las alineaciones que Sal y Mileto ha tenido, siempre resucitada por la gestión de Icaza, el antagonista de una acérrima fanaticada que ve en este acto un gesto de nigromancia mercantilista, carente de todo sentido. A esto, Icaza responde que no está “para vivir de glorias pasadas”, y que mantener la banda es un ejercicio que interpela al olvido. Somos la memoria.

Herencia
El origen de la pasión por la música en Igor Icaza es difícil de rastrear. Quizá venga de un entorno familiar siempre relacionado a lo artístico, debido a la herencia de un abuelo músico que afinaba pianos y violines; o de un padre coreógrafo y bailarín. O quizá venga de una abuela materna guardiana de una tradición ancestral: la Mama Negra. Su lado Albán se ha relacionado desde hace varias décadas con esta fiesta popular, en concreto, con el personaje de la mitología indígena llamado Huaco, que personifica la magia y la sanación ejercida por los curanderos; en esta tradicional fiesta del país se representa a dicho personaje con trajes blancos, caretas y pócimas de limpieza. La abuela de Icaza y su familia han guardado toda la indumentaria necesaria para vestir al Huaco, por lo que la gente involucrada en el desfile acude a esta casa para rentar los trajes y ensayar las comparsas. Igor creció entre esta preparación, y la ritualidad ancestral se convirtió en parte del imaginario que luego trasladará a sus canciones.
O quizá toda esta historia empezó cuando de niño vio a su primo mayor, Fabricio Torres, de la banda de metal ambateño Cry, llegar en moto, con los pantalones rotos, el pelo largo y pintado, a las reuniones de una extensa familia que se daba cita en Latacunga para celebrar bautizos y primeras comuniones. “Se puede ser así”, piensa Igor, cuando habla de la impresión que esto causó en él. Torres se encargó de levantar un clan familiar en el que pasó de primo a primo varios casetes que iniciaron a los más jóvenes en las artes de la música rápida; esto sería un virus que entró en el ideario de Icaza mediante la música de AC/DC o Black Sabbath.
Conversar con Igor implica hablar intensamente de política, de anarquismo, de actitudes contestatarias e irreverencia llevadas a cabo desde una postura personal que ha sostenido de forma coherente desde el inicio. Entonces, quizá todo empezó en las aulas de primaria, cuando fue testigo del injusto maltrato que los maestros ejercen sobre sus compañeros, vicio que antes era pan diario en los planteles educativos del país. “Me dejaron en la escuela para formarme, pero ahí se desmoronó la mentira de la educación”, comenta al recordar el recurrente abuso físico y psicológico que sufrían en aquella época. Quizá ahí empezó esa necesidad de alzar la voz en una denuncia ante las injusticas cotidianas.

Era digital
Más allá de la importancia de entender su origen, creo que es muy válido entender su presente. Su firme postura ideológica mantenida hasta el día de hoy se pone en manifiesto dentro de un sinfín de letras y acciones que lo caracterizan. Esta actitud lo lleva ahora a cuestionar la digitalización del cuerpo. Habla de que el público ha dejado de ser activo, para convertirse en un espectador virtual y pasivo, por medio de las redes sociales. Con el botón de Asistiré, se resuelven las necesidades de pertenencia que antes se cubrían con el ritual de poner el cuerpo. Por esto, desde su perspectiva, cada vez se consume menos arte nacional, se compran menos discos y se asiste a menos conciertos.
Varias personas identifican esta realidad como el principal síntoma de un resquebrajamiento de la escena, que antes, según Icaza, era más unida y tenía mayor conciencia de apoyo e inversión. A causa de los grandes festivales gratuitos, quienes resultaron afectados fueron los artistas, que han sido víctimas de una “compra de conciencias por parte de un Gobierno que acostumbró al público a la gratuidad”. Esto, según Igor, ha corroído el espíritu del coleccionista y del público activo; el prestigio social que antes se medía en el número de acetatos, discos y casetes, en la presencia en los conciertos, en entrar al mosh, ahora se mide en la participación digital que ha dislocado al valor de lo físico y lo tangible, cuya relevancia se ha perdido en un mundo donde las formas de relacionarse han cambiado.
“La gente prefiere farrearse sus veinte dólares antes que asistir a un concierto y pagar cinco o diez dólares de su presupuesto para la joda”, esto dice Igor y es un patrón visto en varias entrevistas hechas para este texto. A pesar de que ahora la cantidad de bandas nacionales es enorme y de que la calidad de su producción está a nivel internacional, ha decaído el apoyo del público y las ventas de material. Esto delata un tinte agridulce para Icaza, quien se siente, junto a los músicos más antiguos, responsable de haber abierto camino a una escena que de a poco se animó a crear sus propias canciones y producir su propia discografía, dejando atrás la tendencia de ser intérpretes de lo extranjero. El talento es incuestionable, pero lo que sí se cuestiona es a un público pasivo, que se ha acostumbrado a lo gratuito. Deja Icaza esta reflexión al respecto: “Si se llenan estadios para ver a nuestros equipos de fútbol, ¿por qué no se llenan las salas de conciertos para ver a nuestros artistas?”.
El recorrido de este músico por las tarimas nacionales e internacionales es amplio y latente. Invita a los nuevos músicos a no quedarse con un éxito pasajero y local, a abrir nuevos públicos en otras ciudades y países. Dice que se debe viajar, que se debe gestar una escena “borrándose la línea del culo y quedando con los ojos en la nuca” de tanto viaje. Dice que se debe ensayar a diario, y si es posible varias horas al día, para estar listos siempre y aprovechar las oportunidades que surgen espontáneamente. Pero también dice que es importante fajarse y trabajar, tocar puertas, hablar con gente y colaborar con otros artistas. Él ha contribuido con innumerables proyectos musicales de grandes talentos del Ecuador como Álex Alvear, Jaime Guevara y Ramiro Acosta, e internacionales como Robert Gripp, guitarrista de la banda estadounidense King Crimson, y el compositor español Llorenç Barber, pero nunca se ha dormido en los laureles.
Es un artista apasionado, sin pelos en la lengua, transparente y frontal, que se expresa libremente tanto en sus canciones como en opiniones, conciertos, entrevistas y redes sociales. Dice haber cumplido sus sueños, y ahora es parte del cumplimiento de los sueños de sus hijos, quienes han tomado su posta y se han dedicado a la música de manera igual de comprometida que él. Para llegar a mantener una banda durante tanto tiempo, habla Icaza de lo fundamental que es mantener la mística del ensayo y tocar con gente que consideres hermana, para trabajar hombro a hombro, de manera incansable. A pesar de su nivel de exigencia, de su figura de piedra, es un padre amoroso, un amante de los animales, un ser humano con buen sentido del humor y un artista profundamente sensible y defensor de causas justas, lo que ha sabido manejar dentro de su vida y equilibrar en su música, para inspirar a quienes lo ven como un referente.