El nuevo disco de Bob Dylan, Shadows in the Night, es una recopilación de canciones románticas y dementes que Frank Sinatra solía interpretar a mediados del siglo pasado. Sí, Bob Dylan cantando Frank Sinatra. Y aquí, en exclusiva para Mundo Diners, la introducción de un dylanita consumado, el escritor argentino Rodrigo Fresán.
Por Rodrigo Fresán
Nadie escribe y filma mejor el frío que los hermanos Coen. Y al final de Inside Llewyn Davis, su película más reciente, hace mucho frío. Un frío geográfico y meteorológico pero, también, histórico y existencial: es el mes de febrero de aquel legendario invierno de 1961, y el discreto y amargado cantante folk Llewyn Davis acaba de recibir una paliza en un callejón junto al legendario café-concert Gaslight del Greenwich Village neoyorquino. Le duele todo: el cuerpo y la vida. Y lo que Llewyn Davis no sabe pero intuye es que lo peor —el gran golpe— está aún por llegar. Y llega enseguida. Lo vemos al fondo, fuera de foco, es un joven de Duluth, Minnesota, dispuesto a comerse el mundo y, de paso, acabar con las fábricas de canciones genéricas y con varias camadas de intérpretes de material ajeno. A partir de ahora, a partir de él, lo que se usará será el songwriter, el cantor y escritor de versos propios y sentidos. Y, de acuerdo, su voz es rara, especial, pero ahí se lo oye y Llewyn Davis lo escucha tirado desde el suelo de su desencanto y se le hace imposible negarse y negar que se trata de The Real Thing. Ahí está Bob Dylan cantando una canción de Bob Dylan que, muy apropiadamente, se titula Farewell: adiós, que te vaya bien, hasta nunca. Los tiempos están cambiando.
Más de medio siglo después, Bob Dylan sigue dando las buenas noches desde algún escenario del mundo, montado en un tour que empezó en junio de 1988 y mucho más de 2 000 conciertos mediante sigue adelante, pero que ya no es neverending sino otra cosa: la prueba de que el movimiento se demuestra andando aunque ya no tengas que demostrar nada. Porque en cinco décadas de carrera Bob Dylan lo ha sido todo, todos los Dylans que se podía imaginar y alguno que otro imposible de prever. Así, el joven aprendiz de Woody Guthrie, acaso el inventor del folk; el cantante de protesta; el mesías electrificado; el campesino secreto y doméstico; el divorciado furibundo y arrepentido; el resucitado religioso; el exiliado del mundo según MTV y, por fin, desde finales de siglo-milenio, el perfecto cowboy-tahúr-crepuscular. Ahora, en una genial vuelta de sombrero más que de tuerca, con la edición de Shadows in the Night, Dylan deviene en otro impecable personaje: el crooner sentimental decidido a reivindicar las canciones de otros mientras, con Su Voz, invoca al espectro inmortal de La Voz.
Esta incursión de Bob Dylan en cancionero ajeno no es nueva. Ya su primer disco, Bob Dylan (1962), con la excepción de dos originales autobiográficos, estaba enteramente compuesto por canciones tradicionales obsesionadas con la muerte. De ahí en más, a lo largo de su carrera, Dylan no solo se nutrió de estrofas y melodías de otros para lo suyo, alcanzando su cumbre en la traviesa apropiación de su ganadora de un Grammy de 2006 Someday Baby, transparentemente “basada” en el Trouble No More del blusero Muddy Waters, a su vez erigida sobre Someday Baby Blues de Sleepy John Estes; sino que también se permitió explorar lo ajeno para apuntalar lo propio o, sencillamente, desconcertar y sorprender a la concurrencia. Grandes hitos del asunto: el para muchos infame disco Self Portrait de 1970 redimido en 2013 con el Another Self Portrait; la reinmersión en sus fuentes en Good As I Been to You (1992) y World Gone Wrong (1993) para reconquistar a su musa no perdida pero sí desencontrada: o el glorioso recopilatorio de villancicos Christmas in the Heart (2009).
Pero el noctámbulo y sombrío Shadows in the Night es otra cosa. Es algo importante y poco o nada tiene que ver con otros caprichos en plan vanity de gente como Rod Stewart, Paul McCartney o ese monstruo de dos cabezas de Tony Bennet y Lady Gaga. Y no, no se limita ni conforma con ser, apenas, un Dylan doing Sinatra his way.
Si lo miramos con perspectiva, este disco se veía-oía venir. Dylan venía madurando todo esto desde hace mucho tiempo, confiesa. Señales sueltas del modo casi delicado en que Bob Dylan canta en Shadows in the Night asomaron hace un rato en canciones de su puño y letra como Make You Feel my Love (Time Out of Mind, 1997), Bye and Bye (Love and Tefth, 2001), Where the Deal Goes Down (Modern Times, 2006) y Soon After Midnight (Tempest, 2012). O sea, una preocupación por la modulación justa del sentimiento exacto y romántico con aire vintage. Así, de nuevo, Dylan reinventando su presente como si fuese un eternauta, como si funcionase como su mismo antepasado.
Shadows in the Night, casi unánimemente celebrado y en lo más alto de las listas de ventas, funciona, además, como la continuación de un Dylan cada vez más preocupado por su pasado en particular y el ayer en general, tal vez muy consciente de que, en su vida y obra, lo que fue ya ocupa tanto más espacio de lo que queda por venir. En este sentido, no sorprende la potencia retro de su álbum anterior, Tempest, entendido como anuncio de despedida porque parecía aludir a la última obra escrita por William Shakespeare. “La suya es THE Tempest, el mío es Tempest a secas”, gruñó Dylan acerca de ese disco mortífero y ultraviolento que parecía llegar desde un ayer futurístico o fuera de nuestro tiempo-espacio con múltiples referencias sónico-líricas: yendo de Mark Twain a esa obligación para todo melómano-lector llamada Warren Zevon, pasando por John Lennon y la Carter Family.
El siguiente paso —habiendo conseguido hace tiempo su status de standart y de clásico— es Bob Dylan dando marcha atrás para reinventar canciones de una época que alguna vez dijo despreciar por sentimental y cursi. No hay problema: Sinatra también odiaba al rock. Aunque se sabe que Bob y Frank siempre se llevaron bien. De acuerdo, el primero no formó parte de los Duets del segundo, pero sí participó en un multiestelar homenaje-cumpleaños de Ol’ Blue Eyes y fue invitado de la familia a su entierro. En una única entrevista ampliamente difundida, Dylan se refirió a Sinatra como “La Montaña” y “uno de los pocos cantantes que hacían lo suyo sin usar máscara”. Allí, también, Dylan explicó su método: no “cubrir” sino “des/cubrir” reduciendo y ampliando temas como Stay with Me o That Lucky Old Sun y otros rincones no muy iluminados del Mondo Sinatra, arropado por un quinteto (su banda habitual) que actúa como el más sutil y apaciguador de los combustibles para baladas encendidas. Un poco parecido a lo que hizo cerca del fin Johnny Cash con Hurt de Nine Inch Nails o Personal Jesus de Depeche Mode para sus American Recordings. Grabado muy velozmente y casi en directo, con producción ejemplar del mismo Dylan bajo su alias Jack Frost, la audición de Shadows in the Night convierte a Dylan en una especie de maestro de ceremonias del Rick’s Americain Café en una versión alternativa de Casablanca filmada en Los Ángeles. Lo que se persigue y se alcanza es una “tonalidad” y un espíritu similares al de obras maestras del sinatrismo como In the Wee Small Hours (1955) o Sings for Only the Lonely (1958). Melancolía en pie de guerra o, según Dylan, “Canciones escritas por gente que pasó de moda años atrás. Soy probablemente uno de los que ayudaron a pasarlos de moda. Pero lo que hicieron es una forma de arte perdida. Igual que Da Vinci y Renoir y Van Gogh. Tampoco nadie pinta más como ellos. Así que I’m a Fool to Want You —el tema que abre su nuevo disco— es una canción que puedo cantar. He sentido cada palabra en esa canción. Es como si la hubiese escrito yo”.
El movimiento ya había sido presentido por el dylanita cum laude Greil Marcus, el académico y periodista norteamericano que ha hecho con sus libros lo que el rock no ha podido hacer por sí solo: establecerse como un elemento definitivo en la cultura y en la identidad de millones de personas alrededor del mundo. En uno de sus artículos, Marcus escribió: “Dylan se cuelga del micrófono del mismo modo en que Sinatra se abraza al farol de una calle”.
La sinatrización de Dylan fue aún más lejos en vísperas de la entrega de los Grammy de este año, en su discurso de agradecimiento al ser honrado como personalidad del año por la organización de caridad MusiCares, protectora de músicos en la mala hora. Allí, Dylan — durante media hora— sonó más ejecutivo que nunca en un speech con mucho de aquellos pasos de stand up comedian de Sinatra en los casinos-hoteles de Las Vegas en tiempos del “Rat Pack”. Allí, un Dylan inesperadamente revelador se rio de colegas y críticos “que han hecho sus carreras acusándome por confundir expectativas. ¿De verdad? Porque eso es a lo que me dedico. De ese modo pienso en lo mío. Confundir expectativas. ‘¿Con qué te ganas la vida? ‘Oh, confundo expectativas’”. Después agradeció a quienes lo descubrieron y a aquellos que interpretaron y popularizaron sus canciones. Finalmente, a las canciones en general y en particular como eslabones de una cadena universal en la que una canción genera otra y así hasta el infinito. Y a aquellos que —sin cantarlas ni interpretarlas— las pusieron por escrito para que Sinatra y él pudiesen hacerlas suyas y llevarlas bajo su piel. Y, claro, se despidió muy sinatrescamente: “Me voy a ir de aquí ahora. Voy a poner un huevo dentro de mi zapato y golpearlo”.
Y hasta la próxima.
“No suelo olvidar las canciones que me gustan”, dijeron Dylan y Sinatra.
Y, sí, uno y otro tienen ojos azules.