Por Galo Vallejos Espinosa.
Edición 433 – junio 2018.
El verborrágico sueco de 37 años se mantiene vigente con sus ocurrencias y excentricidades. Bordea cerca de 40 títulos en su carrera en una decena de equipos.
Es hijo de migrantes balcánicos; vivía en un edificio de multifamiliares y estudiaba en una escuela pública, como lo hacían y todavía lo hacen millones de suecos.
El gigante de origen bosnio-croata era un respetado y temido cultor del taekwondo en las aulas colegiales del popular distrito Rosengård, en Malmö —la tercera ciudad de ese país—, donde, en medio de la rigidez escandinava y de la presencia masiva de inmigrantes y descendientes de inmigrantes de clase trabajadora, se daba tiempo para burlarse de todo y de todos, aprovechándose de su presencia física y de sus cualidades en las artes marciales para convertirse en beneficiario de una suerte de impunidad con respecto a sus ocurrencias.
Sin embargo, un día, se le metió en la cabeza la idea de convertirse en el mejor futbolista del mundo y se entregó a ese objetivo. Era un típico adolescente desprolijo que gozaba derrotar y burlarse de sus rivales en el tatami y que sacaba pecho de sus orígenes del este de Europa.
Desde entonces, el delantero de 1,95 de estatura, llamado Zlatan Ibrahimovic (1981), hijo de la croata Jurka Gravic y del bosnio Sefik Ibrahimovic, no ha dejado de asombrar al mundo del balompié con su dominio del balón, su poderosa pegada y su audacia para jugar, además de su genio, sus dichos y su arrogancia sobre la cancha.
El hijo de la barriada
Elvir Hamzic, también de orígenes vinculados a la desaparecida Yugoeslavia, fue compañero de juegos de Zlatan en Rosengård, un barrio ideado por las autoridades suecas como un enclave urbano moderno en los años setenta, pero que devino en territorio de inmigrantes años después, luego de que los pobladores originales decidieran dejar las coloridas construcciones de la zona en busca de viviendas independientes en los suburbios. Hamzic recordó en un documental realizado por la televisión francesa sobre Ibrahimovic, que él creció solo en la práctica. “Ni su padre ni su madre lo llevaban a ningún lado… Él se iba a pie o en bicicleta adonde fuera, como lo hizo una vez para unirse al Balkan (su primer club)”.
Luego, a los quince años, pasó al Malmö F. C., equipo del mismo nombre de su ciudad con el que paulatina y rápidamente alcanzó figuración local y después internacional, en un período en el cual Zlatan pasaba urgencias económicas. Tantas, que estuvo a punto de dejar el equipo para irse a trabajar de estibador en el puerto de la ciudad. Meses atrás, en un confuso incidente, había sido acusado por el entrenador de haber robado su bicicleta, delito que el delantero había negado con el pretexto de que la había tomado prestada sin permiso.
La pelota finalmente le dio alivio a la vida del adolescente, dejado a su suerte por una madre ausente y un padre alcoholizado. En algo más de dos años se convirtió en la figura del Malmö y pasó al Ajax holandés por la cifra de nueve millones de euros en 1999. Aún tierno en el negocio futbolero, se compró su primer auto de lujo, un Mercedes-Benz del año, que no le permitió hacer más gastos, al punto que se fue a vivir en el sofá de un compañero de equipo. Eran sus inicios, rudos más bien, pero que paulatinamente se volvieron amigables con el jugador, que empezaba a multiplicar sus genialidades en la cancha.
De grande en grande
Holanda fue el trampolín del goleador de casi dos metros que gambetea como un puntero y hace amagues como un número diez, con tacos, rabonas, túneles a los rivales. Posteriormente viajó a Italia: la Juventus y el Internazionale fueron los pasos previos antes de llegar a cumplir su gran sueño: jugar en el Barcelona catalán. A ese club arribó en 2009, en pleno apogeo del argentino Lionel Messi y bajo la mundialmente reconocida conducción del entrenador Josep Guardiola. Apenas duró un año y no fue precisamente el mejor de Zlatan.
La operación tuvo un costo de 71 millones de euros, la más costosa hasta ese momento, y supuso una enorme expectativa luego de que Ibrahimovic había conquistado Italia. A pesar de que anotó más de una veintena de goles durante la temporada, en la que el Barcelona ganó todos los torneos que disputó, nunca pudo emular la figura y los alcances de Messi. Entonces, hizo lo posible para volver a Italia, algo que logró al fichar por el Milan.
Años después, en la biografía escrita con el periodista sueco David Lagercrantz (que fue un best seller en Suecia y ha sido traducida a treinta idiomas), dejó pistas de los problemas que tuvo con Guardiola. Acusó al entrenador de “no tener los huevos” para enfrentarse a su colega portugués José Mourinho, entonces del Real Madrid. Zlatan suele llamar despectivamente “filósofo” al estratega catalán y ha dicho públicamente que Guardiola “no sabe tratar” a los futbolistas.
Con todo, el Milan fue el renacer del sueco, que volvió a acaparar pantallazos de TV y portadas de periódicos y, a estas alturas de su carrera, es decir, pasando los treinta años, a acumular marcas. En Italia se convirtió en el primer futbolista que marcó al menos un gol con las camisetas de seis clubes distintos en la Liga de Campeones de Europa. Además, protagonizó uno de los momentos más curiosos cuando propinó una patada de taekwondo en la sien a su compañero Antonio Cassano mientras este daba una entrevista a la TV italiana, en vivo.
El talento incombustible
La última etapa de Zlatan —que en bosnio significa oro— ha acaparado mayor atención debido a lo incombustible del jugador. Del Milan pasó en 2012 al emergente París Saint Germain (PSG), el club francés con capitales cataríes que ha intentado, todavía sin suerte, mezclarse con los más exitosos de Europa. El sueco llegó en ese plan al equipo, que desde entonces ha dominado el balompié galo a placer, aunque no ha podido extender esa hegemonía internacionalmente.
A “Ibracadabra” el PSG le permitió contar con un entorno absolutamente favorable, que jugará siempre a su favor, sin cuestionarle demasiado ni ponerle trabas. Su éxito (156 tantos en cuatro años) le permitió fichar, al cabo de tres temporadas y con 33 años a cuestas, por el Manchester United británico del entrenador José Mourinho y del talento ecuatoriano Luis Antonio Valencia. Mientras estuvo en forma hizo goles —al menos un par con pases del amazónico— y demostró su vigencia en un torneo tan competitivo como el inglés. Una lesión de ligamentos le impidió mantenerse en uno de los equipos más importantes del circuito futbolístico mundial, en el que siempre contó con el apoyo incondicional de Mou, en concordancia con el sentimiento anti Guardiola que Zlatan permanentemente ha profesado.
Con la bendición del luso, partió a inicios de este año a un torneo considerado menor, la liga estadounidense, concretamente a filas de Los Ángeles Galaxy, uno de sus cuadros más representativos. Debutó épicamente en un partido que su equipo perdía con LA City 3 – 0, pero que pudo remontar con dos tantos del sueco, uno de ellos con un potente remate desde unos 50 metros. “Aún sigo siendo Dios”, decretó.
A jugar con él
Antes del Mundial de Fútbol en Brasil hace cuatro años, las selecciones de Suecia y de Portugal debieron definir en una repesca a uno de los últimos equipos para la cita futbolera. A Zlatan lo entrevistaron para anticipar el resultado, y el jugador dijo: “Solo Dios sabrá” (el marcador final). Difícil preguntarle, agregó el periodista, a lo que Zlatan añadió: “Estás hablando con él”. Finalmente, el cuadro escandinavo y los compañeros del audaz delantero fueron eliminados por Cristiano Ronaldo y su tropa.
- Su nombre no es una casualidad. Zlatan significa ‘oro’ en esloveno. Y el futbolista ha hecho honor a su nombre puesto que ha ganado una cantidad de títulos en todos los países que ha jugado.
Su ego se evidenció, también, el pasado 2017, cuando consiguió que una empresa creara un juego de video basado en él: Zlatan Legends. Ahí aparece con el pelo recogido, bigote y una pequeña barba, vestido con un traje metálico al estilo del súper héroe animado Iron Man. Desde adolescente, cuando vivía en un departamento de clases populares de Malmö, sus horas de ocio las dedicaba a las computadoras y las consolas. Fue un sueño realizado.
Porque el ostentoso delantero, hablador, imprudente y casi siempre de buen humor fue otro que padeció necesidades en su niñez y que logró cambiar su vida por el fútbol. Casado con la economista y exreina de belleza nórdica Helena Seger, padre de dos niños, colecciona autos de lujo, lanza patadas cuando puede y sale a pescar al mar en su yate.
No ha renegado de su pasado. Financió la construcción, en su natal Rosengård, de un estadio con todas las facilidades para que los chicos de su barrio no jugaran en canchas de tierra como lo hizo él. Hizo pública su vinculación genética con la etnia romaní en momentos en los que el Gobierno italiano desalojaba a decenas de familias gitanas, a mediados de la década de 2000.
Así es Zlatan, un tipo que no se calla. Para bien o para mal, porque no trata solo de llamar la atención: es el segundo futbolista profesional con más títulos de la historia: 38. Solo lo supera con uno el brasileño Dani Alves. Zlatan estará en el mundial, pero no con Suecia, aunque sí en la imagen de una tarjeta de crédito…