
Diego de Zama, funcionario de segunda de la Corona española en un poblado paraguayo —posiblemente Asunción, aunque el lugar no se nombra—, a fines del siglo XVIII, espera. Guarda la esperanza de que pronto llegue la orden del rey para que sea trasladado a la lejana ciudad donde está su familia. Tiene la confianza que, de forma inminente, llegue carta de su esposa con noticias sobre sus hijos. Se hace a la idea de que el objeto de su atracción —una aristócrata española casada— le corresponda en su flirteo. Nada de eso ocurre. Zama espera.
Hombre sin muchas luces, nervioso, en permanente estado de tensión, inseguro de sí mismo y por siempre humillado, Diego de Zama es retratado por la directora argentina Lucrecia Martel, en el filme Zama, recientemente nombrado por el periódico inglés The Guardian como uno de los diez mejores en lo que va del siglo XXI. Martel es, por decir lo menos, todo lo contrario de Zama. Martel es aguda y estructurada; una mujer ampliamente celebrada por su cine, en el que cada escena y cada plano tiene una razón de ser. Confiada, segura de sí misma, Martel no teme hacer películas donde, en la superficie, “no pasa nada” pero, en el fondo, suceden complejísimos y desgarradores relatos de la experiencia humana. Muchas cosas pasan en su cine.
Martel saltó a la fama con La ciénaga (2001), retrato violento y sensible de una burguesía provinciana venida a menos. El filme recorrió el mundo entero, y puso de vuelta a Argentina como potencia cinematográfica. Era la culminación del “nuevo cine argentino”. Cuando la conocí, en el año 2009, en el mítico Techo del Mundo del hotel Quito, fumaba un gran puro cubano y rechazaba frontalmente —con su acento salteño— su estatus de celebridad cinematográfica o cualquier intento de banalización de su trabajo.
En cuanto a Zama, llega al punto en que la espera se hace imposible. Diego de Zama no puede ya vivir, por mera dignidad humana, en el ambiente sórdido del pueblo. Sale, pues, como voluntario para capturar a un famoso delincuente refugiado en medio del pantano y la espesura. La aventura es, como era de esperarse, un desastre y los justicieros caen derrotados temprano. Milagrosamente, para él quizás hay una oportunidad más de vivir.
Todo esto es filmado con una narración alucinada donde el absurdo se vuelve cotidiano. Su puesta en escena es lejana de la tradicional “película de época”, con colores vivos y relumbrantes que contrastan con la gris vida del protagonista. Y lo mejor: los sonidos, que entremezclan los rumores de los humanos, los gritos de la naturaleza y los idiomas —nativos y extranjeros— que, sumados, cuentan esta historia de un personaje de segunda en una película de primera.
Otra gran película argentina
Escrita y dirigida por Lucrecia Martel, en 2017.
Basada en la novela homónima de Antonio di Benedetto.
Coproducción de Argentina, Brasil y España, con Pedro Almodóvar como uno de sus productores.
