Yacu Sacha: músico y defensor del agua.

Por Pablo Cuvi.

Fotografía: Juan Reyes y archivo Yacu Sacha.

Edición 437 – octubre 2018.

“Se fueron un gran número de ilusos y oportunistas tras el encantador de ser­pientes”, dice uno de los grandes perse­guidos del correísmo, Yacu Sacha, quien antes se llamaba Carlos Pérez Guar­tambel y ahora se llama Agua de la Selva porque su vida está ligada al agua desde la dura infancia en una hacien­da azuaya. Al agua y a la música, pues se pagó los estudios de Jurisprudencia tocando el saxofón en las fiestas de las comunidades. El mismo saxofón que perdió cuando fue atacado brutalmente por la policía en la famosa marcha de agosto de 2015, cuando él y su compa­ñera, Manuela Picq, se convirtieron en figuras internacionales. Tres años des­pués, cuando ha pasado mucha agua bajo el puente y es Correa quien tiene orden de captura, Yacu, un tipo alegre y pintón, tildado de etnocentrista por algunos, y de líder indomable por otros, cuenta su vida mientras almorzamos en un restaurante quiteño. Una vida que tiene todos los ingredientes de una bue­na película andina.

 

Entrevista--1

—¿Qué significó la marcha del 13 de agosto?

—Fue la marcha donde se rompió el mito de Correa. Porque en las anteriores, de 2012 y 2014, había indiferencia de la pobla­ción. Salíamos de Zamora y en algunas par­tes hasta nos hacían contramarchas; pero en 2015 la gente se acercaba, nos levantaba su pulgar. En todas las ciudades empezamos a notar un descontento con Correa y un apo­yo a la propuesta del movimiento indígena que era la esperanza para un cambio.

—Para ese rato ya había como 200 líde­res indígenas acusados de terroristas, ¿no?

—Un poco más, porque llegamos en la “década ganada” a ser 850. Yo fui detenido varias veces: en 2009, a una cuadra de la Corte de Justicia de Cuenca hacía una lla­mada y me sorprendieron por detrás los gendarmes del GOE, me llevaron como a un delincuente mayor, con sirenas, tres ca­rros adelante y cinco atrás.

—¿Ya eras dirigente de Ecuarunari?

—Ese tiempo era dirigente provincial de la FOA, y defensor del agua desde dos déca­das atrás. Correa me conocía muy bien, con Correa nos reunimos tres veces antes de ser presidente y cuatro después y él juraba que no iba a permitir minería en las fuentes de agua; después cambió, se pasó a extractivista y era lo peor para él que un indígena defen­sor del medio ambiente, de la Pachamama y de la naturaleza le cuestione. Era el peor atre­vimiento: cuestionar su proyecto.

—En ese rato ya se sentía el rey del mundo…

—Sí, con su halo de popularidad gi­gante, decía que éramos cuatro pelagatos y que yo estaba loco: “búsquenle un loque­ro”, solía decir. Me dedicó una docena de sabatinas, solo para denigrar, decirme que soy chiquiñahui, cara de culo, que no soy indígena sino mestizo, que soy un atrasa pueblos, los peores calificativos.

—¿Que pasó ese día 13?

—El pueblo de Quito nos recibió con los brazos y el corazón abiertos, fue increí­ble, nos recibieron con flores, con panes, con comida. Nos quedamos en El Arbolito y los de En corto nos pidieron que hicié­ramos un poco de música. Manuela fue a traer mi saxofón, que estaba bien guardadi­to en su casa, y en la tarde fue la gran mar­cha, contaban que hubo 250 mil personas.

—Fue muy grande, sí… (se unieron hasta los pelucones).

—Y queríamos ingresar a la plaza Grande pero iba a haber derramamiento de sangre. Entonces nos fuimos por un lado, yo, haciendo música con el saxofón, Ma­nuela tomando fotos. En eso la policía se botó contra los manifestantes, yo no corrí, me empujaron, el saxofón fue a caer a dos metros de distancia, me detuvieron vio­lentamente, ya en el piso se me montaron los policías. Ahí entró Manuela a la escena intentando rescatarme, también a ella le bo­taron y nos separaron.

—¿Te pegaron mucho?

—Toletes, puntapiés, caí desmayado con la paliza que me dieron. Se asustaron y me llevaron en ambulancia al Eugenio Espejo. Me dieron el alta en la tarde, pero solo al tercer día pude hablar con Manue­la porque estaba incomunicada en el hotel Carrión. Entré con mi carnet de abogado para preparar la defensa. Fue un momento súper duro.

Pero más duro fue después, el 3 de di­ciembre, cuando aprobaron las enmiendas constitucionales: Manuela desterrada, mis guaguas en Cuenca, la una de trece años y la otra de seis, no querían mandarme a Quito. Con todos estos antecedentes, estuve a dos cuadras de la manifestación, casi en la re­taguardia, con precaución para que no me detuvieran otra vez, pero había estado en el ojo de la tormenta, vino la policía monta­da por un lado, los robocops por otro lado y las motos por otro lado. Lo que hice fue meterme en el parque a la carrera, vi que venían unos caballos, apreté, pero me cayó como una rayo en la cara y me botó al piso, era un tolete pero de fierro que me partió, estaba lleno de sangre, sangraba y sangraba, y me iba llevando la policía. Nueve puntos después me tomaron.

—¿Estabas solo?

—Había alguna gente, decían: “el com­pañero está mal, déjenlo”. Otra vez caí in­consciente y recuperé la conciencia en la ambulancia, trataba de limpiarme el rostro, no sabía qué había pasado, perdí totalmente el sentido.

—Terrible, pero antes de Correa hubo otras equivocaciones del movimiento in­dígena. El 96 se fueron con Freddy Ehlers. ¿Tú participaste de eso?

—Participé. Yo llegué a ser concejal de Cuenca por Pachakutik, fue una alianza. Freddy Ehlers era el candidato de moda por el programa La Televisión y, como so­mos muy noveleros en Cuenca, ganó largo y entramos tres concejales, la alcaldía ganó el Corcho Cordero con Nuevo País. Freddy Ehlers hablaba de la revolución ética, de la revolución educativa, de la revolución económica, en fin, también nos encantó y cometimos el error de apoyarle. Después cometimos otro error: apoyar al coronel Gu­tiérrez, que era el adalid de la lucha contra la corrupción, seis meses duramos con él.

—¿Por qué se equivocan así?

—Los candidatos se disfrazan tan bien que nos terminan enamorando.

—Eso está bien una vez, “solo una vez se capa al gato”, pero…

—Pero el hombre es el único animal que se tropieza más de dos veces con la misma piedra. También se ha equivocado el Ecuador, aunque eso no es justificación, cuando nuestros padres trajeron a Velasco Ibarra, uniéndose curuchupas y comunis­tas en la Gloriosa. Faltó tener un candidato propio, que venga de las entrañas del movi­miento indígena o de los sectores que han estado históricamente marginados.

Previa a la marcha contra las enmiendas que impuso Correa en 2015.
Previa a la marcha contra las enmiendas que impuso Correa en 2015.

PANTEÍSMO Y JUSTICIA INDÍGENA

—¿Dónde naciste?

—En la comunidad Cachipucara, Esca­leras, parroquia Tarqui, es parte del cantón Cuenca. Mis papás eran peones de hacien­da; mi padre, centenario, falleció hace un año, no tuvo un día de escuela, era auto­didacta; y mi mamá tres años de escuela, era una gran estudiante pero los patrones le obligaron al papá a sacarla, “porque va a empezar a escribir y cartear con los novios (sonríe) y se va a ir de la hacienda”.

—¿Y el apellido Pérez?

—Pérez es un apellido chaladito, que me decía mi papá.

—¿Chaladito?

Chalado significa que se adquirió por el apellido de los patronos, que eran oriun­dos de Oña, de ahí fueron mis ancestros y aquel niño que le llevaban los arrieros, pe­queñito, no alcanzó a llegar a Cuenca, se quedó por Tarqui y allí prendió la semilla de los Pérez. Mi apellido materno es cañari, Guartambel. Yacu es cañari también, des­pués se hizo kichwa; igual podemos hablar de chumal, en kichwa es humita

¿Qué querías ser de grande?

—Quería ser albañil porque tenía un primo que el fin de semana, después de tra­bajar en unas bellísimas casas en Cuenca, traía compradito los alimentos; mi mami le recibía tan contenta y era tan lindo. Mi papá quería que yo fuera cura, bien curuchupas eran, y como no quise, dijeron “hazte pro­fesor”, pero fui a dar el examen de admisión y no alcancé a entrar en el instituto. Gracias a eso ahora soy (burlón) siquiera abogado.

—¿Cómo así decidiste estudiar Dere­cho, que era la carrera de los terratenien­te cuencanos? “Todos son doctores en Cuenca”, decían.

—Entré al colegio más rebelde de Cuenca, el Benigno Malo, como el Mejía en Quito. Ahí me gustó mucho la histo­ria, la literatura, fui alumno del Cuchucho Jara, uno de los mejores profesores que he tenido, de ahí me proyecté. Tal vez por las gigantescas injusticias sociales que vi, me nació esa rebeldía medio natural, porque cuando éramos niños éramos carajeados por el patrón, nos gritaba, le trataba mal a mi mamá, a mi papá, a látigo, era fea la vida en la hacienda.

—¿En el colegio sufriste mucho racis­mo?

—Mucho; en el colegio me blanqueé un rato, me corté el pelo, traté de leer bastante para no decir muchos términos en kichwa, no quería andar tanto con mi mamá por­que es de pollera, decía que no vivía allá en Cachipucara sino al ladito de Cuenca. Ventajosamente descubrí el conservatorio de música, por eso sé tocar el saxofón y el acordeón. Bueno, tengo siete oficios y vein­tiún necesidades: soy chacarero, aprendí a coser ropa, pantalones, aprendí algo de car­pintería. Fui con mi papá ganadero, agricul­tor, leñero.

Y músico, tocaba el saxofón en las mi­sas, a veces con monseñor Luna, y tocaba en los conjuntos musicales con mis tíos, salíamos el viernes a las comunidades y regresábamos el lunes, acabados, yo con los labios partidos pero con cushqui, con el bolsillo lleno y con alimentos. En Tarqui, en Victoria de Portete, en Cumbe, tocábamos canciones religiosas en la misa de las fiestas; curiosamente, después me volví ateo y aho­ra soy panteísta.

—¿Por qué te volviste ateo?

—Porque leí la Biblia y, aunque tiene pasajes lindos como el Cantar de los canta­res y otros más, es mucha ficción y muchas incoherencias, sobre todo las incoherencias de la santa Iglesia, cuyos templos están en­joyados, pero la gente que va allá es la más excluida, la más pobre.

—¿En qué te especializaste luego de graduarte en Jurisprudencia?

—Tengo cuatro posgrados: en Gestión de Cuencas Hidrográficas, en Derecho Am­biental, en Justicia Indígena y en Derecho Penal. Fue duro porque mis papás no tenían dinero, tuve una beca en la universidad, eso me ayudó mucho, más los chiritos de cuando tocaba en los conjuntos de música. Después toqué en tres orquestas de música bailable, salsa, merengue, cumbias y la mejor música del mundo, la nacional, los cachullapis y de­más. Me acuerdo que para grabar tenía una chulla camisa, que lavaba y secaba.

—¿Cómo empata la justica indígena con el derecho formal del Estado ecuato­riano?

—La justicia indígena tiene unos méri­tos enormes: primero, es oral; recién la jus­ticia ordinaria esta copiando eso. También tiene unos principios de celeridad, lo que en la justicia ordinaria un juicio dura de tres a diez años un juicio, allá dura a lo mucho tres días, y es pública, es comunitaria. De yapa es gratuita y es justa. No entra el Alexis Mera en la escena.

—¿No entra porque participa la co­munidad?

—Porque es rápida y las pruebas están ahí, existentes, y quienes hacen justicia no son los doctos, los estudiosos, los técnicos, sino los mayores, que tienen un grandísimo respeto. A diferencia de la cultura colonial, occidental, donde los mayores son inser­vibles y hay que mandarles al asilo, en las comunidades los ancianos son venerados, sus canas son sinónimo de sabiduría, ellos imparten justicia y rara vez se equivocan. La justicia indígena también está tomando partes de la justicia ordinaria, ahora está haciendo actas, escribiendo, creo que las dos se complementan.

—¿Cómo está la situación ahora? Por­que tu matrimonio con Manuela, celebra­do de acuerdo a la tradición indígena, no fue reconocido por la justicia ordinaria.

—Es que la justicia ordinaria está coloni­zada hasta la médula, o sea estamos tan, pero tan colonizados, que, por ejemplo, a mí me enseñaron en la universidad derecho roma­no, y no reniego, es bueno saber que la pres­cripción, que las instituciones jurídicas que duran más de 2 000 años todavía están pre­sentes, pero, ¿por qué no nos enseñan plura­lismo jurídico, no nos enseñan los principios de la justicia indígena que no solamente son los tres: ama quilla, ama shua, ama llulla, no mentir, no robar, no ser ocioso?; hay tam­bién el ama auca, que es no ser desleal.

—¿Se sigue aplicando eso de que la ley es solo para el de poncho?

—Sí, estuve cuatro veces detenido en tiempo de Correa y he saboreado lo que es la maldad, el resentimiento, la vendetta pública. Pero, ventajosamente, no estuve mucho tiempo por el apoyo de la gente. En 2010 me siguieron un juicio por sedición, después sabotaje y terrorismo, y finalmente me sentenciaron a un año por interrupción de servicios públicos.

Horas antes de la detención del 13 de agosto en la marcha en Quito, 2015.
Horas antes de la detención del 13 de agosto en la marcha en Quito, 2015.

LUCHA POR EL AGUA

—¿Cuál era el problema en el Azuay?

—Yo tenía cuatro años y los que acarreá­bamos el agua éramos las mamás y los gua­guas, íbamos a la acequia o al río a kilómetro y medio de distancia, íbamos a las cuatro de la mañana o a veces de noche porque se aca­baba el agua. Una madrugada de esas, ya de regreso, una noche que no era de luna llena, tropecé en algún obstáculo y me caí y salió el cántaro de cerámica disparado por sobre mi espalda y quedé cargado solo la soga, se hizo mil pedazos el cántaro y no sabía cómo regresar, estuve llorando detrás de la casa y una vecina me hizo entrar a conciliar con mi mamá.

En esos días dijeron que iban a hacer un proyecto de agua y que iban a traer el agua del cerro a los domicilios en mangueras; no falté a ni una sola minga de allá, en un año se hizo realidad y era el ser más feliz de la vida porque se acabó la acarreada del agua, era mágico abrir la llave y tener el agua ahí, me bañé dos veces y me harté de tomar agua el día que se inauguró.

—¿Era agua que venía directo de la montaña?

—Agua entubada, después de transitar veinte kilómetros llegó el agua a las comu­nidades, algo que no valoramos hoy, a mis alumnos les preguntaba de dónde viene el agua, decían “del grifo”. Desde ahí valoré lo que representa el agua para todo, para la vida.

—¿Cómo llegaste a concejal de Cuen­ca?

—El Corcho me buscó porque era un dirigente muy jovencito que defendía el agua contra unas empresas que pensaban contaminar en las alturas. Y tampoco que­ría que el agua fuera del Estado sino de las comunidades, que manejen comunitaria­mente el agua y que las tarifas de agua las fije la asamblea y no el burgomaestre. Pero la luna de miel con el Corcho duró solo la campaña, porque él inmediatamente se alió con los Eljuri y con toda la aristocra­cia cuencana. Fui desplazado, pero me salvé de uno de los juicios que me siguieron para destituirme, inventándose que tenía un juicio contra el Municipio de Cuenca, por haber reclamado que el agua sea manejada por las comunidades y no por el municipio.

Ya en la campaña noté algo curioso, sa­limos a una comunidad a entregar propa­ganda, y me subí en la parte de atrás de un Vitara que él tenía, nunca me invitó a pasar adelante junto a él; en el fondo el Corcho también es racista.

—Es Cordero, de las familias pudien­tes de Cuenca.

—Claro, de las de sangre azul, y Cueva además. Y también se alió con los social­cristianos y se irritaron tanto porque yo, desde mucho antes, no usaba terno ni cor­bata, fue parte de mi irreverencia contra el Estado colonial, pero entre ellos comenta­ban que irrespetaba al alcalde y los conceja­les yendo de chompa.

—¿En qué año te casaste?

—Después de ser concejal (sonríe), quise llegar a los treinta años pero me comí el fiambre antes de hora, a los vein­tinueve años, con Verónica Cevallos, cañari-manaba, porque el papá es montu­vio. Muy prendida y defensora del agua, cuando yo estaba en la cárcel, ella lideraba mejor que yo, arrancaba lágrimas a la gen­te porque hablaba con el corazón, era una mujer admirable.

—Tuvieron dos hijas, ¿no?

—La una se llama Ñusta Krúpskaya: Ñusta en kichwa es princesa y Krúpskaya en honor a la mujer de Lenin. Y Asiri Ve­rónica: Asiri que significa alegría en kichwa.

Desde la izq. Nusta y Asiry, hijas de Yacu, su mamá Rosa Inés, Clara, Manuela y Angélica en Tarqui.
Desde la izq. Nusta y Asiry, hijas de Yacu, su mamá Rosa Inés, Clara, Manuela y Angélica en Tarqui.

—¿Cómo así en honor a Lenin, eras marxista algún rato?

—(Ríe). Era marxista, leninista y curu­chupa, después ventajosamente me liberé; son momentos en la vida que uno pasa; he visto que hasta la izquierda es colonial, las dictaduras, sean de izquierda o de derecha, son reprochables bajo todo punto de vista.

—¿Cómo se dio la colaboración con Lucio Gutiérrez?

—Las comunidades no tenían agua po­table, no tenían canales de riego, todo eso le pedíamos a Gutiérrez. Llegó al poder y me ofreció un puesto. “Yo no quiero pues­tos burocráticos, lo que quiero es financia­miento para las comunidades”. Dijo: “Con­centra a la gente”. Concentramos doce mil personas y vino a repartir computadoras. Le dije: “gracias por las computadoras, pero queremos presupuesto para los sistemas comunitarios de agua”. Nunca nos cumplió.

—¿Cómo era Correa al principio?

—Siempre tenía sus ínfulas de autori­tario, ya en la primera reunión empezó a hablar mal de las comunidades que mane­jan las guarderías infantiles. Le dije: “¡Un ratito!”. Era precandidato y le reclamé con toda la fuerza y se puso tensa la reunión. Patiño se me acercó: “Yo te soluciono ese tema, Rafael es temperamental, no le eche­mos más leña al fuego”. Era súper prepo­tente y en eso hemos coincidido muchos amigos que fueron alumnos de él: su pala­bra era ley, la verdad absoluta; ay de aquel que se atreviera a disentir, ¡se convertía en su enemigo!

—¿Por qué tanta gente aceptó eso y se volvió sumisa?

—En esa época de vorágine, de inesta­bilidad, de “falta de gobernabilidad” porque se caían los presidentes, decían “hace falta estabilidad y hace falta un hombre fuerte, alguien tipo Pinochet o Fidel Castro”. Y Correa, no podemos despreciar, más que inteligente era astuto, sabía vender las ideas que quería escuchar el pueblo y siempre buscaba un enemigo para hacerle trizas: la prensa, la dirigencia indígena, la dirigencia sindical… Tuvo a grandes guionistas como Alvarado, pero fue un gran actor, y eso que­ría la gente.

—¿Por qué se dio el primer choque con el movimiento indígena?

—Era el tema del extractivismo mine­ro. En la última reunión en Carondelet nos dijo: “Ustedes quieren imposibles, quieren que pare la minería y me gane semejantes demandas millonarias de las multinacio­nales”.

—¿Era lo de Quimsacocha?

—De Quimsacocha, dos de los cua­tros ríos de Cuenca nacen ahí: el Tarqui y el Yanuncay. Por eso la defensa de Quim­sacocha es de vida o de muerte. Ahí Co­rrea se desenmascaró.

LA PILAS MANUELA

—¿Cómo fue ese encuentro con Ma­nuela Picq?

—Yo estuve acabado con la enferme­dad de mi esposa, que ya duraba más de un año, no encontraba cura y haciendo un esfuerzo gigante la trajimos al hospital Me­tropolitano, en convenio con el IESS. Ahí, Santiago Pavón me llamó: “Una periodista pilas quiere conocer a un indígena pilas que defiende el agua”.

—Un encuentro entre pilas entonces.

—Aparentemente pilas, je. Llegó una mujer tan sencilla; la entrevista era cuarto de hora y nos quedamos más de una hora, hablando ya no solo del agua sino de todos los temas que giran alrededor: pueblos in­dígenas, mujeres… Ella escribía artículos para Al Jazeera, este era sobre el paralelis­mo entre la defensa del agua en India y en el Ecuador.

Tres meses después de ese encuentro, falleció mi esposa Verónica y yo estuve aca­bado. Manuela se fue creo que a India y a su regreso, seis meses después, me fue a vi­sitar en Cuenca. Ella estaba enamorada de los Andes y me shungó en realidad cuando yo estaba en la efervescencia de la defensa del Yasuní con Acción Ecológica, los Ya­sunidos. Andaba con una hernia y gritaba con el megáfono, con la mano izquierda sosteniendo el megáfono y con la derecha sosteniendo la hernia, para que no se salga.

—¿Hernia inguinal?

—La segunda hernia inguinal para el colmo, y ella me dijo: “Te vas a operar aho­ra”. Tenía previsto irme al Yasuní, pero me fui al hospital y, al salir, ella ya tenía que via­jar a Princeton en esas mismas horas; ¡oh sorpresa!, le escucho en mi casa, ella había suspendido el viaje, con el riesgo de perder ese evento de seis meses en la Universidad de Princeton, donde van los Premio Nobel; se quedó a cuidarme una semana, una cosa tan linda que dije: “Creo que encontré la media naranja”.

Con Manuela en la ciudad sagrada de Caral, donde nacieron los quipus.
Con Manuela en la ciudad sagrada de Caral, donde nacieron los quipus.

—¿Y qué aprendiste de la lucha con­tra el correísmo?

—Primero, a perder el miedo; segundo, a pensar que la verdad siempre triunfa por encima de las mentiras y los engaños; por eso creo que hay que romper el silencio. Cuando estaba en la cárcel, en Cuenca, me llovían frutas, cigarrillos, alimentos por so­lidaridad, que compartía con los presos, les decía que hasta para llorar se necesita agua.

—Desde tu punto de vista, ¿qué pasó con la izquierda ecuatoriana en general?

—La izquierda tiene una gran deuda con el pueblo porque se dejó llevar por el oportunismo. Muchos sabían quién era Co­rrea, y si no sabían aprendieron rápido, pero fueron cooptados con puestos burocráticos y mantuvieron un silencio cómplice. Eso es triste porque con el levantamiento de 1990 y del 92 la izquierda debió aprender que nunca más debía participar sin los pueblos indígenas. Y la derecha aprendió que no pueden hacer política sin el movimiento indígena, se sorprendieron de que el león estuviera dormido y que cuando se levan­ta no hay fuerza que lo pueda contener. La izquierda ecuatoriana es muy colonial, muy sectaria… aunque no toda.

—El movimiento indígena siempre fue visto como un movimiento de iz­quierda. ¿Te parece bien?

—Más que un movimiento de izquierda es un movimiento de los de abajo, que bus­can liberarse de los de izquierda y de los de derecha. Curiosamente en Quito, en la de­fensa del Yasuní, más apoyo teníamos de los estudiantes de la San Francisco y la Católica que de la Central.

—Claro, porque en la Central eran chavistas.

—Eran chavistas. Otro colectivo que emerge con fuerza es el colectivo Lgtbi, que nos apoyó muchísimo en todas las marchas, pero curiosamente de la izquierda había poco. Cuando hacíamos las batallas y la resistencia al correísmo hasta el año 2012, los socialistas, el mismo MPD nos acusaban de ser infiltrados de la CIA, por oponernos al líder, al führer criollo que era Correa, ¡increíble! En la descomposición institucional, en parte de esta cloaca co­rreísta, una enorme dosis de corresponsa­bilidad la tiene la izquierda ecuatoriana por haber apoyado sin beneficio de inventario, tan fanáticamente que se volvieron más pa­pistas que el papa.

—Ahora están tratando de lavarse la cara, de crear nuevos movimientos. En ese contexto, ¿por qué justo ahora te cam­biaste de nombre?

—Es parte de la descolonización. Vi alguna vez que la palabra Carlos no signi­ficaba nada, dije voy a identificarme con lo que toda la vida he sido, defensor del agua, yacu, y sacha, de la selva, porque la mayor diversidad y riqueza está en la selva. Pedí permiso a mi mamá y a la Pachamamita y en el Día Internacional de los Pueblos Indí­genas me cambié de nombre y dije: “Dejé­mosle el puesto de Carlos a los santitos y los reyes y yo me volveré mortal”.

—Para colmo asomó alias Carlitos, te cambiaste a tiempo.

—(Ríe). El sexto sentido me ayudó mu­cho. También hay Carlos valiosos, pero les invito a muchos a que ya no lleven ese nom­bre del prontuario.

—Dices que con el cambio de nombre quieres seguir los pasos de José Gabriel Condorcanqui, que se convirtió en Túpac Amaru II. Pero tuvo un final terrible: lo descuartizaron con caballos.

—Pero la sangre derramada de Túpac Amaru, en realidad, se hizo siembra; noso­tros venimos de esas semillas.

—¿Cómo te defines ahora política­mente?

—Soy próximo a una izquierda flexible, abierta, pero no creo tanto ni en el capitalis­mo ni en el socialismo ni en el comunismo, sino en el comunitarismo. Para el mundo colonial hay tres reinos: animal, vegetal y mineral, pero se olvidan de un reino que es poderoso y es transversal, el reino espi­ritual. Es la espiritualidad, esa conexión que tenemos con la Pachamama, con la Alpa­mama, con la Yakumama, con el agua, con la tierra, con los seres que nos vuelven in­vencibles.

—No sé cuán invencibles porque eso va en contra del capitalismo, que es la gran fuerza de la economía mundial. En Brasil están arrasando la selva amazónica y los pueblos originales…

—Apenas hay un millón de indígenas en el Brasil y a esos pueblos les están aniqui­lando, pero Occidente no se da cuenta que está camino al suicidio y que a este ritmo extractivista vamos a morir tostados. Tarde que temprano van a darse cuenta, el capi­talismo no va a ser eterno, nada es eterno en la vida, hay que volver a buscar formas alternativas de convivencia, no somos due­ños de la Tierra, somos parte de ella.

—¿Tus hijas qué están estudiando?

—La una sigue Derecho, le contagié, la otra creo que va a seguir Medicina, aunque está todavía guagüita, ella está buscando el oro, pero el oro en karate, es ya la vice­campeona a nivel nacional. No me dieron el gusto de ser músicas como yo, pero sí son ecologistas y defensoras del agua.

—Cuando no estás en tus luchas, ¿practicas algún deporte?

—Me encanta el vóley y el fútbol. Entre los malos, juego de colocador, y en fútbol, de delantero, aunque me como muchos go­les. Con Manuela nos fascinan los merca­dos y el páramo, el último viaje hicimos tre­ce horas de caminata, bajamos por el Cajas a la parte costanera en un solo día. Me gusta pasear con mis guaguas, reírnos de la vida, disfrutar de la comida simple, pasar con mi mamá, y lo más lindo: recordar la vida sim­ple del campo, a lo Horacio.

—¿Te gusta la lectura?

—Mucho, pero no tengo tiempo. Estoy por terminar un libro que va a llamarse La resistencia, donde trato de poner de pie lo que está en el mundo de cabeza. Y soy un frustrado físico teórico, por eso he leído mu­cho a Einstein, a Hawking, a Carl Sagan y, claro, al primer astrónomo, Eratóstenes.

—Así que te gusta la mecánica cuánti­ca como al licenciado Moreno.

—Más que la mecánica, la física cuánti­ca teórica. Pero la real, no la ilusa.

—¿Cómo ves al presidente?

—Moreno es bien intencionado, creo, una persona con muchas ganas de no hacer daño a nadie. Su pecado, que le va a costar caro, es confiar cosas a los correístas, está se­cuestrado por los correístas. Ofreció hacer un convenio con las Naciones Unidas para combatir la corrupción y recuperar la plata, y hasta ahora ni ha traído a las Naciones Uni­das ni ha recuperado medio dólar.

 

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