Hace unas semanas se publicó ‘Undiscovered’, la edición en inglés de ‘Huaco retrato’, el libro más popular de la escritora peruana Gabriela Wiener; buen pretexto para volver a una de las lecturas imprescindibles de los últimos dos años.

Charles Wiener, el impostor
En ‘Huaco retrato’, la escritora peruana vuelve tras los pasos de Charles Wiener, su tatarabuelo. No lo hace para sacar pecho de que es pariente del europeo que estuvo a punto de confirmar la existencia de Machu Picchu o del explorador que se llevó 4000 mil huacos que se exhibieron en la Exposición Universal de París de 1889.
Regresa a Wiener para poner en tensión los relatos que su familia y la historiografía peruana han construido alrededor de esta figura, para criticar la existencia de museos, como el Du Quai Branly (París), que acogen grandes colecciones de arte de América, Asia y África; y también para poner en evidencia el comportamiento de los exploradores del siglo XIX.
“La leyenda de mi tatarabuelo Wiener es la del discreto profesor de alemán convertido, de la noche a la mañana, en Indiana Jones”. Lo interesante de esta frase que aparece en ‘Huaco retrato’ es que le sirve a Wiener para despojar a su pariente de esa imagen hollywoodense y ese aire heroico con el que aún se ve a los viajeros europeos de cualquier época.
Wiener muestra que sí son posibles nuevas lecturas de la historia latinoamericana, sobre todo, si se hurga en la vida privada de estos aventureros y exploradores. ¿Qué pasaría si se comienza a contar la Historia desde el mundo de los afectos? La autora cuestiona sobre el hijo que su tatarabuelo abandonó en Perú, sobre el niño que se llevó a Europa y del que nunca se supo nada y, claro, sobre su trabajo como huaquero.
¿Quién es el huaquero?
Si seguimos la línea del oficialismo, o sea el de la Real Academia de la Lengua, huaquear significa buscar tesoros ocultos en guacas y realizar la excavación para extraerlos. Pero si apostamos por el relato de Wiener, huaquear también puede ser entendido como abrir, penetrar, extraer, robar, fugarse, olvidar. Así, huaquear se convierte en metáfora de la vida.
Una metáfora que a Wiener le sirve para hablar de la relación con su padre, mostrar sus luces pero, sobre todo, sus sombras. Se cuestiona sobre las motivaciones que lo llevaron a tener dos familias y cómo esa realidad terminó afectando a su forma de relacionarse con los otros en la intimidad. Un ejercicio en el que mete la vida en la literatura y viceversa.
La presencia, de su padre, en este libro, también la ayuda a reflexionar sobre el duelo, el huaquerismo físico y simbólico perpetrado por Charles Wiener y para analizar el libro que él escribió. Cuando comienza con esa lectura, pospuesta por años, descubre el pensamiento colonialista de su antepasado, ideas que aún siguen vigentes de distintas formas.
¿Cómo poner fin a esas ideas coloniales que para Wiener se meten, incluso, en la intimidad de la pareja? O, en su caso, en la de la relación poliamorosa que mantenía. En un pasaje del libro confiesa que se puede tener toda la teoría en la cabeza pero incorporarla al cuerpo es un proceso complicado, más si se trata de un cuerpo huaqueado.
El cuerpo marrón
En una nota publicada por The New York Times, la periodista María Sánchez cuenta que cuando era niña, Wiener se aterraba cada vez que había visita a algún museo de Lima. Sus compañeros siempre la comparaban con los huacos retratos, piezas de cerámica prehispánica en el que se representaba el rostro de hombres y mujeres indígenas.
Los mismos huaco retratos que, 100 años antes, Charles Wiener había llevado a Europa y con los que ella se encontró en su visita al Museo Du Quai Branly. A diferencia de lo que le pasaba de niña, el terror ya no está en las burlas de sus compañeros sino en el poder y sus instituciones, que siguen usando la raza como excusa para perpetuar el colonialismo.
Cuando llegó a España, hace ya 20 años, Wiener descubrió que no era solo la chola, como dicen en Perú a las personas de rasgos indígenas, sino también la marrón, palabra que usan los europeos para referirse a los cuerpos latinoamericanos. Un cuerpo marrón que como cualquier otro que también está lleno de cicatrices, miedos y deseos.
Seguramente uno parecido al que tuvo su tatarabuela, la madre del primer Wiener que nació en Perú. Una mujer, como otras de su época, con cuerpos huaqueados por el Indiana Jones de turno. Y sí, en esos cuerpos huaqueados habita la nueva Historia, esa que en Perú, Ecuador, Colombia o Chile se está contando desde la literatura.