Es septiembre y eso quiere decir volver a clases. Una vez más, despertarse temprano, salir corriendo, recibir de forma metódica una hora de esto y una hora de lo otro, más los recreos y el transporte. ¿Y, mientras tanto, qué era lo que hacían? ¿Qué cosa fue el “verano”? ¿No será que la enseñanza formal interrumpió un proceso de aprendizaje que estaba desarrollándose durante los meses de vacaciones? Los abajocomunes, de Stefano Harney y Fred Moten, sostiene que la hora de clases empieza antes de que la profesora entre al aula. No con el proverbial: “Buenas tardes, chicos, abran sus libros en la página tal”, sino en las conversaciones del pasillo previas al inicio formal de la hora, en problemáticas interdisciplinarias que se estaban gestando de manera espontánea en la transición entre aulas.
Es septiembre y se debate sobre la vigencia de la educación universitaria. La universidad no debe ser para todos y no todo bachiller debe iniciar sus estudios de manera inmediata, tras graduarse. Más aún, la educación universitaria no se reduce a lo que sucede de inicio a fin del cumplimiento de una malla académica que busca la profesionalización de un individuo. Ocurre, como he dicho, antes de que empiece la clase, en los pasillos, en las cafeterías, en los clubes extracurriculares, en aulas abiertas, en salidas de integración y grupos de estudio. En la vida del campus. Las humanidades propician y enriquecen esos espacios. Desde las humanidades se ofrece una formación abierta, reflexiva, lenta, profunda.
Es septiembre y se debate sobre los vacíos académicos con los que llegan los alumnos a la universidad, y la frustración de pronto tener que graduar a estudiantes así no sean tan buenos; peor aún, muchos no conseguirán empleo. Para mí, estos argumentos, si bien reflejan realidades preocupantes, son mecanismos de evasión colectiva. Para quienes enseñamos, enfocarse en la responsabilidad de otros, el colegio o la empresa, en este caso, es una receta para quedarse en la comodidad de no tener que hacer nada al respecto.
Es septiembre, una oportunidad más para ir afinando mi propio modo de enseñar que incluye charlas magistrales, silencios incómodos, lectura y escritura, caminatas, laboratorios, vinculación con la comunidad, creatividad, trabajo en grupo, rúbricas. La enseñanza es parte liderazgo, parte stand-up, parte tecnocracia, y, por debajo, la transmisión de conocimientos específicos. A muchos les cuesta entender esto porque no están dispuestos a tomar en cuenta la cháchara que ya existía cuando entraron al salón. O salirse un segundo de su presentación en PowerPoint. Del sílabo. Improvisar. Preguntarse qué quieren aprender; ya lo dijo Richard Bach: “Enseñas mejor lo que más necesitas aprender”.
Es septiembre y en el transcurso de este semestre pediré a los estudiantes que guarden sus celulares y computadoras. Más importante que enseñarles sobre los griegos o sobre Camilo Egas, les diré, me interesa que aprendan a tomar buenas decisiones. Por ejemplo: estar totalmente presentes ahora mismo, por cinco, diez, quince minutos. Esto ya es la vida real, no un simulacro, no preparación para el empleo futuro. Esta clase de arte, de lenguaje, de historia ya es el objetivo; es una reunión de trabajo, es la formación de un hábito, es descubrimiento. Más vale aprovecharla. ¿Qué quieren hacer?