Viviana Rodríguez López, una voz que abre caminos

Por Elisa Sicouret Lynch.

Fotografías: cortesía.

Edición 467 – abril 2021.

Durante años esta soprano se ha dedicado a una tarea que para muchos podría ser casi imposible: difundir la ópera en un país como el Ecuador, sin tradición en este género. Venciendo todo pronóstico, su gestión cultural ha sembrado la semilla de este arte en Guayaquil, en tal medida que ahora sus funciones incluso agotan todos los boletos.

Bajada

Su mamá es Rosa López de Rodríguez, quien fue integrante del grupo Los Carde­nales. Su hermano es Álex Rodríguez, violi­nista de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil y cantante lírico. Y su esposo es Carlos Her­nández, guitarrista de jazz. Se puede decir que Viviana Rodríguez nació con la música, la respira, la vive, y estaba destinada a que su mundo familiar y profesional giraran en torno a ella. Pero, en especial, en torno a un género como la ópera, que en el Ecuador es casi inexistente. Enfrentó entonces el dilema de dedicarse a una actividad que no tenía un nicho amplio. La solución no fue cambiar de oficio sino cambiar la realidad, asumiendo que para salir adelante debía embarcarse en la titánica tarea de aumentar el número de espectadores ávidos por consumir este arte.

Viviana estudió canto lírico y guitarra clásica durante diez años en el desapare­cido conservatorio Rimsky-Kórsakov de Guayaquil. Ha sido solista de las sinfónicas Nacional de Guayaquil, Loja y Cuenca en repetidas ocasiones; ha asistido a clases ma­gistrales con Alessandra Althoff-Pugliese y con el director escénico Stefano Vizioli, en Padua, Italia (2011), además con la sopra­no española Isabel Rey (2020); e incluso en los inicios de su carrera fue aceptada para audicionar en el mítico teatro La Scala de Milán, Italia, pero “fue muy difícil, ya que el nivel europeo es alto, yo era jovencita y no estaba bien preparada”. Pese a una hoja de vida excepcional, localmente las oportuni­dades eran casi nulas, tomando en cuenta que en la ciudad no se había montado una ópera completa, con escenografía, vestua­rio y acompañamiento de orquesta, desde hace décadas.

Así que tomó cartas en el asunto y en 2016 creó junto con su esposo la compañía Napoli, con la idea de promover la ópera y producir espectáculos líricos en Guayaquil, con el apoyo de la empresa privada. “Nació, por una parte, ante la demanda de aman­tes del bel canto. Este proyecto se consolidó ante la oferta de jóvenes exponentes locales de este género artístico que buscan fomen­tar nuevas generaciones de artistas y aficio­nados”, dice Viviana, de 37 años, quien se impuso como meta presentar una obra al año con un gran plus: incluir subtítulos en español con un teleprónter, de manera que el público pudiera entender y compenetrar­se mejor con la historia.

Su primera puesta en escena fue Don Pasquale de Gaetano Donizetti, que tuvo tres funciones en la sala experimental del teatro Centro de Arte en una versión de cámara, pero completa. “Fue de gran sa­tisfacción para nosotros escuchar las risas y carcajadas del público al ver esta ópera bufa. Gracias a los subtítulos que proyecta­mos, por primera vez entendían de lo que trataba una ópera”, recuerda. En 2017 pre­sentaron La traviata de Giuseppe Verdi, de igual manera con tres funciones y con gen­te que incluso se quedó sin poder ingresar ya que los boletos se agotaron. En 2018 fue el turno de El elixir de amor, y en 2019, de Lucia di Lammermoor, ambas de Donizetti. La covid-19 frustró el estreno previsto para 2020, nada menos que el Rigoletto de Verdi, que quedó pospuesto para 2021.

—¿Cuál es el mayor aporte cultural de Napoli? ¿Por qué es necesario que una insti­tución así exista en nuestro medio?

—La música es parte de la educación en otros países. Qué pena que tenga que decir “en otros países”, pero es la verdad. Simple­mente, he tratado de educar a nuestro pú­blico con el lenguaje más hermoso que exis­te, que es la música, y en este caso la ópera, que es el género más completo.

—Hacer gestión cultural en el Ecuador no es fácil. ¿Te sientes a veces como una espe­cie de Quijote combatiendo contra molinos de viento? ¿Cómo has derrumbado trabas y barreras?

—Al inicio me equivoqué bastante, pero no se aprende si no se cometen errores. Empecé en esto sin saber nada de gestión, aprendí en el camino y mi esposo me ayudó mucho. Sin él no lo hubiera logrado. Aparte de cantar, me encargo de conseguir direc­tores; elegir vestuarios, su paleta de colores, transportarlos y guardarlos; enseñar las partes musicales al coro y dirigirlo; hacer el cronograma de ensayos; facturar auspicios, depósitos, pagos a los artistas; contratar ma­quilladores… Cada año es una aventura para mí, pero con el tiempo he aprendido mucho en cuanto a la organización; de hecho, me gusta, y cada vez, por la experiencia, se hace más fácil montar una ópera completa. Todo lo hago con un año de anticipación.

—¿De qué manera afectó la pandemia al medio artístico en general y a Napoli en par­ticular, que dependen 100 % de una taquilla para sobrevivir y que tuvieron que sortear las limitaciones del distanciamiento social y la cuarentena?

—En 2020 no pudimos presentar una ópera, pero cuando terminó el confina­miento inicial, más o menos por agosto, re­tomé el programa Amigos de la Ópera, que realizo una vez al mes tomando las precau­ciones necesarias. En ese programa invito a un cantante solista y dirijo el coro de la empresa Agripac.

Ópera, siempre ópera

El canto lírico ha sido una constante en su vida desde que era niña y, aunque en el Ecuador no tiene la preponderancia que se le da en otros países, Viviana asegura que no lo cambiaría por nada. Su entrenamiento es constante y, por eso, se prepara con un maes­tro húngaro, con el fin de poder actuar en el extranjero a partir de 2021.

—¿Cómo fue tu primer acercamiento a la ópera?

—Cuándo era niña me atrajeron las pe­lículas Blancanieves y La Bella Durmiente, que cantaban de manera operística y yo las imitaba. A partir de los dieciséis años em­pecé a estudiar ópera seriamente.

—¿Fue una coincidencia que tanto tu hermano Álex como tú se inclinaran por el canto lírico?

—En realidad, desde muy tempra­na edad nos apasionó cantar. Yo tocaba la guitarra y cantaba desde los cinco años las canciones que mi mamá me enseñaba, y mi hermano a los nueve inició sus estudios de violín en el conservatorio. Con él he com­partido varias óperas y muchos recitales líricos. Él siempre me ha alentado a per­feccionar el canto durante toda mi carrera artística, pues hay momentos en que la voz no siempre sale de la misma manera por el estado físico.

—¿En algún momento pensaste en no seguir tu vocación en un arte que, por ser muy específico o de nicho, no ofrece tantas oportunidades, y consideraste alguna profe­sión tradicional?

—Ser músico es una de las profesiones más antiguas y sofisticadas del mundo. En otros países es un honor y privilegio, y las personas que se dedican a otra profesión admiran y valoran a los artistas, ya sean cantante de ópera, bailarín de ballet, instru­mentista, pintor, etc. En Estados Unidos, en todos los países del continente europeo e in­cluso en algunos de Latinoamérica, hay mu­chas oportunidades, menos en el Ecuador. Como usted sabe, aquí la ideología es muy diferente, y la ignorancia grande en cuanto al arte. No existen compañías de ópera que se desarrollen en los mismos teatros y sean apoyadas por el gobierno de una manera constante (para la ópera específicamente). Por eso, como soprano decidí abrir mi pro­pia compañía de ópera en 2016. Coincidió también con la llegada del maestro Dante Anzolini (director de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil) pues, gracias a él, la orques­ta también pudo hacer ópera después de muchas décadas. A pesar de los obstáculos, nunca dejaría mi profesión ya que la mejor manera de predecir el futuro es crearlo una misma y así lo he venido haciendo.

—¿Qué se siente al cantar un aria a todo pulmón? Es estremecedor escucharlo como parte del público, así que debe ser una expe­riencia única para el intérprete.

—Cantar es placentero, es una sensa­ción que tal vez sea muy difícil de explicar. Existe una conexión psicológica y fisiológi­ca que, al unirla al ritmo, se vuelve placente­ra. Obviamente todas estas sensaciones son parte de la técnica y cuando logras domi­narlas, al mismo tiempo, te sientes libre y dueña del mundo.

—¿Cómo ha sido tu régimen de ensayos para mantener tu voz?

—El canto debe ser constante. Es como hacer aeróbicos, ya que cantas con todo el cuerpo. Si dejas de cantar dos semanas se van las sensaciones, pero asimismo es bue­no descansar físicamente, aunque no men­talmente. Hay vocalizaciones que un can­tante de ópera debe hacer antes de cantar: escalas, arpegios, intervalos de segunda, tercera, cuarta, etc.

—¿Te frustra cuando no puedes llegar a una nota muy alta o a una tesitura requerida para cierto rol?

—No he tenido frustraciones en llegar a notas altas. Lo que me frustra es cuando no consigo la sensación correcta al cantar y es un poco desesperante ya que lograr que la mente trabaje con el cuerpo de una manera armónica es algo difícil. La nota más alta a la que he llegado es un sol so­breagudo, pero no está escrita en ninguna obra.

—¿Cuál ha sido el papel de tu vida, que te representó un reto y que más te gustaría interpretar?

—Me gusta mucho el rol de Norina de la ópera Don Pasquale. Es muy divertida, pícara y exigente desde el punto de vista interpretativo. También me gusta mucho el rol de Rosina de El barbero de Sevilla. Es­pero algún día interpretarla internacional­mente ya que existen muchas variaciones que me gustaría cantar.

Un arte eterno

Viviana Rodríguez no coincide con los que piensan que el canto lírico quedó en el pasado y comparte sus claves para que las nuevas generaciones aprendan a amarlo.

—Muchos opinan que la ópera es un arte pasado de moda. ¿Por qué crees que sigue te­niendo vigencia y fieles seguidores?

—La ópera es un arte casi muerto solo aquí en el Ecuador. En Europa y Estados Unidos, las entradas para ingresar a una ópera se venden como pan caliente. Mi hermano Álex cantó el rol principal de la ópera Don Giovanni hace dos años en Hungría y tres meses antes del estreno se habían acabado los boletos para un tea­tro de tres mil personas. No nos vayamos tan lejos. En Argentina todos los días hay funciones de ópera y la sala se llena. Hay que tomar en cuenta que en esos países la ópera es parte de su cultura, por lo tan­to, asisten a los teatros como acá vamos al cine. No me preocupa que a la mayo­ría del público en el Ecuador no le guste este género, pues no es nuestra cultura. Sin embargo, me he preocupado por hacer si­quiera una obra al año para que nuestro público aprenda y conozca que la ópera es muy divertida ya que trata sobre situacio­nes que ocurren en la vida cotidiana, como el amor, la picardía, el engaño, el sueño de estar con el ser amado; por lo tanto, no es desactualizada, porque jamás dejaremos de vivir esas situaciones. La opinión de que la ópera es desactualizada se da más bien por ignorancia.

—¿Cómo se podría acercar el canto lí­rico a un público más joven e interesado en ritmos urbanos o electrónicos?

—Haciendo montajes más modernos. De hecho, en Alemania los montajes son modernos al igual que en el Metropolitan Opera (MET) de Nueva York. La primera ópera que hicimos en Guayaquil, en 2016, fue en ese estilo y, además, tuvimos los sub­títulos en español.

—¿Eso de que “la música puede cambiar al mundo” es solo un cliché o crees que es cierto?

—¡Claro que es cierto! ¿Qué sería del mundo sin la música? Pero me refiero a la buena música, no al reguetón (risas). La música es el lenguaje universal. Con ella puedes expresar amor, melancolía, nostal­gia, alegría, furor. Asimismo, la música cau­sa reacciones en el ser humano porque pe­netra hasta lo más profundo de nuestra mente y nuestro corazón. Gracias a la músi­ca el ser humano puede recordar palabras, frases, situaciones, aromas, lugares, perso­nas, amores…

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