Vivian Suter: una “Robinson” del arte contemporáneo

Por Milagros Aguirre A.

¿Quién es esta mujer medio selvática que expone en el aristocrático Reina Sofía, no lejos del “Guernica” de Picasso? Veamos.

Vivian Suter en su casa en Guatemala.
Vivian Suter en su casa en Guatemala. Foto: Flavio Karrer.

Hace más de treinta años dejó su casa suiza y se fue a la selva tropical de Panajachel, en Guatemala, para vivir en una antigua plantación de café. Su estudio es una cabaña de madera y en el amplio patio se hallan sus telas y pinturas, sea colgadas de los árboles o estiradas en el suelo. El barro y los insectos, las gotas de agua y el polvo, los frutos que han caído de los árboles, forman parte de sus obras. ¿Quién es?

Es Vivian Suter, una artista argentina-suiza que vive en una parcela con olor a mango y café, rodeada de abundante vegetación, en una colina cercana al lago Atitlán. Y que hasta el año pasado cuidaba allí, amorosamente, de su anciana madre, también artista, Elizabeth Wild, quien murió a los 98 años. Con ella compartía el hogar y los escenarios del arte y la naturaleza, como se puede ver en Vivian’s Garden, película de Rosalind Nashashibi que recoge la vida cotidiana de las artistas y se halla en streaming.

Instalación en The Power Plant, Toronto, Canadá, 2018. Foto: Toni Hafkenscheid.

Allí vemos que vive en un bello jardín ruidoso, con sus perros, con una higuera estranguladora, con flores de colores y el canto de los insectos en las noches. El entorno en el que se desarrolla su trabajo es potente. Y su obra también lo es. Ya lo dijimos: sus lienzos son intervenidos constantemente por la lluvia o el sol, por las ramitas, las hojas y las huellas dejadas por sus perros, por los estragos de los huracanes y las inundaciones, en fin, por la naturaleza. Vivian pinta con la naturaleza. Y con los colores de la tierra de Guatemala. Sus obras no tienen marco ni bastidores. Sus telas son así, como las hojas de los árboles que se mecen con el viento.

Tintin, uno de sus perros, se ha sentado sobre uno de sus lienzos y Vivian Suter lo ha dejado así, con la huella de su presencia y ha titulado al lienzo “Tintin sofa”. Es que su obra documenta el momento de alguien enamorada del lugar en el que vive, del paisaje que puede ver desde la colina y que recoge de manera abstracta, con colores y manchas y gotas de lluvia que forman ríos de colores en los lienzos.

Su voz suave es también como el viento. Pero su personalidad es más fuerte: su vida, aislada de la grandes ciudades, de las galerías y la crítica, ha significado también renuncias. Llegar de Suiza en plenos años de agitación social en Centroamérica no fue fácil. Tenía 33 años y, en Guatemala, el conflicto había llegado a la cúspide: dictadura, masacres indígenas, persecuciones… pero ella se instaló ahí, en un lugar que hoy es destino de turistas y hippies, pero alejada del pueblo.

Tampoco sería fácil el clima caribeño. A Vivian le tocó ver cómo el huracán Stan dejaba uno de sus lugares de trabajo en escombros. Trató de salvar algunos cuadros, rescatarlos del agualodo, pero se dio cuenta de que era imposible luchar contra la naturaleza, así que dejó que ella interviniera en su obra.

Vivian es una especie de “Robinson” del arte y la ecología. Estuvo casi treinta años olvidada, hasta que un curador dio con ella en las profundidades de la selva de Guatemala. Dio con un arte que trata del viento, de las sombras, de la lluvia. Con una obra que se integra a la naturaleza, que es parte de ella.

Vivian Suter y Elisabeth Wild en The Power Plant, Toronto, Canadá, 2018. Foto: Toni Hafkenscheid.

Un laberinto de tela

Sus primeras obras, allá por los años setenta, incluían collages, fotografías, una obra abstracta y más bien geométrica. Hizo retratos de personas. Más tarde fotografío naturaleza y la dibujó, poniendo en contraste los trazos con las imágenes reales. También fotografió cuernos de ciervos en una serie algo surrealista. En el 79, su obra, en blanco y negro, estuvo compuesta de puntos, bolas, rayas, figuras geométricas. Y en los ochenta, esas figuras mutaron, se complejizaron, entró en ellas el color. Vivian Suter pasó en esos años entre Basilea, Roma, África…

Vivian Suter empieza a pintar desde niña. Pinta con su madre. De ella aprende la sustancia del color. Su padre no quería que ella se convirtiera en artista, quería que buscara otra profesión, que probara otras cosas. Su padre era textilero en Argentina y aceptó a regañadientes que el arte fuera su vida. Su madre compartía la pasión por el arte. De hecho, las dos compartieron varias exposiciones, incluida la Documenta.

En 2010 una tormenta, de las que amenazan y golpean a Guatemala con frecuencia, causó enormes estragos en Panajachel. Sus estudios y sus pinturas se vieron afectadas. Creyó perderlo todo pero, al contrario, de la desgracia emergió una nueva obra, hecha con la misma naturaleza que inspiró sus telas. Así fue como el huracán Agatha colaboró con la nueva etapa. Los colores adquirieron otra vida. Vivian Suter encontró que sus obras cobraban vida propia, se volvían objetos que dialogaban entre ellos, de la misma manera que la naturaleza habla, siente y se comunica en el bosque.

Sin título, sin fecha. Foto: Margo Porres.

Porque sus telas yacen en el suelo o colgadas como quien cuelga la ropa a secar, y se vuelven un imán para los habitantes de la floresta, para las hojas secas o los insectos que comienzan a habitarlas. Algunas veces ha dejado su obra a la intemperie durante semanas, para que la naturaleza intervenga. Esa intervención es la que le da potencia a su propuesta artística.

En la exposición en el Centro de Arte Camdem, por ejemplo, el montaje era la metáfora, un bosque en sí mismo, con las telas colgadas que formaban un laberinto por donde el espectador debía pasar. Perderse en el laberinto de telas era perderse en la jungla que la artista llevaba a la ciudad. Obra que se nutre del lago, los volcanes y también de referencias a los mayas, sello de identidad de la tierra donde escogió vivir.

Regreso a la gloria

Vivian Suter ocupa un importante lugar en el arte contemporáneo. Disfrutó de un éxito precoz desde que realizó su primera exposición, a los veintidós años, en la galería Stampa de Basilea. Pero su regreso, lo ha dicho en varias entrevistas, ha sido extraño. Le pone un poco nerviosa tanto movimiento y se ha sentido intimidada. Sin duda, es tímida. Se la puede ver en las entrevistas que aparecen en YouTube: una mujer sencilla, que habla con voz pausada y serena.

Cuando le preguntan qué piensa al descubrir que un arte tan ecológico está de repente tan de moda, ella sonríe. Antes, todo el mundo le preguntaba: ¿qué quieres decir con que estás pintando la naturaleza? Todo eso estaba muy pasado de moda. Ahora que la naturaleza ha sido tan pisoteada e irrespetada, parece que vuelve a ponerse en vigencia eso de ser artista pronaturaleza y hacer obra eco friendly.

Muchos artistas retratan la desolación y la injerencia del extractivismo en el paisaje. Pero lo de Vivian Suter es mucho más profundo. El paisaje, lo ha dicho, es como un ser humano: “Las plantas, los árboles alrededor, los volcanes, todos también están vivos. Tienen una presencia magnética increíble”.

Vista de instalación en Documenta 14, Kassel, 2017.

Entre sus exposiciones se destacan las que realizó en el Kunstmuseum de Olten (2004), Kunsthalle de Basilea (2014), Bienal de São Paulo (2014), Documenta 14 en Atenas (2017), Bienal de Taipei (2018), The Power Plant de Toronto (2018), The Art Institute de Chicago (2019) o el ICA de Boston (2019).
Desde el próximo mes se podrá ver una exposición suya en el Museo Reina Sofía, muestra que permanecerá abierta hasta enero de 2022. La nota de prensa del Reina Sofía dice que “si bien cada lienzo mantiene su propia autonomía como obra de arte, también permanece en estrecha conexión con el resto de piezas, en una suerte de ecosistema evocador de experiencias climáticas, sensoriales y emotivas. En este sentido las telas de Suter cuelgan, sin bastidor, en instalaciones que buscan una relación inmediata con el espacio arquitectónico y natural, al tiempo que remiten inevitablemente al entorno en que fueron creadas. Tal es el caso de Nysiros, una serie presentada en la Documenta 14 de Atenas (2017), que actúa como un espejo de la atmósfera y las fuerzas naturales de la pequeña isla griega en que se pintó”.

La obra de Vivian Suter sorprende como sorprende su biografía y la elección de aislarse en la montaña. Su propuesta artística es auténtica, invita a mirar la naturaleza más allá del paisaje o la textura. Sus lienzos vibran con el agua, con el viento, con la tierra. Aunque lejos del mundanal ruido, Vivian no ha podido escapar de la fama: su obra ha sido comentada y aplaudida en las mejores galerías de arte contemporáneo.

Sin título, ca. 1980. Foto: Flavio Karrer.

Fotografías Cortesía Reina Sofía, House of Gaga, Gladstone Gallery, Karma Internacional, Proyectos Ultravioleta.

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