
Hablando con mis sobrinos millennials, he hecho un descubrimiento: creo que soy del género no binario. Me explico: no he cumplido el rol que la sociedad machista espera de una mujer. No me he casado (de acuerdo a las etiquetas sería solterona). Recuerdo que mis amigos (incluso alguno que me gustaba) decían que me veían como “pana” (amiga) y no como “mujer” (es decir, no debo haber sido su objeto de deseo). Y que mis primos se desgañitaban en bromas cada Navidad, insistiéndome que “presente al novio” que seguramente tenía escondido.
No he tenido hijos, tampoco he tolerado la violencia machista, siempre he usado pantalones y rara vez me pongo un vestido; no he sido mantenida ni he dependido de ningún hombre; de hecho, alguna vez alguien creyó que yo era lesbiana (y me etiquetó de tortillera), he tenido muy buenos amigos y amigas homosexuales y eso no ha supuesto ningún conflicto, aunque nunca me he sentido atraída por una mujer.
He sido muy solitaria, incapaz de asumir una relación de pareja, aunque he amado profundamente; he sacado adelante mi casa, he sido mi propia proveedora, he trabajado desde los diecinueve en un oficio que tradicionalmente era de hombres y también he cumplido roles atribuidos, por lo general, a las mujeres como cocinar, arreglar o cuidar de mi madre, sin que eso signifique ningún problema. Donde no creo que coincido ni con los millennials ni con lo políticamente correcto del siglo XXI es en el tema del lenguaje: no puedo escribir todes ni todxs. Lo siento.
Además de la vida soltera y feliz, sin maltratos ni violencia machista, libre e independiente que he tenido, he comprobado cómo las leyes machistas nos complican a las personas solteras (y con gato) como yo. Por ejemplo, la Constitución, que se supone reconoce varios tipos de familias, dice que “la adopción corresponderá solo a parejas de distinto sexo” (Art. 68). Es decir, que una persona soltera no puede adoptar… (parejas, dice) ¡en un país en el que abundan las madres solteras!
Tampoco puede donar sus bienes a sobrinos, ahijados u otros seres queridos, sin que le cueste un ojo de la cara: “Si la donación es entre padres e hijos o viceversa el Municipio no cobra el impuesto a las alcabalas, en todos los demás casos debe primero acreditarse el pago de todos los impuestos que se generan, tanto en el Municipio como en el Consejo Provincial”.
Dejar un bien en herencia tampoco es fácil para las personas solteras, sin hijos y ahora huérfanas, como yo: “El primer orden de sucesión son los hijos; el segundo los padres y el o la cónyuge o conviviente; tercero, los hermanos; cuarto, los sobrinos y el Estado como sobrino favorito”. Que el Estado sea “sobrino favorito” me produce comezón. ¿Dónde quedan los sobrinos nietos, los ahijados, las amistades queridas o las instituciones de caridad?