La violencia

No hablo de la violencia de cuchilladas baratas y tiros perdidos,de cuentas que se saldan entre traficantes de poca monta, sino la que trasciende los pequeños resentimientos y las pequeñas venganzas de la gente pequeña, la violencia cuyos actores son colectivos y se escriben con mayúscula: el Estado, el Cartel, el Ejército, el Frente. Los bogotanos nos habíamos acostumbrado a ella, en parte porque sus imágenes nos llegaban con portentosa regularidad desde los noticieros y los periódicos; ese día, las imágenes del más reciente atentado habían empezado a entrar, en forma de boletín de última hora, por la pantalla del televisor”.

Juan Gabriel Vásquez,
El ruido de las cosas al caer.
La violencia
Ilustración: María José Mesías

En las últimas elecciones seccionales del Ecuador, dos candidatos a alcalde fueron asesinados en plena campaña electoral. Durante el mes de enero de 2023, en Guayaquil, se produjeron 166 asesinatos, con lo cual se incrementó en 66 % la violencia registrada en la ciudad con respecto al año anterior. En noviembre de 2022 murieron once presos más en la cárcel de El Inca, lo que da un total de 416 personas muertos en las cárceles del país, sin que exista un responsable por ellas. Ya somos, desde hace rato, un país en el que la violencia se instaló.

Estas son las estadísticas más visibles del terror cimentado en nuestras calles en los últimos tiempos. Las miles de historias personales de las víctimas de la violencia cotidiana son infinitas y no aparecen en las noticias. Pero eso es poco importante, pues, sin tener que aparecer en titular alguno, nos tienen sumidos en el terror.

El terror

El terror es extraño. Nos anestesia, así como a los bogotanos del relato de Vásquez, quienes daban a la violencia por descontado y se habían acostumbrado a ella obviando el dolor de las víctimas, excepto cuando resultaba que la violencia les salpicaba y se tornaba personal. Circunvalaban la violencia encegueciéndose frente a sus consecuencias.

Así andamos por acá, entre aterrorizados y anestesiados sin entender cómo mismo es que pasamos de aquel cliché de la “isla de paz” a este infierno de descabezados anónimos, escopolaminados, asaltados, vejados, tirados en la vereda después de algún secuestro exprés que nos dejó soñados.

El problema de la violencia, y esto lo saben muy bien nuestros vecinos inmediatos y de la región, es que, como vimos en la reciente campaña electoral, pronto llegan los cantos de sirena del nuevo fascismo que seduce los oídos de los más retardatarios que quieren implantar modelos que están siendo cuestionados por sus violaciones flagrantes de los derechos humanos.

La libertad

Ya no tenemos libertad, esta nos fue arrebatada poco a poco en los últimos años. Así, presos, responderemos de forma distinta desde nuestro metro cuadrado vital. Unos construiremos muros cada vez más altos para protegernos y amurallarnos, haciendo nuestra cárcel ficticiamente más segura. Otros, en cambio, dejaremos de caminar una cuadra a la redonda en nuestro barrio, por el temor de que eso nos termine costando la vida. En todos los casos, ya habremos perdido nuestra autonomía.

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