Vida y aventura de Rolf Blomberg.

Por Fernando Hidalgo Nistri.

Fotografía: archivo Blomberg.

Edición 437 – octubre 2018.

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(Hablar de Rolf Blomberg es hablar de un hombre poco común y lleno de singularidades. Para empezar hay que decir que se trataba de un sueco moreno y no rubio, como podía esperarse. Pero lo que más caracteriza a nuestro personaje es su condición de viajero incansable: un hombre ávido por descubrir y curiosear. Su vida fue en sí misma una gran aventura rica en experiencias y en adquisición de nuevos saberes. El nombre de Blomberg es una metáfora del viaje. Desde joven ya apuntaba maneras y su vida estuvo marcada por el contacto con otras realidades completamente ajenas a las de su Suecia natal. Su primera gran experiencia fue un viaje al círculo polar en calidad de grumete de la armada sueca. Hasta muy mayor su vida transcurrió haciendo incursiones a los lugares más remotos. Entre otros destinos podemos citar sitios tan exóticos como las selvas de Panamá, Kenia, Senegal, Tanzania, Sudáfrica o la Amazonía boliviana y peruana. Era como él se definía a sí mismo: un auténtico trotamundos. No es de extrañarse tampoco su afiliación al famoso Explorers Club de Nueva York, un lugar en donde se daban cita y pronunciaban conferencias los más famosos viajeros de la primera mitad del siglo XX. En realidad Blomberg pertenece a esa saga de exploradores escandinavos que, desde fines del siglo XIX, realizaron auténticas proezas en tierras incógnitas del planeta. Ahí están Amudsen y sus contemporáneos, los seis tripulantes de la Kon-Tiki. Por si fuera poco se comprometió personalmente con causas políticas muy de la época que le tocó vivir: se alistó como voluntario en el ejército finlandés para hacer frente a la invasión de las tropas soviéticas y en los años cuarenta participó en la resistencia europea frente a los japoneses en el sudeste de Asia.

Su encuentro y sus complicidades con el Ecuador empezaron en 1934, esto es cuando Blomberg era un joven de apenas veintidós años. Por estas fechas realizó su primer viaje a las islas Galápagos en donde permaneció ocho meses. Toda una aventura en unos territorios salvajes y carentes de las más mínimas comodidades. Ahí no solo convivió con tortugas, lobos marinos e iguanas, tal como prescribe el protocolo, sino que, además, conoció a esos personajes tan extraños y un poco chiflados como fueron el doctor Ritter, Dora Streich y, desde luego, la baronesa Wagner y su séquito de jóvenes amantes. El primer reportaje consistente de los affaires de esta singular y tormentosa mujer fue hecho por Blomberg. La fascinación que le provocó el personaje lo llevó a seguir su rastro hasta Perú. Las noticias que difundió de las excentricidades de esta comunidad contribuyeron en mucho a darle fama en Europa y Estados Unidos. Este primer capítulo de su vida en el Ecuador lo concluyó con un viaje a lo largo del Amazonas, siguiendo la ruta de Orellana.

Solo dos años después de su prime-ra venida al Ecuador, repitió por segunda vez las Galápagos. Luego viajó a las selvas orientales en donde contactó con los indios shuar. Fruto de esta visita fue su famoso libro Acampando entre los reductores de cabe-zas, un libro que se hizo muy popular y que alcanzó varias ediciones en unos cuantos idiomas. Entre los años 1938 y 1946, empezaron sus aventuras en los bosques tropicales del sudeste de Asia, sobre todo en Java y Borneo, pero también visitó Australia, Filipinas y Singapur. Este viaje largo no fue del todo placentero debido a que tuvo que soportar los rigores y sufrimientos de la invasión japonesa.

Con Luis Andrade, 1949.
Con Luis Andrade, 1949.

En el año de 1947 empezó el tercer ca-pítulo de su vida y aventuras en el Ecuador. Su destino no fue otro que las mismas islas Galápagos. A partir de esta fecha, ya se radicó definitivamente en el país. En este período tuvieron lugar sus grandes expediciones a lo largo y ancho de casi todo el territorio ecuatoriano. Pocos sitios le fueron extraños. Recorrió las selvas orientales y el entonces todavía bosque virgen esmeraldeño. Ahí conoció al legendario y malogrado Volke Anderson, el sueco dueño de la famosa hacienda Timbre y pionero en la producción y exportación de banano. Visitó y compartió con los tsáchilas, un pueblo que hasta esas fechas solo había sido estudiado por los antropólogos Karsten y von Buchawald a principios del siglo XX. Este viaje lo realizó con un grupo de artistas y personas intelectualmente inquietas: Olga Fisch, Oswaldo Guayasamín, Lilian Robinson y Minie Bodenhorst. Su fascinación por los pueblos primitivos de la selva lo llevó a intentar un contacto con los waorani, pero el proyecto fue abortado por los riesgos que representaba. De esta época también data su encuentro con los amantes de las montañas, los andinistas Arturo Eichler, autor de Nieve y selva en Ecuador y Robinson, el famoso Horacio López Uribe. Con ellos logró coronar entre otros el Cotopaxi y los Ilinizas. También hay que añadir sus estadías en Subida Alta, una aldea de la isla Puná, en pleno golfo de Guayaquil. En este singular y aislado lugar de la geografía ecuatoriana, y en donde vivía un amigo sueco, solía pasar largas temporadas escribiendo, meditando y cavilando nuevos proyectos.

Como no podía ser de otra manera, Blomberg acometió un clásico de la época: la exploración de la cordillera de los Llanganatis. Al igual que muchos otros, se dedicó a buscar el famoso tesoro de Atahualpa. Desde hace largo tiempo la zona había sido objeto de la codicia de muchas personas, entre ellas el famoso botánico Richard Spruce. Según la leyenda, que parte de la difusión del llamado Derrotero de Valverde, el tesoro estaría escondido en el fondo de una de las muchas lagunas que salpican la zona. Aunque hay antecedentes, fue sobre todo a partir de la década de 1910 que la leyenda se popularizó y atrajo a una multitud de aventureros y crédulos. Tal fue la fascinación que los Llanganatis le provocaron que llegó a hacer seis expediciones a la misteriosa cordillera.

Lo que más llama la atención del trabajo de Blomberg es que mantuvo una actitud abierta ante la novedad que significaba “el otro” y que logró asimilar lo extraño de una manera bastante objetiva y, sobre todo, desprejuiciada. Tanto los simples viajeros como los exploradores con intenciones científicas solían tener dificultades para asimilar y procesar lo que resultaba fuera de lo común en países extraños o exóticos. Normalmente resulta muy complicado deshacerse de toda esa carga de prejuicios y de etnocentrismos que uno lleva incorporado fruto de la educación recibida en el lugar de origen. Los humanos, después de todo, están programados para juzgar las cosas a partir del punto de vista de aquello que les resulta familiar. Sus visiones sesgadas suponen un problema en el sentido de que impiden ver con objetividad las escenas que ofrecen a los viajeros sus itinerarios por países exóticos y geografías remotas. En este sentido, viajar, estar ahí y ser testigo no es suficiente para dar un testimonio real de las cosas. La objetividad supone una limpieza a fondo de toda esa multitud de conceptos y de a prioris que dificultan enormemente entender lo otro: lo que resulta lejano a uno mismo. Abundan los ejemplos de viajeros que vieron mal y no comprendieron qué mismo era el Ecuador. Sus relatos, que fueron publicados en Europa, ofrecen una visión superficial, simplista y descontextualizada de un país complejo, diverso y lleno de contradicciones. De estas falencias no se libraron ni siquiera los exploradores modernos teóricamente mejor dotados para pensar la diversidad.

En este aspecto, Blomberg fue una excepción entre los viajeros y exploradores que arribaron al Ecuador. Pese a que no fue un antropólogo ni un científico al uso, hay que reconocer que moderó sus etnocentrismos y no puso en práctica esas visiones unidimencionales marcadas por el monoteísmo de la razón occidental. Su testimonio y legado intelectual contienen un plus de valor. Aquí las comparaciones son inevitables. Puestas frente a frente las figuras de Blomberg y de Henry Michaux, el contraste salta a la vista. Mientras el uno se involucró directamente con la realidad que experimentaba día a día y no escatimó esfuerzos por comprender las realidades extrañas que aparecían, Michaux adoptó la postura opuesta. La lectura de su libro, que trata sobre sus experiencias en el Ecuador de los años veinte, transmite lejanía, un intelectualismo insufrible y muy poca capacidad de empatía. Sus contenidos muestran que no entendió absolutamente nada y que se limitó a mirar al país con desdén y desprecio desde las alturas de su inmaculada torre de marfil.

Asimismo, un factor que confirió gran valor a la obra de Blomberg y que hizo de él una verdadera autoridad fue su capacidad de estar ahí, de estar en el sitio preciso en donde ocurrían los acontecimientos. Él no fue propiamente un hombre de salón. Sus viajes y sus largas estancias en los sitios más insospechados y salvajes confirieron una credibilidad enorme tanto a sus textos literarios como a sus documentales. Un análisis prolijo de sus trabajos muestra su obsesión por mostrar las cosas tal cual. Hay que remarcar de su producción intelectual la ausencia de todos esos intermediarios inescrupulosos y temerarios, fuente de errores y equívocos lamentables. Su condición de testigo fue, en definitiva, la que permitió acortar las distancias entre un público ávido de exotismo y esos “otros mundos” en donde lo fantástico y lo asombroso campaban a sus anchas. Pero todo esto hay que complementarlo con la natural inclinación que mostró por curiosearlo todo. Pocas cosas no le llamaban la atención y hasta el detalle más insignificante era objeto de ella. Así llegó a descubrir en las selvas de Colombia una nueva especie de rana gigante, el Buffo blomberi.

Río San Miguel, frontera colombiana, 1952.
Río San Miguel, frontera colombiana, 1952.

Como buen explorador moderno, puso su confianza en los ojos y no en los dudosos saberes “de oídas”. No en vano los prodigios tecnológicos que utilizó en sus viajes, la cámara fotográfica, una Hassel-blad regalada por el dueño de la firma, y la de cine, son dos instrumentos íntimamente vinculados al órgano de la vista que permitían ese deseado bis a bis con la realidad. Blomberg estuvo equipado con dos ojos excepcionalmente educados para ver bien y captar dimensiones de la realidad que normalmente suelen quedar ocultas o soslayadas. Su mirar no fue un mirar rutinario que se limitaba a los meros efectos de la superficie. Fue un auténtico descubridor. Su magnífica colección fotográfica deja ver su capacidad para captar detalles, escenas y actitudes que pasaban desapercibidas para las miradas rutinarias y poco ejercitadas del común de la gente. Su ojo permitió descubrir y visibilizar un Ecuador profundo e insospechado. Su saber ver bien desentonaba con la mirada estéril y con la absoluta falta de curiosidad de los ecuatorianos de la época. Compárese su actitud con la de sus contemporáneos, los clásicos “chullas quiteños”, que durante tres décadas fueron “los inolvidables” de la ciudad. En estos buenos hombres lo más notorio fue la carencia de curiosidad y su incapacidad para el asombro. Se pasaban matando las horas en las plazas públicas, inventando ingeniosos apodos y comentando la actualidad política. Fueron sujetos esencialmente urbanistas y muy faltos de recursos para ver y entender bien el Ecuador. No estaban provistos de ojos educados ni de curiosidad, por lo tanto, acusaban fuertes limitaciones para ver más allá de la mediocre rutina de una ciudad lánguida y conventual.

Fruto de sus numerosos viajes y aventuras son los más de veinte libros que escribió, la mayoría sobre el Ecuador; asimismo, 38 documentales y dos largometrajes sobre temas tan variados como la selva tropical, las tribus indígenas de la Amazonía, Galápagos, la provincia de Imbabura, etc. Tanto sus libros como sus filmes se elaboraron para satisfacer el ansia de exotismo y el deseo de viajar imaginariamente por países lejanos que embargaba a los centroeuropeos y a los nórdicos. Adicionalmente, participó en programas de la radio y televisión suecas relatando sus experiencias en esos otros mundos que eran los trópicos. Gracias a estos soportes mediáticos, el Ecuador logró visibilizase más allá de sus fronteras. Blomberg fue ante todo un gran divulgador de realidades lejanas, el nexo necesario entre uno y otro mundos. Digamos que volvió comprensibles unas geografías exóticas y unas culturas complejas a una clase media que en esa época todavía no se había iniciado en la cultura del viaje a países lejanos. A diferencia de los científicos especializados, cuyos papers se limitaban a circular entre un grupo muy reducido de iniciados, sus trabajos estuvieron al alcance de un público muy amplio y variopinto. Basta ver las numerosas ediciones y la cantidad de idiomas a los que fueron traducidos sus libros. Sería interesante estudiar hasta qué punto su obra sirvió para configurar las imágenes del trópico que desde los años treinta hasta los sesenta circularon por Europa y Estados Unidos.

Con Emma Robinson, Subida Alta, 1948.
Con Emma Robinson, Subida Alta, 1948.

Su vida personal estuvo marcada por tres matrimonios. En 1940 contrajo nupcias con la sueca Karin Kajsa Abdon con quien procreó un hijo: Staffan, el matrimonio apenas duró seis años. En 1948 se volvió a casar con la ecuatoriana Emma Robinson, a quien había conocido en Java, luego de ser rescatado de un campo de concentración japonés, en la Segunda Guerra Mundial. De la unión nacieron Anders y Marcela. Emma falleció prematuramente en Estocolmo en 1952. Finalmente, en 1955 contrajo matrimonio con la pintora guayaquileña Araceli Gilbert, a la que había conocido unos años antes. Rolf Blomberg falleció en Quito el 8 de diciembre de 1996.

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