Fotografía de Daniel López
Diners 435 – Agosto 2018.
La Reserva de Producción de Fauna de Chimborazo custodia cerca de ocho mil ejemplares de este camélido andino que tiene la fibra animal más fina —y más cara— del mercado. A finales de año se celebrará el segundo chaccu del Ecuador, un evento destinado a la esquila de la vicuña.
A lo lejos se distingue rápidamente el color marrón claro rojizo del sedoso abrigo que la cubre como a una dama. Se asemeja a una pequeña brasa que se agita en los fríos páramos del Chimborazo. Grácil, con un esbelto y delicado cuello, de poca musculación, largas y finas patas (aunque fuertes), longilínea y con un peso medio de 44 kilogramos. Así es la vicuña ecuatoriana.
Vicugna vicugna es el nombre científico de esta especie herbívora propia de los páramos de América del Sur. Se trata del más pequeño y menos común de los cuatro grupos de camélidos sudamericanos: alpaca, llama, guanaco y vicuña. Todos ellos forman parte de la fauna típica de los Andes y viven en Argentina, Bolivia, Chile, Perú y Ecuador.
La vicuña —del quechua wik’uña— destaca entre todos porque tiene la fibra animal más fina del mundo, y por tanto, la más cara del mercado. Mientras que en China la comercialización ronda los veinte mil dólares, en Europa una parada completa puede llegar a costar 45 mil. Para hacerse una idea de la delicadeza del producto, basta citar que el grosor de un cabello humano equivale a seis de sus pelos.
Por algo, según consta en datos históricos, los textiles de vicuña se reservaban para la realeza inca. Más tarde, precisamente por la caza indiscriminada para obtener este codiciado y lujoso género, en los años sesenta del siglo XX, estuvo a punto de extinguirse. En el Ecuador, sin embargo, desapareció mucho antes, de forma prematura. Se cree que fueron cazadas y sacrificadas de forma masiva desde el período de la conquista española.
En la actualidad, la mayor parte de la población de vicuñas se concentra en Perú, país que alberga más de la mitad de la población total de ejemplares censados en los países que protegen a esta especie. En 1979 Ecuador, Argentina, Chile, Perú y Bolivia firmaron un convenio internacional para la conservación y manejo de la vicuña.
Fue así como se llegó a un acuerdo para la repoblación de la especie en el Ecuador mediante una donación de ejemplares procedentes de los países vecinos. Llegadas de Perú, Chile y Bolivia, entre 1988 y 1993, se introdujeron un total de 377 vicuñas en la Reserva de Producción de Fauna de Chimborazo (Rpfch), un espacio natural de más de 58 mil hectáreas.
Aunque la vicuña pertenece al Estado ecuatoriano, se ha establecido que los beneficios económicos del aprovechamiento de la fibra se repartirán entre los beneficiarios de las comunidades involucradas en su manejo y conservación y que la custodian en los territorios de la reserva y propiedades particulares dentro del área. En concreto, la acogida de los camélidos ha tenido lugar en una veintena de comunidades campesinas localizadas en las provincias de Chimborazo, Tungurahua y Bolívar.
Con la llegada de las vicuñas “han cambiado las tonalidades del páramo, que antes tenía un solo color”. Ahora “ha recuperado su verdor y ya queda lejos la negrura de las tierras quemadas”, asegura Camilo Sisán, miembro de la Asociación de Servicios de Comercialización de Fibra de Vicuña y Manejo de la Vicuña en el Ecuador. Este hombre de rostro curtido, acostumbrado a lidiar con el ganado que antaño poblaba ese mismo lugar, afirma que “no había plantas antes de que llegara la vicuña”.
Camilo explica que “el cambio del ganado al camélido ha favorecido la regeneración del páramo”, en el que antes se hacían quemas controladas con este propósito. En este sentido, la gran aportación de las vicuñas es que no arrancan los pastos, ya que sus dientes únicamente los mordisquean por la parte superior, y así crecen de nuevo y con rapidez. Como curiosidad: estas “damitas” del Chimborazo tienen un postre favorito: les gusta lamer las sales que se forman en la superficie de las piedras.
Por otro lado, solo pisan con la parte delantera de sus patitas almohadilladas, lo que no produce aplastamiento de las plantas. Por algo los guardaparques dicen que son las “señoritas” de la fauna territorial: tímidas, delicadas y elegantes en sus movimientos. Permanecen silvestres en la naturaleza, y así evitan casos de ansiedad y estrés.
De cara a los próximos años, el reto de las comunidades se puede resumir en una sola palabra: chaccu. Este término quechua define una técnica ancestral prehispánica de captura y esquila de vicuñas, algo que no es tan sencillo, ya que saltan hasta dos metros y cuando corren pueden alcanzar velocidades entre 40 y 50 kilómetros por hora.
La prioridad de que los beneficiarios tengan la capacitación suficiente para llevar a cabo el chaccu se basa en generar una nueva fuente de ingresos para las comunidades, a partir de los resultados económicos de la venta de la fibra de la vicuña en el mercado textil.
Chaccu: Técnica ancestral prehispánica de captura y esquila de vicuñas que se realiza en la región andina.
El primer chaccu del Ecuador se realizó en septiembre de 2017. Para su ejecución se contó con la habilidad de expertos de Perú y Bolivia, que ofrecieron las pautas de formación necesarias para los procesos de captura y esquila. Con una media de un kilo de fibra por cada cuatro vicuñas, se esquilaron 70 animales de los que se obtuvo un total de casi veintisiete kilos de fibra (cinco sacos), que ahora está en fase de conservación hasta que se planifique su tratamiento y venta.
El chaccu se enmarcó en el proyecto Manejo de Recursos Naturales de Chimborazo (Promaren), que el Gobierno Autónomo Descentralizado de Chimborazo ejecutó en coordinación con el Ministerio del Ambiente del Ecuador y la asistencia técnica de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el financiamiento del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF).
Está previsto un segundo chaccu antes de finales de este año. La captura de la vicuña únicamente se puede realizar en los meses secos, es decir, entre agosto y noviembre. También hay que tener en cuenta que a los animales les tienen que crecer de nuevo los vellones que les esquilaron en la ocasión anterior. Los camélidos deben tener un mínimo de dos centímetros y medio de longitud en la lana para que se les pueda esquilar. En ningún caso se esquilan hembras en su primer o último mes de gestación, y por supuesto, tampoco a los bebés.
En promedio, cada vicuña produce alrededor de 180 gramos de fibra cada dos años. La fibra sucia, es decir, sin ningún tipo de tratamiento tras la esquila, tiene un valor de unos 480 dólares el kilo. En cambio, cuando se aplica descerdado y limpieza, puede alcanzar un precio de 800 a 1000 dólares el kilo. El objetivo a corto plazo es producir y exportar. No obstante, lo ideal sería llegar a la fase de industrialización, un negocio que está funcionando a pleno rendimiento en Canadá, Francia y España. Es por eso que la gran oportunidad de aprovechamiento de la fibra está en la comercialización y exportación.
Al margen de la visión de negocio, “la conciencia de la protección y la preservación” de la fauna y del hábitat natural en el que se desenvuelve es lo principal para el director provincial del Ambiente de Chimborazo, Marcelo Patricio Pino. Gracias a la presencia de las vicuñas en los últimos treinta años, “los beneficios ambientales han sido muchos: los cultivos han avanzado cada vez más, ha servido como medidor de la calidad del agua y como barrera para que no avance la frontera agrícola”, recalca.
Desde otro punto de vista, la coordinadora de Gestión Ambiental, Karina Rosana Bautista, señala que los principales logros de la introducción de la vicuña en el Chimborazo se basan en el “equilibrio entre lo social, lo ambiental y lo económico”, y mantiene el compromiso de “trabajar en la realidad de las comunidades”.
El proyecto sigue adelante y las vicuñas ecuatorianas ocupan el lugar que les pertenece. En 2016 se registraron 7 185 vicuñas y hoy en día ya suman cerca de ocho mil ejemplares. Del total, el 55% son hembras, el 17% son machos, y el 27% que resta tiene un sexo indeterminado porque este se desconoce hasta que cumplen un año de edad. Su vida media puede alcanzar los veinte años en el Ecuador, algo más que en los otros países en los que habita, en los que se cifra entre catorce y quince años.
La organización social de las vicuñas tiene tres divisiones: grupos familiares, con un macho y hasta once hembras; tropillas, compuestas de machos jóvenes, y solitarios (ancianos que ya no forman parte del clan y están próximos a morir). Entre el clima gélido y la lluvia del nevado, es posible divisar, a lo lejos, una de estas agrupaciones. Precavidas, ellas permiten un acercamiento cauteloso, sin que se les cause molestia alguna, y por supuesto, sin dejarse tocar. Es grato observarlas en silencio, con el respeto que se merecen.