Por María Gabriela Paz y Miño.
Fotografía: Cortesía.
Edición 438 – noviembre 2018.
Se escucha en la voz de la teleoperadora que ofrece un servicio. En la conversación de dos mujeres, en una calle de Barcelona. En el parque infantil de una pequeña ciudad de la costa catalana. En la respuesta de la farmacéutica, en un pueblo cercano.
El acento venezolano —musical, alegre, entrador— ya está en las calles catalanas, así como en otras urbes y poblaciones de la península ibérica.
La imagen de los miles de hombres, mujeres y niños venezolanos que cruzan las fronteras de su país, con la piel pegada a los huesos y los zapatos desechos, no es la única foto de la diáspora. El éxodo tiene sus propias características en España. Es una migración que sorprende por su crecimiento vertiginoso, pero también por los rostros tan distintos que ha mostrado a lo largo del tiempo.
Primero, fueron los venezolanos millonarios que arribaron desde el año 2000, con grandes fortunas que dinamizaron el mercado inmobiliario español (tal como lo hicieran en Miami) y sembraron las calles de negocios con bandera tricolor. Se trata —según una publicación de diario El País— tanto de opositores al chavismo como de exfuncionarios, estos últimos enriquecidos en el régimen. Dos grupos que, sumados, han invertido en España alrededor de 160 millones de euros.
Y en la actualidad, la otra cara de la moneda: gente que vende sus últimos bienes para comprar un pasaje y se aferra a la tabla de salvación que les lanza un amigo, un hermano, un exvecino… que desembarcó antes. O migrantes solos y desorientados, cuya esperanza es conseguir el esquivo estatus de asilados.
Esta es otra de las facetas del éxodo más grande y doloroso que ha vivido Sudamérica (solo en los últimos dos años han salido 944 880 personas, según la Organización Internacional de Migración).
Un “goteo” que se volvió aguacero
Tal como ocurrió en la década de los noventa, cuando los ecuatorianos llegaron a España, primero por “goteo” y luego masivamente, la presencia venezolana es cada vez más frecuente en las páginas de oferta de empleo, en los negocios de comida, en las listas de ayuda humanitaria, en las noticias.
En Internet se ven anuncios como: “Chico venezolano, 35 años, busca trabajo como camarero o freganchín (lavaplatos)”. O: “Soy venezolana, tengo 50 años, busco trabajo de externa, tengo formación profesional”. Y muchos otros, similares.
Las cifras respaldan estas percepciones. Entre 2016 y 2017, el porcentaje de venezolanos residentes en España aumentó en 44%. Según el Instituto Nacional de Estadística, hasta enero de este año, había 254 852 personas de origen venezolano en este país europeo. El dato “origen venezolano” es importante, pues un alto porcentaje cuenta con nacionalidad española, e ingresa con ese pasaporte (son hijos o nietos de españoles que emigraron a la próspera Venezuela de los años cincuenta). Si se contara solo por nacionalidad, la cifra sería de 95 474 personas.
Las tres olas
Estas son las historias de Pedro, David y Ricardo. Los tres venezolanos. Los tres, residentes en Barcelona. Y los tres, arribados en distintas “olas” migratorias.
A inicios de la década de 2000, se produjo la primera. Tras el triunfo del chavismo, salieron empresarios, profesionales y gente adinerada, que veía en la línea del nuevo Gobierno una perspectiva oscura. En esa ola se subió Pedro Rojas.
Especializado en estrategias de social media marketing, Rojas exhibe un CV impresionante (títulos en Administración, Dirección de Empresas y Contaduría Pública, con especialización en Finanzas y dos posgrados). Además, tiene un manejo solvente del inglés, lo que en España hace una gran diferencia en un CV.
En las redes es conocido como @seniormanager. Es un referente como consultor, autor y profesor de estrategias digitales. “Yo no soy exactamente un migrante, pues entré como español”, aclara este nieto de catalanes, que asesora a sus compatriotas para acceder al mercado laboral.
“Salí cuando ganó Hugo Chávez. Yo trabajaba en temas financieros y vislumbré lo que se venía. Eso, y el hecho de que me secuestraron para robarme, me hicieron tomar la decisión”. (Ver entrevista).
La segunda ola se alzó cuando murió Chávez (2013) y Maduro mostró el rostro más radical de la revolución bolivariana. Se derrumbaban los precios del petróleo, empezaban a cerrarse los medios de comunicación y se degradaban los servicios, a la vez que se agudizaba la inseguridad.
Fue un momento —dice Rojas— en que mucha gente tomó conciencia de la situación. “Constataron que había un apartheid político y que no cabían en Venezuela”. Miles salieron hacia Miami. “Pero ya empezaban a verse en España caras venezolanas, en varios sectores de la economía”.
En esa segunda ola salió David Díaz, uno de los tres socios de La Cachapera, restaurante venezolano ubicado en el Eixample de Barcelona, en el que se sirven las “cachapas”: un tipo de arepas de maíz dulce en forma de wafle.
En 2003, cuando él tenía veintidós años, se vio en la calle. Formaba parte del ejército de trabajadores despedidos de Petróleos Venezolanos, acusados por Chávez de “petroterroristas”, por protagonizar un paro. “Yo no me sumé, pero igual me echaron”, dice este venezolano, oriundo de Barquisimeto y con estudios (dos especializaciones incluidas) en Gestión Ambiental. “Decidí probar suerte con un negocio de comida, como algo temporal. Al poco tiempo conseguí una beca para una maestría de Gestión Ambiental en Barcelona”, refiere orgulloso. De ese pasado, habla en su local, que esa noche de martes, tiene casi todas las mesas ocupadas.
Beneficiado con la regularización masiva del socialista José Luis Zapatero y con un flamante empleo en España, Díaz tenía planes de volver a su país. El asesinato de su pareja en Venezuela, dieciocho días antes de viajar para reunirse con él, lo hizo desistir. Su decisión fue el inicio de una exitosa carrera que lo llevó a ocupar cargos directivos en Barcelona, pero que dejó, hace tres meses, para dedicarse a su restaurante. “Hicimos un estudio y vimos que iba a funcionar”. Aún no gana lo mismo que como ejecutivo, pero tiene metas claras: “ser el restaurante venezolano de referencia en España”. Por ahora, da trabajo a dos compatriotas suyos y hasta a dieciséis personas, cuando participa en ferias. Ha logrado traer a su hermana (otra exejecutiva que trabaja en la cocina de la Cachapera) y a su madre, que llegó con desnutrición.
Ricardo no se rinde
En la tercera ola de la migración venezolana, llegó Ricardo Hernández. Este caraqueño, de 48 años, pisó el aeropuerto del Prat de Barcelona hace menos de un año, con 500 euros y visa de turista.
“Yo ya había vivido como migrante en Boston, durante diez años, con mi esposa. Vendía hot dogs en un carrito. Me iba bien. Pero enfermé con una meningitis y sufrí un infarto. Estaba muy débil y no podía soportar climas extremos”, cuenta, sentado en un parque del centro de Barcelona, junto a su inseparable mochila. Al regresar a su país, Hernández volvió a vivir con sus padres y a trabajar en un oficio de “alto riesgo”: poner el sonido en las manifestaciones de la oposición. Las dos cosas —la escasez de medicamentos y una amenaza violenta— lo obligaron a salir de nuevo.
“Vendí mi anillo de casado (ahora estoy divorciado) y mi carro, y compré mi boleto”. Ahora, es uno de los miles de solicitantes venezolanos de asilo y espera que su situación se regularice para conseguir un trabajo. Su apariencia es la de alguien que lucha cada día contra la derrota. Cansado, de hablar lento, con una sonrisa triste. “Solicité asilo en abril, aunque de diecisiete mil personas que lo han pedido, se lo han concedido solo a catorce. Mi esperanza es que nos den una visa humanitaria”.
Un albergue en un pueblo catalán, al principio, y un pequeño cuarto en Barcelona, ahora, han sido sus techos. A ambos accedió gracias a la ayuda de la Creu Roja catalana. Sus pastillas, la comida y hasta la ropa que viste se las proporciona este organismo.
Optimista, se plantea sacar de Venezuela a sus “viejitos”. “Mi padre, de 85 años, tiene una pensión muy baja, que no le llega desde el 22 del mes pasado”, se lamenta. Igual, sigue soñando: “Yo ya no soy el mismo. Pero esta es una ciudad grande y multicultural. Encontraré algo”.
Pedro Rojas: “Los venezolanos tenemos actitud empresarial”
—¿En qué nicho laboral se ubican los venezolanos que llegan a España en la actualidad?
—Están en las tiendas como dependientes, como teleoperadores, camareros, cuidadores… Hay muchos médicos. Su presencia se nota también en la proliferación de restaurantes y de empresas que dan servicios a venezolanos. Yo mismo organizo talleres y siempre están llenos. Es una población visible, activa.
—¿En qué aspectos se sentirá el impacto de esta migración?
—El primer aspecto será en lo político. La mayoría de venezolanos viene con una mentalidad política radical: no quieren nada que se parezca al socialismo ni a ninguna corriente similar. En las próximas elecciones en España, muchas de estas personas ya tendrán capacidad de votar, pues el 65% de venezolanos está en España como europeo. Ellos inclinarán la balanza.
Un segundo impacto será en lo económico. En España la aspiración de mucha gente es conseguir un puesto de funcionario para toda la vida. Los venezolanos son competitivos y eso contribuirá en la construcción de otro tipo de mentalidad.
—¿Cómo ha variado la migración venezolana hacia España?
—De Venezuela siempre ha emigrado a España gente muy preparada. Las personas con menos formación apenas comienzan a llegar ahora. Están menos cualificadas y necesitan más ayuda para encontrar empleos. La mayoría se ofrece para el sector servicios.
—¿Qué fortalezas traen?
—Una fortaleza es el dominio del inglés. Esto es un plus y permite que encontremos trabajo rápido. También tenemos una “actitud empresarial”. Somos buenos para la gestión de personas, la atención al cliente, etc. Sabemos identificar objetivos, comunicar, negociar, mediar. Los puntos débiles son la parte impositiva, temas contables. Tampoco dominamos las lenguas locales.
“Whatsappazos” salvadores
El “Arepazo 2018” es el evento más reciente que se anunciaba en el grupo de WhatsApp Venezolanos en Barcelona, conformado por un centenar de personas, muchas recién llegadas. Se trata de un evento solidario para recoger fondos que serán enviados a Venezuela.
El anuncio se intercala con mensajes de todo tipo. Información de extranjería, datos sobre albergues, links de aplicaciones para moverse en la ciudad, cotizaciones, direcciones de agencias de envíos de dinero, ofertas de trabajo, pedidos de ayuda para venezolanos en situación vulnerable… saltan de teléfono en teléfono. A veces se cuela alguna foto nostálgica, o un tímido “buenas noches”, de alguien que se siente solo.
Adriana Rubiales, fundadora del grupo de FB Venezolanos en Barcelona, es la dinamizadora del grupo. Con doce años en España, se sabe las reglas de extranjería de memoria y no se cansa de contestar preguntas y compartir información. Rubiales cree que uno de los principales retos, ante esta nueva oleada migratoria, es conseguir que aprueben las solicitudes de asilo. “Tenemos más solicitudes que Siria. Mucha gente llega directo a pedir ayuda a la Cruz Roja, porque sus hijos, o ellos mismos, no tienen acceso a las medicinas. Pero como no son perseguidos políticos, se les niega el asilo”.
“Con un brazo adelante y otro atrás”
Asocaven es una asociación catalana-venezolana, con sede en Barcelona. Nació, en 1991, cuando un grupo de catalanes que vivían en Venezuela retornó a la península, explica Vanessa Sánchez, su presidenta. Tenían dos objetivos: promover la cultura venezolana y estrechar los lazos entre ambas culturas. Sin embargo, ha sabido mutar rápidamente ante la llegada masiva de compatriotas. “Ayudamos a venezolanos y catalanes que arriban a Catalunya, en temas tan prácticos como armar su CV, entender los códigos de cultura, empadronarse”. A sus talleres de capacitación laboral llegan en promedio 50 personas cada día. Para ella eso es un indicador de ese boom. También menciona otra cifra: “Antes la comunidad era de unos tres mil venezolanos en Barcelona. Ahora, hay treinta mil”.
“La gente llega sin un proyecto; con un brazo adelante y otro atrás”. Por eso, crecen las necesidades de ayuda económica, búsqueda de vivienda, etc. “La mayoría de asociaciones se dedicaban a mandar ayuda a Venezuela, pero las necesidades empiezan a multiplicarse aquí”.