Por Anamaría Correa Crespo.
@anamacorrea75
Ilustración: María José Mesías.
Edición 434 – julio 2018.
Entender las razones detrás de la construcción de la Venezuela chavista, de los últimos veinte años, resulta una tarea compleja. ¿Qué razones estructurales llevaron al éxito político del modelo chavista? ¿Qué condiciones de la Venezuela de los noventa permitieron y dieron paso a la construcción de ese Estado autoritario y de liderazgo vertical y personalista? ¿Qué lecciones, si alguna, podemos extraer del tránsito de ese país por su torrentosa corriente política durante los últimos treinta años?
El documental CAP: Dos intentos, de Carlos Oteyza, producido en el año 2016 sobre el liderazgo de Carlos Andrés Pérez (CAP), puede darnos algunas pistas para intentar reconstruir, mediante la memoria histórica, algunas de las razones que condujeron a que esa potencia petrolera de los años setenta viviera el proceso político de las dos últimas décadas.
Si bien el documental de Oteyza soslaya el involucramiento de Carlos Andrés Pérez en varios casos de corrupción que finalmente lograron manchar su legado, el documental presenta de forma adecuada el contraste entre los diferentes momentos económicos del país con sus radicales diferencias: el boom petrolero de los setenta que configuraría lo que se llamó la “Venezuela saudita” y el contraste con la profunda crisis económica de los años noventa, en el que un programa de ajuste y austeridad, que fue diseñado por un grupo de tecnócratas profesionales, no pudo llevarse a cabo.
El Carlos Andrés Pérez de los setenta, que caminaba orondo por las calles de los pueblos venezolanos durante su primer mandato y que era una especie de héroe nacional por transformar a Venezuela en un país con la empresa petrolera nacional más grande del mundo, empresa siderúrgica, nuevos hospitales, carreteras, programas de becas millonarios, daría paso —por el dramático endeudamiento y cambio de las circunstancias económicas— al CAP de los noventa: débil, vencido, cuestionado y abandonado incluso por su partido. Obstinado con transformar la estructura rentista venezolana en una acorde a lo que sucedía en el mundo, con integración e industrias competitivas, CAP terminó en la cárcel severamente cuestionado por varios casos de corrupción, pero enjuiciado y destituido por un caso de malversación de fondos públicos.
Más allá de los casos de corrupción, CAP cometió un error gigantesco: durante su primer mandato, según la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, gastó más dinero en cinco años que la suma de gastos de todos los Gobiernos desde la Independencia. Como promesa de su segunda campaña, rondaba en el imaginario venezolano el retorno del milagro económico del primer mandato con el boom de consumo y primer mundo que se respiraba en Caracas, pero la crisis económica campeaba y él no lo dijo públicamente. CAP lo sabía bien, el ajuste tendría que ser radical y rápido, como una medicina amarga a la que no se puede dar vueltas ni hacer concesiones, pero él no construyó los apoyos políticos necesarios.
Para su segundo período, cuando intentó llevar a cabo el ajuste: impuestos nunca antes conocidos por los venezolanos como el IVA, abandono de los esquemas de subsidio y protección para las industrias, entre otros, estaba completamente solo. Ni las élites económicas y políticas ni el pueblo estaban dispuestos a aceptar la resaca de la ostentosa fiesta petrolera y dar paso a la construcción de un país libre de la enfermedad holandesa.
En febrero de 1989, el encarecimiento de los servicios —especialmente de los hidrocarburos— y la implementación de las reformas agitaron el ambiente. Las protestas dieron lugar a lo que se conoció como el “Caracazo”: saqueos, toque de queda y represión de las fuerzas militares que ocasionaron la muerte de 276 personas.
Era el principio del fin. No solo de Carlos Andrés Pérez, sino del país que lo había celebrado y luego denostado. Era también la despedida del sistema de partidos políticos venezolanos que durante décadas había hecho de Venezuela una democracia vigorosa y con cuya desaparición se despejaría el camino para el advenimiento del chavismo.
Entre el 3 y el 4 de febrero de 1992, vendría el primer intento de golpe de Estado de Hugo Chávez. A pesar de que los golpistas fueron a la cárcel y el orden democrático fue reestablecido, Venezuela empezó a caminar por el sendero sin retorno que le aquejaría por los próximos treinta años: el descontento social y el nacionalismo empezarían a calar profundamente y a configurar el estado de ánimo de absoluto descrédito y rechazo al establecimiento político y social que posteriormente abrió paso a la victoria de Hugo Chávez en 1998.
El resto de la historia ya es más o menos conocida. Hoy los nostálgicos venezolanos se preguntan qué habría pasado con su país si CAP lograba hacer las reformas que él llamaba “el gran viraje”, que habría desmontado el anclaje de la economía del país al inestable oro negro. Con el tiempo, la bonanza petrolera regresaría a la Venezuela chavista y con ella también el fracaso repetido del sistema, que lo tiene hoy sumido en la peor crisis de su historia.