Van Gogh a lo grande en Quito

Una exposición inmersiva ha mostrado en Quito doscientas obras de Van Gogh. Grandes proyecciones muestran el color, la luz, la locura del genio marginado por su enfermedad.

“Autorretrato con sombrero de paja”, 1887. Fotos cortesía de Encore Productions París.

Una niña de tres años baila emocionada. Estira los brazos y da vueltas en círculo, sin parar. Se deja llevar por la música de Camille Saint-Saëns, Mozart, Bach, Delibes y Satie. Parece una bailarina profesional. Está jugando y disfrutando. Como escenario tiene, a sus espaldas, bajo sus pies y en los costados, las pinturas de Van Gogh. En la sala hay tres bancas y, menos mal, no hay mucha gente… pasó el boom de la apertura, los días en los que una multitud visitaba la exposición inmersiva y era imposible disfrutarla.

La niña que baila parece parte del espectáculo, pero no lo es: su madre aprovecha para grabarle videos con las noches estrelladas o con los girasoles de telón de fondo, y otro niño, en la otra esquina de la sala, parece contagiarse también de la música que envuelve el ambiente. Él también estira sus brazos y gira como un trompo. Ahora ambos niños danzarines tienen en el fondo un mar embravecido, luego un bodegón, segundos después algunos retratos, letras de cartas y fotografías.

La exposición Imagine Van Gogh, abierta en el Centro Comercial Iñaquito (CCI) es otra manera de ver la obra de uno de los más grandes artistas del mundo. La exposición reúne una serie de cuadros proyectados en enormes telas gracias a una tecnología llamada Image Totale©, creada en 1977 por el fotógrafo y cineasta francés Albert Plécy, y desarrollada por Annabelle Mauger. Ella, junto a Julien Baron, son directores artísticos de la exposición en Quito.

Imagine Van Gogh fue presentada por primera vez por Encore Productions en París. A Quito llegó en octubre (2022). Son más de doscientas obras proyectadas en Image Totale© que forman parte de colecciones de museos como el Museo d’Orsay de París, la Galería Nacional de Arte de Londres, el Museo Van Gogh de Ámsterdam, el MoMA y el MET de Nueva York.

Los lienzos son proyectados y ampliados de tal manera que el espectador, como si se tratara de ver con lupa, puede apreciar mínimos detalles de la obra de Van Gogh, las pinceladas de las que están hechas cada pétalo de sus girasoles, la textura de madera del cuadro “El dormitorio” o la pupila del ojo de uno de sus retratos o el movimiento de sus famosas noches estrelladas. Los acercamientos son perfectos, tanto, que se ve la urdimbre del lienzo y cada pincelada sobre los cuadros.

Imagine Van Gogh, Exposición Inmersiva, Quito, 2022.

Si se mira con atención uno puede intuir los gestos del pintor en cada trazo, incluso esa violencia y angustia que se siente hasta en sus obras más coloridas y luminosas, en sus paisajes, en las naturalezas muertas que pintó, en los retratos y en cada una de las flores, irises y girasoles que vio desde su ventana en el psiquiátrico, y que dio una nueva vida en sus óleos.

Los visitantes recorren la exposición en oscuridad total; caminan entre imágenes gigantes proyectadas en las paredes y en el piso. La música clásica que acompaña el recorrido fue producida por Encore Productions. La exhibición ha

vendido más del millón y medio de entradas en París, Vancouver, Boston, Montreal o Buenos Aires.

Del dolor nace la luz

El Van Gogh de hoy es popular: no solo tiene seguidores —niños y niñas, jóvenes, adultos, adultos mayores, familias enteras—, sino que es también un producto de marketing (camisetas, jarros, cuadros, textiles y todo tipo de objetos).

Se han filmado películas, documentales, series sobre su vida y su obra. La película Loving Vincent, por ejemplo, es la primera en generar animaciones armadas en su totalidad con pinturas. Cada uno de sus fotogramas fue hecho a mano en bocetos de óleo. Para su desarrollo se necesitó la colaboración de 125 artistas y sesenta y cinco mil pinturas diferentes. Algunas se dejaron ver en la promoción de la película, mientras que otras fueron vendidas.

En Loving Vincent participaron más de cien pintores. Lo que más sorprende de esta película es la forma en que se cuenta la historia mediante doce pinturas al óleo por segundo que imitan el estilo del artista.

Paradójicamente, Vincent Van Gogh (1853-1890) fue uno de los artistas más marginados, incomprendidos y, por supuesto, pobres. Muy pobre. En vida no vendió un solo cuadro y, más de 130 años después de su muerte, el pintor holandés no solo es uno de los artistas más famosos de todos los tiempos, sino uno de los más promocionados en todo el mundo.

El arte de Van Gogh se volvió asombrosamente popular después de su muerte, especialmente a finales del siglo XX, cuando su trabajo se vendió por sumas récord en las casas de subastas. Hoy en día su obra está en los más importantes museos del mundo.

Van Gogh introduce cambios en el impresionismo junto a Gauguin, tal como Cézanne y Toulouse-Lautrec. A su obra se la enmarca dentro del posimpresionismo: abandono del naturalismo, formas y objetos que parecen caerse o moverse, colores matéricos y luz, mucha luz. Mirándolos, se hace difícil pensar en el genio atormentado, en el hombre que pintó la noche estrellada en un hospital psiquiátrico en el siglo XIX, el enfermo de sífilis, depresivo y violento, que se cortó el lóbulo de la oreja, que intentó quitarse la vida varias veces, que comía pintura con plomo y bebía absenta hasta quedar inconsciente. El esquizofrénico que dependía de su hermano Theo, que finalmente se pegó un tiro y acabó con su vida a los 37 años.

En esas condiciones, de total marginación, este genio puso tanta luz, color y movimiento en sus lienzos que parece imposible que la obra venga de una mente creativa tan atormentada. Dicen que una vez intentó pagar el arriendo del piso en el que vivía con una carretilla llena de sus lienzos y el casero rechazó la oferta. La mujer del casero le recriminó: ¡podías al menos quedarte con la carretilla!

Millonario después de muerto

Van Gogh empezó a pintar tarde, a los 32. Y lo hizo frenética y obsesivamente durante cinco años, hasta que murió. 900 cuadros y 1600 dibujos son parte de su legado. En una línea de tiempo podría decirse que Van Gogh pasa por varios períodos y que tiene una obra oscura, “Cabeza de esqueleto con cigarro” (una burla a las clases de dibujo) o “Los comedores de patatas” y “Zapatos gastados”, en su primera etapa (1885-86); luego vendrían retratos de la ciudad, de París, donde vivió con su hermano Theo. Muelles, estaciones de tren, transeúntes apurados, viajeros con maletas y otras escenas de la cotidianidad parisina.

A partir de ahí, la luz y el color van apoderándose de sus paisajes, de sus flores y jardines, hoy tan valorados. El cuadro “Campo de trigo con cipreses” llegó a venderse en 84 millones y “Labourer dans un champ” que terminó de pintar en septiembre de 1889, un año antes de su muerte, se vendió por 81,3 millones de dólares. Ambos interpretan paisajes que contempló desde su ventana en el asilo de Saint Rémy.

Igualmente cotizado es el “Retrato del doctor Gachet”, pintado en 1890, el año de la muerte del artista. La pose melancólica del doctor, pintado al óleo en tonos fríos, según el propio Van Gogh, “refleja la expresión desolada de nuestro tiempo”. Sin embargo, el “Retrato del cartero Joseph Roulin” superó récord de ventas: pagaron 111 millones de dólares.

El artista pintaría paisajes del campo, escenas de bares que frecuentó y retratos de personas a quienes conoció. “En mi cuadro del café nocturno he tratado de expresar que el café es un sitio donde uno puede arruinarse, volverse loco y cometer crímenes. Mediante la contraposición de un rosa pálido, un rojo sangre y un rojo vino, y de un suave verde veronés y un Luis XV en abierto contraste con los tonos amarillo-verdosos y de los duros verdes-azulados —todo ello en la atmósfera infernal de un horno al rojo vivo y de un pálido amarillo de azufre—, he querido transmitir el sombrío poder de una taberna”, escribió Van Gogh a su hermano Theo en sus famosas Cartas a Theo en las que describió sus obras. Para pintarlo se dice que pasó tres noches sin dormir en uno de los bares en algún tugurio de Arlés.

Otra de sus obras más famosas es “El dormitorio en Arlés”, del que tiene al menos tres versiones (1888-1889). “Los muros lila pálido, el suelo de un rojo gastado y apagado, las sillas y la cama amarillo de cromo, las almohadas y la sábana verde limón muy pálido, la manta roja sangre, la mesa de aseo anaranjada, la palangana azul, la ventana verde… quiero expresar un reposo absoluto mediante todos estos tonos diversos”, escribe una vez más a Theo.

Una mirada japonesa

De su temporada en La Provenza nacen las pinceladas que dan forma a los soles y los cielos, protagonistas en sus cuadros. Paisajes urbanos y rurales, las miserias y alegrías de la humanidad, los aldeanos, las flores.

Sus obras dejan ver, además, esa admiración que sentía Van Gogh por la pintura japonesa, admiración que en la muestra inmersiva se vuelve evidente sobre todo en uno de sus cuadros: “Cerezas en flor”. “Envidio a los japoneses, la extrema limpieza que tienen en ellos todas las cosas. Es algo que jamás aburre, ni parece nunca hecho a la ligera. Su trabajo es tan simple como respirar y hacen una figura con algunos trazos seguros, con la misma facilidad, como si fuera tan sencillo como abotonarse el chaleco”, escribió a Theo.

”La noche estrellada”, 1889.

Copió geishas, kimonos y abanicos hasta desarrollar lo que los expertos denominan “una mirada japonesa”. Se impregnó de la filosofía vital de los artistas japoneses y desarrolló una forma diferente de mirar la naturaleza, al estilo de los ukiyo-e.

Van Gogh fue marginado por su enfermedad, por su locura, pero su obra superó los prejuicios de su tiempo y hoy es divulgada en el mundo entero. Ya sea por las películas, los libros, la publicación de sus cartas o gracias a iniciativas como estas exposiciones inmersivas en las que se puede ver al mínimo detalle cada cuadro, su obra atrae a millones y han convertido a los cuadros de Van Gogh en un espectáculo para la vista, para la piel, para la sensibilidad. Un justo tributo para un genio desdichado.

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