
Este relato es un homenaje a los niños héroes, que eran huérfanos y pobres, y trajeron en su cuerpo un suero que salvó miles de vidas. Pero empecemos por el principio…
La viruela llegó a América en el siglo XVI y causó la muerte de alrededor de 3,5 millones de indígenas en Mesoamérica. Así lo relata Byron Núñez, infectólogo y uno de los autores del artículo “La expedición de los niños héroes: 16 de julio de 1805. Bicentenario de la llegada de la vacuna de la viruela a la Real Audiencia de Quito”, el otro investigador es Isaías Núñez Cifuentes.
Ambos investigadores citan las crónicas de Cieza de León (1527-1528) que decían: “Vino una gran pestilencia de viruelas tan contagiosa que murieron más de dozientas (sic) mil ánimas”. Los conquistadores usaban la enfermedad para decir que la Divinidad la envió como castigo a la infidelidad de los nativos.
Sin embargo, al conde Villar Don Pardo, virrey del Perú, le preocupó el sufrimiento que dejaba la peste y mandó una carta al rey Felipe II, explicando que el sarampión y la viruela azotaban a las ciudades de Quito, Loja y Paita. En aquel entonces se creía que el brote comenzó en Cartagena de Indias (1580) y que arrasó también los virreinatos de Nueva Granada y Perú.
Los autores del artículo detallan que, por causa de esta enfermedad, en 1645, murieron 11 000 personas y en 1785 entre 25 000 y 30 000.
La expedición filantrópica de la vacuna

Así se denominó a esta empresa liderada por quien fue el médico personal del rey: Francisco Balmis.
En el decreto del rey, de julio de 1803, y en el edicto de septiembre del mismo año, se notificaba la llegada a América de una expedición de vacunación. Además, ordenaba apoyo para inmunizar gratis a las masas, enseñar a preparar la vacuna, llevar registro de las inoculaciones y mantener el suero con el pus vivo. Este mandato estaba dirigido a todos los funcionarios de la Corona y a las autoridades religiosas en sus dominios de Asia y América.
Los criollos, hacendados, blancos y funcionarios del rey apadrinaron la idea de la vacuna: “(En ese entonces) Vacunar era una esperanza y es una de las epopeyas más fascinantes porque el concepto de la vacunación se dio de manera global, hace más de doscientos años”, explica uno de los investigadores.
Por su parte, Byron Núñez encontró registros de que la vacunación se llevó a cabo en dos grupos. Uno a cargo de Balmis y otro bajo la dirección de José Salvany, quien se encargó de vacunar en América del Sur. Junto con tres enfermeros, tanto Balmis como Salvany caminaron y cruzaron en carretas los pueblos.
¿Por qué se usó a niños?
En la época no existía cadena de frío para transportar la dosis a América, por eso usaron a los niños como medio de “transporte de la vacuna”. Los médicos españoles buscaron a veintidós menores de doce años para que transporten el fluido extraído de la vaca. Eran niños expósitos (abandonados por sus padres en hospicios), llegaban desde bebés a las iglesias y eran recogidos y cuidados por las monjas.
La hazaña inició a bordo de un barco. La necesidad de vacunar les hacía pensar en maneras para que el suero se mantuviera fresco durante la travesía por el continente americano. Con ese fin inoculaban a los niños directamente en el brazo y luego esperaban de ocho a diez días para que se formara en ellos la pústula de la seudoviruela de la vaca. “Porque si en uno de los niños no crecía la pústula se tomaba del otro. Esa pústula se trasladaba cada diez días”, explica el infectólogo Byron Núñez.

Los médicos a cargo calcularon el tiempo en que cada pústula se desarrollaría en el viaje en barco, que demoraba de dos a tres meses, desde España hasta el Caribe. La estrategia era la siguiente: los niños iban a ser inoculados brazo a brazo en el transcurso de la navegación. Así conservaban el fluido vacuno sin alteración hasta que llegara a América.
La mecánica consistía en inocular semanalmente la viruela a los jóvenes de dos en dos con las pústulas de los que se habían contagiado una semana antes.
Finalmente lograron traer la vacuna a la Nueva España y en Caracas recibieron a la tripulación con honores. Los niños se quedaron a vivir en México, porque fueron adoptados. Uno o dos murieron.
Isabel Zendal, quien era cuidadora de infantes, fue parte de la tripulación de esta “cruzada humanitaria” y adoptó a uno de los niños. Fue reconocida por la OMS como la primera mujer que formó parte de la expedición histórica de la vacuna. Un hospital en Madrid lleva su nombre.
Una vez en México Balmis tomó un grupo de niños pobres, provenientes de orfanatos, llegó a Acapulco y los llevó a Filipinas. Así vacunaron en ese lugar, que entonces era colonia. Volvieron a México en el galeón de Manila y los niños fueron adoptados a su retorno.
De Filipinas llevaron más infantes y retomaron la inmunización en lo que hoy sería el sudeste asiático, Hong Kong, colonias portuguesas y Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Luego retornaron a España.
La vacunación llegó a Quito, Bogotá, Piura y Santiago de Chile
Byron Núñez resalta que, por orden del rey, en cada pueblo, se creaba la Junta de la Vacuna, liderada por un médico que cuidaba que no se perdiera el fluido, mientras la misión seguía su camino.
Luego de que la primera misión de niños llegó a América, el programa de vacunación siguió y el médico Josep Salvany fue el encargado de llevarlo a América del Sur. Empezó en Caracas y “fue otra epopeya llegar con la vacuna hasta Santiago de Chile”, explica el galeno.
Salvany vacunó en Bogotá y llegó a Quito en época del barón de Carondelet. Era tal la gratitud que se hizo un tedeum o misa de acción de gracias.
Este médico español tenía graves problemas de salud, sin embargo, logró llevar la vacuna hasta el Alto Perú y La Paz, donde inyectó a toda la región hasta que falleció de tuberculosis pulmonar en Cochabamba. Fue enterrado en la iglesia de San Francisco de esa ciudad.
Espejo y su visión para erradicar los contagios
Edmundo Estévez, profesor universitario y autor de la obra El arte de curar y enseñar en la escuela médica de Quito, cuenta que, antes de la conquista, en los sitios que habitaban mayas y aztecas, había veintiséis millones de habitantes y con la llegada de los españoles las poblaciones disminuyeron a 1,6 millones. Esto ocurrió porque los pueblos originarios no tenían los mecanismos de defensa necesarios para combatir enfermedades como la viruela.
“Ese desencuentro inmunológico no se pudo enfrentar con éxito, como se ha podido enfrentar las epidemias actuales. Era muy difícil que la población se adaptara a un agente patógeno absolutamente extraño”, dice Estévez.
Por otro lado, Eugenio Espejo, en Reflexiones sobre las viruelas, creía que la insalubridad (las plazas eran usadas como baños) contribuyó a generar más contagios de viruela. A esto se suma, según Estévez, que la basura y los desperdicios circulaban por las acequias en las principales calles de la ciudad.
Frente a este panorama, Espejo buscó corregir el problema con una serie de acciones como recomendar que quienes murieran por viruela no fueran enterrados en criptas o iglesias y que se construyera un cementerio en las afueras de Quito para que fueran sepultados bajo tierra.
También pidió que se pusiera el nombre de la calle, número de casa, sexo de los contagiados. Estévez caracteriza a esta acción como el primer plan de salud pública para el control de la viruela que diezmaba a la ciudad.
En Quito vivieron afectaciones periódicas de viruela y sarampión. De hecho, en las Crónicas de la historia de la medicina ecuatoriana, Juan José Samaniego dice que la viruela se presentó en 1708, 1746, 1748, 1757 y 1772. En el sector del actual barrio El Batán (que en la época estaba en las afueras de la ciudad) existía una casa de aislamiento para atender exclusivamente a pacientes con viruela y sarampión, pero fue cerrada porque no recibió muchos enfermos.
Este relato conmemora a los niños héroes: Vicente, Pascual, Martín, Juan Francisco, Tomás, Juan, Clemente, Jacinto, entre otros, que merecen ser reconocidos por salvar vidas.
Historia sobre la vacuna

La viruela apareció hace tres mil años en Egipto y la antigua India.
Fue la primera enfermedad infecciosa en ser erradicada en 1980 por la OMS. Edward Jenner descubrió la vacuna en 1796, gracias a que una ordeñadora de vacas le hizo notar que quienes había tenido viruela bovina no se contagiaban de la viruela humana.
Luego, hizo un experimento con un niño de nueve años llamado James Philips. Le inoculó la viruela bovina y después le vacunó con la viruela humana y no desarrolló la enfermedad. Jenner publicó su investigación con el término vacuna proveniente del latín vacca y recibió burlas. Luego la vacunación se desarrolló y se salvaron millones de vidas.