
Estudios recientes dicen que el uso del cannabis es una costumbre muy antigua. Su empleo se remonta a tiempos inmemoriales y solo accesibles a los arqueólogos. Hay unanimidad en reconocer que la marihuana ya era conocida desde hace doce mil años por los pueblos del Paleolítico. La planta es originaria del Asia central. Tanto por sus propiedades medicinales como por su capacidad de alterar la conciencia, el cannabis se convirtió en un artículo muy demandado en el mundo antiguo. Tanto los viajeros como las migraciones se encargaron de difundir su consumo entre otros pueblos.
Probablemente los escitas, una etnia de pastores nómadas, pudo ser los que extendieron su uso por el Mediterráneo oriental. En India fue muy popular e inhalar el humo de la planta formaba parte de los rituales dedicados a Shiva. Su uso también está documentado en la Mesopotamia asiria del siglo IX a. C. El Avesta, el libro de los persas mazdeístas del siglo VI a. C., describe lo familiarizados que estaban con el cannabis.
Heródoto destaca cómo en el siglo V a. C. este pueblo solía inhalar el humo de la planta para “embriagarse y hacer cosas raras”. Grecia, Roma y otros pueblos mediterráneos también fueron ávidos consumidores de esta hierba. Actualmente, hay eruditos que sostienen que los judíos y los cristianos primitivos la empleaban con fines religiosos. Incluso la Europa más profunda, como la de los pueblos celtas, conoció a fondo sus propiedades.

Uno de los grandes propagadores de la cultura del hachís, esto es de la resina de la marihuana, fueron los árabes. Ellos extendieron su uso a lo largo de su vasto imperio. Muy célebre fue la secta de los nazaríes, conocidos como los “asesinos” (en árabe hashashin, que significa “consumidores de hachís”. Su líder, Hassan-i Sabbah, más conocido como el Viejo de la Montaña, organizó un ejército cuya ferocidad se atribuía al uso de este psicotrópico. La sociedad medieval y renacentista no permaneció ajena al cannabis —de ello hay unos cuantos testimonios en los libros de medicina de la época—; tanto se había extendido su consumo que empezó a relacionarse la hierba con la brujería y con la heterodoxia. Estos temores obligaron al papa Inocencio VIII a prohibir su uso. Más tarde y ya en pleno siglo XVII, el jesuita Nicola Orlando publicó su Historia Societatis Iesus en la que aconsejaba consumir marihuana para atemperar los “furores de la carne”.
En Europa el cannabis inició una nueva andadura hacia fines del siglo XVIII, gracias a las campañas de los franceses en Egipto. Los médicos galos se interesaron en la hierba y empezaron a estudiarla con fines terapéuticos. Los ingleses, por su parte, entraron en contacto con ella en India. Médicos que vivieron largas temporadas en la colonia británica promovieron su uso en la Inglaterra victoriana. Aquí los homeópatas jugaron un importante papel a la hora de popularizarla. Entre 1850 y 1937, muchos de los medicamentos recetados en Estados Unidos contenían marihuana. Tal fue el éxito que alcanzó el cannabis que, hacia la segunda mitad del siglo XIX, las farmacias la comercializaban ya sea en brebajes, ya en forma de cigarrillos.
La casa Grimault de París fue una de las grandes farmacéuticas que se encargó de distribuirla por medio mundo. Los italianos, por su parte, vieron ahí un buen filón para sus negocios y pronto convirtieron sus puertos en centros de acopio del cannabis que producían sus colonias. A la larga estas iniciativas formaron una medicina heterodoxa que más tarde dará pie a las primeras leyes que prohibirán su uso. Esta ofensiva conservadora culminó con la Marihuana tax act, una ley federal que prohibía completamente su uso. A los norteamericanos les siguieron los ingleses, quienes hicieron lo propio en los años veinte.
Su uso en Europa también se empleó como un estimulante de la inspiración poética y artística. Grandes figuras de la época apreciaron sus propiedades. Entre otras podemos citar a Wagner, Nietzsche, Balzac y los poetas malditos (Baudelaire, Gautier, etc.). El hotel Pimodan de París fue durante un buen tiempo el gran fumadero de hachís y de opio. Incluso Wagner, que estuvo muy relacionado con el Hachís Club de la capital gala, solía componer sus óperas en una habitación a la que previamente había saturado de “humos especiales”.
Los ingleses no les fueron a la zaga. Entre otros iniciados estuvieron W. Yeats, B. Shaw, D. H, Lawrence y H. G. Wells. En España el hachís también alcanzó su época de oro. La proximidad geográfica con Marruecos facilitó su comercio y consumo. El dramaturgo Valle-Inclán fue un contumaz consumidor de la resina. Años más tarde descubrirá la marihuana en México y, como confesó, el país azteca “le había abierto los ojos y le había hecho poeta”. El uso del hachís, asimismo, fue muy popular entre los círculos esotéricos de la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. Gnósticos, rosacruces, teósofos, etc. encontraron en esta resina un buen material para provocar sus vivencias extrasensoriales.
La marihuana y otras drogas penetraron en Estados Unidos desde México, un país que también llevaba a cuestas una larga tradición en la materia. La Revolución mexicana ayudó a extender su consumo; de hecho, el presidente Victoriano Huerta fue un consumidor compulsivo.
En el Ecuador, el cannabis se expendía libremente en las farmacias en forma de cigarrillos. Un anuncio publicitario aparecido en el diario Los Andes decía los siguiente: “Cigarrillos indios de Cannabis Indica fabricados por la Casa Grimault”. Pero la marihuana también se conoció a través de los marinos que atracaban en Guayaquil. Ellos fueron quienes enseñaron a los estibadores y demás personal del puerto a consumirla. Por lo general, la traían de Europa o de Panamá, de donde también provenía el opio que era consumido sobre todo por la colonia china.