Una película que retrató a Humboldt

Diners 466 – Marzo 2021.

Por Galo Vallejos Espinosa
Fotografías: Cortesía

La pandemia permitió que La ascensión al Chimborazo (1988) se colgara en línea. Un filme que resultó de un trabajo en conjunto de cineastas germanos y ecuatorianos.

Potsdam fue una de las ciudades imperiales de Europa. Palacios, palacetes, complejos de obras monumentales, espacios privilegiados, parques. La sede del poder prusiano mantuvo, a pesar del paso del tiempo, su relevancia, una vez pasó a ser parte de la Alemania contemporánea, en el siglo XIX. Tanto, que en 1912 sirvió para que se erigiera ahí el primer gran estudio del cine mundial, el Babelsberg, vigente hasta nuestros días.

Medio siglo después llegó a esa ciudad un joven que pretendía ser director y hacer carrera en la entonces República Democrática Alemana, la RDA, uno de los dos países resultantes de la derrota germana en la Segunda Guerra Mundial. Rainer Simon, nativo de la pequeña Hainichen, de la región de Sajonia (a unos 230 kilómetros de Postdam), llegó para convertirse en cineasta.

El Gobierno socialista de la RDA había fundado en 1946 la Deutsche Film AG, también conocida como DEFA, que empezó a producir películas, en sintonía con el establecimiento político vigente, dedicado, sobre todo, a promocionar al Estado y a sus actividades.

Izq.: Uno de los encuen-tros entre Simon y los moradores de La Moya, parroquia de Calpi. Ellos formaron parte del grupo de actores. Der.: Simon (el segundo desde la izquierda) durante la filmación en las faldas del coloso Chimborazo.

Pasaron los años. La censura oficial había desmotivado a Simon, quien en 1985 se había consagrado al ganar el Oso de Oro del Festival de Berlín —uno de los íconos del cine occidental— con su filme Die Frau und der Fremde (La mujer y el extraño). Hacía películas, sí, pero no todas las que quería, con la idea de reflejar la cotidianidad de su país. Entonces, se le vino a la mente un tema, que iba más allá de la Guerra Fría de entonces —en la cual la RDA estaba en primera fila—, que le permitiera desarrollar su cine: la vida del rock star de la ciencia en el siglo XIX: Alexander von Humboldt.

La idea, tan original como loca para el momento, tuvo resultado. Tanto, que capitales de la Alemania Occidental, rival de su país, la Oriental, puso dinero para la realización de una película que fue ideada, protagonizada y desarrollada por gente del entonces campo socialista, junto con expertos ecuatorianos.

“El proyecto sobre Humboldt, un largometraje de ficción, no un documental, empezó a inicios de los ochenta. Había filmado una película que me prohibían, Jadup y Boel, que trataba sobre un alcalde de una ciudad pequeña, que en la mitad de su vida nota que sus esperanzas para crear una nueva sociedad socialista, lamentablemente, no se cumplen. Nuestra mirada crítica no gustó a los responsables políticos. Entendí que no tenía sentido hacer más películas sobre mi país y decidí hacer temas históricos. La idea me la propuso el autor del filme prohibido, Paul Kanut Schäfer”.

Desde Postdam, que nunca la dejó, Simon recuerda, en plena pandemia de la covid, con gratitud los momentos en los que su vida dio un giro, al decidirse por el filme sobre el científico universal. La producción debía trasladarse miles de kilómetros hacia América Latina, rumbo al Ecuador, un país con escaso desarrollo cinematográfico y el cual Reiner apenas conocía.

La conexión

En 1977 Quito apenas bordeaba el millón de habitantes. Gobernaba al país un triunvirato militar, que hacía tiempo para dar paso a las elecciones, luego de seis años de gobiernos de facto. El país experimentaba todavía el boom de la venta del petróleo. Pese a ello, hacer cine era una suerte de utopía y quienes lo intentaban se sentían huérfanos.

Así lo recuerda Pocho Álvarez, quien junto a un grupo de entusiastas jóvenes realizadores fundó la Asociación de Cineastas del Ecuador, Asocine, con la idea de cristalizar su pasión. Pese a estar organizados, las puertas no se abrían. Buscaron patrocinio de la Casa de la Cultura, sin éxito. Tampoco recibían señales claras del régimen militar o del campo privado. Para los cineastas el Ecuador resultaba pequeño.

Simon y el protagonista del filme, quien encarnó a Humboldt, Jan Josef Liefers.

“Existía —y sigue vigente— una manera de concebir al cine de entretenimiento muy a lo Hollywood en el Ecuador. Prácticamente no teníamos alternativas de patrocinio, a pesar de que hacíamos cine de buena calidad. Con Pocho, por ejemplo, realizamos un documental sobre el 15 de noviembre de 1922, con sobrevivientes de la matanza que aún estaban vivos”. Alejandro Santillán, otro fundador de Asocine, docente universitario, recuerda la vena social de la actividad en América Latina, en onda con las producciones del boliviano Jorge Sanjinés, quien retrató a los pueblos originarios de su país (Santillán fue su asistente en distintos filmes). Frente al desierto de opciones, tomaron una decisión.

Asocine logró un convenio con su par de la entonces Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS). Los funcionarios del país que lideraba la disputa global del campo socialista, frente al liberalismo estadounidense y europeo, lo vieron con agrado, como sucedía a lo largo de América Latina. Dijeron que sí. Transcurrían mediados de la década de los ochenta.

Fue la posibilidad de que los pocos cortometrajes nacionales salieran al exterior. Tuvieron la posibilidad de viajar a los festivales de Berlín, Moscú y Taskent. El último era un espacio para los países de América Latina, África, Asia. “El de Moscú surgió como una contraparte de los festivales occidentales, el de Cannes especialmente”, recuerda Pocho, figura icónica del cine social en el Ecuador.

Gracias a los soviéticos, los ecuatorianos pudieron hacer contacto con cineastas del resto de países de Europa Oriental, que también asistían a los festivales de la URSS. Polacos, búlgaros, yugoslavos, rumanos y, por supuesto, alemanes del Este. En Berlín Pocho y Alejandro conocieron e hicieron amistad con Simon.

La coincidencia estaba por dar sus frutos. En Postdam, Reiner y su guionista alistaban el guion y preparaban el filme, en un inicio sin mucho entusiasmo, debido al alto presupuesto. Entonces se produjo un gesto sorpresa de la Alemania Federal: una propuesta para coproducir una película. Simon la había hecho años atrás, pero no esperaba una respuesta positiva. Era consciente de que el tema de Humboldt no produciría resquemores en ambos gobiernos germanos. Tanto los funcionarios de la RFA como la RDA estuvieron de acuerdo. Era la primera vez que ambos gobiernos hacían algo así en el cine. Y la última.

A la cumbre

Casi dieciséis mil vistas tenía, hasta finales de diciembre, la película La ascensión al Chimborazo, de Reiner Simon, en la página web de videos YouTube. Fue colgada en julio de 2020, con ocasión de la pandemia mundial, por la DEFA Filmwelt, una suerte de heredera de la DEFA estatal, y el Centro Ecuatoriano Alemán.

¿Cómo se llegó a filmar parte de esta película de época, de 96 minutos, en los Andes ecuatorianos? Luego de recibir el financiamiento occidental, y de organizar la preproducción y producción con sus pares ecuatorianos, dos decenas de alemanes orientales y un francés viajaron al país. Además del director y los responsables de la parte técnica, llegaron, entre otros, los actores Jan Josef Liefers, un berlinés que haría el papel de Humboldt, y el parisino Olivier Pascalin, como Aimé Bonpland, el médico y naturalista francés que acompañó al germano en el Ecuador. Ambos dominaban el castellano.

De la RFA se sumó la productora Toro Films, liderada por Karl Mesinger. Esta empresa suscribió un convenio tripartito con el Gobierno del Este alemán y con la Asocine ecuatoriana. El apoyo occidental fue clave, ya que la delegación europea partió desde la ciudad de Frankfurt, en junio de 1988, con casi diez toneladas de material, entre equipos y vestuario, además de cientos de metros de película.

Simon, Álvarez, Santillán lideraron un grupo para ubicar las locaciones y llegar a acuerdos con los pobladores de las comunidades. Se encontraron con dos que estaban muy cerca del Chimborazo: la Moya y Pulinguí Alto. Fue todo un proceso, recuerdan los cineastas, quienes reunieron a las personas que habitaban el lugar para ofrecerles una suerte de trabajo artístico. La gente reaccionó a las mil maravillas, apunta Pocho.

Para Simon y los alemanes fue toda una revelación. “Nunca en mi vida había visto tanta pobreza, pero tampoco tanta cordialidad y amabilidad”. El director había conocido por primera vez el Ecuador a mediados de 1987, con la idea de acompañar a los miembros de Asocine para preparar las locaciones y acercarse a los moradores. Fue el primero de veinticinco viajes que ha realizado al país.

El ciudadano universal

Parte del elenco de la película en el Chimborazo.

Una caravana de vehículos que incluía a 58 personas, entre técnicos, actores, maquilladores, chefs y muchos más, entre ecuatorianos y alemanes, recorría las carreteras y caminos de la Sierra central ante el asombro de las personas que la veían en ese 1988, según relató Alejandro Santillán en su artículo “La ascensión al Chimborazo”, publicado en la revista de Asocine de agosto/septiembre de 1990. Nunca antes en el país se había realizado una producción similar.

Las locaciones que se usaron fueron la hacienda Chillo-Jijón, localidades y parajes cerca o muy cerca del Cotopaxi, el Tungurahua y por supuesto el Chimborazo. En la histórica finca, que fue propiedad de Juan Pío Montúfar, se hospedaron Humboldt y Bonpland cuando pasaron por lo que hoy es el Ecuador, a inicios del siglo XIX, hecho central de la película. Los recibió el propio Montúfar y su hijo, el futuro patriota Carlos, quien simpatizó con los europeos e incluso viajó posteriormente con ellos a través de distintos lugares de América Latina. El dramaturgo ecuatoriano Luis Miguel Campos, entonces un actor y escritor joven que se daba a conocer en el teatro, dio vida a Montúfar hijo. Fue el más visible de una serie de talentos nacionales, profesionales o no.

Llama la atención en la película las escenas en la que los científicos sintonizan con los indígenas, actores espontáneos de las localidades de La Moya y Pulinguí Alto, moldeados por gente de Asocine como Álvarez y Santillán. “Se podría decir que actuaron como un sujeto histórico y su actitud frente el europeo. Algo que se pasa de generación en generación”, enfatiza Pocho. Reiner Simon recuerda como los actores improvisados, que nunca habían salido del campo, se maravillaron por las bondades de la hacienda Chillo cuando la visitaron para hacer la película. Gracias a la película muchos conocieron Quito.

El Humboldt personificado por Jan Josef Liefers, filmado bajo la óptica de Simon, revela a un ciudadano del planeta. “Él se ocupaba de muchísimos temas, de las montañas, de los ríos y las estrellas. De las piedritas, las plantas y los animales. Comprendía al ser humano como una parte de la naturaleza. Entendí que hubo una conexión entre la cosmovisión indígena y Humboldt”.

Simon entabló, luego de la película, una estrecha relación con distintas familias indígenas, en especial con la Chugchilán, a la que el alemán apadrinó a hijos y nietos. Su pasión por el mundo indígena la plasmó en una serie de películas que filmó, prácticamente sin presupuesto, luego del filme del Chimborazo. Se trató de Los colores de Tigua, Hablando con peces y pájaros y El grito del Fayu Ujmu, en las que retrató a indígenas de la región de Tigua (Cotopaxi), chachis y záparas, respectivamente. Con estos últimos se identificó de tal manera, que lidera una campaña internacional para defender su existencia y su cultura.

Tanto el alemán como sus pares ecuatorianos vinculados a la película celebraron que se pusiera en línea. Aunque la respuesta no ha sido demasiado masiva, el relanzamiento ha dado a las audiencias la posibilidad de mirar un cine distinto. Los detalles del filme, estimada lectora y estimado lector, deberá descubrirlos usted mismo. Le gustará.

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