Por Gonzalo Maldonado Albán.
Edición 463-Diciembre 2020.
La heroína de esta película, Marina Vidal, es una mujer fantástica porque su espíritu inquebrantable siempre le permite estar por encima de las difíciles circunstancias que le toca vivir. La muerte de su novio, a causa de un aneurisma, marca el inicio de un viacrucis que no solo la someterá a toda clase de vejaciones sino también a un injusto escrutinio social que incluso llegará a poner en duda la legitimidad moral de su existencia personal. Es que Marina es una mujer transexual de origen humilde y sin lazos familiares, que por las mañanas se gana la vida como mesera en un comedor y, por las noches, canta en el bar de un hotel céntrico en Santiago de Chile.
Acababa de mudarse al departamento de Orlando Onetto, un cincuentón divorciado que tal vez buscaba un poco de aventura para su apaleada vida de sastre de oficinistas. Marina —veinte años menor que Orlando— se entrega a esa relación con la honestidad con la que, al parecer, ha llevado toda su existencia, mientras que Orlando parece genuinamente enamorado de esta mujer sensible y valiente. Incluso la invita a conocer las cataratas de Iguazú en una suerte de luna de miel que nunca se concreta por su muerte prematura.
Tras el deceso, Marina es investigada por posible asesinato y luego como posible víctima de una agresión sexual. Pero nada de aquello se compara con el trato denigrante que recibe de la familia del novio, que se empeña en negar y ridiculizar la relación afectiva que hubo entre esta mujer trans y el padre de familia que Orlando fue alguna vez. A pesar de todo, Marina jamás se victimiza ni asume el rol de perdedora. Más bien, rechaza con dignidad y determinación esa imagen de engendro físico y moral que sus juzgadores le quieren imponer para satisfacer sus buenas conciencias.
¿De dónde saca Marina la fuerza espiritual que le impide derrumbarse? De su amor por la música lírica, del profundo entendimiento que tiene del bel canto. Esto queda claro en la escena final de la película, cuando Marina interpreta “Ombra mai fu”, la oración fúnebre que Händel compuso para su ópera Serse. La voz de contralto de Marina es un sutil homenaje a su condición de mujer transexual y la intensidad de su interpretación es conmovedora.
Cuando no está en el escenario, la grandeza de Marina se muestra por contraste: cuando resiste estoicamente el ventarrón que amenaza con sacarle de la vereda desarrapada por la que camina y también cuando su presencia llena de dignidad aquellos sitios poco glamorosos que visita: los restaurantes chinos de medio pelo, las saunas públicas y los after hours, por ejemplo.
El espectador se queda con la impresión de que Marina continuará siendo fantástica si continúa fiel a su amor por la música lírica y deja de perder el tiempo en relaciones afectivas sin propósito ni destino.