Por Sabrina Duque
Advertencia: Lo que están a punto de leer es un perfil de Claire Underwood, el personaje que en la serie House of Cards, que acaba de estrenar su tercera temporada, es la primera dama de los Estados Unidos. En un experimento exclusivo para Mundo Diners, la autora nos demuestra que la señora Underwood es mucho más real de lo que pensábamos.
I love that woman. I love her more than sharks love blood.
Frank Underwood
En los pasillos de la Casa Blanca dicen que Claire Underwood es una mujer implacable. Tiene la postura glacial que las bailarinas de ballet clásico soportan cuando se levanta el telón, segundos antes de que comience la música: los músculos contraídos, la columna estirada.
El secreto de esa omnipresencia, de esa forma de ser siempre un todo, está quizás en su guardarropa: líneas rectas y estructuradas. Las revistas Elle y Vogue, autoridades de la moda, la han bautizado como la ‘nueva Jackie Kennedy’: la Jackie de los colores neutros. Su ropero, moderno, discreto y elegante, ha forzado a miles de mujeres profesionales a esconder los tonos pasteles y brillantes en el fondo de las gavetas de sus armarios, a deshacerse de la bisutería enorme y llamativa, y a invertir en tonos blancos, negros, grises, azules marinos, beige. Y, sobre todo, en ropa negra, la favorita de la señora Underwood. Esa ausencia del color que es al mismo tiempo la reunión de todos los colores.
Desde que Francis Joseph “Frank” Underwood asumió la presidencia de Estados Unidos en febrero de 2014 —en un ascenso vertiginoso y no libre de cuestionamientos que en dos años lo llevó de senador a presidente—, su mujer ha sido comparada, casi a diario, con Hillary Clinton. La irrupción de la esposa de Bill en la Casa Blanca, en 1993, con su no disimulada agenda política de establecer un plan de salud universal (no tan distante al ahora controvertido Obama Care), nunca sentó muy bien a sus colegas republicanos y trajo consecuencias a sus sucesoras. Basta con pensar en Michelle Obama: una madre de familia obsesionada con que los chicos coman verduras y hagan deporte. ¿Alguien recuerda a la temperamental abogada y militante afroamericana que acompañaba al joven senador en campaña? Es como si las amas de la Casa Blanca, una vez posesionadas, tuvieran que domesticarse.
Claire Underwood, que no tiene hijos, llegó a primera dama corriendo cuesta arriba y sin mirar a otro sitio que no fuera el frente, con el ímpetu y la resistencia con la que corre todas las noches cuando sale a hacer ejercicios acompañada por la escolta presidencial.
La señora Underwood fue portada de varios tabloides por cuenta de una supuesta aventura amorosa con Adam Galloway, el famoso fotógrafo radicado en Nueva York y benefactor de su organización de lobby, Clear Water Initiative (CWI), dedicada a llevar agua potable a países subdesarrollados. Cuando su marido era vicepresidente, cargo que ocupó por mandato personal del expresidente Garrett Walker durante pocos meses después de la renuncia del vicepresidente Jim Matthews, un tabloide publicó retratos íntimos de ella —durmiendo y en la ducha— tomados por su supuesto amante. Los Underwood negaron la aventura en una declaración que recordaba en todo a la puesta en escena que Peter Florrick, gobernador del estado de Illinois, montó cuando reconoció haber frecuentado prostitutas en una revelación pública en la que apareció junto a su esposa.
La nueva primera dama, además, fue cuestionada por la propuesta más visible de su agenda política: una legislación contra los abusos sexuales en el ejército, iniciativa que resulta polémica en un país que alimenta varios conflictos en el exterior. Hay, también, otro antecedente que ahora juega en su contra. Un año antes de su llegada a la Casa Blanca, Claire Underwood despidió a casi toda la plantilla de CWI, alegando problemas de presupuesto. Y meses después echó a la calle a Gillian Cole, una empleada con seis meses de embarazo que intentó defender su caso en un juicio, pero luego aceptó pactar un arreglo fuera de los tribunales y terminó ocupando el puesto de Underwood en CWI.
Quizás para reafirmar su imagen y advertir que no tenía intentos de suavizarla, el día de la posesión de su marido, Claire Underwood usó un vestido negro con detalles afilados que la hacían lucir como una hermosa bruja gótica: un cisne negro con las alas abiertas. Así, la primera dama se ha convertido en un ícono de la moda como Jackie Kennedy —su agenda política, decían, era decorar la Casa Blanca— y en una estratega ambiciosa como Hillary Clinton —sin el horrendo uniforme de profesora de párvulos—. La señora Underwood lo tiene todo.
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En su libro de ensayos El amor, las mujeres y la muerte, el filósofo-misógino alemán Arthur Schopenhauer escribió que las mujeres son “animales de cabellos largos e ideas cortas”. La frase ha sido repetida tantas veces que vale preguntarse si la costumbre que tienen las mujeres que ocupan altos cargos de llevar el cabello corto no comenzó como una respuesta a Schopenhauer.
Una mujer poderosa no gasta horas en cuidar su cabello. La directora del Fondo Monetario Internacional, la abogada francesa Christine Lagarde, redujo su ya corta melena poco antes de asumir el cargo, en 2011; además, no se pinta las canas, acto contestatario donde los haya. La canciller alemana Ángela Merkel no deja que su cabello crezca por debajo de su nuca; igual que la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y la de Chile, Michelle Bachelet. “Una mujer poderosa no tiene tiempo que perder. El corte de cabello es una declaración política: soy confiable, ningún bad hair day va a tomar el tiempo que le dedico a administrar el país”, dice Ricardo Maia, uno de los peluqueros más famosos de Brasilia, a quien visitan actrices como Gloria Pires, estrella de las telenovelas Mujeres de arena, Vale todo y Bellísima, y Fernanda Montenegro, nominada al Óscar en 1998. Y lo dice consciente de la longitud del cabello que luce la presidenta de Argentina, Cristina Kirchner. “Para verse así de bien, necesita por lo menos veinte minutos diarios. Ni hablar de la cantidad de tinte que debe usar”.
En 1990, cuando Claire Underwood —quien se deshizo de su apellido de soltera, al parecer para siempre— llegó al mundo de la política de la mano de su marido debutante en las elecciones para congresista por Carolina del Sur, lo hizo con la imagen dulce y clásica de la chica texana que algún día fue. De hecho, se parecía a Jenny, la novia de Forrest Gump, esa materialización de la american beauty: larga cabellera rubia de aspirante a concurso de belleza y ropa de tonos pasteles en el correcto conjunto de traje sastre y telas lisas de una buena esposa de aspirante a político. Pero que nadie se engañe: Claire no era Jenny. Había estudiado en Radcliffe, una de las Seven Sisters, las siete universidades femeninas más prestigiosas de los Estados Unidos. Pero con el tiempo, al establecerse al frente de CWI y triunfar, entre otras coas, en la excavación de pozos de agua dulce en Sudán, la hoy primera dama de Estados Unidos se cortó el cabello. “Su corte es glamuroso, chic y hoy le queda mucho mejor a las facciones de su rostro que una melena”, concluye el peluquero Maia.
Hasta ahora, ninguna primera dama en Norteamérica lució un corte tan radical y aerodinámico. La mayoría se decantó por melenas medianas. Y todas conservaron el mismo estilo —corte y vestuario— desde su mudanza a la Casa Blanca hasta el último día de su marido en la oficina oval. ¿Seguirá la señora Underwood esa costumbre? Ninguna de sus predecesoras aprovechó la oportunidad de la reelección para cambiar de imagen. Hilary Clinton jugó con la longitud de su cabello al ser secretaria de Estado de Barack Obama, entre 2009 y 2013, cuando se lo dejó crecer unos cuantos centímetros hacia abajo. Por su parte, Nancy Reagan y Barbara Bush lucían falsas melenas cortas hacia arriba; cabellos medianos que, con mucha laca y secador, se convertían en melenas de leonas. El corte Underwood, aparentemente, está listo después de secar el cabello mojado con una toalla.
Simple.
Rápido.
Pragmático.
Poderoso.
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Ángela Merkel luce escote cada vez que va al festival de ópera Bayreuth Wagner en Alemania, pero las mujeres poderosas pocas veces pueden darse el lujo de ser sensuales. En su día a día, Merkel usa un clásico traje sastre con chaquetas de tonos pasteles. A Claire Underwood no se le conoce un diseñador de cabecera, como Oscar de la Renta lo fue para Jackie Kennedy o Isabel Toledo y Jason Wu para Michelle Obama. A veces, Claire Underwood usa Burberry, otras Narciso Rodríguez (quien fuera diseñador de cabecera de Carolyn Bessette, la nuera de Jackie Kennedy), otras Dior y otras Ralph Lauren. Repite las carteras. También las faldas y los trajes. Tiene unos zapatos Louboutin clásicos —cuero negro, tacones altos— que usa sin parar.
Todos sus secretos están en las revistas que han elaborado guías sobre la ropa que usa, cuánto cuesta, dónde comprarla y cómo combinarla. Una página web llamada Inside Claire’s Closet recoge todos los artículos escritos sobre la estética Underwood. Pero mucho cuidado al detalle, su habilidad de vestirse para ganar crea la ilusión de un guardarropa mucho mayor que el real. Claire Underwood logra ser sensual sin esforzarse demasiado, como si no dependiera de ella. Durante el día revela poca piel, apenas los antebrazos que aparecen a continuación de las camisas ejecutivas remangadas y las esculpidas pantorrillas que se mueven por debajo de sus faldas, siempre cortadas por debajo de la rodilla; durante la noche, en cambio, usa trajes ceñidos y escotes cautelosos o ya de plano vestidos strapless que muestran sus brazos tonificados y sus clavículas incisivas. Underwood se viste como quien va a administrar un país, no una casa.
Su transformación estilística ocurrió mucho antes de que su marido se convirtiera en un hombre poderoso en el Capitolio, donde llegó en 1990. La imagen de la esposa de un candidato a la presidencia suele ser pulida durante las elecciones primarias hasta dar con el estilo que acompañará al marido-candidato en la verdadera batalla, pero la llegada inesperada de Frank Underwood al Salón Oval —el presidente Garrett Walker renunció para evitar un juicio político debido a una investigación de donaciones ilegales a su partido— no dio tiempo para el cambio estético que practicaron las predecesoras de la señora Underwood. Por esas mismas razones, tampoco tuvo la oportunidad, como Hillary Clinton, de barrer bajo el tapete sus escándalos, como aquellos rumores llegados desde Arkansas, que decían que la señora Clinton había tenido romances con sus colegas abogados Webb Hubbell y Vince Foster.
Pero la mayor sorpresa que nos ha dado hasta la fecha la señora Underwood llegó, como tantas otras, por la televisión, cuando admitió que había abortado en una entrevista con CNN que vieron millones y millones de estadounidenses y que no tardaría en darle la vuelta al mundo. Era su debut ante la prensa como esposa del vicepresidente y un encuentro esperado porque la vida privada de la pareja era —y sigue siendo— un misterio para el gran público. Se suponía que su esposo la acompañaría durante aquella entrevista, pero el entonces vicepresidente estaba atrapado en el Capitolio, debido a una de las ya habituales amenazas de la paranoia post 9/11: un sobre anónimo lleno de polvo blanco que la seguridad nacional decidió tratar como ántrax, lo cual fue descartado horas después. En todo caso, Frank Underwood vio en la televisión de su despacho cómo su mujer contaba que quedó embarazada tras ser abusada sexualmente por un compañero en la universidad de Radcliffe, adjunta a Harvard, donde obtuvo su título en Salud Ambiental y Química. Desde entonces, los grupos provida encontraron una enemiga instantánea y se instalaron en el barrio de Capitol Hill, frente a la residencia de los Underwood, en una protesta incansable. Por otro lado, la identidad del violador, Dalton McGinnis, un general del Ejército de Estados Unidos, desencadenó una serie de denuncias contra él: Underwood había sido una de sus primeras víctimas. Durante años en el Ejército, el militar usó su rango para abusar de mujeres que estaban bajo su mando. McGinnis fue llevado a corte marcial, encontrado culpable y sentenciado a 40 años de prisión. Aun así, hubo críticos que destacaron la falta de patriotismo de Claire Underwood. La propia representante demócrata Jackie Sharp, veterana de guerra, se negó a respaldar la ley antiviolación que promovía la señora Underwood y que quedó truncada por el silencio. Tal vez ahora que es primera dama ese silencio se transformará en un grito o en una orden a obedecer sin cuestionamientos.
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Ni la señora Obama, con su campaña para comer mejor y ejercitarse, ni la señora Bush, quien buscaba promover la lectura entre los jóvenes, tuvieron que enfrentarse a tantas críticas por su agenda. Hasta Hillary Clinton tuvo un inicio más relajado que Claire Underwood hasta que, claro, las amantes de su marido se levantaron de la alfombra donde se arrodillaban y pasaron a ocupar las portadas de los periódicos más grandes de Estados Unidos. Los Clinton fracasaron en ocultar su política sexual. Las aventuras de Bill fueron ampliamente difundidas y la historia de los romances de Hillary volvió a la luz cuando Vince Foster, uno de sus supuestos amantes, se suicidó tras pocos meses de haber llegado a la Casa Blanca, el 20 de julio de 1993. Foster era un viejo amigo de la familia Clinton, tanto así, que fue el mismo Bill quien pronunció la elegía durante la ceremonia fúnebre. Los lazos que unían a Vince Foster con Hillary Clinton nunca han sido demostrados. Hasta el día de hoy, la versión oficial de la policía es que se trató de un suicidio a consecuencia de una depresión crónica que acabó con un disparo en la boca. En el maletín de Foster se encontró una carta de renuncia que decía, entre otras, lo siguiente: En Washington es un deporte arruinar a la gente.
Aunque sin muertos de por medio, de los Underwood se dice mucho más. Si la historia del fotógrafo no fuera cierta, aún falta por desmentir la relación sentimental del presidente con Tim Corbet, el dueño de una empresa de rafting que fue su gran amigo en la escuela militar, según un rumor de pasillo que Ana Marie Cox se atrevió a publicar en el portal de noticias neoyorkino The Daily Beast. O el rumor infundido por Wonkette, el sitio de Internet famoso por destapar la identidad de los más promiscuos habitantes de Washington, según el cual Frank y Claire Underwood comparten un amante, un agente del servicio secreto que hace las veces de escolta personal del presidente. Muchos rumores pero una sola imagen que se repite cual propaganda en dictadura: los Underwood están enamorados. Frank y Claire son una pareja que no se contiene al hacerse declaraciones de amor público y, hasta ahora, no hay amantes —ni becarias— que puedan revelar aventuras con el presidente de Estados Unidos. Ni con la primera dama.
Estados Unidos nunca ha visto una primera dama como Claire Underwood. No solo cambió el look de la ambición: su personalidad aún resulta un enigma —para unos es el alma gemela de América, para otros, una mujer sin escrúpulos—. Y aunque ella usa un tono dulce y decidido cuando habla frente a la prensa, en Washington se rumora que es mejor ponerse a buen recaudo cuando pasa. En el blog de chismes políticos Wonkette, citan a una exempleada de CWI —probablemente Gillian Cole, quien retiró su demanda de un día para otro— diciendo que, tras hacerle “amenazas horribles”, Underwood le preguntó: ¿de verdad soy la clase de enemiga que quieres tener?