Un sueño donde caben 1 100 personas

un sueño

El teatro ocupa una manzana entera. Es el único en Samborondón y también el único que se ha construido en Guayaquil durante los últimos 25 años. Allí se proyectan realizar 250 presentaciones anuales en su sala experimental para 150 personas y, en la principal, con capacidad para 952.

Por Solange Rodríguez Pappe

Fotos: María Grazia García

Parte de la gigantesca estructura del Teatro Sánchez Aguilar, levantado en el kilómetro 1,5 de la vía a La Puntilla, puede verse desde Guayaquil si uno alza la mirada a través del río Daule. Desde lejos, la edificación rosada hace que los grandes centros comerciales característicos del sector, como Village Plaza, Bocca o La Torre, luzcan bastante más reducidos. Ya de cerca, sobrecoge aún más: ha sido ideado para albergar entre sus dos salas a más de mil asistentes.

La pregunta es ¿podrá contar con espectadores asiduos? Como dice Ramón Barranco —su director artístico—, el Teatro Sánchez Aguilar ha empezado una carrera de fondo y los siguientes meses serán decisivos para consolidar este espacio. A continuación, su puesta en la escena cultural guayaquileña en tres actos.

Primer acto

El personaje y la obra

Carlos Sánchez Aguilar, presidente de la fundación Sánchez Aguilar que auspició la construcción del teatro, es un exitoso empresario zarumeño de 73 años, que prefiere el perfil bajo. Tiene tres hijos, 17 nietos y una bisnieta. En honor a su ciudad natal, nombró Zaruma a la sala experimental.

Según relata su hijo Ángel Polibio Sánchez Arosemena, vicepresidente de la fundación, su padre tenía tres años cuando quedó huérfano de madre, vivió su infancia y adolescencia entre Quito y Guayaquil. “Esta fue una situación que lo marcó —dice—, en este va y viene, empezó a trabajar desde muy joven, y él dice que tuvo suerte. Ciertamente le fue bien gracias a su esfuerzo, pero siempre quiso entregar algo cambio de lo que él recibió, de la suerte que tuvo”.

Cuando terminó el colegio, Carlos Sánchez Aguilar se fue a la universidad a Washington (Estados Unidos), pero no pudo terminar esos estudios, a los dos años circunstancias familiares lo obligaron a regresar al país, a trabajar. “Educar es liberar” es el lema de la fundación que inició hace tres décadas con becas educativas a niñas y niños de escasos recursos, él mismo propuso la frase.

En 1968 cuando ya su actividad comercial como accionista en la empresa Angloecuatoriana se proyectaba próspera, Sánchez Aguilar compró, junto a tres socios y amigos, vastos terrenos en Samborondón, Para entonces aún estaba en construcción el puente que une la ciudad con La Puntilla, y se pasaba el río en gabarra. Lo que actualmente es el polo de crecimiento mejor cotizado del gran Guayaquil eran haciendas de ganado que los socios compraron a bajo precio, con la visión de que en el futuro allí se levantaría el “nuevo Guayaquil”. Sánchez Arosemena prefiere no hablar de hectáreas, pero afirma que aquellos terrenos se han convertido en buenas ventas, edificios, urbanizaciones y centros comerciales. “Hace diez años mi padre dijo: ‘quiero destinar un terreno valioso para algo que se quede perennizado, que sea una contribución a Samborondón y Guayaquil’, y así fue que separó estos 24 mil metros cuadrados donde ahora está el teatro”, cuenta el hijo. Se habló de un parque educativo, de un museo, un centro médico, de un colegio, hasta que en 2009 se concretó la idea del teatro, “y lo hemos construido e inaugurado en 18 meses”, afirma.

Segundo acto

Lo que pasará sobre las tablas

“Nuestro plan estratégico: un teatro de programación, con actividad todas las semanas, así está concebido”, afirma el vicepresidente de la fundación.

Uno de los rumores que se había corrido era la presencia del actor John Malkovich para su inauguración. “¡Ningún rumor!” —aclara Ramón Barranco, quien ya tiene armado el cronograma anual para toda la temporada que va desde mayo a diciembre de 2012—. Del 30 de agosto al 1 de septiembre estará aquí John Malkovich, montando The Giaccomo variations, una aproximación al tema de Casanova. Han procurado contactos con compañías internacionales que no habían visitado el país por la ausencia de espacios para espectáculos a gran escala o especializados. Como ejemplo indica que el teatro cuenta con un piano Steinway, utilizado por los mejores concertistas del mundo. Con él se inaugurará en julio un ciclo de cuatro pianistas de renombre. Y entre otros logros del programa, se contará en los próximos meses con visitas como la de la cantante peruana Susana Baca, la violinista Hilary Hahn y el Beijing Ballet de Pekín. “Aún así, no todo el mundo está contento” —dice Barranco—, “programar no es solo elegir una obra, sino traerla, ver su idoneidad y su disponibilidad. Hemos trabajado en tener una fuerte presencia nacional y por eso iniciamos con la participación de cinco compañías locales” —añade.

“Es verdad que ciertas actividades, por sus precios, no serán accesibles para toda clase de público —comenta Ángel Sánchez—, pero por eso estamos haciendo una programación diversa, para todos los gustos y para todos los precios”. También tienen proyectadas entradas gratuitas para alumnos de colegios. “Ha habido comentarios por redes sociales respecto a los precios, algunos comparan los valores de nuestras entradas con las del Teatro Sucre de Quito, por ejemplo. ¿Por qué un mismo espectáculo en nuestro teatro cuesta más?, pues porque al Sucre lo subvenciona el Municipio de Quito y a nosotros nos toca asumir el 100% del costo”, explica.

Tercer acto
Vestirse de seda

Queda claro que el edificio y la fundación están más que listos, ¿pero está el público preparado para la recepción de arte de alto nivel? Un primer vistazo a los asistentes, en una noche de representación del Teatro Sánchez Aguilar, sugiere que aunque no todos los asistentes estén acostumbrados a presenciar montajes complejos; al menos lo aparentan. Parece haber un acuerdo tácito de llevar vestuario sobrio (terno y corbata los caballeros, vestido negro las damas) y una actitud solemne, a pesar de que el teatro no proponga ningún código de vestir a sus asistentes.

Dentro, el carácter se torna mucho más relajado, tanto que se aprecia algún bostezo, algún cabeceo, algún suspiro cansado. Y al final de la obra alguien se queja de que no fue lo suficientemente graciosa —hablaban de Estado de ira de Ciro Zorzoli—, pero sí se han reído en las partes de humor obvio donde hubo persecuciones y tirones de cabello.

Carlos Sánchez Aguilar generó un sueño cultural donde hoy caben más de mil personas, el tiempo dirá si ese sueño fue lo suficientemente habitado y entendido.

RECUADRO
La fundación

La Fundación Sánchez Aguilar está inscrita en el Ministerio de Educación desde 1989, para ese entonces Carlos Sánchez Aguilar ya apadrinaba con becas a más de 100 colegiales, relata su hijo y vicepresidente de la fundación, Ángel Polibio Sánchez. Empezó como una ayuda a las alumnas de la escuela Santa Ana (de las religiosas de La Inmaculada) que queda frente a las oficinas de Angloecuatoriana, sobre la Av. 9 de Octubre. “Él fue huérfano de madre, sentía una necesidad especial de apadrinar niños con una situación como la de él… Le decía a la madre Germana: ¿hay huérfanos entre sus chicos? Me gustaría ayudarlos”, recuerda.

Como miembro del Club Rotario, Sánchez Aguilar conoció al padre jesuita Ignacio María Moretta (+) y financió obras educativas en las escuelas Fe y Alegría. También construyó dispensarios médicos y guarderías en sectores necesitados de Guayaquil y Samborondón. Y una de las obras más importante de la fundación es el alberge de 100 camas junto al hospital de niños Roberto Gilbert, que funciona hade 12 años y dirigen las voluntarias de la Asociación de Voluntariado Hospitalario del Guayas (Asvolh).

La Fundación Sánchez Aguilar también financia el Centro de Promoción Social y Desarrollo Integral (Ceprodi), un espacio de formación profesional en corte y confección, belleza, enfermería, computación y tecnología de restaurantes que funciona hace 10 años en los pisos altos del edificio Angloecuatoriana.

“Somos una fundación privada familiar y, a través de los años, hemos conocido a otras entidades como nosotros, principalmente de Estados Unidos, con ayuda de estas fundaciones logramos construir el teatro. Esta gestión ha sido posible gracias al nombre de mi padre y su larga trayectoria benéfica y empresarial”, explica Sánchez Arosemena. (IM)

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