Un oficio que llega con la muerte

un oficio que llega con la muerte

Tener una agencia puede sonar a turismo, pero no. Las agencias de limpieza de homicidios, suicidios y demás son otra cosa. Las hay en Estados Unidos, México, Francia y España. En Latinoamérica, Argentina pone el ejemplo y se atreve a este tipo de negocio alejado de toda fragancia.

Por Catherine Yánez Lagos

El cartel de la entrada anuncia un estudio jurídico. También se ofrece ayuda contable. Si se ingresa todo es cierto: hay libros sobre leyes y cuadros que enmarcan títulos profesionales. Pero cruzando el baño que conecta a la primera oficina, está Limpieza de Escena del Crimen. La agencia lleva tres años funcionando (en Mataderos, barrio de Buenos Aires) y es difícil hallarle publicidad sin sensacionalismo.

—No soy un cirujano con enfermeras al que le ponen los guantes, no, yo estoy en la mierda —dice Ricardo de Seta (57 años) mientras levanta su camiseta, deja ver una enorme cicatriz que le cruza desde la espalda a la cintura y guarda una pistola en el cinto. Esta imagen es la de la despedida, antes Ricardo habrá anticipado que fue oficial de policía por veinte años, que llevar armas es una costumbre acompañada de necesidad y que a los muertos está acostumbrado porque en su momento también hizo autopsias.

Ricardo está junto a la puerta. Es delgado, tiene bigotes, lentes y una verruga en un cachete. En su cabello negro resaltan varias canas. Ahora levanta la mano, la agita y desaparece. Antes habrá intentado explicar los servicios que su agencia promociona en un tríptico:

“Servicio de limpieza de la escena del crimen: homicidios, suicidios, tentativas, accidentes fatales, muertes dudosas.

Desinfección de todos los elementos”.

Al inicio la gente que leía el anuncio pensaba en audiciones para alguna película, algo loco, algo raro. Pero Ricardo no ideó ni lo uno ni lo otro, solo sabía de metalurgia, de química, de leyes y de muertos. Nunca fue plan montar un negocio con estas características.

—Primero nos dedicamos a la limpieza de higiene ambiental, en eso ya llevamos 10 años, pero luego nos empezaron a llamar para limpiar colectivos donde hubo accidentes o asaltos; allí muchos choferes terminaban con dedos menos —recuerda Ricardo sentado en una silla detrás del escritorio. Liliana Andrade (53 años) está frente a él, es su esposa y su única compañera de trabajo. Ella se une a la memoria e interviene:

            —No se puede describir el olor a ser humano y eso que yo tengo mucho olfato. Si vas a los cementerios vas a sentir el olor, los muertos están en los nichos, dicen que son las flores, pero no.

Liliana lleva el cabello corto y teñido de rubio. Estudió enfermería por dos años y ahora se anima a todo. Ricardo la mira, sabe que ya son 37 años de casados, y añade una diferencia específica en cuanto a olores.

—Si hubo sangre te das cuenta enseguida, el lugar tiene un olor dulzón, pero si fue solo cadáver, el ambiente es de acidez.

            Piensa en los sitios que ha estado: ve sangre, basura, gusanos, moscas vivas y tiesas. El mismo estilo de porquería siempre. Y repasa el quehacer: blanquear las paredes, sellarlas y pintarlas. Entonces se queja:

            —Te dicen que es una manchita, pero nunca es una manchita. Los baños siempre son el lugar en el que se suicidan o donde les pegaron cinco tiros.

            Liliana apoya la mano sobre la barbilla y completa:

            —Luego de limpiar te queda una sensación. Ni siquiera comentamos, no somos de hablar. En el lugar no hablamos, cada uno va a hacer lo suyo.

            Ambos reviven olores y con eso las ganas de nada que les deja cada escena. Liliana continúa:

            —Después de hacer estos trabajos…dos o tres días carne no comés.

            Ricardo asiente, a él también le pasa y añade:

—Una pizza con queso no la podés probar tampoco.

            Liliana acepta la afirmación entrecerrando los párpados, cansada de imaginarse con su uniforme de trabajo, que no está compuesto de leva, pantalón o falda. Lo que le queda usar, por su seguridad, es un grueso traje especial de limpieza que la deshidrata. Tampoco cumple con el típico horario de oficina ni trabaja todos los días. En su lugar dirá:

            —Cuatro horas podés aguantar por día, no más. No trabajamos todas las semanas. No hay estómago que te aguante dos hechos seguidos.

            El tiempo máximo de limpieza, para esta pareja de esposos, es de tres días. Liliana entonces resume un poco la rutina:

            —El primer día es cuando te quedás más shoqueado. Al segundo días les exijo a los deudos que entren, yo quiero saber qué quieren tirar y qué no.

            A los muertos les ponen apelativos porque nunca los conocieron: está la enana que filmaba con Marcello Mastroianni (actor de cine italiano) y pagaba taxi boy (prostituto); la compradora compulsiva que vivía en un penthouse avaluado en $ 450 000; el guardador de fósforos que llenaba la pileta de aceite y el coleccionador de armas. Todos son extraños que, después de muertos, les son cercanos solo en la limpieza. El grado de análisis de Ricardo los muestra con vida y en sus hogares. Siempre le quedan sospechas y comenta:

            —Lo que nosotros podamos intuir o creer nos lo llevamos a la tumba. No soy investigador privado.

            Liliana hace una mueca floja y dice una frase rápida de lo que piensa:

—Esto no es apasionante, pero aprendés algo nuevo cada día.

            La oficina de la agencia se reparte en tres ambientes. El primer espacio se destaca por sencillo: una laptop, dos teléfonos y una pizarra. Las cuentas se dibujan sobre esta. A Ricardo le ha tocado correr la tarifa del servicio por la inflación en Argentina (que ya llega al 25%). El costo del servicio es de 3 000 (pesos argentinos, equivalentes a $ 551), si solo de sangre se trata, porque si el contrato es limpiar la casa completa, puede subir a 5 000 o 6 000 pesos (que son $ 968 o $ 1 101).

—¿Ese es su hijo? —le pregunto señalando una foto en la pared.

            —Sí, en el día que se recibió. Todavía estamos buscando al padre —Ricardo sonríe y espera la reacción de su mujer entrecruzando dedos.

            —¡Vos sos el padre! —contesta Liliana regresando a ver la foto y prefiriendo fijar su atención en otra… la del nieto que se llama Santino y tiene cinco años.

            Ricardo se levanta, deja el sillón y camina. Muestra otro ambiente, donde se ha reemplazado cualquier palabra de bienvenida por letras gordas: limpieza de escena del crimen, nombre que se repite en los titulares de periódicos o revistas que han sido enmarcados. Son ocho cuadros. Ricardo aparece en casi todos.

El tercer cuarto funge de laboratorio. Frascos transparentes llenos de líquidos de colores. El hombre se transforma en un niño que presume un arsenal de limpieza. Máquinas y nombres raros con usos sofisticados.

            Liliana mira aburrida, ya es una costumbre. Hay cinco trajes colgando de una pared y se podría decir que lamenta la falta de ayuda en la agencia.

            —No podés tener empleados acá, podés agarrar cualquier infección.

No por nada el símbolo internacional Biohazard es el logo de la agencia: cuatro círculos entrelazados que representan todo lo que tiene posibilidad de patógeno. Todo lo que es peligroso biológicamente. Desde 2010 este logo los representa, al igual que los trípticos y la página web que mantienen como medio de difusión.

            La semana anterior Ricardo recibió una llamada, alguien había muerto. Dejó a la familia el presupuesto de limpieza de la casa. Al final, ellos nunca confirmaron el servicio, pero él se llevó una impresión.

            —La temperatura acá hace que estallen los cuerpos, sale la grasa y, en este caso, las paredes de la sala estaban salpicadas —cuenta Ricardo, quien en otras ocasiones ha tenido que limpiar manchas de sangre de sus labios y ojos, cuando los líquidos saltan del suelo.

            —Es un servicio de élite, lo tengo para hacer plata —termina de decir Ricardo sobre su negocio al que difícilmente le saldrá competencia.

Ambos confían en eso, no es algo que dé para preocuparse. A Liliana la preocupación le viene cuando se le pregunta si haría la limpieza en caso de que un familiar suyo fuera el muerto. No lo sabe. No lo quiere saber. Le basta pensar en los otros que atiende y no conoce.

—La gente no queda contenta, pero sí aliviada. Nosotros no somos los únicos que tenemos trato con los cadáveres.

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual

Recibe contenido exclusivo de Revista Mundo Diners en tu correo