“Un montón de piedras deja de ser simplemente un montón de piedras en el momento en que un solo hombre las contempla dibujando dentro de sí la imagen de una catedral”.
Antoine de Saint-Exupéry
Por Tamara Izco
Fotos de Federico Clavarino
La fe mueve montañas y, en ocasiones, también construye catedrales. Hay que ver la cara que pone la gente cuando le cuentas que en España hay un hombre que ha construido por su cuenta una gran catedral. Su mirada incrédula suele venir acompañada de la solicitud de evidencia, porque al parecer una sola persona no puede ser capaz de llevar adelante semejante tarea. Te dicen que es demasiado increíble para ser verdad, que es imposible que esa historia sea real. Y, sin embargo, lo es.
Justo Gallego nació en 1925 en Mejorada del Campo, a las afueras de Madrid, y a sus veintisiete años ingresó en el monasterio de Santa María de Huerta en Soria, aunque al poco tiempo tuvo que abandonarlo tras contraer tuberculosis. Al ser una enfermedad contagiosa, se votó para que Justo se marchara y así el exmonje terminó trasladándose a Madrid para intentar curarse. Fue durante su tiempo ahí que, al ver que mejoraba, decidió tomar un nuevo rumbo encontrando un espacio para plasmar su devoción. En 1961, en las tierras que había heredado de su familia en Mejorada del Campo, Justo puso la primera piedra de lo que se iría convirtiendo en una catedral. Más de medio siglo después la obra continúa.
Ocupando un terreno de 4 700 metros, esta catedral autoconstruida, a pesar de tener una estructura peculiar, cuenta con todos los espacios propios de un edificio de este tipo, como claustro, cripta, escalinata, pórticos y escaleras de caracol. Sus vidrieras, que han sido diseñadas con un método inventado que no requiere plomo, así como los pocos frescos que decoran las paredes son algunos de los caprichos estéticos que hacen que esta obra sea también tan particular. Bajo una cúpula que se eleva hasta los 40 metros, entre andamios, sillas de autobuses y de escuela, restos de materiales que son reciclados para seguir con la construcción, turistas y los ladridos del perro guardián del edificio, Justo sigue adelante con la obra cada día porque sin él sería imposible continuar. Y es que esta catedral no tiene planos ni ha sido proyectada por un arquitecto ni tampoco por un ingeniero: está todo en la cabeza de este hombre menudo, por increíble que resulte. Inspirado sobre todo en el estilo románico, “aunque con menos paredes para que haya más luz, porque si no parece una fortaleza”, Justo se ha basado en edificios emblemáticos, tomando así la cúpula de la basílica de San Pedro del Vaticano como referencia, la entrada de la Casa Blanca (“donde están los presidentes” según dice él mismo) y las columnas de un edificio situado en la madrileña calle Alcalá. A lo largo de los años y a base, muchas veces, de prueba y error, el sueño de don Justo —que es como lo llama la mayoría de la gente— se ha ido haciendo realidad, sobre todo a base de donaciones privadas que han permitido continuar con el proyecto.
La primera vez que fui a visitar la catedral me llevé una sorpresa. Como casi toda España, yo también había conocido a este hombre por un anuncio televisivo de la marca de bebida Aquarius, perteneciente a Coca-Cola. Utilizando su historia para transmitir que todo es posible (y que una bebida isotónica te puede ayudar a conseguirlo), Aquarius convirtió al exmonje en una estrella y desde entonces, cuando se hace mención a la catedral de don Justo, todos saben de qué lugar se habla. La empresa pagó 30 000 euros a Justo para hacer el anuncio y ese dinero fue reinvertido en la continuación de la obra. Si bien la imagen que me había dado el anuncio de la catedral era ya abrumadora, verla en vivo es algo realmente sobrecogedor. A mitad de camino entre una construcción monumental y un edificio que parece de mentira, casi hecho con la inocencia e imaginación con la que un niño puede llegar a montar un fuerte apache en el salón de su casa, la obra de Justo es única por su espontaneidad, y quizás también por su fragilidad. Muchas de las vidrieras se han ido rompiendo con el viento mientras que algunas de las torres también se han visto afectadas por la lluvia y otros factores climatológicos.
Después de algunas visitas me di cuenta de que por la catedral pasaban muchos japoneses (luego entendí que es a raíz de la cobertura periodística que se le ha dado en el país asiático a la obra y su historia) y aquello me recordó a la Sagrada Familia, que es uno de los monumentos que más visitan los japoneses en Europa. Me resultó imposible no conectar el proyecto utópico inacabado del arquitecto catalán con la catedral construida por Justo. Por otro lado, y no casualmente, esta última está situada en la calle Antonio Gaudí de Mejorada del Campo.
Justo, que ha escrito en la entrada de su edificio “Me limito a ofrecer al Señor cada día de trabajo que Él quiera concederme y a sentirme feliz con lo ya alcanzado”, no está solo en su proyecto. Además de contar con el apoyo continuo de sus sobrinos y de algunos voluntarios que de vez en cuando pasan por ahí, hace veintidós años recibió la visita de un hombre de Guadalajara que había escuchado la historia de la catedral autoconstruida y decidió visitarla: “Me gustó y dije, bueno, pues yo te ayudo”. Ángel, que es al día de hoy el encargado de contar la historia a los curiosos que se acercan al lugar, también vive en la catedral con Justo. Yo lo conocí allí un sábado por la mañana y lo encontré curándole la cola a un galgo mientras el exmonje ponía cemento sobre una pared, vestido con su atuendo de cura. Los dos amigos tienen una dinámica perfectamente establecida, y Ángel, mucho más joven que Justo, se encarga también de cuidarlo. Me contaba que últimamente intentaba convencerlo de que comiera carne, aunque fuera vegano, porque el doctor le había dicho que le hacía falta ese tipo de proteína. Mientras me decía aquello yo tenía los ojos puestos sobre Justo, quien observada con admiración porque 91 años no son pocos y, sin embargo, ahí estaba el hombre montado sobre una escalera bajo el sol, inmutable, parsimonioso y cumpliendo con su labor.
El objetivo principal al finalizar la obra es donarla al Arzobispado de Alcalá de Henares para que se puedan celebrar misas en ella, ya que al día de hoy la catedral ha sido bendecida pero no consagrada. Sin embargo, su futuro es realmente incierto. Al no contar con los permisos oficiales de construcción, existe el riesgo de que la obra termine siendo demolida. Pero esto está por verse y actualmente no es lo más importante. De hecho, cabría pensar que a estas alturas lo que más quisiera Justo es descansar y ver su obra terminada y en funcionamiento, pero basta con verlo cargar su balde lleno de carbón durante el invierno de una esquina a otra del edificio mientras continúa con la obra para entender que lo más importante para él es levantarse cada día y seguir con su proyecto. Ese es su pequeño acto de fe cotidiano que, 55 años más tarde, ha cobrado unas dimensiones monumentales.
Un domingo, que es el día de descanso de Justo, decidí pasar por la catedral. Al llegar me lo encontré sentado en frente a uno de los balcones que se asoman al claustro. Estaba leyendo su Biblia, completamente inclinado sobre ella. Aquella mañana había pocos visitantes y el único sonido que se escuchaba era el de las cigüeñas picoteando mientras retocaban los nidos que han construido sobre la cima de las columnas de la catedral. Más tarde, cuando le pregunté a Ángel si la presencia de esos pájaros no era perjudicial para la estructura, me contestó con una sonrisa que, como bien decía Justo, “Una catedral sin su cigüeña no es una catedral”. En todo caso me quedé algunas horas ahí, observando al exmonje mientras leía con atención el texto sagrado. Quizás fue en aquel momento que comencé a comprender que la fe requiere una disciplina y que hay algo fantástico en eso de confiar en algo más grande que nosotros: nos permite preocuparnos del día a día, sin tener que pensar en lo que vendrá, y en ocasiones, ni siquiera en el porqué de las cosas. Es posible que en esa confianza ciega, como dirían algunos, se esconda también la posibilidad de encontrar sentido a la propia existencia, ya sea al levantar una catedral desde cero, creer en el proyecto casi inalcanzable de un hombre o simplemente al decidir contar esta historia.