Un árbitro que ya no disfruta el fútbol

Arbitro

“En cada partido 22 hombres pretenden ser Aquiles y uno se resigna a ser Héctor. Los futbolistas juegan a ser dioses y el árbitro a ser hombre. Ningún otro deporte tiene un sistema de jurisprudencia tan endeble, es decir, tan parecido a la vida”.

Juan Villoro

Por Andrés Cárdenas Matute

Fotos: Omar Sotomayor

El 26 de octubre de 2011 Alfredo Intriago llegó a su casa cerca de la medianoche. Ese día Liga de Quito venció a Barcelona en el Monumental, remontando un marcador adverso con gol al minuto 92. Al entrar, se encontró sobre la mesa de entrada una nota escrita con marcadores de tinta fosforescente que decía: “Así como añadiste tres minutos para que pierda mi equipo, así no te voy a hablar un mes”. El mensaje era de su hija mayor, Alisson, que entonces tenía 15 años.

En Google, este guayaquileño levanta el polvo virtual: “Árbitro Alfredo Intriago amenaza con paralizar el campeonato”, “Alfredo Intriago asegura que actuó apegado al reglamento”, “Fernando Mantilla está indignado con el arbitraje de Intriago”, “Alfredo Intriago respondió al presidente de Deportivo Quito”, “Alfredo Intriago te sigo puteando”. En las opciones automáticas de búsqueda, la primera sugerencia es alfredo intriago suspendido. Si nos vamos a Facebook, encontramos por lo menos tres grupos que, con palabras más o menos delicadas, sugieren a Intriago retirarse del fútbol. Y en YouTube ya los decibeles suben, sobre todo en el desfogue, hace tres temporadas, del exarquero de Liga de Quito y actual ministro del Deporte el día en que se retiraba del arco. “No sé si soy el mejor árbitro del país, eso no lo decido yo, pero sí soy el más popular”, dijo Intriago en una entrevista antes de reír con los periodistas.

Cuando Intriago tenía poco más de 20 años y estaba en su primera clase camino a convertirse en uno de los siete árbitros FIFA en el Ecuador y presidente del gremio arbitral, un profesor hizo que todos sus alumnos se pusieran de pie uno por uno, dijeran sus nombres y revelaran el equipo del cual eran hinchas. Intriago lo hizo. “Como hincha claro que lloré y puteé árbitros. Llevaba la bandera al estadio. Una vez llevé un ataúd con los colores del otro equipo”, dice, como quien habla de una vida pagana ya convertida a la religión.

Ahora Intriago no disfruta el fútbol. Cree que las escrituras del arbitraje lo transformaron en una persona objetiva e imparcial. Se considera predestinado para esa labor. En el estadio se dedica a analizar la actuación de sus compañeros de credo y en los partidos de la selección del Ecuador no se levanta a celebrar los goles. Es su culto hacia el control en un deporte poblado de zancadillas, gambetas, luchas cuerpo a cuerpo, y rodeado de chantajes, intereses y corrupción: “El árbitro controla todo en el fútbol. Tu decisión nadie la va a cambiar. Se pueden parar de cabeza, pero si tú dices penal es penal. Los jugadores hacen los goles, pero tú eres el que controla. Incluso controlas a los hinchas y al campo de juego. Lo único que no puedes determinar es el resultado, pero tus errores puedes incidir en el marcador final”. El escritor uruguayo Eduardo Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, dice que “el juez central es un tirano que con gestos de ópera ejerce su dictadura sin oposición posible”.

Dicen que los árbitros son futbolistas frustrados y el silbato y el traje oscuro funcionan como disfraz para poder participar en la fiesta de los dioses. Alfredo Intriago jugó en las inferiores del Calvi de Guayaquil y emigró a la capital para probar suerte en Espoli y Deportivo Quito. Hubo problemas con la transferencia del pase entre el equipo del puerto y el azulgrana, así que las ansias terminaron en las bancas de la Universidad Central. “Jamás voy a ser árbitro”, respondía a las insistencias de un profesor suyo. Sin embargo, ahí donde muchos ven un oficio ingrato y dolorosamente imprescindible, otros ven un deporte de élite que conlleva un proceso de selección y entrenamiento que dura alrededor de diez años.

En 1995, a los 24 años, un Intriago alto, ágil y con anhelos de atleta debutó como juez en cuarta categoría. Entonces, como todos sus colegas, empezó una gira por las canchas en las que se juegan campeonatos intercolegiales, interbarriales, zonales de ascenso, segunda división. Ya en el primer partido que dirigió Intriago, se ganó el apodo de “mono loco”. Fue en la liga barrial Obrero Independiente, camino al valle de Los Chillos. Con el reglamento en mano y una tendencia que sería su pasión dominante en el futuro, sacó 16 tarjetas amarillas y cuatro rojas. “Yo soy de otra escuela. Antes se enseñaba un arbitraje estricto y represivo. Me costó cuando la FIFA trató de hacerlo algo más preventivo. Yo esperaba el golpe, ahora se habla más”. Intriago nombra varias veces a Byron Moreno como su mentor: de él aprendió a nunca tolerar insolentes ni malintencionados. Cinco años después, Intriago llegó a primera categoría donde dirigió finales del campeonato ecuatoriano y en el año 2004 le dieron su escarapela FIFA; estuvo en campeonatos sudamericanos de divisiones inferiores, en Copa Sudamericana, Copa Libertadores y en partidos de eliminatorias.

Pero ya no disfruta el fútbol. Camino a su oficina en las Acacias, al sur de Guayaquil, vamos en su Chevrolet Aveo rojo, con el sistema eléctrico de la alarma y el aire acondicionado dañados. Los vidrios de los asientos traseros son polarizados y hay una revista de Barcelona bastante manoseada en la puerta del copiloto. El tema de conversación son “esos tres periodistas” que se han ensañado con él y critican sus actuaciones domingo a domingo como deber religioso. Intriago cuenta que existen compromisos económicos entre sectores de la comunicación y camerinos a los que él muchas veces afecta con sus decisiones.

Va de jeans y camiseta Adidas negra de cuello alto sacerdotal, el pelo estirado hacia atrás con gel. Por eso y por su tamaño, parece la versión ecuatoriana del Patón Bauza, entrenador de Liga de Quito. Su oficina está llena de cuadros de los campeonatos internacionales en los que ha participado, bajo la mesa de centro una alfombra con la forma de una cancha de fútbol. En el pizarrón blanco de tiza líquida está un mensaje de su hija Alisson: “Te amo pa :)”. Su segunda hija, Patricia, tiene una discapacidad cerebral llamada Citomegalovirus e Intriago la considera un regalo especial del cielo: “Al principio impacta porque uno nunca pensó tener un hijo así, pero nunca me avergoncé ni me sentí mal. Dios me la mandó por algo, soy especial para Él. Cuando ellos te abrazan, te ven, son los más puros. Te entregan el amor y el cariño de una manera real y sincera. Estar con Patricia es convivir con Dios”. Su último hijo, Isaac, tiene siete años y, al contrario de su padre cuando tenía esa edad, ya sueña con ser árbitro.

Porque Alfredo Intriago bien podría haber sido dirigente del MPD. Durante sus años en el colegio Vicente Rocafuerte de Guayaquil fue de esos alumnos empeñados en mostrar su inconformidad con el sistema, tanto así que su madre, ahora miliciana de Hugo Chávez, le escondía los libros de Lenin y Marx, temiendo que fueran a radicalizar su comportamiento. Luego, en la universidad, estudió Filosofía y Ciencias de la Educación. Quizás fue entonces cuando sus ideas de igualdad y derecho a la defensa empezaron a calentar para el partido con la gente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol.

Intriago se siente el hermano mayor del arbitraje nacional. “Yo sacrifiqué mi carrera por ser presidente del gremio”, repite varias veces. Piensa que podría haber llegado más lejos, pero prefirió sus principios por sobre la ambición. Piensa que, al tener que hacerse cargo de velar por los derechos de sus compañeros, no se dedicó lo suficiente a su propia carrera. Piensa que antes los árbitros eran pisoteados y no se enfrentaban a los dirigentes de la FEF por miedo a morder la mano que les cuelga las escarapelas en el pecho. Intriago, en cambio, perdió su insignia FIFA por decreto de la Federación y tuvo que esperar un año para recuperarla: muchos creen que sus constantes roces con el máximo organismo del fútbol ecuatoriano son parte de una revancha personal. “En mi administración hemos parado cuatro veces el campeonato”, dice, con la altivez ambigua de ejercer ese derecho humano en un país en el que sacar presidentes es un orgullo. Tres veces se paralizó la competición por agresiones a jueces —en 2007 a Félix Badaraco lo agredieron con un machete en Imbabura, en 2010 Fabián Muñoz fue agredido en Cañar por hinchas que ingresaron al campo de juego, en 2012 una turba de fanáticos y jugadores persiguieron a la terna arbitral en Pelileo— y una el año pasado para reestructurar la Comisión Nacional de Arbitraje. Hacer esto, en un negocio en el que se mueven sacos de dólares semanales, es sinónimo de empresarios enfadados moviendo sus tentáculos en las salas de redacción y en cámaras. “Para mí el fútbol se convirtió en cálculo”, dice Intriago, y podría añadir euforia o trabajo de alto riesgo.

El 12 de diciembre de 2010, Bauza y sus dirigidos festejaban en el estadio George Capwell de Guayaquil, vistiendo unas camisetas que decían “Liga campeón”; seguramente también las tenían sus rivales, pero esas se quedaron enfundadas en la utilería. Dentro de la cancha, todo era cánticos, simbólicas medallas de oro y papel picado de colores bajo la mirada de miles de banderas azules. Sin embargo, minutos antes, casi una docena de policías tuvieron que detener al arquero del equipo campeón por acercarse violentamente a la terna arbitral. El incidente que tuvo a José Francisco Cevallos como protagonista principal y a Intriago como objeto de su apetito es más que conocido y el árbitro lo toma con humor: “Ahí se acuñó una frase célebre que permanecerá en este país mientras el fútbol sea fútbol”. Se refiere a: solo-déjame-putearlo. Se trataba del último partido del arquero previo a su retiro y de la circunstancia de compartir plantel con su hijo. Cuando todo debía ser alegría, el actual ministro quiso desfogar 20 años de ira contenida, según dijo. Intriago ni siquiera había intervenido en el partido, era cuarto juez y estaba en la mitad del campo. Cevallos se le acercó evadiendo a todo aquel que se interponía entre él y su misión: la puteada del siglo inmortalizada en YouTube. “Vas a ver”, termina diciendo el arquero, tal vez presagiando acciones futuras bajo el conocimiento de información confidencial.

Alfredo Intriago todavía no logra explicarse la actitud de Cevallos. Es verdad, no eran amigos, pero sí se conocían: habían compartido paneles de conversación en televisión, habían intercambiado bromas y se habían tomado fotos juntos en la inauguración de la escuela de fútbol de Luis “El Chino” Gómez, con quien ambos comparten amistad. Con Alex, hermano del ministro Cevallos, todavía tiene una muy buena relación. “No le entiendo. ¿Estaba dopado? No creo, podíamos haber ordenado que se le hiciera una prueba ese momento. ¿Es un títere de dirigentes? Puede ser que haya esperado una mala reacción de mi parte y la sanción posterior: es sabido que los Paz no me quieren. ¿Un resentimiento por las veces que lo amonesté por quemar tiempo? No creo, sería inaudito”.

“Cevallos debe demostrar que soy un ladrón y mi madre una zorra”, dijo Intriago a la prensa en septiembre de 2011, después de haber puesto una demanda contra José Francisco Cevallos en el Palacio de Justicia, en la que reclamaba una indemnización de 200 000 dólares por daño moral. El exarquero ya se había disculpado públicamente por lo sucedido, pero el árbitro no aceptó su arrepentimiento. Ha pasado más de un año y la acusación no parece ver tierra cercana, después de todo, se trata de un ministro en funciones y de un árbitro que reclama por haber sido insultado en la cancha. A Intriago, que está de acuerdo con todas las demandas por injurias que ha puesto el presidente Correa, le sorprende que alguien acusado por lo mismo esté en su Gobierno. “Es política y ahí la justicia es complicada”.

Al final del día, mientras trata de dilucidar en qué piensa cuando pisa un campo de fútbol, explica: “El arbitraje es una profesión peligrosa porque el fútbol desborda pasión. La gente es fanática y eso es igual a peligro. El fútbol te ciega”. Dice que entró silencioso a su profesión y de ella saldrá de la misma manera, aunque haya hecho ruido en el intermedio. Tomará una decisión en seis meses: si continuar su carrera los tres años que le quedan —hasta los 45— o retirarse para mirar otros proyectos. Sin embargo, una cosa está clara: en medio de ese ruido algo murió. Ganó una escarapela FIFA y el reconocimiento en las calles como “tarjetita Intriago” o “figurita Intriago”, pero perdió el fútbol: la razón para levantarse el domingo, la alegría de acumular las migas que caen de esa mesa.

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