Un año de niños sin escuela

Por Sandra Yépez Ríos.

Fotografías: Shutterstock.

Edición 467 – abril 2021.

América Latina ya cumplió un año desde que se canceló la educación presencial en gran parte de sus escuelas. Con un alto número de instituciones aún cerradas, los niños de la región corren el riesgo de quedarse por detrás del resto del mundo.

Cuando a Paula le preguntan su direc­ción, sigue diciendo Luziânia, a pesar de que hace un año que ya no vive con su madre y su hermana allá en esa pequeña ciudad en el centro de Brasil donde antes de la pandemia estaban su casa, su escuela y su vida.

Ahora su vida está junto a su abuela, en un poblado a setenta kilómetros de Luziâ­nia. Ahí ha ido a refugiarse también su pri­ma Camila, de diez años. Tras el cierre de las escuelas, sus padres se quedaron sin lu­gar donde dejarla durante las horas de tra­bajo. Los otros dos hermanos de Camila, de siete y cinco años, se han ido a vivir con su abuela paterna. Los niños se separaron y los padres se quedaron con una casa vacía.

Paula tiene siete años. Cada vez que pregunta: ¿cuándo volveré a vivir con mi mamá?, recibe la misma respuesta: “Cuan­do pase la pandemia. Cuando abra la es­cuela”. Pero ni la pandemia pasa ni la es­cuela abre. Es más, la escuela se ha conver­tido ahora en unos mensajes de WhatsApp que su profesora manda todos los lunes con un paquete de tareas que Paula intenta descifrar usando el viejo celular de la abue­la Francisca.

Aunque diez años mayor que Paula, y al otro lado del mundo, Doris ha experi­mentado más o menos los mismos proble­mas. La casa que comparte con sus padres y sus ocho hermanos en Nairobi tuvo que convertirse también en su salón de clases.

En Kenia las instituciones educativas rea­brieron sus puertas en 2021. En febrero, Doris pudo visitar por primera vez la universidad donde, en septiembre de 2020, comenzó sus estudios en Ciencias de la Información. Por fin de vuelta a un pupitre, Doris espera recu­perar todo lo que siente que no aprendió en los meses estudiando en casa.

“Todos piensan que estudiar en línea es más fácil, pero la verdad es que tu capaci­dad para captar ideas se ve muy afectada. El tipo de tareas que recibimos no coincide con lo que nos enseñan o con lo que conse­guimos entender (…). Uno no puede con­fiar en la enseñanza en línea. Necesitas te­ner un dispositivo, necesitas Internet y eso resulta muy caro”, confiesa Doris, quien ya perdió varias clases por falta de conexión. Con todo, ella está entre los más afortu­nados pues, según las Naciones Unidas, el 43% de alumnos a nivel mundial no tiene acceso a Internet en casa, haciendo impo­sible las clases en línea.

De vuelta en Brasil, Paula ni siquiera podría decir que tiene clases en línea. En algún horario incierto, la TV pasa leccio­nes de primaria, pero ella no lo sabe y la abuela Francisca tiene un millón de ocu­paciones como para acordarse de eso. Así, a Paula solo le restan unos casuales videos que la profesora envía por WhatsApp jun­to con el compendio de tareas que nadie le explicó realmente cómo resolver.

Con todo, Paula acabó de ser aprobada a tercero de básica. “Aunque no aprendió nada”, dice angustiada Isadora, su madre: “Yo misma le dije a la profesora ‘repruebe a mi hija, ella no sabe nada’, pero la profesora igual la aprobó”, cuenta Isadora, quien mal consi­gue ver a Paula un fin de semana sí y otro no.

Como Paula, millones de niños en todo el mundo corren el riesgo de perder elementos fundamentales de su educación. De hecho, muchos de ellos “podrían caer por debajo de los niveles de competencia necesarios para participar productivamen­te en la sociedad”, advierte la ONU en un reporte de agosto de 2020.

Para Isadora eso podría significar que sus hijas tengan que enfrentarse al desempleo cuando tengan su edad, pero por ahora no hay tiempo para pensar en eso. En su vida de empleada doméstica y madre soltera, solo es posible pensar en el futuro más inmediato.

Algunas de las vecinas desempleadas de Isadora se han embarcado en el oficio de niñeras y reciben en sus casas de seis a ocho niños por día. Cobran una fracción de lo que cobraría una guardería; sin embargo, para Isadora aquello representa el 30 % de todo su salario, de modo que solo puede costear el cuidado de su hija menor. “Dejarle mis dos niñas a mi mamá sería demasiado. Hasta que no vuelvan las clases, no tengo otra alternativa que tenerlas separadas”, dice Isadora, para quien la escuela no era solo un lugar donde sus hijas aprendían el ABC, era también una guardería, un comedor, un consultorio médico y un refugio.

En Brasil se calcula que unos siete millo­nes de niños podrían estar pasando hambre, al haber dejado de recibir la merienda esco­lar desde que cerraron las escuelas. A nivel mundial, la ONU estima que, en el primer semestre de 2020, 370 millones de niños al­rededor del mundo se vieron afectados por la pérdida de servicios de salud y nutrición que eran ofrecidos por las escuelas.

Ante la alarmante situación, el secretario general de la ONU, António Guterres, realizó un apelo, en agosto de 2020, para que los paí­ses implementaran medidas de seguridad que permitieran a los niños volver a las aulas. “Nos enfrentamos a una catástrofe generacional”, declaró Guterres al advertir que unos veinti­cuatro millones de alumnos corrían el riesgo de abandonar la educación para siempre.

Doris tuvo la suerte de volver, pero muchas escuelas en su país reabrieron para encontrarse con pupitres vacíos, como re­lata con pesar Mary Wanjiru Kangethe, directora del Programa de Educación de la Comisión Nacional para la Unesco en Kenia. “Algunos no se sienten motivados para volver, otros son víctimas de maltrato, de violencia sexual… hay muchos casos de embarazos precoces”.

Kangethe lleva tres décadas trabajando en educación y está consciente de que to­mará años volver al nivel de escolaridad que existía en Kenia antes de la pandemia. “La situación es frustrante y deprimente”, admi­te Kangethe; sin embargo, su país, al igual que la mayor parte de su continente, tienen algo a su favor: bien o mal las escuelas han vuelto. Países de América Latina, mientras tanto, no pueden decirse tan afortunados.

América Latina por detrás de todos

En Brasil se calcula que unos siete millones de niños podrían estar pasando hambre, al haber dejado de recibir la merienda escolar desde que cerraron las escuelas.

En Brasil las primas Paula y Camila cada vez tienen más dificultades de recor­dar lo que hace un año habían aprendido. Lo poco que estudian ahora ya solo se con­centra en portugués y matemáticas. Nada de geografía, nada de historia, nada de ciencias naturales. En los tiempos que corren, saber leer y poder contar ya parece un privilegio reservado para quien lo puede pagar.

“Vamos a ver una enorme disparidad entre ricos y pobres. Los niños de mejores condiciones económicas serán capaces de ponerse al día rápidamente. Los niños más desfavorecidos se quedarán atrás. Cerrar esa brecha será nuestro mayor desafío”, ad­mite Kangethe analizando la situación en Kenia.

Pero en nuestra región, donde la mayo­ría de escuelas continúa cerrada, la brecha amenaza con ser aún mayor. Según un alar­mante reporte de la Unicef, publicado en noviembre de 2020, los niños de América Latina y el Caribe han perdido, en prome­dio, cuatro veces más días de escuela que cualquier otro niño en el resto del mundo.

En Nicaragua Rodrigo está terminando a tropezones la secundaria en un colegio técnico de la capital. Desde que comenzó la pandemia, su vida estudiantil se tradu­jo en incertidumbre y confusión. “Nuestra clase que era de veintisiete chavalos se que­dó solo con diez”, relata.

Nicaragua no llegó a imponer un cierre real de las escuelas. Pero, según relata Rodri­go, poco a poco, los chavalos dejaron de ir y las instituciones debieron cerrar. En noviem­bre Rodrigo y sus compañeros fueron com­pelidos a volver a las aulas. “Como mi grupo era solo de diez, las autoridades del colegio nos unieron a otro grupo de treinta, y eso fue una montonera, cuarenta chavalos meti­dos en una sola aula y muchos sin mascarilla (…). Según nos dijeron, no había plata para pagar más profesores”, relata Rodrigo.

Cuántos profesores quedarán en su co­legio para el siguiente año lectivo es incierto, pues según la Cepal la inversión en educa­ción en América Latina y el Caribe podría haber caído en más del 9 %, un retroceso dramático si se considera que las proyeccio­nes originales para 2020 eran de un aumen­to del 3,6 %.

A pesar de los desafíos, Kangethe está convencida de que las escuelas deben vol­ver a abrir sus puertas. “Este es un esce­nario con el que tendremos que convivir. En muchos aspectos, los niños están más seguros en la escuela que si permanecen mucho tiempo en casa”, admite la repre­sentante de la Unesco.

En Brasil, mientras tanto, Isadora está pensando en matricular a su hija menor en la primaria ahora que va a cumplir cinco años. Un acto casi simbólico considerando que, en su ciudad, ni las autoridades ni los noticieros ni los maestros parecen acordar­se de que un día la educación presencial debería volver.

Con todo, salones de belleza, clubes, ci­nes, restaurantes, gimnasios y bares tienen las puertas de par en par. Lástima para Isadora que en ninguno de esos lugares se alfabetizan niños ni se ofrece merienda escolar.

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