Tupac, Biggie y la década salvaje del rap.

Por Francisco Miñaca.

Edición 454 – marzo 2020.

Los que conocen el género saben que EN EL RAP SE CUENTAN HISTORIAS que casi nunca terminan bien: historias en las que los personajes se someten a situaciones extremas que los conducen a desenlaces indeseables. Esta historia, protagonizada por dos leyendas de la industria, parece una de esas canciones, pero es verdad.

Cuando parecía ser cierto, John Lennon dijo que Los Beatles eran más populares que Jesús. Ahora, el rapero Drake es, técnicamente, más popular que Los Beatles: en 2018 superó el récord de la mítica banda de Liverpool cuando siete temas suyos entraron en el top diez de Billboard. El rap no solo arrasa en las listas de popularidad, también se ha convertido en una presencia cultural que resuena desde la Casa Blanca hasta las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, pasando por los parlantes de todo el mundo.

Como muestra el documental Evolution of Hip Hop, en sus orígenes neoyorquinos, el rap fue una expresión de precariedad. En medio del crimen, el desempleo crónico y los impresionantes incendios que calcinaron el Bronx durante los setenta, un grupo de jóvenes concentraron toda su energía en la creación de un sonido que les permitiera celebrar y expresar su descontento. Sin acceso a instrumentos y con poca o nula formación musical, los pioneros del género aprovecharon la tecnología de su época para cortar, copiar y reproducir canciones preexistentes y soltar versos sobre ellas. Al igual que la soul food afroamericana, el hip hop nació de las sobras.

Pero los días en los que los raperos y DJ cobraban centavos para animar fiestas de barrio quedaron atrás. Ahora Eminem, en el tema Homicide, dice: el dinero no es un problema, soy rico, me limpio el culo con seis millones. Los que han triunfado viven en la opulencia y, cuando no la alcanzan, pueden rentarla por una noche para filmar algún video musical. El éxito rotundo ha cambiado a los caudillos del género y los ha hecho más digeribles para el gran público. El rapero Kendrick Lamar no bebe alcohol; Kanye West está en una cruzada contra la pornografía, y Drake hizo la voz de un mamut llamado Ethan en una película para niños. 

Las cosas, sin embargo, no siempre fueron así, especialmente durante los noventa cuando, como dice el periodista musical Diego A. Manrique, el rap era un “oficio peligroso”. Durante esta década, Nueva York y Los Ángeles fueron los polos de un enfrentamiento entre los raperos más importantes de su época. Y esta rivalidad terminó en 1997 con la muerte de los principales actores del conflicto: Tupac Shakur y The Notorious B.I.G.

Aunque los dos raperos eran enemigos, la muerte les dio algunas cosas en común: cuando fueron asesinados ambos estaban en el mejor momento de su carrera, tenían menos de veintiséis años y fueron acribillados en escenarios similares. Hasta el día de hoy nadie sabe con certeza quién apretó los gatillos y, a lo largo de los años, las motivaciones, los detalles macabros y las conspiraciones en torno a estos crímenes solo se han multiplicado.

Fuck you

El primero en morir fue el principal representante de la Costa Oeste: Tupac Shakur. Aunque tenía veinticinco años, ya había vendido millones de discos, salido con Madonna, actuado en una película junto a Janeth Jackson, y enfurecido a más de una persona del establishment de su país, un vicepresidente incluido. Le dispararon desde un Cadillac en movimiento en Las Vegas, Nevada, en septiembre de 1996. El oficial Chris Carroll, el primero en acudir a la escena del crimen, recuerda que al llegar se encontró con un tipo enorme que, aunque estaba bañado en sangre, corría de un lado al otro, enfurecido. El policía solo pudo tranquilizar al gigante apuntándole con una pistola. Era Suge Knight, CEO de la discográfica Death Row Records, con la que Tupac había sacado sus últimos discos.

Antes del tiroteo, el rapero y el ejecutivo asistieron a una pelea de Mike Tyson en el hotel casino MGM Grand. El gran evento duró menos de dos minutos y, a la salida, Tupac tuvo un altercado incluso más breve con un joven llamado Orlando Anderson. La trifulca fue registrada por las cámaras de seguridad y, aunque breve, fue feroz. Anderson era un criminal afiliado con los Crips y cuando Tupac lo pateaba en el piso se metía con una pandilla que había nacido antes que él.

Después Tupac se cambió de ropa, se subió de copiloto en un BMW y le tomaron la última foto de su vida. En el apresurado retrato la mirada de Tupac Shakur causa intriga: parece saber algo que nosotros no. Pasadas las once de la noche, cuando el oficial Carroll alzó el cuerpo ensangrentado de Tupac Shakur, sus ojos ya no transmitían nada. Entonces, “en un tronar de dedos”, el rapero pareció volver en sí. Carroll quería una declaración y le preguntó: “¿Quién te disparó?” Según el oficial, el moribundo lo miró, respiró y, antes de volver a la inconciencia, le dijo: “Fuck you” (jódete).

Si es que Tupac sabía quién lo mató, decidió llevarse el nombre o, al menos, no decírselo a un oficial. Esta es una constante en la cultura afroamericana, particularmente la relacionada con las pandillas: el desprecio a la Policía y el código de silencio. Suge Knight, quien manejaba esa noche, juró en una entrevista con el documentalista Nick Broomfield que, aunque supiera quién mató a la estrella de su discográfica, no se lo diría a la Policía. “No me pagan por resolver homicidios”, agregó. 

El resto de los allegados a Tupac Shakur, que estuvieron en la caravana de autos la noche del tiroteo, siguieron el ejemplo de Suge Knight y no hablaron con la Policía. Este silencio hace que la imaginación llene los espacios vacíos. Dependiendo de a quien se le pregunte, la muerte de Tupac fue orquestada por la CIA, el FBI, el propio Suge Knight, o fue el resultado de la pelea con el pandillero Orlando Anderson. También circula una teoría conspirativa que afirma que el rapero fingió su muerte para alejarse de la corrupción que lo rodeaba. Este sería uno más de los supuestos complots que rodean a la cultura afroamericana, como el rol que, según algunos, habría tenido el Gobierno de su país en causar la proliferación del sida dentro de sus comunidades o la infiltración illuminati en el hip hop, mediante artistas como Jay-Z y Beyonce. Algunas teorías tienen argumentos y otras parecen el resultado de la desesperación y la paranoia.

¡Dispárenles!

La carrera de TUPAC se caracterizó por letras que iban desde el respeto y el apoyo a la raza negra, la mujer y la lucha contra la desigualdad a la temática gangsta más agresiva. Su disco All eyez on me es uno de los pocos discos dobles en la historia del rap.

Cuando murió Tupac Shakur uno de los principales sospechosos era un rapero que se hacía llamar The Notorius B.I.G. En realidad, su nombre era Christopher Wallace y era el rey del rap en la meca del género, Nueva York. Biggie, como se lo llama a menudo, tenía una voz gruesa y, con un solo álbum de estudio (Ready to Die), ya era una estrella irrefutable. Sacaría otro disco (Life after Death), pero no viviría para verlo convertirse en un clásico instantáneo.

Tras una agonía de seis días, Tupac Shakur falleció el viernes 13 de septiembre de 1996, y, de inmediato, muchos miraron a la Costa Este en busca de los asesinos. Desde hacía algunos años existía una rivalidad entre el rap de las dos costas que no dejaba de escalar. Aunque el rap nació en Nueva York durante los setenta, en un par de décadas tuvo un renacimiento en California. Frente a las costas del océano Pacífico nació el agresivo gangsta rap: este subgénero llamó la atención por su virulencia y fue representado por raperos como Eazy-E, Dr. Dre y Snopp Dog. Los proyectos de estos artistas fueron éxitos de ventas mientras, en el otro lado, los pioneros del rap pasaban por un período menos afortunado. Era la semilla del resentimiento que tardaría unos años en madurar.

Cuando Tupac y Biggie se conocieron, en 1993, se llevaron muy bien. Entonces el californiano ya era una estrella mientras que el neoyorquino solo era un talentoso rapero que no sabía si dedicarse a la música o seguir vendiendo drogas en la calle, a pesar de que su enorme tamaño lo hacía inútil para el microtráfico. A Biggie le impresionaba la fama de Tupac, su colección de armas y la calidad de su marihuana.

La amistad de los raperos se mantuvo hasta un oscuro incidente ocurrido en 1994. Tupac Shakur pasaba por un mal momento debido a una acusación de abuso sexual. Se había gastado su dinero en la defensa legal y en los casi cuarenta parientes que ayudaba económicamente. Así que, necesitado de efectivo, fue a grabar un tema en Nueva York. Cuando llegó al estudio de grabación, unos desconocidos lo asaltaron y, por enfrentárseles, recibió cinco tiros. Tupac sobrevivió pero en poco tiempo ya estaba en prisión. Allí fue donde el rapero se convenció de que Biggie, entonces ya “el rey de Nueva York”, sabía sobre el asalto y que no movió sus influencias para evitarlo ni para desquitarse.

Cuando Tupac salió de la correccional Clinton, donde pasó ocho meses, era otra persona. Aunque siempre había tenido un temperamento agresivo, la prisión, las deudas, las acusaciones que siempre negó y cinco disparos, lo hicieron un hombre vengativo y paranoico. Entonces sacó una canción llamada Hit ‘em Up (“Dispárenles”) en la que atacaba a los raperos de la Costa Este, especialmente a Biggie. Aunque los insultos son normales en el rap, este tema los llevó al límite. Tupac empieza diciendo que se acostó con la mujer de su antiguo amigo y nombra a otros raperos quienes deberían esconder a sus madres y temer por su progenie. El coro repite: “Trae tu Glock si ves a Tupac”, y fue con una pistola Glock con la que lo asesinaron en Las Vegas.

Biggie negó haber matado a su adversario. En una de las últimas entrevistas que le hicieron, decía que no le deseaba la muerte a nadie, hablando con un tono de inocencia casi infantil. Pero la candidez no era una de las virtudes de Biggie quien, en realidad, tenía un récord criminal más extenso que el de Tupac. La experiencia lo hizo cauteloso. Se encontraba en el mejor momento de su carrera y, con la muerte de su rival, pocos se le podían enfrentar. No era preciso actuar como un pandillero.

Canibalismo

BIGGIE SMALLS, uno de los raperos estadounidenses más grandes e influyentes en la música internacional, se convirtió en el rey del rap de la Costa Este tras el lanzamiento de su álbum debut Ready to Die en 1994.

Meses después, en marzo de 1997, Biggie decidió ir a California para la prestigiosa ceremonia de los Premios Soul Train Music Awards. Este fue un grave error. El neoyorquino no supo medir el resentimiento que despertaba en la ciudad de su enemigo. Para él los negocios eran más importantes que las rivalidades. No comprendió lo peligrosa que era una ciudad donde los pandilleros se mataban por colores, signos hechos con las manos y grafitis en las paredes. Al salir de la fiesta, su auto fue interceptado por un desconocido que le disparó cuatro veces. Murió al instante, al igual que Tupac, sentado en el asiento del copiloto: aunque tenía muchos autos, nunca aprendió a manejar. Su muerte rompió el corazón a sus fans, que le dieron un velorio multitudinario en las calles de Brooklyn.

Con el entierro de Biggie, el asunto entre las dos costas quedó sepultado. Dos de los mejores raperos de la historia murieron y eso fue un golpe para toda la comunidad afroamericana. Ahora bien, eso no impide que, hasta la fecha, el nombre de uno sea la sombra del otro. La comparación estética es inevitable y los fans del rap en todo el mundo están casi obligados a tomar bando. Estas discusiones son bizantinas y no tienen otro juez que el gusto. Pero aunque no se puede decir qué rapero era mejor, se puede decir qué era lo que los hacía únicos.

Muchos de los productores y artistas que trabajaron con Tupac destacan su ética de trabajo. Producía con un sentido de urgencia y podía pasarse todo el día en el estudio. Escribía a toda velocidad, no se preocupaba por aspectos menores de la producción o el sonido y podía grabar varias canciones sobresalientes en una sesión. Por eso pudo sacar seis discos póstumos. Hay también quienes dicen que fue porque en realidad no murió en Las Vegas.

Las letras de Tupac se caracterizaban por tener una visión más amplia sobre la vida y el sufrimiento. En un tema podía hablar sobre machismo, política y racismo para en el siguiente hacer rimas sobre fumar marihuana y tomar Hennesy con las mujeres que tenía en cada ciudad. Su primer álbum se llamó 2Pacalypse Now, en referencia a la película Apocalypse Now. El nombre es apropiado ya que Tupac presentía que el fin estaba cerca para él y para toda la civilización. “Habrá canibalismo”, decía en una entrevista con una radio sueca. Según un artículo de Vanity Fair, la canción que los amigos de Tupac recomiendan para conocerlo es Dear Mama. Este tema está dedicado a su madre, Afeni Shakur, quien lo llevó en su vientre mientras esperaba, tras las rejas, el veredicto de un juicio por terrorismo. Afeni era hija de una empleada doméstica y formaba parte de las Panteras Negras. Fue gracias a la defensa que ella hizo frente al jurado que pudo salir libre junto a sus compañeros. La reclusión, la inteligencia y las palabras marcaron la vida de Tupac desde su gestación.

Biggie también tenía una relación única con su madre, Voletta, pero en el tema Suicidal Thoughts decía que la mujer seguramente deseaba haberlo abortado. Biggie no se tomaba las cosas tan en serio. Sus temas giran sobre su mundo de crímenes, sexo, drogas y fiesta. No habla sobre racismo y mucho menos sobre política. Aun así desarrolló una poética intensa en la que pudo decir cosas interesantes mediante historias vívidas. La narrativa era su fuerte.

Biggie era un fanático del cine y, como un buen guionista, hacía que las sórdidas historias que lo rodeaban se convirtieran en narraciones dramáticas y visuales. Sus dos discos están llenos de breves cuentos como N**** Bleed, Somebody Got to Die o la impresionante I Got A Story To Tell (Tengo una historia que contar). En esta canción Biggie cuenta la historia de una mujer casada con la que se acostaba. Una tarde, después de tener sexo, ambos escuchan, “Cariño, ya llegué”. El dueño de casa venía temprano. Entonces Biggie le dice a la mujer que arregle el problema si no quiere una tragedia. Pero la asustada mujer no resuelve nada. Biggie, que suena relajado, tiene una idea: se pasa una bufanda sobre la cara, empuña su arma y le apunta a la mujer. Cuando el cornudo abre la puerta, se encuentra con que están robando su casa. Así que el rapero sale con un botín y con la conciencia tranquila porque no tuvo que disparar a nadie. Al final de la canción, el rap termina pero empieza una dramatización en la que Biggie les cuenta a sus amigos lo que acaba de pasar. Todos fuman hierba, ríen y celebran al narrador. ¿Esto ocurrió? Aparentemente sí. Internet incluso ofrece una disección del tema que concluye con quién era el hombre al que asaltó. En el rap la autenticidad es la divisa con la que se puede hablar de drogas, armas o asesinatos.

Sin embargo, al igual que con figuras como Kurt Cobain, Marilyn Monroe o Elvis Presley, el poder magnético de su obra y los millones de dólares creados alrededor de su nombre y su legado hacen que mucha gente mienta. Así que las anécdotas, aunque son encantadoras, tienden a diseminarse y a contradecirse como en Los detectives salvajes, esa novela de Roberto Bolaño sobre la memoria y los poetas. Finalmente, eso es lo que une a estos dos raperos más que la raza o las condiciones de la muerte: ambos son poetas que no articulan un tipo de sabiduría tanto como un sentimiento, que a menudo es desolador.

BIGGIE y TUPAC vivieron el boom del hip hop. Crecieron en ese momento en que la música era un beat que les permitía decir lo que sentían y podían rebotar palabras uno a uno para expresar el contexto de represión, racismo y agresiones que vivía la comunidad afroamericana en los años ochenta y noventa en Estados Unidos. El hip hop es un arma artística de protesta.

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