Tú no eres una mujer

Por María Fernanda Ampuero

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Mi ginecóloga se llama Carmen.

Carmen se levantó, dio la vuelta a su escritorio, se sentó a mi lado y me abrazó. Esto no lo hacen los trabajadores sanitarios de España. Esto no lo hace nadie que apenas te conoce. Lo hizo Carmen y por eso la quiero. No sé cuánto tiempo estuvimos así: mi dolor sobre su bata blanca. Lo que sí sé es que ella ayudó a sostener el mundo que se me caía sobre la cabeza aplastándola, aniquilándola, dejándome ciega.

Segundos antes Carmen, con los ojos muy abiertos y la frente muy fruncida, había mirado mi ecografía, a mí, mi ficha y otra vez: la ficha, la ecografía, a mí.

—¿Cuántos años tienes?

Muchas veces hizo esa pregunta, que cuántos años tengo, aunque en mi historial está registrada, perfectamente, mi edad, el año de mi nacimiento, la fecha de mi primera regla, alergias, enfermedades hereditarias: todo lo que fui y lo que soy por dentro.

En ese momento tenía 37. Era bastante joven para lo que Carmen tenía que decirme. Por eso miraba tanto la ficha, el eco, porque temía, porque quería, estar equivocada. Mis ovarios ya no estaban produciendo folículos, es decir, ya no estaban haciendo su trabajo. Se acabó la fábrica de óvulos. De huevitos de vida. De posibles bebés de pelo rizado, cejas espesas, ojos chinos.

Bebés, en fin, parecidos a mí, míos, de mi vientre.

Eso era lo que Carmen tenía que decirle a una mujer de 37 años en un despacho de un barrio de Madrid: no vas a poder tener hijos. Y entonces vi esa ecografía y esos ovarios silenciosos y luego ya no vi nada porque me doblé como un perro al que han pateado a llorar a mis bebés muertos antes de vivir. No puedo tener hijos, es lo que estoy diciendo.

Y estoy escribiendo esto tan íntimo por una razón: no tengo hijos, pero soy una mujer. Carajo, tener que aclararlo, escribirlo, decirlo, me asquea, pero lo haré por todas mis hermanas que no tienen la oportunidad de poder aclararlo, escribirlo y decirlo en un espacio como este.

Soy una mujer. De hecho, soy un mujerón, una mujerísima, una mujérrima, mucha mujer, la mujer más extraordinaria que puedan imaginarse. Como todas mis amigas, mujeres que no tienen hijos o que sí los tienen. Yo no las diferencio. Ser mujer, ser de verdad mujer, va más allá de si por la vagina te ha salido una criatura o diez. Puedes ser una completa imbécil, machista, ridícula, envidiosa, incluso mala madre —pegadora, horrible—, y tener un rondín de hijos. O puedes ser una luchadora, una líder, un modelo para otras mujeres, una buena persona, que no tuvo hijos porque no quiso, porque no pudo o porque a quién carajos le importan las decisiones de cada matrimonio, de cada pareja o de cada mujer.

Otra vez me siento estúpida al tener que subrayarlo: tener hijos no nos hace mejores mujeres. Luchar por ser mejores mujeres es lo único que nos hace mejores mujeres… Y leer y callar y no juzgarnos las unas a las otras.

Es asquerosamente retrógrado, casi medieval, valorar la condición de mujer por la maternidad, como si fuera lo único que podemos hacer, como si nuestra capacidad de reproducción condicionara todo lo demás. Ser madre como fin de todos nuestros esfuerzos. Pues no: yo no estoy incompleta ni coja, ni voy por el mundo pidiendo perdón a la sociedad por no hacer —oh, lo siento, no he podido, soy estéril, sacrifíquenme como a una vaca— lo que supuestamente vine a hacer a este mundo: parir.

Véanme: no hay nada incompleto en mí.

Yo vine a este mundo a vivir, como los hombres, a trabajar, a ser feliz, a escribir, a viajar, a conocer gente, a bailar, a pensar, a leer, a amar. A hacerlo mejor que la generación anterior. Pero a ellos, a los chicos, no se les juzga con esa severidad si deciden no tener hijos o si deciden tenerlos y luego abandonarlos o si los ven cada quince días o quién sabe. Nosotras, en cambio, somos lobas de nosotras:

—¿No tienes hijos? ¿No vas a intentarlo con tratamiento? ¿O adoptar? ¿Ni uno? Aunque sea un hijo debes tener. Debes realizarte como mujer.

No. No necesito usar a otro ser vivo para realizarme. ¿Es que soy irreal? Yo ya estoy realizada. Soy persona antes que mujer. Y soy mucho más que mis órganos reproductores.

Si vamos a decir obviedades, diré la más gigantesca de todas:

Yo

Soy

Una

Mujer

(Carajo).

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