El origen del trueque se remonta a seis mil años atrás, en Mesopotamia, cuando se empezaron a intercambiar los excedentes de las cosechas. En América es una práctica asociada al campo. Sin embargo, la situación económica y la pandemia dispararon estas transacciones en Quito.

—Mi primer trueque fue un juicio de alimentos por una plancha de cabello.
—Cambié la televisión de mi casa por una colmena de abejas.
—¿Bicicleta por dos fundas de limones?, a veces no entienden nada.
—El trueque me salvó.
—Conocí el trueque en el desempleo.
— “Basura” es solo una categoría.
Son voces urbanas, que entraron al mundo del trueque del que difícilmente se puede salir…
Trueque para nueva vida
Nadya Escobar renunció a su trabajo en 2019 y, al mes siguiente, se enteró de que estaba embarazada.
—Me quedé sin piso. Mis papás tenían un taller de confección de sacos. Yo amaba los duvets y me pareció buena idea venderlos. En Marketplace puse “vendo o cambio”. Me ofrecieron ollas, vajillas, cosas de cocina.
Nadya confeccionaba con su mamá y en secreto los duvets, porque su padre no tenía fe en ese giro de negocio. Su mundo eran los sacos.
—Llegó la pandemia. “Nos vamos a morir de hambre, es momento de enterrar los sacos”, les dije. Así comencé a truequear, los duvets por comida, ropa para mi hija y cosas de maternidad, como un extractor de leche.
Tuvo tanta acogida el producto que, en 2021, Nadya y sus padres crearon Studio de Cotex.
—El trueque me cambió la vida. La gente en la pandemia miró más su casa. Trabajaban desde sus dormitorios y querían una bonita decoración en sus camas.
Nadya sigue manteniendo el intercambio de duvets por detergente, yogur y miel.
Trueque como acto solidario
Miguel Morejón vive de manera alternativa. Hace siete años se mudó al campo para desarrollar la apicultura. Antes de la pandemia organizó un taller sin costo. A cambio debían traer herramientas como palas, picos, azadones.
—Llegaron más personas de lo esperado —confirma Miguel con una sonrisa.
Solo en Quito hay más de cincuenta grupos de Facebook dedicados al trueque. Los hay de mujeres, mixtos, de útiles escolares, grupos por barrios: los del norte, del sur, del valle, de Cumbayá. Una de las comunidades más reconocida es Trukana.
—Siempre recordaré la solidaridad de las administradoras —dice otro fiel troquero, Javier Calvopiña. Al llegar a Trukana se dio cuenta de la cantidad de trueques que no se concretaban por la dificultad en la entrega. Entonces Javier, especialista en terapias alternativas cuyas consultas bajaron notoriamente, tuvo una idea: con su carnet de médico y de repartidor de comida consiguió un salvoconducto y empezó a mediar los trueques con su bicicleta.
—Hacía las entregas a cambio de lo que me quisieran dar. La mayoría fue por comida.
Su viaje más largo fue del Condado a Guajaló (alrededor de treinta kilómetros). Javier hacía las entregas de siete de la mañana a dos de la tarde, hasta que tuvo un accidente.
—Recuerdo que llevaba un almuerzo de La Carolina a Carcelén a cambio de unos cuadernos. Estaba por llegar, un perro se me cruzó y caí. Se me rompió la bicicleta y la clavícula.
Javier fue hospitalizado. Una señora le llamó para un trueque y el joven cartero le contó lo sucedido. En una comunidad nada es secreto. El accidente llegó a oídos de las administradoras que le enviaron una canasta llena de alimentos.
—Otras personas también me enviaron cositas.
Estuvo seis meses en recuperación. Un hombre le llamó y se llevó su bicicleta. Este buen samaritano había truequeado algo suyo por el arreglo de la bicicleta de Javier. A los veinte días la devolvieron como nueva.
―En el trueque todas las partes salen beneficiadas. Se debe entender que el punto no es económico —concluye Javier.
Andrea Narváez es abogada. Vivía en un populoso barrio al noroccidente de Quito.
—En esa zona había muchas mujeres sin dinero que necesitaban asesoría. Ayudé a las que pude, pero me di cuenta de que no era rentable, aunque quisiera, no podía dar mis servicios gratis a todo el mundo.
Comenzó a hacer trueque.
—Una mujer de Santo Domingo vivía con su hija de tres años y no recibía la pensión por parte del padre de la niña. Decidí ayudarla.
Por cuatro meses Andrea llevó el caso hasta la sentencia judicial de 125 dólares mensuales.
—Cuando le di la noticia a la madre, ella vino feliz y me regaló una plancha para el cabello. No fue el mismo valor, pero me sentí pagada y satisfecha porque mi trabajo fue reconocido. Yo hago esto porque no puede ser que por falta de dinero se priven de derechos a las personas.
Trukana se fundó el 21 de abril de 2020 de la mano de María Belén Bustamante y Martina Álvarez Orska.
Trueque y redes sociales
—Lo creamos para compartir cosas entre familia y amigos. Yo vivía en Holanda, iba a regresar al Ecuador y necesitaba cosas para la casa. Pensamos que íbamos a ser mil, exagerando —cuenta, entre risas, María Belén— pero se salió de control.
Ahora tiene veinticinco mil miembros y cuatrocientos en lista de espera. La característica es que también aceptan trueques por servicios, como lo confirma María Belén.
—Mi esposo dio un servicio legal por un cuadro. Martina, que es fotógrafa, ha cambiado sus fotos por miel, aretes y hasta un escritorio.
—Es una organización bastante estricta, ¿verdad?
—Sí y creo que justamente eso nos ha ayudado a mantener Trukana, porque no solo es un sitio de intercambio, sino de educación, en el que queremos mostrar que todo puede tener una segunda oportunidad (risas); recuerdo a una doctora que escribía en sus publicaciones: “Doy atenciones médicas gratis, a cambio quiero que estén sanos”.
Trueque, amor y luna de miel
—Imagínese, yo me casé y conseguí todo por trueque: el vestido de novia, los bocaditos, el pastel, los recuerdos y hasta el mariachi —dice Jessica Andrade.
Seis años que vive del trueque. Jessica tenía veinticuatro años y estaba embarazada. Quería ayudar a su esposo con los gastos y se puso a vender en Marketplace la ropa que ya no usaba.
—Ponía “vendo o cambio” y las personas me preguntaban qué significaba “cambiar”. Les explicaba que por mis cosas aceptaba ropa de embarazada y para bebé. Así fui conociendo a chicas que se interesaron en el trueque.
Jessica entró en las comunidades virtuales.
—También ofrecía los servicios de peluquería que hace mi mami y cosas que nos quedaron de una papelería que cerramos. Teníamos libros, lápices, pinturas.
Jessica dice que fue armando su nuevo hogar —empezando por su matrimonio— a punta de trueque.
—Logré una estadía en una quinta del valle. Encargamos a nuestros hijos y nos fuimos con mi esposo. Yo digo que por trueque conseguí hasta la luna de miel.
Jessica se reúne cada quince días con un grupo de treinta “troqueritas”, como se hacen llamar. Llevan las cosas de la casa que ya no usan y cambian entre ellas.
Trueque, alegrías y decepciones
A Tania Pulupa no le interesaban los trueques, pero por curiosidad entró en un grupo.
—Para probar puse a cambiar una chompa de mi esposo. Una mujer me ofreció un vestido que en la foto me pareció lindo. Nos encontramos. La prenda me decepcionó, estaba bastante usada. Mi chompa era casi nueva. A los cinco minutos la señora me llamó y me dijo que no fue un trato justo y que nos volvamos a encontrar para que yo escoja tres prendas más. Me conmovió porque fue honesta.
Consultando experiencias en grupos de Facebook también saltaron decepciones: “No todos entienden de qué se trata el trueque, a mí me ofrecieron dos fundas de limón por una bicicleta nueva”, escribe María Inés Andrade. Amayra le responde que a ella le ofrecieron una barra de jabón de ropa por un perfume de marca, luego del “jajajá”, Amayra aceptó que eso no le causó enojo sino gracia.
Trueque como economía circular

Cat Lemos es activista por el consumo responsable, reciclaje y la economía circular. También es fundadora de la comunidad Quito Desperdicios Cero, con más de diez mil miembros. En 2018 se reunió con sus amigos en el parque La Carolina, para organizar lo que llamaron El trueque de la campana.
Una vez al mes invitaban a la gente a llevar las cosas que no usaban, ponerlas en el centro de la ronda y tomar lo que les sería útil.
—Fue una hermosa oportunidad para explicar la gestión adecuada de los materiales y el consumo consciente. El trueque nos enseña a darle otro tipo de valor a las cosas.
Cat recuerda que los vendedores de helados se sorprendían de ver tantas cosas en buen estado, y llegaron a cambiar helados por ropa y juguetes.
—Hay que entender que el trueque es una forma mucho más barata de consumir, de vivir.
En una casona de La Mariscal, en Quito, encontramos a Jorge Escobar, miembro del grupo Huertos Urbanos. Todos los sábados recibe “lo que sea”. A cambio da plantas.
—¿Qué significa “lo que sea”?
—Que recibo plástico, papel, cartón, desechos orgánicos, botellas de vidrio, telas retaceadas, aceite reusado, empaques de caramelos, espumaflex…
Y sigue enumerando, emocionado, mientras camina entre sus centenas de plantas que crecen en frascos de vidrio, de plástico, en latas de cerveza o de atún. Al fondo de ese corredor ecológico hay una bodega con paquetes de todos los colores y tamaños.
—Hoy nos dejaron una bolsa de cedés, con esto se hace decoración. Esa tela retaceada nos sirvió para rellenar cojines. El cartón y el plástico se lo llevan gratis los recicladores. Con el aceite usado hacemos jabones.
Ese día hizo cinco trueques. Jorge explica que la idea es romper el esquema comercial.
—El valor está en la utilidad y en la necesidad de los objetos y servicios, sin monetizarlo todo —insiste Jorge y sentencia—: hay que entender que lo que para uno es basura para otro puede ser un tesoro. La basura es un concepto, porque todo es un recurso del que podemos sacar provecho.