Texto y Fotos: Santiago Mele
Terminal de ómnibus de La Paz, viernes, 18:00. Puede ser cualquier viernes en cualquier ciudad, y ese horario es siempre el de la vuelta a casa. Acaba el día, la semana. Hay que volver.
Avenidas y calles colapsadas, viajes largos (algunos que duran toda la noche) convierten el reencuentro con la familia en una travesía por momentos insólita.
Observo estas situaciones y escribo en mi cuaderno una idea nueva para fotografiar: gente viajando, medios de transporte y terminales.
Desde la puerta de un bus un joven grita, en diferentes idiomas, nombres de lugares; entre ellos descifro el de mi destino.
La noche del viaje fue interrumpida por diversos motivos: un pinchazo, un ajuste de motor, el amotinamiento de unas cabras en medio del camino y, para variar, a la madrugada la crecida de un río nos obligó a todos los pasajeros a bajar con nuestro equipaje y atravesarlo a pie.
Ya de día, y a pocas horas de llegar a la ciudad costera de Puno, subieron al bus vendedores que ofrecían desde comidas caseras, bebidas en funda, medicamentos naturales preparados, hasta fetos de animales para ofrendar a la tierra. Lo particular es que ellos aparecieron en medio del campo o en lugares insospechados, y desaparecieron rápidamente, pero en la mayoría de los casos hicieron una buena venta y nunca les faltó, además del pago, alguna sonrisa.
En Puno encontré que la oferta para actividades turísticas es infinita. Desde allí se puede recorrer el Titikaka en lancha y visitar las islas, pero lo que más me llamó la atención fue el tren de lujo que lleva a los turistas a Cusco. La infraestructura ferroviaria de la ciudad está presente por todos lados, pero se nota que no brinda un servicio activo y constante para los locales, sino preferentemente para el que llega de afuera.
En muchas ocasiones escuché, inclusive en la propaganda turística, que trasladarse por Bolivia y Perú es como realizar un viaje en el tiempo. Puede que esto sea cierto, pero creo que uno, como visitante, se sugestiona fácilmente al llegar a lugares en los cuales la mayoría de las personas viste diferente, tiene costumbres que chocan con las occidentales o que se retrotraen en el tiempo hasta parecer arcaicas.
Sin embargo, yo viví el día a día de una manera muy vertiginosa, atento al camino y a las atracciones del paisaje: el lago Titikaka y su singular energía, la majestuosidad del salar de Uyuni, la ciudad de Puno y sus tradiciones, y un sinfín de situaciones que me mantuvieron absorto.
Durante este viaje, simplemente fui dejando que el camino me regalara sus secretos.