La “batitragedia”

Gabriel Omar Batistuta. Foto: ® ALAMY STOCK IMAGES.

El goleador argentino padeció por años de una lesión crónica que casi lo postró una vez retirado. Una vez que la hizo pública, empezó una batalla aparte, la más importante de todas.

Por Galo Vallejos Espinosa

La imagen, además de letal en materia deportiva, era atractiva físicamente. Un tipo que sobrepasaba el metro ochenta y cinco centímetros, esbelto, rostro azucarado, melena al viento. Pero eso era apenas un ingrediente, ya que se trataba del delantero número uno de Argentina y uno de los más efectivos del planeta en los años noventa e inicios del presente siglo.

Su poder definidor era comprobado, sin que él lo alardeara demasiado. La recibía cómo fuere: con el pie, con la cabeza, con el pecho, con la rodilla, con el estómago, pero al final empujaba el balón hacia el arco contrario. Lo hizo por 356 ocasiones en más de tres lustros de carrera. Doble campeón en su país, una vez en Italia y dos veces ganador con su selección (bimonarca de la Copa América en 1991 y 1993, el último título internacional albiceleste, jugado en canchas ecuatorianas). Sin embargo, el retiro le depararía a Gabriel Omar Batistuta (Reconquista, 1969) una etapa dramática.

En apariencia era una suerte de búfalo en el área contraria: esbelto y fibroso que, apenas tomaba el balón, hacía un pase rápido, sin lujos —a diferencia de los talentos históricos de su país— o anotaba. Corajudo, pero no violento o malintencionado. Chocaba con los defensores contrarios sin medirse y eso le ocasionó una serie de lesiones que terminaron en que no tuviera la jubilación soñada.

El Bati, como se popularizó entre los fanáticos, fue el máximo goleador de la selección argentina hasta la Copa América de 2016. En ese torneo el inefable Lionel Messi convirtió su tanto número 55 para superar al goleador santafesino, quien se había retirado en 2004. “Me dio bronca, no lo voy a negar. El consuelo es que me superó un extraterrestre”, diría una vez que su marca fue pulverizada.

Dolor

Batistuta proveniente de una de las provincias más productivas y prósperas de Argentina, Santa Fe. Nació en una familia sin complicaciones económicas. El nativo de la llamativa localidad santafesina de Resistencia, ubicada al noreste del país (enclave industrial y agroindustrial), decidió dedicarse a la pelota. Su físico privilegiado, su sentido de la practicidad a la hora de definir o devolver el balón (hechos para los cuales se requiere, efectivamente, de técnica, producto de la repetición) y su carácter recio no tardaron en permitir que llegara a la primera división del fútbol de su país: su primer club fue el Newell’s Old Boys de Rosario, la capital de su provincia. Curiosamente, antes de decidirse por el balompié, prefería el voleibol, pero quería transcender.

En su provincia natal su carrera despegó, pero no inmediatamente. No era un virtuoso del balón y tuvo que esperar un año y medio entre pruebas y viajes de horas entre Reconquista y Rosario, dormir bajo la tribuna de los estadios y/o en pensiones humildes, comer lo que fuera y donde fuera. Eso cambió cuando conoció al entrenador, entonces treintañero, Marcelo Bielsa, quien le dio el visto bueno para pasar al equipo profesional.

Su irrupción sorprendió tanto, que los principales clubes de Argentina empezaron a disputarse su poder definidor: River Plate y Boca Juniors. Al primero llegó en 1989 y colaboró de manera discreta, para luego pasar al club rival, Boca, donde su carrera explotó con la consecución del título local de 1991. Para entonces, a los veintiún años, ya era fijo en la selección argentina, de la cual fue una de las figuras para que alcanzara el título de la Copa América de ese año.

Bati pasó a la Fiorentina de Italia, donde por casi una década se convirtió en uno de los delanteros más letales del calcio italiano, a pesar de que no alcanzó títulos con ese club. A la par, era insustituible en el equipo nacional de su país, con el que jugó tres mundiales. El desgaste, jugando en dos frentes, era alto. Tomando en cuenta, además, que, por su posición, sufría constantemente faltas, entradas leales y no, de parte de los defensores que lo marcaban. El artillero se mostraba más bien fuerte, que difícilmente era derribado, en razón de su físico. Sin embargo, el desgaste de sus tobillos, de uno en especial, era cada vez mayor.

A inicios de siglo llegó a la Roma para ser por fin campeón de Italia, pero ya había pasado su techo como deportista. Tuvo un paso tímido por el Ínter de Milán antes de protagonizar lo que los futbolistas consideran una suerte de retiro dorado, en el Al-Arabi de Qatar, donde salarios millonarios y niveles de juego inferiores a las ligas de las metrópolis futboleras le iban a dar mayor tranquilidad a Gabriel, pero no fue así.

“Córtenme las piernas”

Apenas había pasado un par de días después de que el goleador había terminado su relación con el equipo qatarí e iba a volver a Argentina para empezar la preparación de su carrera como director técnico, cuando Bati se vio en medio de un inmenso dolor. El desgaste al que se habían sometido había hecho que los cartílagos que unían a la tibia y el peroné con los huesos de su pie derecho prácticamente desaparecieran. Al menor movimiento sufría un martirio insoportable. El nativo de Reconquista solo contó esos detalles años después, ya que sufrió el colapso de su físico en silencio.

En un hospital suizo, Batistuta pasó por la reconstrucción de su tobillo izquierdo con una prótesis.

Enfocado en viabilizar su carrera, Batistuta había cometido el error de perseverar en su ideal frente a un dolor que lo había afectado desde su juventud, pero que toleró en razón de obtener éxito deportivo. Los entrenamientos y los partidos implicaban la capacidad de asimilación del jugador que no midió el riesgo.

¿Qué hacer en esas condiciones de desgaste? En un momento de desesperación, Bati les dijo a sus médicos que le cortasen las extremidades. Lo hizo público hace pocos años más bien; tanto que, en determinado momento, no podía ni movilizarse hasta el baño.

Una de las soluciones que le dieron los galenos, en lugar del coctel de drogas que el exjugador recibía para combatir el dolor, fue fijar el tobillo, que sufría de artrosis (enfermedad crónica que afecta a las articulaciones). Los médicos fusionaron la tibia y el peroné de modo que el dolor fuera mínimo. En un inicio funcionó y hasta pudo jugar golf, pero el goleador quería más.

Luego de años de postergaciones, en septiembre de 2019, en una clínica suiza, recibió una prótesis de tobillo, la cual le daría movilidad para desplazarse a placer, sin llegar a practicar una actividad deportiva como en el pasado. Fue un éxito. Gabriel Omar volvió a sentirse pleno. Se trató de una técnica similar a la que por entonces se sometió su amigo Diego Maradona, quien recibió una prótesis de rodilla, también en razón de una artrosis.

En la banca

Batistuta se ha dedicado, entre otras actividades durante los últimos años, a dar conferencias de motivación. Una vez recuperado, ha dado a conocer detalles de su carrera y de su lesión. Sobre todo las motivaciones que tuvo para emerger y triunfar en el hipercompetitivo fútbol de finales del siglo pasado y para recuperarse de sus dolencias una vez retirado.

Irina Fernández junto a su esposo en la red carpet de la premier del documental El número nueve.

Sin embargo, tiene una asignatura pendiente, que va de la mano con toda la pasión que puso como jugador: dirigir un equipo. Tiene licencia profesional desde 2018. El tema es que, a los 52 años, no es sencillo provocar el despegue de una carrera en el banquillo.

Este 2021 empezó con la determinación del exdelantero para ponerse el buzo de entrenador. Los rumores lo dirigían, sobre todo, a Estados Unidos y a su liga profesional, pero la negociación no prosperó. Fue candidato para dirigir a su exequipo Newell’s, que se inclinó por un excompañero de Batistuta, Germán Burgos, quien lo ha invitado a los entrenamientos para que se familiarice con el oficio.

Bati dedicará este año a ese objetivo. A pesar del tormento de su tobillo, nunca dejó totalmente el balompié. En la década pasada fue constantemente invitado a programas especializados, que solicitaban su criterio en partidos considerados importantes, sobre todo del fútbol argentino.

Una de las anécdotas que suele contar es la de su visita a la selección argentina antes del Mundial de Rusia 2018, donde el equipo fue duramente cuestionado por su rendimiento (llegó hasta octavos de final con muchas dificultades). “La mitad del vestuario no me dio pelota”, confesó entonces sorprendido de que existiesen seleccionados de su país que no sabían quién era él; lucían sus aires de divos. “Nosotros (los jugadores del pasado) nos movíamos como mortales, como lo que éramos, terrenales, y la gente lo sentía”, reflexionó. Eso es lo que pretende el Bati del siglo XXI como director técnico: dar un toque de realidad a los pibes que juegan en la actualidad.

El numero nueve, el documental italiano que recrea la vida personal y profesional de quien fuera, hasta la aparición de Lionel Messi, el máximo goleador de la Selección Argentina y una leyenda de la Fiorentina de Italia.

Carne de cañón

Si el goleador argentino sufrió durante y luego de su carrera deportiva, otros famosos tuvieron problemas similares o más serios. Por ejemplo, el francés Just Fontaine, máximo anotador en una sola Copa del Mundo (trece tantos en el torneo de 1958), quien tuvo que dejar las canchas por una fractura de tibia y peroné a los veintiocho años. Se recuperó, pero volvió a quebrarse y tuvo que decir adiós.

Otro caso fue el del mediocampista argentino Fernando Redondo, en los años noventa. Siendo uno de los más técnicos y exquisitos volantes de marca o mixtos, debió retirarse debido a una de las lesiones más terribles del balompié: la rotura de ligamentos cruzados. Este jugador hizo época en el Real Madrid antes de pasar al Milán italiano, en 2000, donde sufrió la complicación. Pasó casi tres años entre quirófanos, salas de rehabilitación y terapias hasta que volvió en 2003 para jugar un puñado de partidos antes de decidir retirarse. Tenía 33 años.

Algo similar le sucedió al holandés Marco Van Basten, considerado uno de los delanteros más letales que ha dado el fútbol. Siendo figura del Milán y del equipo de su país, tuvo que detener su camino exitoso en 1993, a los veintinueve años, por complicaciones en los tobillos. Anunció su retirada en 1995, luego de someterse a distintos tratamientos para volver a la actividad. No lo logró.

Pero el caso del jugador más maltratado por las lesiones podría ser el de Ronaldo Nazario, el brasileño que irrumpió poderosamente en el deporte rey en los noventa con la camiseta del Barcelona catalán. Pasó al Ínter italiano, donde sufrió la rotura del tendón rotuliano en un partido televisado, en el que el jugador explotó en llanto. Luego de una larga recuperación volvió a la actividad para consagrarse en el Real Madrid y en la selección de Brasil. Tuvo que retirarse en 2011 debido a que padece de hipotiroidismo.

Fueron carreras deportivas exitosas en el máximo nivel del profesionalismo. Por ello no siempre privilegiaron su bienestar físico. Más allá de aquello, llegaron a ser figuras icónicas, que cayeron derrotadas porque sus cuerpos no soportaron el esfuerzo y la calidad de su fútbol.

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