Por Óscar Vela Descalzo
Tomás González es un escritor nacido en Medellín, en 1950. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá. Trabajaba como barman en una discoteca cuando publicó su primera novela en 1983: Primero estaba el mar. Ese mismo año viajó a Estados Unidos y vivió tres años en Miami y 16 en Nueva York. Allí escribió gran parte de su obra, mientras se ganaba la vida como traductor. En 1987 ganó el V premio de Novela Plaza y Janés con su obra Para antes del olvido. Volvió a Colombia en 2002.
Hace pocas semanas visitó el Ecuador como invitado a la Feria del Libro de Guayaquil. Dos días antes de su llegada, editorial Alfaguara me envió la última obra de este autor que hasta entonces me resultaba desconocido: La luz difícil. Me anticiparon que la novela había sido publicada pocos días antes y había tenido un éxito de ventas importante en Colombia. Convinimos hacer la entrevista, a través del hilo telefónico, el día que se presentaba la novela en Guayaquil. En consecuencia, me quedaban dos días para leerla. Y la verdad es que me sobró algo menos de un día.
La luz difícil es una novela que estremece, que no te suelta. Una novela que duele, que agobia, pero que en medio de los grises y negros que pintan la tragedia, siempre nos deja ver trazos de luz y amor por la vida.
Este es su autor, estas sus reflexiones:
—¿Desde cuándo te dedicas a ser escritor a tiempo completo o aún no lo has conseguido?
—Hoy tengo la suerte de haberme podido dedicar a tiempo completo a la escritura. Es lo que siempre quise hacer, antes no se pudo, pero hace muchos años decidí emprender esta carrera que ha sido mi prioridad. Durante mucho tiempo fui traductor, así me gane la vida, trabajando cuatro o cinco horas y otras cuatro o cinco escribiendo.
—¿Crees que diste el salto importante en la literatura con alguna de tus obras anteriores o sientes que lo has dado ahora con La luz difícil?
—Ha sido un trabajo continuo, toda mi obra se ha ido desarrollando sola. No hay novelas que yo considere que sean un salto, sino que son un desarrollo del mismo trabajo de muchos años. Lo que sí es que hoy hay obras que van ganando masa crítica, el trabajo de tantos años empieza a sentirse más en esta última novela.
—¿En La luz difícil hay más de autobiográfico que de ficción?
—Te diría que en esta novela hay de las dos en partes iguales. La locación, como dicen los cineastas, está tomada de mis propias circunstancias; el apartamento de Nueva York, por ejemplo, con esas ventanas que dan al cementerio es el mismo que yo tenía, una verdadera belleza, lo que pasa es que en la novela lo puse más grande, le incluí dos habitaciones más, como para sacarme el clavo… (risas).
—¿Y lo de fondo, Jacobo, David, la muerte, es una historia que te tocó de cerca?
—No, esa es una historia que encontré en un reportaje periodístico y la adapté a las circunstancias autobiográficas. He conocido el dolor como todo el mundo. He perdido seres queridos, en mi caso, murieron dos de mis hermanos en circunstancias violentas, y luego ese dolor se fue transmitiendo a las circunstancias de la novela. Todo eso es en realidad el material de la novela.
—Hay una referencia en la novela, cuando hablas que en los apartamentos viejos las cucarachas son tan inextinguibles como la vida. ¿Acaso la vida es tan inextinguible, Tomás?
—Considero que la vida es inextinguible, si tienes en cuenta que hay bacterias que viven como a dos cuadras bajo tierra y millones de años. Ahora, la vida humana y la de los animales superiores, por llamarlos de algún modo, es extinguible, pero la vida misma no se termina. El personaje de David se obsesiona con estos seres. Aunque en realidad él está obsesionado con lo que llama “el tenebroso abismo del tiempo” y quiere que esto aparezca en sus pinturas, algo muy difícil de lograr, pues la pintura es presente.
—¿Qué hay luego de la muerte, entonces?
—En todas las novelas siempre trato de tocar aquellos puntos en los que el ser humano alcanza los límites extremos de su existencia, los puntos donde se juntan la forma y el caos, la luz y las tinieblas; son esos puntos extremos de la condición humana los que me interesan tratar, la disolución del ser humano.
—Hay un momento en la novela en que David dice: “el recuerdo del hijo está tan cálido que se le ocurre pensar que la vida es eterna”. Insisto, entonces, ¿qué nos queda luego de la muerte?
—Nos queda la memoria y nos queda el afecto que es parecido a la memoria en este caso, el afecto de David por el hijo que es igual al recuerdo que tiene por él. Ese recuerdo que siente por el hijo es lo que le da calidez a su corazón en la vejez.
—¿Y David siente algo de compañía en medio de esa ausencia enorme que le deja Jacobo, su hijo?
—La ausencia tiene la forma del ausente, en ese sentido, la ausencia se vuelve a negar, la ausencia es la forma que el ausente tiene de estar presente.
—¿Una doble negación?
—Sí, y así he vivido yo con la pérdida de seres queridos, pero con el paso del tiempo, voy sintiendo otra vez su compañía, y su recuerdo me conforta.
—Hay una frase en tu novela: “a David se le va apagando el alma”. Me gustó mucho. ¿Acaso a ti se te ha apagado el alma?
—He tenido momentos muy duros en los que he sentido que se me ha apagado el alma, pero siempre vuelve a aflorar la alegría, la vida siempre encuentra su camino…
—En la novela hablas mucho de la soledad de David y hay un momento en que él escucha un grillo, algo que para muchos puede ser muy molesto, pero para él es una referencia de que está acá, de que sigue vivo. ¿El mundo puede girar a partir de un momento tan pequeño?
—Sí, he tenido experiencias muy semejantes a la de David con el grillo, y cuando uno siente el límite de la soledad es cuando aparecen fenómenos como el del canto del grillo o el vuelo de un pájaro, cosas muy sencillas que alcanzan tanto brillo que te ayudan a salir otra vez a la luz…
—¿Qué te ancla al mundo, Tomás?
—Lo que justifica mi vida es la belleza, la parte estética de la creación, del universo, incluso en los momentos de horror el universo tiene una armonía que nunca pierde, eso lo vemos en los grandes pintores como Goya, por ejemplo.
—¿Desde dónde escribes, desde el dolor, el bienestar, quizá la alegría?
—Es necesario recorrer todos lo sentimientos de los personajes, no es posible crear un personaje convincente si es que uno mismo no puede sentirse como aquel, igual que los actores que deben sufrir y reír igual que su personaje, así nos toca en la vida.
—¿Y en La luz difícil tú viviste ese apremio, esa certeza de que la muerte llegaba de un momento a otro?
—Yo me logré identificar mucho con David, y sentía esa forma contradictoria de querer y no querer que Jacobo se emancipara del dolor, todo ese egoísmo de no perder al hijo y al mismo tiempo el dolor del sufrimiento del hijo. Lo viví a lo largo de la novela y también me ha tocado vivir en la vida esas pérdidas grandes.
—¿Dónde está la luz difícil?
—En la novela es la búsqueda de este pintor de aquel punto en que la luz se hace eterna y contiene las tinieblas. Nada más.
—¿Y en ti dónde está la luz difícil?
—En el mismo libro, en la novela…
—¿Quiénes son tus referentes literarios?
—Yo me formé como escritor en el boom, de tal modo que mis referentes son muy variados, desde Cortázar hasta Rulfo, García Márquez, por supuesto, pero es muy complicado decir quién me influyó más o menos.
—Respecto de García Márquez, ¿la sombra de él pesó en tu carrera literaria o te ayudó de algún modo?
—A mí me ayudó muchísimo, su ejemplo me hizo ver que nuestra realidad era tan rica y maravillosa como la de cualquier otro país, y que los colombianos podíamos ocuparnos de ella con la solvencia y maestría con la que García Márquez pudo hacerlo.
—En el proceso de creación de una novela, ¿tienes el final preconcebido o tus obras se desenvuelven solas según las escribes?
—Normalmente a lo largo de la escritura, el final se va aclarando, en La luz difícil el final llegó solo también, pero era un final previsible, algo que sabía que llegaría de este modo.
—En la novela hay también una referencia a los perros de Nueva York, “son como muertos vivientes”, escribes. ¿Qué me puedes decir de esa imagen, a veces me daba la impresión de que esos perros eran solo recuerdos?
—Creo que tienes razón, la sensación que queda es que esos perros son casi como símbolos en esa ciudad, uno piensa que la gente los lleva de la traílla y lleva solo recuerdos, acá en cambio los perros se llevan a rastras a sus amos, eso si es que se dejan poner la traílla, tan anárquicos como nosotros… (risas)
—Sí, tan nuestros… Para Tomás González, ¿la realidad está dentro o fuera del escritor?
—Creo que la creación de la realidad se da en el proceso mismo de la escritura. Mi realidad normalmente es la novela que estoy escribiendo.
—¿Y qué realidad prefiere Tomás González, la de las novelas o la que le toca vivir?
—Es que la realidad que uno vive también es imaginaria, uno va creándola, con imaginación, con deseos y en verdad esa realidad casi siempre es menos sólida de lo que parece.
—Si tuvieras que dejar de leer o dejar de escribir, ¿que preferirías?
—Sin duda alguna, dejaría de leer. Me entregaría solo a escribir.
—¿Por qué crees que ha tenido este éxito La luz difícil?
—Es muy difícil saber cómo se va a mover una novela, es un misterio por qué unas llegan a tener éxito y otras no. En este caso creo que las novelas anteriores le dieron un impulso importante, no es un trabajo individual.
—¿Qué vendrá luego?
—Estoy trabajando en una nueva novela, algo muy distinto a La luz difícil, está casi terminada pero el trabajo de corrección, que es casi reescribir la novela, me tomará todavía un tiempo…