Todos vienen acá, es una locura

Por Vladimir Stoitchkov

Fotografía: Soledad Mora

 El Ecuador de Recoleta y otras sorpresas en el mapa

Doce y tanto de la madrugada. En el local esquinero de Thames y Corrientes, hay cola de cinco personas: dos parejas y una joven solitaria. Compran helado, es una heladería, no se vende otra cosa. Para las otras cosas están los bares y los restaurantes alrededor, llenos de gente a esta hora. Dos hombres toman café cargado e intercambian gestos. Los periódicos dicen que hay crisis económica, mucha inseguridad y que Argentina va a ganar el mundial. Borges dijo… Un ciclista casi me pisa. Es un chico, aquí les dicen pibes. Me grita un perdón y desaparece en la culebra del tráfico. Los taxis son negros con techos amarillos. Un rostro en la pantalla a mi lado izquierdo: es algún actor famoso que ha muerto hoy. Los vivos hablan del paro nacional. La presidenta promociona obras. Es otoño, una alfombra de hojas secas por las veredas. Y un soplo de nostalgia mueve las coronas de los árboles. Ya sé que todas las noches bonaerenses son gemelas: abundan de gente y ruidos urbanos. Me siento como un coleccionista de frases y palabras volantes. Mañana va a llover, dice alguien. Aquí el clima es parte del noticiero y de los temas de conversación. Luces de neón. Semáforos. Ofertas de amor barata, pegadas por los basureros municipales. Buses nocturnos. El subte funciona solamente hasta las 10:30 pm. Así le llaman al metro: subte. Este tiene 100 años. Edificios con aire prepotente. Algo de Francia, algo de España, algo de Italia, algo de América Latina: rincones fugitivos de otras latitudes. Todo es más alocado y más contemplativo, a la vez. Es raro y familiar. Los autos esperan a los peatones. Nadie pita. Hubiera sido una cacofonía. Es una Latinoamérica europeizada. Y al revés, es una Europa que jamás llegará a ser ordenada. Para entender a Buenos Aires necesito un traductor, digo en mis adentros. O mejor un psicólogo.

Me mandan al Obelisco en la Nueve de Julio, los extranjeros empiezan a aprender ahí. La avenida más ancha del mundo, dice en los folletos. Me mandan a Boca para tomarme una foto para Facebook, en el Caminito. Es uno de los diez lugares más fotografiados en el mundo. Más fotografiado que cualquier belleza inglesa. Los ingleses son otro tema. Por las Malvinas, claro. El nuevo billete de cincuenta pesos tendrá un mapa de las Malvinas, viste. Y me muestran un nuevo billete de cien pesos donde el nombre del país está dividido a dos colores, morado y rosado: Argen+tina. Es para homenajear a la presidenta, viste. Cristina, o sea, Tina. El restaurante Montevideo en la calle Montevideo también está repleto. Pero aquí los extranjeros son la mayoría. Los extranjeros-extranjeros, me refiero, porque los argentinos también son una especie de extranjeros. El menú es parrillada. Al lado venden alfajores. Falta tango. El tango es para San Telmo y los domingos, viste. Nosotros, los taxistas, pagamos 200 mil pesos para la licencia, por eso no hay quilombo con los taxis, aparatos, placas, todo anda correcto. Pero igual hay quilombo, viste. Sobre todo en la provincia, ahí cuidadito. La provincia son los barrios alrededor de la capital Buenos Aires que forman el gran Buenos Aires. Todos tienen su propio equipo de fútbol y la cancha respectiva: Avellaneda, Liniers, Mataderos, etc. Casi la mitad de la población argentina vive en el gran Buenos Aires, hablamos de unos quince millones. El resto habita a las provincias más lejanas como Chaco, Patagonia, Chubut, etc., etc. Allá es otra película. De hecho, allá es Argentina, esto acá es Buenos Aires, no es Argentina, puntualiza Patricia, la única dentista en San Andrés de los Andes, que ha venido a la capital por el festival de cine independiente, Bafici. Dice que San Andrés de los Andes, a unos pocos kilómetros del famoso Bariloche, es lo más semejante al paraíso. Dice que se quedará para la Feria del Libro. Vienen Coetzee y Paul Auster, viste. Todos vienen acá, es una locura. Asiento con la cabeza.

Otro día, otra fecha, otra hora y otro taxista. Este habla del peronismo, de política, de historia. Argentina es el primer país en el mundo que ha reconocido el Estado de Israel. Por eso Golda Meir, en su primer viaje oficial, vino a visitar a Evita. Suena como un catedrático. Un catedrático descontento de mi versión castellana: che, dejate de repetir la palabra coger, decime agarrar, acá coger es otra cosa. Y me guiña el ojo. Libros, documentales y artículos cuentan que Hitler también ha venido a Argentina, ha venido disfrazado, para esconderse después de la guerra. Se habla de Bariloche, de Patagonia, en general. Todos vienen acá, es una locura, dice el taxista como la dentista. ¿Será que todos dicen esa frase?, me pregunto y pienso ponerla de título.

Camisetas de Maradona. Quilmes repite su publicidad de 1986, por cábala, o sea, para ganar el mundial de nuevo. Lanata vuelve al Canal 13, Periodismo para todos. Tigre es un viaje con lancha. Por aquí Vigo Mortensen protagonizó Todos tenemos un plan. El oscariado, Viggo Mortensen, podría ser el hincha más famoso en el mundo de San Lorenzo, pero no lo es, por que el papa también es de San Lorenzo. Y Tineli también, se ríe el señor frente el póster del equipo. ¿De dónde sos? Bulgaria, pero vivo en el Ecuador. Ah, mira vos, mi viejo es búlgaro. Y me cuenta de algún parentesco con Elias Canetti. Se llama Miguel. En Bulgaria se hubiera llamado Mijail. Es un cincuentón, peinado como cantor de tango. Pero no canta tango, vende computadoras. Y tiene don de contar largo. Aquí está lleno de historias no contadas, se me ocurre en mis adentros.

Y otra versión sobre el tema. ¿Sos chileno? No, del Ecuador, me ahorro los detalles del origen. Qué bien, exclama, yo vivo en la calle Ecuador, viste, justo pensaba ponerte mala onda, porque los chilenos me caen fatal, pero resultamos compatriotas, ¿eh? Y se ríe ruidosamente. No le pregunto sobre su asunto pendiente con los chilenos. Seguro que es una historia larga: aquí todos tienen una historia larga. No pregunto nada, me agarro de la idea.

La idea es buscar las huellas ecuatorianas en este laberinto. Abro la guía T de bolsillo y aquí está: la calle Ecuador. Cruza a Corrientes, a Córdoba y a Santa Fe, lo que le hace conocida entre los porteños. Pero es relativamente pequeña como el mismo Ecuador. Tranquila, bonita, cómoda para habitar. Termina en Recoleta, el nombre que hace rima con la prosperidad. Más al sur aparecen las calles Quito y Guayaquil. Son un poco más peligrosas y más contaminadas, pero definitivamente vivibles. Bien iluminadas en ciertas partes, en otras, no. Parece una metáfora. Quito pertenece a Almagro, Guayaquil a Caballito. También descubro a Cuenca, pero vamos, hombre, es por la Cuenca española, me explica un bigotón que vende jamón serano y aceitunas de lujo. Sin embargo, la que más me gusta, entre las propuestas ecuatorianas bonaerenses, es Riobamba. Bella como la misma Riobamba. Es una calle majestuosa y central, estirada, en su mayoría, en Recoleta. Es un lugar excelente para hacer negocios, me explica Luis, que vende antigüedades y discos de vinilo. Pero ni él ni sus vecinos saben de dónde viene el nombre de la calle. Tampoco hay ecuatorianos alrededor, para completar el perfil. Descubro solamente una pareja formada por un peruano y una boliviana que venden plátanos ecuatorianos y tratan de hablar como argentinos. Es un caos racional. Como todo aquí.

Ah, casi me olvido. Borges dijo: “Me gusta tanto” (Buenos Aires) “que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso”.

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