Todo conocimiento es semilla

Desde hace veinte años, la Red de Guardianes de Semillas trabaja para incentivar un relacionamiento armonioso con el ambiente. Las semillas campesinas son el aglutinante de su concepción, pero el trabajo y la práctica abordan todos los aspectos de la vida.

Fotografías: Shutterstock y Cortesía de Guardianes de las Semillas.

La comunidad de Guangaje queda montaña adentro en el camino que sube a la laguna del Quilotoa, en la provincia de Cotopaxi, allí donde los Andes lucen como una manta tejida con parches verdes de diversos tonos. Son las 09:30 de un martes soleado, estamos a 3700 msnm y el viento corre con fuerza, pero apenas se siente el frío. Rogelio Simbaña y Fernanda Meneses (quienes junto a Javier Carrera —esposo de Fernanda— son los principales coordinadores de la Red de Guardianes de Semillas) llegan para saber cómo van las cosas en algunas pequeñas fincas de la zona y para entregar herramientas de trabajo a los campesinos.

Caminamos por el filo de una ladera para acceder a la primera finca y, en paralelo, por la ladera de enfrente camina un niño vestido con un poncho rojo que delante lleva a un rebaño de ovejas y detrás a una manada de llamas. Una idílica postal campestre.

—Aquí tengo rábano, papanabo, acelga, brócoli, cilantro —dice Agustín Lutuala, el dueño de esta finca, donde al fondo se ve una mediagua muy modesta y aquí a los pies, bajo dos camas de cultivo con plantas jóvenes de las hortalizas mencionadas, otras tres camas totalmente peladas—. Y esto estaba llenito de lechugas en flor, listas para sacar la semilla, pero vino la helada y destruyó todo.

—Muchas veces, cuando la flor de la lechuga saca una especie de algodón donde está la semilla, coincide con una lluvia o con una helada, y entonces no puedes cosechar, porque las semillas mojadas no se cosechan —explica Fernanda Meneses, coordinadora del Sistema de semillas de la red—. La lechuga es de frío, pero aquí hace demasiado frío, por eso se necesita el invernadero.

El invernadero de Agustín Lutuala mide unos quince metros cuadrados. Fue construido gracias al financiamiento de la oenegé Swissaid, junto a la que la red desarrolla este proyecto de producción de semillas desde 2017, y que incluye capacitaciones y monitoreo en comunidades de Tungurahua, Bolívar y Chimborazo, además de Cotopaxi. El invernadero, que básicamente es usado para hacer germinar semillas, está vacío. Rogelio Simbaña, coordinador de Empoderamiento campesino, dice que está subutilizado y que se lo debería aprovechar no solo para convertir semillas en plantines, sino para sembrar y cosechar, es decir, para que, bajo ese techo que protege del viento y las inclementes lluvias, se desarrolle todo el proceso del que brota la comida. Así, sobre la marcha, ambos coordinadores hacen un diagnóstico del trabajo realizado y ofrecen recomendaciones, soluciones y un necesario golpe de ánimo para que las cosas se conduzcan todavía con más empeño.

La permacultura es, un proceso de diseño integrado que da como resultado un entorno sostenible, equilibrado pero también estéticamente agradable. La permacultura permite en un primer momento satisfacer plenamente las necesidades del hombre sin explotar recursos naturales y mucho menos contaminar.

Ahora Fernanda y Rogelio se juntan en el centro del invernadero con Agustín Lutuala y otros dos campesinos de fincas vecinas. Fernanda tiene en sus manos un documento que es un manual de procedimientos y un convenio. En él se detallan los deberes y derechos de los agricultores como productores de semillas, y de la Red en su papel de compradores. Los coordinadores explican las condiciones en las que deben entregar las semillas (“limpiecitas, fresquitas, sequitas”), las cantidades mínimas que requieren (100 g de llantén, 500 de acelga, 250 de hinojo) y los montos correspondientes como pago (cuatro dólares por 100 g de llantén, cuatro dólares por 250 g de hinojo). Los productores están de acuerdo y confirman su voluntad de lograr buenas producciones.

A Fernanda Meneses le gusta la idea de las bibliotecas.

—Si miras microscópicamente dentro de una semilla, vas a ver que cada una tiene una biblioteca. Las semillas campesinas, ancestrales, tienen una variedad impresionante de libros, saben cómo crecer las hojas, cómo hacer fotosíntesis, cómo resistir a las heladas, cómo hacerse amargas para que no les ataquen los bichos. Las semillas industriales, en cambio, son pobres en información, saben pocas cosas, y están diseñadas para que funcionen con un paquete tecnológico, o sea, con pesticidas y abonos químicos.

Javier Carrera. Coordinador social de la Red de guardianes de semillas.

Evidentemente, las semillas que los guardianes buscan proteger son las primeras. Frente al embate de la agroindustria, que introduce en el mercado semillas químicas idénticas que fomentan los monocultivos con la consecuente degradación del suelo, las campesinas se erigen como un reflejo de la heterogeneidad de la naturaleza: unas son más fuertes y más sabias que otras. Cruzar las bibliotecas, intercambiando el polen de las flores para generar más variedades adaptables a las diversas condiciones climáticas y de suelo, ha sido el trabajo de campesinos comprometidos con el mantenimiento de una herencia ancestral.

Los campesinos pueden adaptar la reproducción de semillas de plantas nativas o familiares a su entorno y cultura, como el llantén y la ortiga en el caso de Agustín Lutuala, pero no ocurre lo mismo con plantas exógenas como la lechuga o la zanahoria, que a él no le han dado buenos resultados. No obstante, ya sea para ampliar la variedad en su huerta familiar, para tener más opciones a la venta o por puro interés, los campesinos pueden comprometerse con la reproducción de semillas de cualquier hortaliza. Entonces los Guardianes les entregan un paquete de semillas, un manual con protocolos para la siembra y el mantenimiento, les ofrecen visitas de monitoreo como la de este día, y esperan que, llegado el momento, las semillas que los campesinos recojan cumplan con los requisitos establecidos. Así, ellos se convertirán en guardianes de las que han logrado reproducir de manera eficiente y sostenida.

Ese proceso de apoyo y acompañamiento para que los socios se encaminen adecuadamente en la producción ecológica es lo que la Red llama Sistema Participativo de Garantía. De él se desprende una suerte de certificación propia y soberana, que no depende de condicionamientos de entidades internacionales, llamada Flor de Garantía Participativa. Los pétalos de esa flor observan ocho ámbitos de buenas prácticas productivas. El objetivo es la obtención de los ocho pétalos, pero el reconocimiento con algunos de ellos ya permite a los productores constituirse como socios y guardianes. En el caso de las semillas, si pasan la prueba de germinación que realiza Fernanda Meneses, están aptas para la venta. En acuerdo con los campesinos, la Red les paga más de lo que cuesta la misma cantidad de semillas industriales en el mercado convencional, y luego las ofrece al público general a través de su plataforma digital o en Wayruro, la tienda que mantiene al norte de Quito.

—Nuestro objetivo es poner las semillas en manos de la mayor cantidad de personas —dice Fernanda Meneses.

La jornada continuará con la misma dinámica en otras cuatro fincas de Guangaje. En unas los huertos se verán más abundantes, y en otras el trabajo en el invernadero se notará más fructífero. Los campesinos recibirán palas, rastrillos y el pago por algunas semillas entregadas; escucharán las observaciones de los coordinadores, y relatarán los altibajos de la vida y de la siembra en esa montaña fría. Y siempre, en cada hogar, del fogón que humea dentro de una choza con techo de paja sacarán, con auténtica generosidad, una sopa de granos, un caldo de gallina, habas, mellocos y huevos duros, colada de quinua y agua de panela. En la mesa se afianzan las sociedades.

Permacultura y heterarquía

Concebida en los años setenta por los ecologistas australianos Bill Mollison y David Holmgren, la permacultura es una estructura conceptual y un sistema de diseño de espacios productivos y sostenibles en armonía con el ambiente. No se limita al ámbito agrícola y alimentario, sino que su óptica holística atiende a todos los aspectos de la vida. En 2002 Javier Carrera, encargado de Coordinación Social, buscaba crear una organización que promoviera su práctica en el Ecuador. Una tarde convocó a tres amigos con intereses afines a un café en Tumbaco, y así surgió la Red de Guardianes de Semillas.

—Inicialmente, de manera un poco inocente, lo que queríamos era juntar gente que quisiera producir semillas, porque por intuición creíamos que ese era el aglutinante —dice Carrera—. Pero en mayo de 2003 organizamos unas conferencias con Michel Fanton, un francés australiano fundador de la Seed Saver Network de Australia, y solo entonces nos enteramos de toda la problemática alrededor de las semillas: Monsanto, transgénicos, etc.

La gente que asistió a esos encuentros iniciales eran pioneros en permacultura, “y a menudo eran vistos como los locos del pueblo, como la señora rara que guarda plantas. Estaban muy desmotivados”, señala Carrera. Pero allí se sintieron respaldados por otra gente que pensaba como ellos, y empezó a crearse cohesión dentro de la red, una cohesión con una estructura poco convencional.

—La Red en realidad no es una organización —explica Carrera—, es una plataforma social en la que se unen voluntades totalmente autónomas, que en su mayoría son fincas, huertas, personas que viven en el sector rural o periurbano y en cuya vida en su conjunto se expresa la permacultura.

La Red adoptó el concepto de la heterarquía, un sistema de organización horizontal basado en la interacción y el diálogo.

—No es que el poder no existe —precisa Carrera—, sino que el poder se limita a conocimientos y funciones específicas. Si eres la persona que más sabe sobre canales de riego, por ejemplo, eso te hace el jefe de ese sector, y así con cualquier ámbito. Pero al mismo tiempo, si se considera que en un momento no estás cumpliendo adecuadamente con tus funciones, se te retira ese poder.

Rogelio y Fernanda coordinadores de la Red de Guardianes de semillas.

A mediados de 2003 se sumaron Rogelio Simbaña y Fernanda Meneses. Los tres empezaron a viajar por el Ecuador rural para conversar con los campesinos sobre lo que se sembraba y se comía antes, y para saber por qué se perdieron las semillas de esos alimentos, dónde se las puede encontrar para ponerlas de nuevo en uso. Los primeros años fueron dedicados a ese trabajo de rastreo y recuperación, algo que, dos décadas después, encuentra su estado de desarrollo en procesos como el realizado en Guangaje.

En la filosofía de los Guardianes, la semilla es, básicamente, información. El 50 % de ese contenido es genético, y el otro 50 % es cultural, es decir, conocimiento que permite saber su historia, cómo cultivarla, cómo convertirla en comida. Para indagar en ese contenido, los Guardianes acuden a la ancestralidad, al cúmulo de saberes heredados de los pueblos originarios y, desde esa perspectiva, la semilla es asumida como todo lo que genera vida. Los animales reproductores son semilla y también, ampliando la comprensión, los seres humanos. La intuición de que las semillas iban a ser las aglutinadoras de una forma holística de comprender la existencia no estaba errada. Semilla, metáfora de la vida.

El trabajo de la Red, entonces, no se limita a la reproducción de semillas. Sus áreas de trabajo se extienden a la bioconstrucción, la soberanía alimentaria, la economía solidaria, las alternativas en educación. Tampoco son guardianes solamente quienes se ocupan de las semillas. Ceñidos a los principios holísticos de la permacultura, repartidos por gran parte del Ecuador, hay guardianes de producción de lácteos, de embutidos, de hongos, de chocolate, de finas prendas hechas con lana de alpaca, y hasta de la tradición oral.

Nada de lo que hace la Red tendría sentido si no se compartiera el conocimiento. Imparten talleres presenciales y virtuales a través de su sólida plataforma de Internet madresemilla.com. Abordan temas diversos como la creación de huertas urbanas, la cocina saludable o la introducción a la menstruación consciente. Además, publican la revista Allpa, y mantienen un sustancioso pódcast llamado Radio Semilla.

La venta de semillas y la oferta de talleres les generan ingresos que estimulan su propósito de lograr una gestión autosustentable, y también para actividades puntuales, reciben financiamientos de organismos internacionales afines. Es encomiable que su labor de ya dos décadas haya inspirado la creación de colectivos similares en Colombia, Perú, Brasil, Chile, México, Argentina, Costa Rica y Bolivia, pero a la vez parece natural que sea así cuando la sostenibilidad ambiental y la justicia social que persiguen solo cobran sentido en la medida en que sean expandibles. Han germinado las semillas de la Red.

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