Por María Fernanda Ampuero.
Edición 43- noviembre 2018.
Yo he visto cosas que ustedes no creerían.
Casi todas en Tinder, ese muestrario excéntrico del mundo, ese freakshow donde campan a sus anchas todas las monstruosidades y sus protagonistas, ese zoológico, ¡qué digo zoológico!, ese laboratorio de científico loco del que han salido los ejemplares más bizarros del género humano.
Me refiero, claro, a la app para buscar pareja.
Hace unos años, cuando me volví a quedar soltera después de una década, que es como decir que te dejen en Marte y que te digan “chao, cuídate, pasa bien”, tuve que volver mis ojitos apesadumbrados al mundo de la conquista, del ligue, como dicen en España, y, claro, ya no entendía nada.
Seamos honestas: nunca entendí nada, pero ahora menos.
Me di de alta en una web de estas de buscar el amor —o lo que surja— en donde hombres y mujeres de todas partes del mundo cuelgan sus fotos y escriben su descripción esperando un like y, por supuesto, un milagro. Desde entonces he estado más fascinada que un biólogo en Galápagos. ¡Qué locura, amigos, qué locura!
Hasta ahora me atormenta la foto que colgó un usuario de Tinder en Marruecos. Tuve que mirarla mucho hasta entender que se trataba de un bebé súper regordete sentado en el suelo absolutamente untado de mantequilla. ¿Por qué sé que era mantequilla? Porque la barra de la susodicha también estaba en el suelo y el bebé se estaba comiendo un trozo. Piénselo bien, amiga, amigo lector, ¿por qué alguien que está con ánimo de conquista usaría la foto de un bebote enmantequillado? Nadie lo sabe y, como el tercer misterio de Fátima, es mejor que nadie lo sepa.
En esa línea de lo incomprensible, de la dimensión desconocida, del más perturbado Black Mirror, he visto fotos de ancianas, de burros, de cadenas metálicas, de material de construcción, de colchones sucios, de prótesis dentales —sí, he dicho prótesis dentales, en mi casa se les llama marraqueta—, de animales disecados y de cosas que por mucho que he intentado no he llegado a comprender. Y tal vez sea mejor así: hay cosas que deben permanecer en el misterio.
Aspiracionalmente, los usuarios de Tinder me han recordado al arribista que raya en la locura y a ese muchacho de nuestra adolescencia que llevaba de su casa un vaso, whisky y una nevera con hielo y se colaba a las fiestas del Club de la Unión diciéndole al guardia que había salido a fumar. Sí. Me he encontrado con perfiles ilustrados con lingotes de oro (¿?), fajos de billetes (no es broma: euros, dólares, libras esterlinas, yenes), relojes, yates, carros convertibles, zapatos deportivos, destinos turísticos de lujo, joyería y fotos de modelos masculinos de trajes a medida que, claramente, no son ellos porque, básicamente, ¿para qué necesitaría ese modelo un perfil en Tinder?
Aunque la categoría de las cosas de lujo es tremenda, hay, quizá, una peor que es “yo, con modelos”. Tipos que ponen fotos de ellos con chicas en tanga o camisetita y minifalda que por lo menos les sacan dos cabezas y que las pobres seguro estaban trabajando cuando fue ese baboso a pedirles la foto. ¿Cuál será el propósito de colgar eso en el perfil de Tinder? ¿Hacernos ver a las posibles conquistas lo galanes que son, las mujeres tan bellas con las que han andado? Ay, por caridad, se ven tan poquita cosa al lado de esos mujerones que el efecto es absolutamente contrario: dan un poco de lástima y mucho de asco.
En la categoría de “¿eres tonto, amigo?” estarían, por ejemplo, las fotos de ellos en el día de su boda, besando a su mujer, fotos familiares, ¡ecografías!, fiestas de quinceañera de la hija (esperemos que de la hija), bautizos, navidades, etc. ¿Se hacen a la idea, verdad? Los tipos suben a su perfil de Tinder destinado a conquistar las fotos de sus legítimas esposas y de sus hijos. ¡Ay, si esa familia supiera quiénes y en qué contexto están viendo la foto que decora la sala! En Tinder Ecuador encontré al marido de una conocida que editó con Photoshop, para aparecer solo, la foto de las vacaciones que yo ya había visto en Facebook con la esposa y los hijos. Si buscan la palabra sinvergüenza en el diccionario, aparece la cara de ese tipo.
Lo de qué escriben los hombres en su perfil es otro cuento que algún día, les prometo, tendré el valor de contar.