Theo Jansen

Deus ex machina o el dios de la máquina ///

“Las barreras entre el arte y la ingeniería existen solo en nuestra mente”, dice Theo Jansen y eso nos recuerda una historia muy, muy antigua.

En el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, se cuenta que los dioses necesitaban seres menores para que les rindieran pleitesía. ¿Qué material utilizar para hacer al bicho? Primero intentaron con barro y fue un fracaso: el agua los desmenuzaba. Luego probaron con madera, mejor, pero eran bobos, tenían aserrín en la cabeza y no se acordaban de sus creadores. Después, un nuevo intento con plantas, que ya casi, pero no del todo. Finalmente, alguien muy sabio sugirió que probaran con el maíz, que, al ser lo que comían, fue un exitazo: el maíz se convirtió en sangre y en carne y en esas ‘asombrosas criaturas’ llamadas ser humano.

Theo Jansen es un guapo holandés de 68 años, de pelo canoso, camisa abierta, chaqueta deportiva y un permanente color sano, veraniego. El hombre parece feliz. Estudió física, aeronáutica y robótica. Es pintor, ingeniero, escultor, inventor, programador informático, científico y en realidad, y para abreviar, un Leonardo Da Vinci del siglo XXI.

Los últimos veinte años de su vida, Jansen los ha dedicado a crear, como en los libros sagrados, una nueva forma de vida. O, como él la llama, una “nueva naturaleza” que, para usar la metáfora de la búsqueda de materiales de los dioses primigenios, aprovecha el maíz de los mayas de nuestra era: el plástico, para dar forma a esos seres tan maravillosos, como robados a un bestiario vanguardista o al sueño de opio de un pirata del futuro, que salen de su cabeza y de su computadora.

Según el catálogo de Art Futura 2005, “sus strandbeest (bestias o criaturas de la playa, en holandés) parecen tan orgánicas que desde lejos se confundirían con inmensos insectos o esqueletos de mamuts prehistóricos, pero están hechas a partir de materiales de la era industrial: tubos de plástico flexible, cinta adhesiva. Nacen dentro de un ordenador en forma de algoritmo, pero no requieren motores, sensores o ninguna clase de tecnología avanzada para cobrar vida. Se mueven gracias a la fuerza del viento y a la arena mojada que encuentran en su hábitat de la costa holandesa”.

Quizás sea más fácil decir lo que no son las criaturas fantásticas de Jansen: no son robots, no son esculturas hechas de material reciclado, no son fósiles, no son juguetes gigantes, no son, obviamente, seres vivos, pero la idea de su creador es que evolucionen darwinianamente y que adquieran, de generación en generación, habilidades e independencia. Como cualquier animal.

Sí, bueno, este animal está hecho de botellas plásticas, cinta adhesiva, tubos flexibles, hilos de nylon, se mueve con el viento y ha sido diseñado en una computadora, pero Theo Jansen, cuya cabeza debe ser como una especie de centro comercial el día de Navidad, está trabajando en dar a cada nueva generación, y ya va por la séptima, más autonomía y capacidad adaptativa. Incluso ya habla de músculos y cerebros. Uf.

Pero vamos poco a poco.

EL FUTURO YA LLEGÓ

Ellas nacen en una computadora. Las fabulosas criaturas de Jansen, que parecen frágiles como arañas, pero son grandes como barcas, y al espectador le dan la impresión de estar frente a una cosa que es un ser vivo, pero también algo más, una máquina. La rara experiencia que llamaremos transformer: lo biológico y lo mecánico amalgamado en un objeto que, además de todo, es hermoso. Decíamos entonces, las criaturas de Jansen comienzan su ‘vida’ como una simulación dentro de una computadora en forma de organismos de vida artificial que compiten entre sí por ser el más veloz. Sí, a todos nos suena: así también empezamos nuestras vidas nosotros.

El artista selecciona las criaturas vencedoras y les da vida tridimensionalmente con tubos flexibles y ligeros, hilos de nylon y cinta adhesiva. Aquellas que se muevan, que se deslicen más eficazmente donarán su información (“la longitud y disposición de los tubos que forman sus partes móviles”, explica Jansen) a las siguientes generaciones de bestias de la playa.

A través de este proceso de mejora que copia la adaptación de las especies, la supervivencia del más apto, lo que nos enseñó Darwin, las criaturas de Jansen se vuelven cada vez más ‘inteligentes’, más recursivas, y pueden incluso tomar decisiones para asegurar su permanencia, su seguridad. Dicho de otra manera, pueden sobrevivir.

Por ejemplo, el Animaris sabulosa hunde su nariz en la arena para anclarse si detecta que el viento es demasiado fuerte para permanecer en pie.

El futuro ya está aquí y las nuevas tecnologías ya son simplemente tecnologías: la séptima camada del retrofuturista bestiario de Jansen, con sus tintes de nostálgica ciencia ficción, ya puede transportar personas en su interior. Se trata de el Animaris rhinozeros, un coloso de dos toneladas de peso que puede ser movido por solo una persona, y, esta es la locura, llegar hasta donde no haya viento ni arena gracias a un ingenioso sistema de impulsión basado en aire comprimido almacenado en botellas de cola. La ingeniería, el reciclaje, la movilidad, la invención.

¿Estamos ante un dios de las máquinas?

En el futuro, el holandés ya ha anunciado más sofisticación anatómica: músculos, sistema nervioso y, sí señores, sí, un cerebro que les permita tomar decisiones complejas.

Así lo dijo en una entrevista: “Anhelo que un día las criaturas de la playa no me necesiten para seguir evolucionando, que manadas completas en las playas compitan por ser las más veloces y estables y transmitan de manera autónoma su ADN a las siguientes generaciones, integradas ya por completo en su ecosistema”.

¿Nos emocionamos? ¿Temblamos?

Los trece fósiles de Madrid

La obra de Theo Jansen estuvo expuesta en España, en el hermoso espacio de la Fundación Telefónica de Madrid, hasta el mes pasado. Trece ‘fósiles’, como su creador los llama, viajaron desde Holanda para mostrar su maravilloso encanto al público español.

La sagaz Ana María Nimo escribió en El Mundo que: “Todos los ejemplares expuestos comparten el ADN: Los 11 números sagrados que permiten a los animales andar de la peculiar forma en la que lo hacen siguiendo un paso marcial. Estos números determinan la proporción del tamaño de los tubos eléctricos que componen el esqueleto del animal y la distancia entre ellos. De esta forma, el eje de la cadera se mantiene al mismo nivel y el animal no pierde el equilibrio mientras camina por la arena. Un sistema al que el artista se refiere como a ‘una nueva invención de la rueda’. Jansen ha dotado a sus criaturas de tentáculos que les advierten de la presencia de obstáculos, de alas que bombean aire dentro de botellas de limonada vacías para que puedan seguir caminando cuando no haya viento, de martillos que las anclan al suelo cuando perciben que se acerca una tormenta”.

Y Jesús Lillo, de ABC Cultural, añadió que: “Vienen sucias, con restos de arena, y mutiladas. Fabricadas con tubos de plástico y articuladas a través de un cigüeñal que transmite la energía eólica que mueve sus velas y activa su organismo, los animales de Jansen viven y mueren en la playa, donde cada verano esperan la llegada del viento que les da vida. ‘Empiezo a construirlos en octubre, y a lo largo del invierno trabajo en el taller. En primavera los llevo a la playa y en verano me dedico a observarlos y a hacer experimentos con ellos, en contacto con la arena y el agua. Cuando llega el otoño los declaro extinguidos’. Para contemplarlos al natural, habrá que esperar a la siguiente generación, prevista para la próxima primavera. ‘En todo proceso evolutivo hay vida nueva, y también muerte. Las bestias que he traído a Madrid ya han dejado de existir, pero, como en Parque Jurásico, les puedo dar vida artificial durante unos minutos, llenar de aire su estómago eólico’, dice el artista holandés en referencia a las botellas de plástico que recorren la columna vertebral de sus ejemplares, ‘y dejar que caminen unos metros’”.

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