The Meaning of Life (Pequeños encantos de la vida doméstica)

Por Ana Cristina Franco

 

¿A dónde van los pequeños terribles encantos que tiene el hogar?

–Silvio Rodríguez–

 

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Hubo un tiempo en el que me emocionaba la idea de hacer grandes cosas y ser alguien en la vida. Hoy, aunque nada de esto haya sucedido, la idea me sigue emocionando. Y es la misma emoción que me causa encontrar un mantel, un juego de tazas chinas o un par de armadores: ahora, mis motivaciones se deben, por ejemplo, a fierros que sirven para colgar la ropa. Mi madre dice que si quieres ordenar tu mente debes empezar por ordenar tu clóset.

Sé que nada parece tener mucho sentido, pero lo tiene. Hablo de la vida. No de La Vida, ese escenario magnífico en el que todos quieren ser “alguien”, esa palabra que solo pronuncian los sabios, sino de la vida, sin mayúsculas, de aquellos momentos que si fueran una película de Hollywood serían descartes: hacer arroz, cantar en la ducha, ir al supermercado, dormir cinco minutos más (changada, mejor) después de que ha sonado el despertador, tomar una taza de café. Esos momentos muertos que a los veinte años eran basura hoy me parecen hermosos. Ya no me molesta que mi vida se parezca a una pieza de arte contemporáneo o incluso de cine contemplativo. Al fin y al cabo se trata de vivir y eso es lo que hago. Creo que fue Mafalda la que dijo algo así como “ya no quiero ser feliz, me conformaría con que no me jodan”.

Volviendo a la idea de “ser alguien en la vida”, creo que aprender a ser “una más” es uno de los entrenamientos más duros que he tenido y que, por supuesto, sigo teniendo. Alguna vez mi psicólogo (cuando tenía uno) me preguntó algo como esto: “¿Para qué ser ‘especial’?, ¿Cuál es el problema de ser como el vecino?”. Y yo entendí que lo que quería decir el psycho era: ¿Para qué ser alguien en la vida? No es recomendable, ni siquiera en un sentido utilitario. Recuerden la paradoja del capitalismo: el que trabaja 24/7 para pagar televisión por cable jamás tiene tiempo para echarse a hacer zapping. No es que haya descubierto el hedonismo sedentario ni que me haya vuelto una de esas seños que dicen “ahora he descubierto que el secreto de la felicidad está en las pequeñas cosas de la vida”, no es eso, es que en serio la realidad se vuelve alucinante.

Es demasiado hermoso y demasiado inverosímil sobrevivir a sábados espesos con Radiohead y lluvia tímida. O lavar los platos escuchando Etta James y llorar sin saber por qué. Es demasiado hermoso y demasiado inverosímil sobrevivir a un domingo eterno de principio a fin. A la ropa sucia regada en el piso, a la luz que entra despacio por la ventana, a los restos de comida china, al silencio, al olor a sueño pesado, al sonido de la refrigeradora, al cielo enorme y destellante y en constante atardecer, al silencio. Es demasiado hermoso y demasiado inverosímil sobrevivir a la chirez y al frío armando un rompecabezas, escuchando Charly García y tomando sopa por tres días seguidos. Es demasiado hermoso y demasiado inverosímil amar las plantas, verlas crecer y entender la vida a través de ellas, de sus diálogos invisibles. Dormir con mi novio: ver películas con él o dormirme mientras él ve películas. Leer mientras él trabaja. Trabajar mientras él toca la guitarra. Levantarme antes que él y escribir mientras aún duerme. Entregarme a la tarea científica que es mirar a alguien de cerca.

Afuera hay lluvia, afuera hay guerra, afuera las balas caen del cielo y escupen fuego. Adentro resistimos. Amar es resistir.

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