Todas las canciones que he compuesto
se han escrito bajo la influencia de una cosa u otra.
Noel Gallagher
Qué linda noche para fumarse un porrito.
Andrés Calamaro

Fumón era una mala palabra y se usaba para el mal, para hacerle y desearle el mal a otras personas.
Fumón quería decir drogadicto, pero su significado era más extenso que nuestros océanos y cubría varios frentes.
Un fumón era un vago, un desempleado, un irresponsable. Un fumón no se preocupaba ni por su familia ni por sus amigos ni por su pareja. Un fumón faltaba a clases, se escapaba de las fiestas de cumpleaños y decía que iba a la discoteca con su chica, pero usaba el dinero de la entrada para comprar droga y dedicarse a fumar toda la noche. ¿Quién podría culparlo?
“No te juntes con él, es un fumón”, decían.
“En ese barrio hay puro fumón”, decían.
“Cuidado te me haces fumón”, decían.
Curioso. Nuestros padres no hablaban de una droga en particular. Hablaban de “la droga”. Así, en plural. Como si la marihuana y la heroína fueran lo mismo, y como si un pipazo cerca de la punta de la nariz tuviera el mismo efecto que un pinchazo en el brazo.
Muchos años después, sentado a una mesa donde se come, se bebe, se descogolla y se prende, el padre de un adolescente le dedica unas palabras frente a nosotros, sus amigos, los grandes a los que el muchacho trata de “Tío” o simplemente “Loco”. Dice el padre, “Escúchame bien, el primer chafo te lo pegas conmigo, ¿entendido?”. Y nos reímos, y la iniciativa nos parece bacán y hasta genuinamente progre.
Luego habla alguien que, de hecho, fumó marihuana por primera vez en compañía de su padre. Está traumada, dice cosas como “Yo quería un padre, no un pana, ¡yo ya tenía panas!” y “Mi papá era muy amigo de mis amigos, dizque para cuidarme, para saber con quién andaba, para que entre nosotros no hubiese secretos. ¿Sabes qué?, los secretos son necesarios. Uno necesita secretos, cosas que no se puedan compartir”.
Le pregunto si, como los superhéroes, necesitamos una identidad secreta. “No, ya no. O sea, crecimos. Si me dices que el humo te molesta o te hace daño, todo bien, fumo al lado de la ventana. Pero si me dices que la marihuana hace daño, capaz y me voy de tu casa”. Nos reímos, prendemos, fumamos.
A mí me decían que los fumones se volvían locos, que vivían en su propio mundo, que andaban volados. Y yo pensaba: quiero, quiero, quiero.
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Yo despreciaba a los marihuaneros, pero aquello no tenía que ver con la marihuana.
La droga y el consumidor son dos criaturas distintas y la una no debe pagar por los pecados ni las imprudencias de los otros.
Sería como culpar a una mujer hermosa por su belleza.
Sería como echarle la culpa al amor.
Sería una idiotez. Si alguien te dice que no puedes quejarte del narcotráfico ni preocuparte por la violencia que genera mientras seas un consumidor, el problema no son las sustancias ni las formas que nos damos para conseguirlas (unos van a la farmacia y ya), el problema es el punto de vista o lo cortos de vista y de corazón que podemos llegar a ser.
El mundo de los tuertos, se entiende, es más complejo que el mundo de los ciegos.
¿Querías abrir los ojos? Pues bien, ahora tienes que mirar. Ver el mundo es la única forma de cambiarlo (en caso de que creas que el cambio es pertinente).
Si te metiste a soldado, tienes que aprender a marchar, como dicen.
Ahora bien, los que hablan con sus plantas tampoco están del todo cuerdos. Si alguien te regala marihuana y te dice que es tan buena porque él, su propietario, le dice “buenos días” y “buenas noches”, y de vez en cuando se desahoga vaciando jarras de agua y sentimientos sobre las macetas, lo que corresponde es asentir con la cabeza, escucharlo con educación, con respeto, agradecer la generosidad y quizás en otro momento decir con toda firmeza: nada que ver, floripondio, estás chiflado, pero bacán.
Suena entonces, mientras seguimos en la mesa, un disco. De todas las cosas buenas que le pueden suceder a un marihuanero, que son muchas, escuchar música es una de las mejores. Uno se queja del silencio de Dios hasta que escucha música.
La música, con o sin hierba, está casi a la altura del sexo. Es más, ¿por qué perder el tiempo haciendo cualquier otra cosa cuando podríamos estar escuchando música y teniendo sexo?
Y, otra pregunta de rigor: si vamos a hacer todo lo que vamos a hacer, ¿por qué no fumamos antes?
Y algo que no parecen saber todos: si fumas, estás bajo la influencia, así de simple.
Si tienes unas ganas irresistibles de salir a la calle con un arma en la mano y matarnos a todos, fuma, sí, obvio, pero no estaría de más hablar con alguien, capaz con un psiquiatra.
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Decía que yo despreciaba a los marihuaneros.
Pero ya no. Ahora capto que despreciaba a los que se colgaban, a los que dejaban de hablar, a los que, como nuestros padres, reaccionaban a la marihuana como si se tratase de heroína.
Pienso en la gente que, por Navidad, te manda luz. O sea, me convendría más, en todo caso, que pagaran la cuenta de la luz, que es otra cosa y no tiene que ver con lo espiritual sino con lo terrenal, con lo que puede y debe resolverse inmediatamente.
He visto a las mentes más brillantes de mi generación arruinadas por una pose. Y qué pereza esa gente. Igual les deseo lo mejor. Pero, ¡chau!
Hoy por hoy propongo la marihuana a todo el mundo y, si alguien prefiere abstenerse, está en todo su derecho, ni más faltaba.
Yo mismo me considero un novelero, pero no me quejo ni me va tan mal.
Ciertas personas, cuyas opiniones me interesan, fuman un poco y se callan, se guardan. Hablando técnicamente, son víctimas de lo que entre marihuaneros se conoce como la “Muda”, pariente de la “Blanca” y el “Blancazo”.
Otros amigos, que pasaron por aquí mucho antes que yo, me dicen que la marihuana es una etapa, que está bien, pero pasa. Yo pienso en otras etapas: García Márquez y Bob Marley, por ejemplo.
(Entre paréntesis: no escucho a Bob Marley a menos que esté sonando en una cebichería, pero leo El amor en los tiempos del cólera una vez al año).
¿Por qué despreciaba entonces yo a los marihuaneros? Por la misma razón por la que un periodista desprecia una fuente: porque no compartían su conocimiento. El egoísmo, está comprobado, se lleva mejor con la cocaína.
Otro amigo, de casi cincuenta años, joven aún, me dice que está probando cómo es el mundo sin marihuana después de toda una vida fumando, después de haber fumado prácticamente todos los días y a todas las horas y en todas las circunstancias posibles desde que cumplió dieciséis.
Le deseo suerte y lo acolito porque él no se calla, porque me cuenta cómo es eso por lo que está pasando, porque realmente quiere saber un par de cosas para luego tomar alguna decisión.
Yo ya sé que la vida puede ser tan buena con y sin, que el verdadero plan es estar constantemente high on life, es decir, intoxicado de vida.