De la máquina de escribir a Tinder y otras… ¿tecnologías feministas?

Ilustración: shutterstock

Hay avances tecnológicos que, más allá de la intención de sus promotores, han aportado a la equidad de género. La máquina de escribir, por ejemplo, significó la “desexualización de la escritura”. Pero ¿qué pasa con las tecnologías digitales?

En el libro El artesano, Richard Sennett cuenta que su maestra, la autora de La condición humana, tenía claro que las personas que producen cosas o incluso tecnologías no son muy conscientes de sus creaciones y que es a la política a la que le corresponde dar esa orientación. Hannah Arendt, dice Sennett, llegó a esa conclusión cuando se desarrollaban las primeras bombas atómicas en Estados Unidos, las que fueron puestas a prueba en Japón, al final de la Segunda Guerra Mundial.

Hay una escena que, aunque no está en El artesano, muestra quizá mejor que ninguna aquella convicción de Arendt: la de un Albert Einstein impresionado con el dolor que había causado la tecnología que él sin querer había ayudado a crear, después de leer la historia de un grupo de sobrevivientes publicada por The New Yorker. Entre los mitos de la obra Hiroshima, se dice que Einstein mandó a pedir mil copias para repartirlas entre sus colegas y amigos, con la idea de mostrarles cómo la tecnología fuera de control, auspiciada por la ceguera científica y una burocracia mecanizada (de esos conceptos sí habla Sennett), llevan a la catástrofe y al caos.

Las tecnologías tienen también ese poder. Son sociales y las sociedades, a su vez, son tecnológicas. Sabemos de tecnologías que han cambiado el rumbo de la historia y otras que han incidido a nivel social y cultural. Las Teorías feministas de la tecnología se han desarrollado en esa línea, a la par de las corrientes, posiciones u olas que han ganado fuerza a partir de los años setenta del siglo anterior.

La máquina de escribir

La bicicleta ha aportado a las mujeres una sensación de libertad a lo largo de la historia.

Fue “una cosa intermedia”, medio herramienta medio máquina, como la describió Martin Heidegger, la que logró incorporar definitivamente a las mujeres al trabajo. O al menos a cierto tipo de trabajo. Así lo explica otro alemán, el teórico de los medios y autor del libro Gramophone, Film, Typewriter, Friedrich Kittler.

Antes de la Revolución Industrial, cuando hombres y mujeres hacían las cosas fundamentalmente con las manos y sus roles estaban estrictamente definidos por sistemas sociales, el símbolo de la actividad intelectual masculina en Occidente era la pluma y, reducido a lo doméstico, lo femenino se asociaba con la aguja y el hilo. Ambos símbolos se relacionan con el concepto de texto que etimológicamente significa tejido, recuerda Kittler, así que, mientras unos tejían con palabras, otras lo hacían con aguja e hilo.

Pero las cosas cambiaron con la máquina de escribir. Ya terminada la Guerra Civil en Estados Unidos, E. Remington and Sons reprodujo un modelo patentando por Christopher Sholes en 1874. Y después, con el propósito de atraer compradores, publicó un cartel publicitario en el que posó frente a una de sus máquinas la hija del creador del prototipo, Lillian Sholes. Mejoraron así las ventas, pero la mecanografía y, en general, el trabajo de oficina seguía ocupado por varones.

Eso hasta que en 1881 una asociación cristiana de mujeres capacitó a ocho mecanógrafas, y entonces una fuerza laboral condenada al hogar pasó a formar parte de un ciclo de reclutamiento, capacitación, oferta y demanda en Estados Unidos y, poco después, mediante las asociaciones de mujeres cristianas en Europa, desplazó a mecanógrafos y secretarios.

Se trató de una fuerza laboral que venía de todos lados. “De la clase obrera, la clase media y la burguesía, por ambición, penuria económica o puro deseo de emancipación surgieron millones de secretarias”, dice Kittler. Y fue ganando espacios, aunque al principio se trataran de trabajos temporales que se olvidaban luego del matrimonio.

Algo se había roto, no obstante, en los sistemas simbólicos. El símbolo de la actividad intelectual masculina, la pluma, ya no era tan cierto, pues se escribía cada vez más de forma mecánica. Y el símbolo de la actividad femenina cambió de la aguja y el hilo a la mecanografía. Por esa razón, el autor ve en el texto mecanografiado la “desexualización de la escritura”, o una entrada, aunque tímida, de las mujeres a ese segmento del mundo laboral.

Lilian Sholes es considerada la primera secretaria. Su padre, Christopher Latham Sholes, fue el inventor de la primera máquina de escribir. También diseñó el teclado qwerty, que todavía hoy utilizamos, para escribir más rápido sin que las teclas se atascaran. Con la ayuda del fabricante de máquinas de coser y armas Remington, en el año 1873, salió al mercado la Remington 1. Cuando salió a la venta la máquina de escribir, la hija de Sholes, Lilian, hacía exhibiciones de su funcionamiento. En 1888 un taquígrafo llamado Frank Edward McGurrin publicó una técnica de mecanografía por tacto, utilizando los diez dedos de las manos sin mirar el teclado, la Touch Typing. Gracias a la máquina de escribir, las demostraciones de Lilian Sholes y la técnica Touch Typing, las mujeres se fueron integrando a una nueva profesión: la mecanografía.

El aporte de otras tecnologías

El otro día asistí al linchamiento virtual de un meme y la usuaria que lo compartió. Un meme que, pese a que tenía sus likes y reacciones a favor, causó la justa indignación de las feministas y los feministos con lxs que, según me enteré, estábamos enredados en Facebook. ¿Qué había en la imagen? Un cordel lleno de pañales secándose al sol y un texto en el que se leía que esas sí eran madres, las de antaño, las que sabían lo duro que era lavar un montón de pañales de tela todos los días a mano.

Como eran las mujeres quienes generalmente se ocupaban de las responsabilidades domésticas, y entre las prendas sucias de los muchos integrantes de los hogares de antes no había solo pañales, la lavadora de ropa y otros tantos electrodomésticos se consideran tecnologías que apoyaron en su momento a la emancipación femenina.

Otra tecnología en esa línea es la píldora anticonceptiva. Hay píldoras anticonceptivas y dispositivos intrauterinos (DIU) desde principios del siglo XX, sin embargo, su aceptación ha costado más de la cuenta por la influencia religiosa y, particularmente, de la Iglesia católica.

Con la introducción de la píldora y los DIU en la década de los sesenta, se dio una conquista no solo simbólica, sino, además, física y social de las mujeres con respecto a su cuerpo, para elegir cuándo ser madres, o no, con los cambios que eso supuso en las estructuras de la familia y la sociedad, la separación del sexo y la reproducción y liberación sexual.

En el siguiente video, la youtuber Andrea Márquez cuenta su experiencia con el uso de las aplicaciones de citas como Tinder y Bumble, así como las características que diferencias a ambas plataformas:


A la bicicleta se le atribuye también su parte en esta historia. La feminista y promotora del voto femenino en Estados Unidos Susan Anthony dijo que si hay un objeto que contribuyó a la emancipación femenina fue ese, según cuenta la periodista Teresa Vaquerizo en un artículo publicado en El País: la bicicleta aportó a la mujer “una sensación de libertad y seguridad en sí misma”.

Estaba por terminar el siglo XIX, claro, y se creía un atrevimiento que ellas montaran en bicicleta, se lo asociaba, además, con esterilidad, aborto y excitación sexual. Apropiarse de ese vehículo fue, por lo tanto, desafiar lo establecido y les permitió recorrer distancias con mayor facilidad. Por tal motivo la bicicleta pasó a ser un símbolo de los movimientos sufragistas, y eso por no hablar de los cambios que generó, según Vaquerizo, en los incómodos vestidos de las ciclistas de la época.

¿Las apps de citas son feministas?

Sin pensarlo mucho, la respuesta corta es no. Pero vamos despacio. Si bien es cierto que las tecnologías no son neutrales porque, por más que las herramientas carezcan de pensamiento e ideología, en los contextos, usos y narrativas sociales que prevalecen no pasa lo mismo.

La ficción, la publicidad, el periodismo y las plataformas sociales tampoco pueden excluirse de este asunto. Mediante los medios de comunicación se han reproducido estereotipos, discursos y formas socialmente legitimadas en distintas épocas, es cierto, pero los medios también han posicionado a mujeres como íconos de independencia, aunque sea esporádicamente, y más en algunos casos que en otros, y han informado y sensibilizado sobre la relevancia de la equidad.

Con las tecnologías digitales pasa parecido. Sirven, por un lado, a la expansión de pensamientos y actitudes sexistas, como en el caso del meme sobre los pañales y la maternidad, y, por otro, hacen posibles espacios que se usan tanto para congregar comunidades, propagar voces, denuncias y el ciberfeminismo, en general, cuanto para el sostén y la presión social y el acompañamiento a procesos, incluso de denuncia mediante apps y sitios web.

No digamos nada de las manifestaciones grupales, ya sean físicas o virtuales, en contra de personas, ideas u organizaciones: el escrache que, se han visto casos, es también humillación pública, anulación social y castigo. Además de que, por medio de las tecnologías digitales se expande, quizá con más fuerza de forma escrita, el lenguaje inclusivo y cierta corrección política a la que, seguramente basada en el miedo de la gente a ser mal encasillada, le gusta vestirse de inclusiva y feminista.

Bumble es una app de citas dondelas mujeres toman el mando.
Tinder es una de las app de citas más populares según GlobalWebIndex.

Y entonces llegamos a las aplicaciones de citas. Tinder, la más popular. Según cifras de GlobalWebIndex, unos 91 millones de personas usan estas apps, 62 % son hombres y 38 % mujeres. Y en un estudio de la revista ScienceDirect se determinó que los hombres dieron me gusta al 60 % de los perfiles de mujeres en Tinder, pero las mujeres hicieron lo mismo solo con 4,5 % de los perfiles masculinos.

Es decir que en las apps de citas se reproducen los mismos patrones de afuera, solo que magnificados. Con más opciones para elegir, ellas pueden ser más selectivas. Si antes había dos, tres, pretendientes, es posible que ahora esos números crezcan exponencialmente, más allá de las intenciones o superficialidad de los interesados.

Las críticas, sin embargo, van por otro lado, y se centran sobre todo en la objetivación de las personas que pasan a formar parte de una especie de catálogo afectivo/sexual, lo que, aunque en principio podría ser divertido, también nos pone al nivel de las cosas. Con base en lo anterior, las quejas acerca de “mensajes babosos” y la asesoría de la cofundadora y exejecutiva de Tinder, Whitney Wolfe, Bumble lanzó una propuesta nueva en 2014. Una en la que solo ellas pueden empezar una conversación, siempre que haya likes en común.

Además del modo citas, esa app tiene una modalidad para hacer amigos, supuestamente centrada en profesionales que viajan y carecen de un círculo social, y permite conectar con mentores y ampliar la red de contactos profesionales, pero el problema de la cosificación sigue ahí. Las tecnologías digitales del amor y el cortejo igualan en ese sentido a hombres y mujeres, en un entorno, si no impulsado por la ceguera científica y la burocracia mecanizada, quizá sí indiferente, o en el que poco importa que haya quienes capitalicen nuestra soledad.

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