“La tecnología no son aparatos que usamos sin más; en ella hay relaciones de poder”

En el terreno de la política, la tecnología tiene dos caminos: o disminuye las desigualdades o las acrecienta. Dos extremos que pueden sortearse con una estrategia. ¿Qué deben considerar esos planes? ¿Es posible evitar el conflicto? Lo responde una experta.

Natalia Zuazo.. Fotografía: Alejandra López

¿Quién está detrás de todos esos aparatos y aplicaciones que utilizamos en nuestro día a día? Eso es lo importante para la politóloga argentina Natalia Zuazo. Ella analiza el impacto que tienen las tecnologías y la inteligencia artificial (IA) en los derechos fundamentales de las personas. Desde su agencia Salto asesora a distintas organizaciones políticas en temas digitales.

—¿Por qué la tecnología ahonda la desigualdad en la sociedad?

—Quienes producen aparatos o sistemas tecnológicos tienen intenciones. Y cuando nosotros usamos esas tecnologías estamos inmersos en relaciones de poder que, por ejemplo, monetizan esos datos. Como cuando vamos a hacernos un estudio médico o tenemos que utilizar una plataforma en cualquier área de gobierno que requiere nuestros datos personales. Por lo tanto, está en la configuración y decisión política que el diseño de esa tecnología genere más oportunidades o más desigualdades.

—¿Cuándo se comenzó a notar que la tecnología podría ser un factor de desigualdad?

—Yo diría que empezó a ser un problema mayor cuando la concentración de las empresas tecnológicas provocó que solo unos pocos jugadores tuvieran la capacidad de tomar decisiones sobre ella y de incidir en nuestras vidas. Hubo un momento en el que estas empresas ponían también las reglas sobre las cuales se decidía. Por ejemplo, cómo se interactuaba y cómo se moderaba el contenido en las redes sociales. Y eso sigue siendo así.

Esa concentración, sumada a las reglas autoimpuestas por las plataformas, llevó a situaciones como las de Cambridge Analytica, donde una plataforma juntó una gran cantidad de datos de las personas para, en cierto punto, “manipular a la opinión pública”. O también las denuncias que hizo en su momento Edward Snowden de espionaje a las personas, lo que llamamos el capitalismo de la vigilancia. Con el tiempo empezamos a darnos cuenta que la acumulación de información en pocas manos puede facilitarnos ciertas actividades, pero también se hace muy redituable para un pequeño grupo de empresas que rinden muy pocas cuentas a la sociedad.

—¿Qué impacto ha tenido la tecnología en la forma de hacer política?

—La gestión de lo público siempre necesitó datos de las personas y de los ciudadanos para tomar decisiones. Y esos datos hoy se acumulan masivamente y se procesan de una forma mucho más rápida. Por lo que los gobiernos, sean locales, regionales o nacionales, tienen que seguir incorporando especialistas que gestionen toda esa gran cantidad de datos de forma eficiente. Para eso primero nos tenemos que preguntar: ¿con qué objetivo político queremos utilizar esos datos? A partir de ahí, cabe desarrollar el dispositivo tecnológico para decidir y definir qué objetivo de desarrollo queremos lograr con esos datos.

Además, la campaña y la gestión antes eran momentos un poco separados en la vida política. Hoy, con la aceleración de la información, a veces no se distinguen tanto. El social listening, el big data, la escucha de redes y de medios es algo que se tiene que utilizar permanentemente. Pero eso se debe usar para tomar decisiones que deben tener un norte: qué se quiere hacer según el plan de Gobierno.

Tecnología
Quienes producen aparatos o sistemas tecnológicos tienen intenciones. Y cuando nosotros usamos esas tecnologías estamos inmersos en relaciones de poder. Fotografía: Shutterstock.

—¿Cómo se usan las redes sociales para armar una estrategia y hacer política?

—Primero hay que aclarar que tener acceso a las redes no necesariamente implica que haya una estrategia. Esto último requiere trabajo, coordinación, decisión, delegar en expertos y, a su vez, trabajar en consecuencia.

—¿Y la IA?

—La IA para hacer política es relativamente imperceptible. El mayor uso es en las recomendaciones algorítmicas de los temas que nos interesan en TikTok o en las noticias en Google. En ese consumo hay política permanentemente. Las generaciones más jóvenes están trasladando sus primeras búsquedas de cualquier tema, incluidas las noticias y la política, a Instagram o TikTok. Eso influye enormemente en la información que vas a recibir porque tu primera búsqueda las están filtrando los algoritmos de Instagram o TikTok, que son tremendamente adictivos.

—Y los políticos, ¿cuándo comenzaron a utilizar la IA?

—Creo que el procesamiento de datos para distintos fines se aceleró, sobre todo en la industria militar y de inteligencia. Por ejemplo, el reconocimiento de imágenes de mapas tiene mucho que ver con la industria militar. Allí hay alguna explicación de los avances de estas tecnologías. Después tiene que ver, por supuesto, con los grandes datos en los ámbitos académicos y de investigación, y también con las grandes industrias, cuyas necesidades son las que originan los avances tecnológicos que luego se trasladan a la población en general.

—En términos geopolíticos, ¿qué tipo de problemas hay por la tecnología?

—Todo este gran desarrollo de las IA tiene un trasfondo ambiental que hay que ponerlo adelante. Estoy hablando del consumo de energía de los servidores y la gran necesidad de minerales en el mundo para el desarrollo de los aparatos tecnológicos, incluidas sus baterías. Y esa lucha por esos minerales que son finitos genera conflictos en países como el Congo, pero también en Argentina.

Desde hace varias semanas tenemos represión policial en una provincia que se llama Jujuy porque se quiere implantar minas de litio privadas, sin consenso y sin diálogo con las comunidades originarias que viven en esos territorios. Donde haya este tipo de minerales va a haber conflictos y hay que gestionarlos. Precisamente la política es eso: gestionar esos conflictos y llegar a consensos que no son sencillos.

—¿El desarrollo de más tecnologías va a profundizar estos conflictos?

—Los países que tienen minerales capaces de abastecer estas industrias también son limitados. Algunos de ellos, como China, poseen la mayoría de esos recursos y lo defienden a través de sistemas políticos y de desarrollo. Nosotros, en Latinoamérica, también tenemos esos minerales. De hecho, Chile ahora dictó una ley de nacionalización. En Argentina estamos viendo qué hacer. Pero esas decisiones son de ahora, no del futuro. Ahí también se juega la igualdad o la desigualdad del poder en relación con la tecnología. Se trata de cómo lo gestionemos y, de nuevo, de quién gana y quién pierde.

—¿Cómo ayuda o perjudica la tecnología a la democracia?

—En principio creo que hubo un gran mito inicial cuando nació internet: la autopista de la información. Era una idea muy liberal que nos decía que, si todos estábamos conectados a internet, todos íbamos a estar más informados y, por lo tanto, tendríamos menos conflictos.

Uno puede recibir información y en cierta medida exponerse a una influencia, pero la influencia también es social. Es decir, pasamos más tiempo en los medios porque nuestra vida está mediatizada, pero tenemos otras interacciones. Nuestras relaciones también son emocionales, no son siempre racionales y eso es muy importante. De eso también se hace la democracia, no solamente de las interacciones supuestamente racionales.

Entonces, ahí sí yo obviamente reconozco que hay fake news y problemas. Pero obviamente las fake news no arrancaron con las redes sociales. Existen en todos los medios de comunicación, incluso en la televisión, en los diarios impresos, en las radios. Están desde antes, así como otros problemas de la democracia.

Tecnología en redes sociales
Las fake news no arrancaron con las redes sociales. Existen en todos los medios de comunicación. Están desde antes, así como otros problemas de la democracia. Fotografía: Shutterstock.

—¿Hacia dónde vamos con la IA y la manera de hacer política en América Latina?

Es muy importante que no tomemos las cuestiones tecnológicas como algo del futuro, sino de ahora mismo. Creo que modifican el día a día y, en ese sentido, es importante trabajar seriamente para construir evidencia de lo que sucede en las sociedades con estos temas.

Forjar tecnologías propias, que no todo sea traer una tecnología de afuera y aplicarla acríticamente, sin un plan. Me parece que eso es lo más importante que podemos hacer nosotros en América Latina. Tenemos capacidad, especialistas, recursos y con quién desarrollar esas propias tecnologías.

Lo otro es tomar nuestras propias decisiones. Hay momentos en las tecnologías en los que hay mucha emoción con determinados temas y eso a veces nos hace pensar que tenemos que ocuparnos solo de eso. Pero lo más importante es que tengamos un plan de cómo incorporar eso a una estrategia política a largo plazo. Que nos enfoquemos en desarrollar capacidades humanas en términos de esas tecnologías. Pero siempre debemos preguntarnos para qué lo queremos hacer en nuestra sociedad, con qué fin y con qué beneficio.

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