Por Mónica Varea
Era la época del ron con cola, era la época de los festivales de la nueva canción, era la época de soñar intensamente, llorar a mares y amar sin fin. Yo había dado luz a mi hija Paz, una semana atrás y ella llegó con mi prima Sonia, en su escarabajo azul de parachoque abollado. “Soy la hija de Lucho Camacho”, se presentó ante mi papá; él inmediatamente apareció cargando un enorme parachoque menos viejo. Así la conocí y lo nuestro fue “amistad a primera vista”.
Era la época del ron con cola y de eternas noches de música. Me presentó a María Elena Walsh, a Cátulo Castillo, Gina María Hidalgo, a la Nacha Guevara y a tantos más. Sentadas en el suelo, con los acetatos regados por el piso, con el ron, imparables las lágrimas y las risas salían a borbotones. Fueron muchos años de leer en voz alta a Cortázar, a Borges, a Bioy Casares, a Sábato, “soy argentinófila”, decía.
Era la época del ron con cola y de la negra Sosa, tan negra y tan tucumana como el amor de su vida, tan negra y tan intensa como su eterno compañero. La negra con su voz penetrante nos acompañó siempre en la pequeña sala de su casa de El Inca. Ese espacio fue suficiente para que creciera nuestra amistad tan frondosa como sus plantas y sus cactus y sus hijos y sus nietos.
Era la época del ron con cola y de los sueños y de la solidaridad y del abrazo y de las lágrimas y de las risas. La vida no era fácil, pero nosotras éramos de hierro, la vida no era generosa pero no nos importaba, nos teníamos la una a la otra, yo con mi optimismo militante y ella con su crítica mordaz, lapidaria, “Varea, no insistas, la vida es una puta aunque no se acueste con nadie”. Yo no tomaba en serio sus sentencias oscuras y pesimistas, porque su amistad contradecía todo, siempre estuvo “con plata y persona”, para mí ella era un motivo suficiente para amar la vida.
Era la época del ron con cola, del amor apasionado, de los desencuentros y de los abrazos. Fue una época intensa pero corta, muy corta. Luego nos faltó tiempo, nos sobró tristeza. Tal vez maduramos o envejecimos, ya nunca más nos acompañó el ron con cola ni la música ni la literatura, solo quedó el cariño, ese cariño viejo y añejo, suficiente para seguir viviendo. Una llamada eventual, un feliz cumpleaños y Navidad, reemplazaron a la intimidad de otros tiempos. Se fueron distanciando los encuentros, callando las voces de las que fuimos, dejando a un lado la música para oír risas de niños y ladridos de perros. Nuestros silencios eran elocuentes y nunca hubo desencuentros.
Ahora la puta es la parca, se la siente llegar y duele, ha inundado su vientre, se la quiere llevar. Solo agradezco a la vida por esa época del ron con cola, por esa amiga incondicional, aunque no le perdono el tiempo que nos quedará faltando, las lecturas y la música que no avanzamos a escuchar, el enorme cariño y los abrazos que me sobran y esa ausencia, esa enorme ausencia que no sé dónde voy a guardar.
“Y afuera llora la ciudad/ tanta soledad”…