Por María Fernanda Ampuero.
Fotografía: cortesía Pablo Gaviria.
Edición 440 – enero 2019.
“Vivir rodeada de los objetos creados por nuestros bisabuelos… ¿Por qué? Creemos nosotros mismos. Yo trato de vivir y crear de modo que tanto mi vida como mis obras lleven la marca de los tiempos modernos”, declaró la artista cuyas obras se exhiben ahora en el Palacio de Gaviria en Madrid.
Quieras o no, siempre pierdes un poco el aliento al entrar a este palacio. El lugar es increíblemente hermoso, con sus escaleras majestuosas alfombradas en rojo, sus frescos en el techo y sus vitrales. Aquí, en los últimos años, se han montado algunas de las mejores exposiciones que ha visto la capital española: Escher, Duchamp, Magritte, Dalí, Man Ray. La última propuesta es una muy esperada retrospectiva de la pintora polaca Tamara de Lempicka (1898-1980), reina del art decó y uno de los nombres clave para entender la primera mitad del siglo XX.
La muestra incluye 200 piezas procedentes de más de 40 colecciones privadas y museos. El resultado es un paseo por los locos años veinte con todo su glamour, su belleza, su elegancia, su joie de vivre y también, cómo no, con el desgarro de saber lo que ya sabemos: que todo ese mundo, con sus lentejuelas, sus plumas, sus cigarrillos en boquilla, sus orquestas, su champaña, terminaría desvaneciéndose en el aire con la ceniza de los hornos de Auschwitz. Tiempos dulces que terminaron en tiempos salvajes.
Como la muestra es inmersiva, los cuadros de la artista están rodeados de objetos indudablemente art decó: lámparas, muebles, jarrones, vidrieras, vestidos (de los diseñadores favoritos de la artista: Descat, Schiaparelli, Vionnet o Patou), zapatos de Salvatore Ferragamo, sombreros, espejos, fotografías y videos de la época. El resultado es impresionante: como meterse en el set de El gran Gatsby, si Gatsby hubiese sido coleccionista de De Lempicka.



Ella triunfó como nadie
Tamara de Lempicka, más que cualquier otra cosa, fue una sobreviviente. Una mujer inteligentísima en un mundo masculino y en guerra —emigró con su familia a París huyendo de la Revolución bolchevique y a Estados Unidos huyendo de la Segunda Guerra Mundial—, se adaptó a las dificultades, leyó los países para entender sus debilidades y sus filias, y logró darles lo que querían sin renunciar un ápice a su espíritu, su libertad creativa y personal y su talento. Triunfó como nadie: pasó de ser una emigrante a convertirse en una artista extraordinaria y también, todo hay que decirlo, en una celebridad antes de que esa palabra se pusiera tan de moda y sirviera para definir a cualquiera con muchos seguidores en Instagram.
Alejada de esa imagen tan frívola de it girl de la época con que se la suele representar, esta Tamara que bebió del cubismo, del futurismo y de la Bauhaus, era una investigadora incansable, feroz. Sus cuadros revelan un estudio de la pintura italiana del siglo XV y la flamenca del XVII, que tanto admiraba. Estudió a Van der Weyden, Crivelli, Vermeer, El Greco, Hayez, Pontormo, Bernini, Miguel Ángel, la estatuaria helenística-romana, Botticelli y Rafael. Tamara de Lempicka fue un auténtico manual de historia del arte.
Esta recuperación de la Antigüedad está en sintonía con los principios del art déco, que adopta grafismos etruscos, egipcios y precolombinos, junto con formas dieciochescas, insertándolos en contextos de modernidad extrema, ideas que se aplican desde los rascacielos hasta el mobiliario. Por otro lado, el art déco tomó de la escultura antigua el gigantismo y los volúmenes amplificados de su escultura, elementos que también encontramos en las figuras de Lempicka de los años veinte y treinta.
Además de estudiosa, era increíblemente trabajadora. Según Gioia Mori, curadora italiana experta en De Lempicka y responsable de la exposición en Madrid, podía pintar durante doce o catorce horas diarias y, al mismo tiempo, cultivar amistades influyentes y con dinero que le permitieran vivir de su trabajo.
Al contrario de otros artistas que fueron descubiertos después de su muerte o cuando eran muy mayores, ella fue famosa y admirada casi desde el principio de su carrera. Los coleccionistas y los críticos supieron de inmediato que estaban ante algo importante y tuvieron razón. La artista expuso por primera vez en 1922, en París, y su ascenso fue vertiginoso. Para la Exposición Internacional de las Artes Decorativas de 1925 su fama trascendía ya las fronteras francesas y la prensa de todo el mundo aclamaba su originalidad en el arte y su elegancia en la vida.




Madonna y las Amazonas
Fotografía, cine, moda… Tamara tomaba en préstamo elementos de todas estas artes y esto es un síntoma de su modernidad y también una muestra de su gran visión de futuro. Lo interesante es que, a la vez, también se inspiraba en lo antiguo. Era una gran estudiosa de la obra de Bernini o Miguel Ángel y esto se refleja en sus pinturas”, explica Mori.
En la exposición de Madrid, por ejemplo, están sus obras art decó con sus motivos geométricos, colores brillantes y formas rotundas, esas mujeres ensimismadas, hieráticas, que miran a un punto que ni el espectador ni quizá la pintora son capaces de mirar. De Lempicka fue una adoradora de la mujer: de la belleza, sí, pero sobre todo de la fuerza. Las mujeres de la pintora —recordemos que esto es a principios del siglo XX— reflejan una modernidad y una independencia absolutas: manejan, fuman, son sensuales, pero distantes, son poderosas sin pedir perdón y disfrutan de sí mismas.
No por casualidad Madonna, la cantante, es una de las principales y la más apasionada de las coleccionistas de los cuadros de la artista. El video Open your heart se abre con una reproducción gigantesca de Andrómeda de De Lempicka. Sa tristesse (1923), La hermosa Rafaela (1927) o Las muchachas jóvenes (1930), cuadros para los que posaron algunas de sus amantes, son muestras de lo que ella llamaba visions amoureuses, la admiración a las mujeres y los secretos que comparten en la vida y en la intimidad.
La sección de la exposición Las Amazonas (ese era el nombre con el que se denominaba, a principios del siglo XX, a las mujeres homosexuales) es una de las más interesantes porque, además de ser un reflejo de la época, nos permite conocer la evolución de Tamara, que nunca ocultó sus amores femeninos en un momento en el que la cultura afrontó el tema de un modo relativamente desinhibido, aunque muchas de estas historias seguían considerándose un tabú por la sociedad. Como las garçonnes que adoptaban modales y ropas masculinas y frecuentaban, como Lempicka, los transgresores locales solo para mujeres. Este universo aparece en pinturas como El doble 47, donde el número muestra la dirección oculta de una de estas casas.
Esta sección de la exposición incluye también un gran número de desnudos en los que se puede ver la evolución de su estética pictórica pues pasan del claro estudio del arte antiguo a reflexiones sobre los juegos de luces y sombras propios de los estudios fotográficos, algo que resulta evidente en el retrato La hermosa Rafaela, de 1927.
En Las Amazonas se puede apreciar la presentación delicada de los bustos dibujados por la luz, los rostros sumidos en la oscuridad, apenas perceptibles, y los fondos sin decoraciones que realzan la figura de la mujer, la gran inspiración de una artista que lo hizo todo antes de que la palabra todo estuviera al alcance de las mujeres.


