Susana Nicolalde. Tiempos de mujer

Por Pamela Velástegui.

Edición 457 – junio 2020.

En esta pieza de técnica mixta, mitad perfil, mitad entrevista, conoceremos el trabajo de una mujer a la que deberíamos haber conocido hace por lo menos diecisiete años. La buena noticia es que muchos ya la conocen, y la otra noticia, aún mejor, es que muchos más están a punto de conocerla.

ELLA Y SU FESTIVAL

¿En qué momento comenzó a gestarse el festival Encuentro Mujeres en Escena, Tiempos de Mujer, el espacio de intercambio y diálogo femenino sobre las tablas más antiguo del país? Quizá cuando empezó a escribir su primera obra, después de quince años de recorrido en el escenario y atravesaba un giro importante como mujer y artista. Susana Nicolalde cierra los ojos y pasea por los recuerdos de las dieciocho casas en que ha vivido desde su infancia. Nuevos amigos, nuevo barrio, nuevos vínculos, otros afectos. Regresa la mirada al 97 y ve a su hijo de dos años jugando sobre la cama. Tenía su diario de trabajo para escribir el borrador de lo que sería su primer texto dramático Retrato abierto. La primera frase que escribió fue: “Entre mi hijo y Pinocchio”. Así se abre esta historia sobre contar historias.

Susana me cuenta un poco de su vida y desde ahí la de un festival que es también plataforma para la diversidad de voces, tanto a nivel nacional como internacional: un punto más de una gran red de festivales de mujeres en el mundo.

Susana Nicolalde. Camila, el diario de una utopía. Fundación Mandrágora Artes Escénicas.
Foto: Ricardo Centeno.

EL TEATRO

Se define como autodidacta, su formación no ha seguido un pénsum académico pero sus 38 años de carrera han sido casi cuatro décadas de estudios de acuerdo con sus necesidades de experimentación, más talleres con maestros locales y extranjeros. Ha realizado su ejercicio en la escena combinando disciplinas como danza contemporánea, pantomima, teatro de calle, teatro musical y teatro danza. Cuando le pido ubicar un elemento que la haya acercado al teatro, reflexiona: “Recuerdo a mi padre, que era un lector fabuloso, siempre en su sillón rojo con un libro frente a la ventana. Aprendió a hablar inglés viendo películas en el cine. Pero la curiosidad vino desde mi propio interés. Mi acercamiento a las artes fue tímido, el recuerdo más cercano es en mi adolescencia, cuando formaba parte del coro del colegio y me gustaba mucho cantar en colectivo, era realmente emocionante y hasta cierto punto me hacía sentir importante cuando el público nos aplaudía”.

Su acercamiento al teatro fue casual. En 1982, con solo dieciocho años de edad, mientras estudiaba Psicología Clínica, se inscribió en el Teatro de la Universidad Católica (TUC) que dirigía Ernesto Suárez, director del grupo de teatro El Juglar. “Desde el inicio, el teatro fue un espacio de libertad, el espacio en el que podía jugar sin miedo a equivocarme. Un encuentro de camaradería, cariño y afecto, donde el colectivo es el eje y tú eres parte de ese colectivo. Donde la equivocación no es un error, sino parte del proceso y desde este trabajamos”. Esta experiencia la condujo, más adelante, a formar parte del colectivo teatral Gestus, hasta el año 89, cuando el grupo decidió hacer un período de pausa y Susana hizo un corto viaje a Quito para tomar talleres con el Grupo de Teatro Malayerba.

“Empecé a desayunar, almorzar, comer, respirar teatro… así me fui quedando” —recuerda entre risas—, “porque un módulo era más necesario que el otro y el otro, y así hasta que el grupo Malayerba me invitó a formar parte de ellos, decidí migrar a Quito. Era el año 90”. Y así pudo construir una nueva manera de sistematizar la experiencia escénica pues, “era todo el día explorar, ensayar, estudiar, jugar y soñar”.

Camila, el diario de una utopía. Foto: Ricardo Centeno.

EL CUERPO

Luego de cinco años en el grupo Malayerba, Susana tomó la decisión de ser madre y, tras casi dos años de transformaciones y crecimiento personal, en el 97, inició una búsqueda personal con la necesidad de continuar en las tablas. “Necesitaba generar mi propio proyecto, hacer un montaje; invité a Wilson Pico como director (bailarín y coreógrafo de danza contemporánea, a quien había seguido por su estética expresionista, muy cercana al teatro), para trabajar sobre un texto de historias que hablaban de la soledad como eje temático a partir de las mudanzas de mi infancia”. La obra se llamó Retrato abierto. “Jamás abandoné el teatro. Hasta antes de ser madre, había trabajado en colectivos, pero ahora debía preguntarme a mí misma: ¿Cuál es tu propuesta? ¿Qué historias quieres escribir? Necesitaba volver a mi propio cuerpo y a través de este descubrir signos, nuevas posibilidades estéticas”. A partir de ese momento nace la Fundación Mandrágora, donde Susana inició la formación de alumnos en laboratorios teatrales durante cerca de seis años: dirigió obras que formaron a dos generaciones de teatristas hasta que los alumnos partieron por su propio camino. “Este fue otro momento de revelación”.

Cordeles del tiempo. Foto: Cristian Pérez.

MUJERES EN ESCENA

—El festival Encuentro de Mujeres en Escena cumplirá diecisiete años este 2020, es el más antiguo de su clase en nuestro país. ¿Por qué lo creaste?

—El festival se formó en 2004, cuando ya Mandrágora formaba parte del movimiento teatral capitalino Quinta Escena, conformado también por los colectivos Espada de Madera, Cronopio, Zero no Zero y Contraelviento.

Quinta Escena era un colectivo de grupos teatrales con identidad generacional de los ochenta que promovió varios encuentros teatrales con actores de la escena capitalina. En 2004 organizó el primer Encuentro de mujeres teatristas, que se realizó durante una semana en el Teatro Socavón de Guápulo. Surgió desde la necesidad del quehacer en escena de las mujeres, con la intención de caminar conjuntamente con los hombres. En este primer encuentro participaron las cinco propuestas producidas, dirigidas, escritas y escenificadas por mujeres del movimiento Quinta Escena, más una obra de Diana Borja, actriz invitada vinculada de manera especial con el movimiento. También se sumaron músicas y cantautoras que ejecutaron conciertos en la Plaza Grande. Fue la primera vez que se hacía una muestra y cruce de trabajos únicamente de mujeres.

Rompiendo el silencio, 2019. Foto: Ximena Troya.

UNA NECESIDAD

—¿En qué momento te preguntas, como actriz, por la presencia y la pertinencia de la mujer?

—Parte desde mis propias preguntas como mujer y como artista, y comprendo ahora que estas preguntas no eran solo mías. Están en la memoria y la cotidianidad de muchas mujeres de nuestro país, Latinoamérica y el mundo entero. Es una necesidad de todas el poder encontrarnos en el diálogo para confrontar y disentir si es necesario, sobre nuestra historia, palabra y pensamiento. He contado sobre la soledad, personajes de la calle, cachineras y duendas que se roban historias en la madrugada para pregonarlas al día siguiente; de mujeres que sacuden y alteran los sentidos desde el juego escénico, sobre la sexualidad femenina y la lucha constante entre la vida y la muerte tendida en los cordeles del tiempo; sobre la necesidad de reconstruirnos, las causas justas, las utopías y la evolución de nuestro pensamiento. Para mí, sostener el festival como tal siempre es una retroalimentación permanente, no solo desde lo teatral, sino desde todos los lenguajes, para confrontar preguntas y respuestas. El encuentro siempre me arroja el eco de muchas voces. Es sentir que no estoy batallando sola. En otros momentos no siento tanto eco como en esta conglomeración que provoca el encuentro, porque percibo una configuración muy tibia en el espacio teatral general. En el encuentro veo todas estas posibilidades en otras mujeres, así como en otros encuentros de mujeres por los que he pasado: allí nos vemos y escuchamos las mismas preguntas al tiempo que generamos nuevas. Por esto, el festival Encuentros de Mujer forma parte de una red de festivales de mujeres a nivel mundial. El camino es articular.

Todos los encuentros de mujeres en los que he logrado participar se manejan con las mismas dinámicas de trabajo interconectado: conversatorios, talleres y espectáculos. En estos eventos se contrasta no solamente lo estético sino también lo social. Por esto quisiera que todas en el Ecuador estemos conectadas para ir haciendo camino desde una mirada propia.

(A partir de 2005 la iniciativa fue llevada del todo por Susana. Desde ese segundo año en adelante el encuentro fue interprovincial, se sumaron ciudades como Ambato, Guayaquil, Otavalo, Ibarra y Cotacachi. El objetivo es que cada ciudad ingrese con sus mujeres artistas. La disciplina ha dependido de cada localidad, pues en cada una las participantes están en una rama distinta del arte, no necesariamente el teatro o la danza. El eje del festival es una pregunta que se plantea cada año y se interpreta en diferentes lenguajes).

—¿Por qué el nombre del festival?

—Por la doble connotación: Mujeres en Escena, porque se trata de la escena en la vida cotidiana como la escena de la vida artística. Y Tiempos de Mujer es todo el tiempo, desde el inicio de la humanidad. Estamos todo el tiempo creando, batallando, pensando.

—¿Y qué lo ha sostenido a lo largo de estos años?

—La colaboración de las mujeres artistas que le apuestan a un festival que no se constituye como una vitrina para otros festivales, sin que esto niegue la posibilidad de que suceda y es maravilloso cuando pasa. Tampoco es un espacio de competencia, su sentido fundamental es reconocernos como mujeres creadoras desde nuestros pensamientos y miradas diversas. El trabajo del festival demanda una gestión permanente. Es un proceso largo de producción que toma prácticamente un año completo. Requiere en primer lugar la consecución de recursos económicos, de espacios, la convocatoria y curaduría de las propuestas escénicas y de las artistas, académicas y otras mujeres de distintos ámbitos. Es una tarea constante inventar estrategias para la formación de públicos, crear alianzas con más ciudades del país y otros países, con instituciones educativas públicas y privadas, etc. Otro de los pilares del festival es el equipo de trabajo conformado por actrices, actores, técnicos, gestores, comunicadoras, productoras, relatoras, fotógrafas, diseñadores, documentalistas. En la edición anterior XVI-2019, por ejemplo, se realizó la campaña “Invita a una amiga” y esto produjo una dinámica muy hermosa. En este camino hemos provocado reconocimientos a la labor y a la trayectoria de mujeres importantes en las artes, como María Luisa González (2018), bailarina y coreógrafa con 50 años de trabajo en la danza; y a Petita Palma (2019), pionera del canto afro de Esmeraldas y creadora de la primera escuela de marimba en nuestro país, de 91 años de edad, su aporte a la cultura y a la identidad de su pueblo le ha llevado casi su vida entera.

—¿Generan productos?

—En 2016 empezamos a publicar la revista del festival. El primer número se llamó ¿De qué estamos hablando las mujeres? El fin era que, luego de atravesar aquello que se podía esperar de manera superficial, abarquemos, realmente, de qué estamos hablando las mujeres. Por eso abrimos el abanico a distintos lenguajes y modos de intervención. Se puede participar con obras, trabajos en proceso, talleres y charlas magistrales de manera interdisciplinaria.

En el decimosexto festival, 2019, hubo grupos de varios países: Perú, Brasil, México, España, Francia. Del Ecuador estuvieron doce grupos y artistas invitadas con espectáculos, talleres y conversatorios: hubo cerca de treinta artistas nacionales. La participación nacional es incluyente y supera en cantidad a la internacional. Se da de manera simultánea desde la academia, desde la teoría, pues es importante el diálogo, conjugar la mirada artística con el “¿qué está pasando desde las pensadoras académicas?”. El camino es articular todos los ámbitos.

—Entonces, ¿han crecido en todo sentido, hasta físicamente?

—Sí, ahora todas las actividades se realizan en diferentes espacios como la Casa de la Cultura, la Universidad Católica, salas de teatro alternativas y otros espacios que nos ayudan a descentralizar el festival. Actualmente tenemos sedes en Quito, Ambato, Portoviejo y Guayaquil; otros años se han sumado Cotacachi, Otavalo, Ibarra y Cuenca. El objetivo es ampliar el festival y sostener los espacios de permanencia para el encuentro anual.

En la edición XV-2018 del festival, el eje temático fue “Historias de vida”. A partir de esa experiencia nació la pregunta del año pasado: ¿Quién nos está matando? Toda reflexión está atravesada por lo que pasa con la sociedad, la naturalización de la violencia, los femicidios. También surgió “¿Qué estamos haciendo nosotras? ¿Qué nos está interesando a la luz de lo expuesto? ¿Tenemos una mirada sesgada o no? ¿Hemos entrado en un camino que no permite que nos confrontemos con la realidad?”. Y retumbaba la misma pregunta: ¿quién nos está matando?

(Uno de los componentes del encuentro es su Galería de memorias fotográficas Transitando huellas, un trabajo de constante investigación y compilación de fotografías de mujeres artistas con sus correspondientes semblanzas. Artistas de distintas generaciones y de todas las tendencias estéticas de nuestro país. En cada nueva edición se suman diez fotografías de artistas y se realiza una exposición. Al momento tienen 140 fotografías. Se publicó un libro con las 50 primeras fotografías y confían en sacar los que fueran necesarios. “El libro seguirá creciendo como la historia que nos antecede y que nutrirá a las futuras generaciones de artistas, pero sobre todo a las nuevas generaciones de mujeres que trabajan insurgiendo desde la desmemoria y gestándose a sí mismas desde el reencuentro con sus pares”. Como escribe Susana: “Las mujeres artistas ecuatorianas han cumplido un rol fundamental, han sido partícipes directas de los cambios revolucionarios sociales, artísticos y culturales de nuestro país”. Y como reafirmó para esta entrevista: “El teatro y las artes son un camino de transformación que apunta a la vida y cambia a la sociedad de manera real. Es un arma y es un camino de creación de nuevos paradigmas. Es un instrumento amplificador de causas sociales”).

Huellas, Ceibadanza. XVI Encuentro de Mujeres en Escena, 2019. Foto: Yinna Higuera.

NUEVOS PROYECTOS

En este anhelo por reconstruirnos como mujeres, individuos y sociedad, Susana recorre una línea de tiempo que actualmente nos lleva a Garúa, su nuevo proyecto, aún en proceso de desarrollo. Hoy en día, luego de hablar de las luchas y batallas, se cuestiona sobre el derecho a ser feliz: “¿Cómo recuperar la sonrisa? El placer de ser y de existir, de la mirada tierna a quien amas fuera o dentro de ti. ¿Por dónde pasa la vida? Y sonreírle a la vida, siendo tú misma, reconociéndote en tu ser mujer tal y cual como eres, con tus sueños, pasiones y convicciones. El placer puede estar en todas partes”.

Inmersos en un sistema que restringe los afectos o los categoriza —lo que provoca el mismo efecto—, configurándonos desde nuestros gustos, desde nuestra capacidad de ser afectados por la realidad, de ser permeados por el entorno, por el presente que condiciona las posibilidades de vida, vale el constante cuestionamiento que trae el arte como la garúa a la tierra, esa que nos brinda el teatro, esa que denuncia la necesidad de generar y cuidar esta plataforma que nos permite encontrarnos entre nosotras, vernos, sentirnos.

Desde la pupila de una madre que recuerda a su pequeño hijo jugando sobre la cama (ahora ya de veinticinco años), desde la mirada tierna de ver crecer a su segunda hija (ahora ya de dieciocho años), sigue escribiendo y contando historias, desde la necesidad de confrontar, de abrir, de compartir deshojando soledades para volvernos mujeres en red. Así Susana Nicolalde ha provocado y sigue provocando a la tierra en la que todas y todos queremos el brote de una memoria sensible, más justa y más completa.

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