¡Suerte Leonardo!

Por Rafael Lugo.

Ilustración: Tito Martínez.

Edición 454 – marzo 2020.

Hablo del joven futbolista Leonardo Campana Romero. El jugador juvenil del Barcelona guayaquileño y de la selección del Ecuador logró, a finales de enero, un importante contrato para jugar en el Wolverhampton de la Premier League inglesa. Tiene diecinueve años y enormes capacidades deportivas.

Pero su edad, el contrato en Inglaterra y sus atributos futbolísticos no son las causas de este texto. Yo admiro a personas como él por otras razones. Muchachos que han tenido la (¿mala?) suerte de tenerlo absolutamente todo y, sin embargo, deciden optar por un camino mil veces más complicado que aquel de seguir navegando plácidamente en la corriente del río que les pertenece desde la cuna.

Ya sabemos de dónde viene. No es del tipo de persona que necesitaba reventarse las piernas, renunciar a las fiestas, entrenar con una disciplina estoica y, de paso, recibir los insultos de miles de fracasados y frustrados hinchas. Muy sencillo y confortable hubiera sido para él continuar en el negocio de la familia con absoluto derecho. Para mí un crack es, sin duda, quien decide sacrificarse sin tener hambre.

Es que resulta muy frecuente ver en nuestros lares muchachos con innegables capacidades deportivas que, al llegar a cierta edad, prefieren la certeza del statu quo. Lo atribuyo al estómago lleno, a la casa propia, a los padres presentes y solventes. Casi todas las historias de nuestros grandes deportistas incluyen las palabras “superación”, “pobreza”, “marginalidad”. Esos, claro está, también son unos campeones de la vida. Pero estoy seguro de que el Ecuador pudo tener más de un campeón olímpico que, en lugar de explotar sus potencialidades físicas en niveles profesionales, prefirió, por falta de hambre, ir a la universidad y luego al resto de la vida.

A veces pienso que vencer el hambre es menos difícil que vencer la comodidad. No quiero sonar insensible ni alejado de la realidad. No estoy menospreciando a nadie. Creo que la comodidad del ser humano que ya no tiene que sufrir ni arriesgarse para conseguir comida, abrigo, futuro y algo en qué creer es una perversa y camuflada forma de domesticación. De domesticación de la curiosidad, de las ambiciones y de las búsquedas complejas de lo diferente.

Entonces, un chico como Leonardo me resulta extremadamente simpático y admirable. Quien quiera que haya jugado al fútbol en divisiones inferiores sabe que él debe haberla pasado muy mal en nuestro entorno. En una actividad casi reservada y protegida por aquellos que no tienen otra posibilidad para tratar de escapar de la injusticia social, su paso no habrá sido nada fácil. Tengo algunos amigos, excompañeros del colegio que llegaron a jugar en el fútbol profesional o en divisiones amateurs, no estoy suponiendo lo que he dicho, me han contado cosas.

Cosas que un “niño bien” no necesita tolerar ni, peor aún, superar, para seguir disfrutando de sus privilegios. Ojalá a Leonardo su estadía en el fútbol europeo se le convierta en muchos años gloriosos como los de Antonio Valencia.

Ojalá haga docenas de goles, cambie de equipo, alce trofeos, sea capitán, sea campeón. Yo lo veo con cariño, tiene la edad de mis hijos, tiene mi respeto y, si no me vuelvo compost antes de hora, lo veré en un mundial

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