Studio 54, la república de las transgresiones

Studio 54

Un 26 de abril de 1977 dos jóvenes y ambiciosos empresarios de la noche neoyorquina inauguraron las pistas de baile de Studio 54. La discoteca se convirtió en un fenómeno social que revolucionó la cultura del ocio nocturno.

Lo sorprendente del Studio 54 fue que influyó en los comportamientos sociales a fuerza de institucionalizar todo aquello que se consideraba transgresor. En sus pistas lo insólito y lo extravagante no fue una rareza sino su esencia misma. Fue en este espacio donde la música disco y pop lograron dar el paso del underground al mainstream del momento. Todo esto hizo que el localmarcara tendencia y se convirtiera en toda una leyenda. Truman Capote, uno de los fijos del local, lo definió como el “club del futuro”.

Studio 54
Bianca Jagger, a caballo, la noche de su cumpleaños.

Un poco de historia

Hacia fines de la década de los setenta, Ian Shrager y Steve Rubell recibieron la propuesta de compra de un viejo edificio que había sido un estudio televisivo de la CBS. Ellos no se lo pensaron dos veces y lo adquirieron. Era una oportunidad que no podían rechazar: se trataba de un espacio muy amplio situado en el corazón mismo de Manhattan y a tan solo tres cuadras de Central Park. Una vez en sus manos, aprovecharon todo lo que había: palcos, escenarios y las parrillas de luces que habían abandonado sus últimos inquilinos. Escenógrafos de Broadway crearon una estética pionera con efectos especiales de iluminación. Ahí se popularizó la bola de espejos, el universo glitter,con las características lluvias de purpurina y los chorros de espuma. Todos los detalles se cuidaron al milímetro. El logotipo del local fue obra de Gilbert Lasser, que no era un cualquiera, sino un diseñador de vanguardia con exposiciones en el MoMA.

Desde el primer día Studio 54 se convirtió en la discoteca más cool de la urbe neoyorquina. Shrager y Rubell no eran unos advenedizos, sino unos buenos conocedores de la noche neoyorquina y tenían bien tomado el pulso de la ciudad. También llevaban a cuestas la experiencia de haber administrado una discoteca en Queens y ahora habían decidido afrontar el reto de dar el salto al más glamuroso Manhattan. Su gran imaginación fue lo que hizo del local un fenómeno social que cambió por completo lo que debía ser la vida nocturna. Buena parte del éxito radicó en que supieron interpretar las demandas de un público que exigía mayores libertades y estaba muy ansioso por desinhibirse. Desde luego, no hay que perder de vista el contexto de la época, marcado por la crisis de finales de los setenta.

Studio 54
La abogada Sally Lippman Disco Sally.

Para la inauguración se distribuyeron más de cinco mil invitaciones a reconocidas personalidades de la época, entre las que destacaban Mick Jagger, Liza Minnelli, Salvador Dalí, Truman Capote. Todo ello estuvo a cargo de Carmen D’Alessio, una public relations que estaba en contacto con los más famosos de medio mundo. El acto resultó ser un éxito y contó con dos padrinos de lujo: Andy Warhol y Calvin Klein. Tal fue la popularidad que adquirió el club que, en los días subsiguientes a su apertura, miles de personas solían agolparse frente a la entrada a la espera de poder ingresar. Se formaban colas interminables que obligaban a la policía a intervenir. Desde luego, en la calle no faltó la prensa con reporteros que iban a la caza y captura de los famosos. Rubell y sus ayudantes seleccionaban a los que podían entrar o no. You are in, esta era la palabra mágica que abría las puertas del paraíso. El requisito para ingresar era ser original, glamuroso o bello. Como dijo Capote: “La entrada era una dictadura, mientras que la pista era una democracia plena”.

Un territorio de las extravagancias

Studio 54 no podría explicarse sin los excesos que ocurrieron en su interior. El público que asistía ya de por sí llamaba la atención. Más allá de los famosos y de ser un local gay friendly, el espectáculo lo daba todo un ejército de personajes extravagantes. Sin embargo, las drag queen fueron las reinas indiscutibles de la fiesta. La consigna era mezclar a las celebrities del momento con auténticos desconocidos, pero capaces de aportar algo para la diversión. Una parte de sus atractivos fueron las fiestas temáticas y para ello no se escatimaban gastos. Muy sonadas fueron los cumpleaños de ciertos famosos, como el de Bianca Jagger, quien desfiló por las pistas de la discoteca cabalgando sobre un caballo blanco. Ni se diga el homenaje que se hizo a Elizabeth Taylor y que fue magníficamente descrito por Andy Warhol, el cronista oficioso de la discoteca.

Studio 54
Liza Minnelli y Roy Halston.

Aparte de todos los personajes que aparecían por ahí, uno especialmente destacable fue la inolvidable Sally Lippman, más conocida como Disco Sally. Se trataba de una septuagenaria a la que era frecuente encontrar bailando con frenesí hasta la madrugada. Solo paraba para ir al baño a tomar su habitual dosis de cocaína. Solía aparecer junto con su novio, John Touzos, un joven de apenas veinticinco años, a quien llamaba “mi Dios griego”. Solía ir vestida con pantalones ceñidos y deportivas de caña alta.

Si por algo se caracterizó Studio 54 fue por el desenfreno que reinaba en su interior. La discoteca fue concebida como un lugar donde fuera posible una libertad sin límites y donde las prohibiciones estuvieran prohibidas. La idea era que los asistentes pudieran expresarse a su antojo. El estar fuera de la legalidad no les inquietaba y de hecho casi todo lo que allí ocurría estaba al margen de la ley. Preocupaciones de ese tipo no hubieran hecho sino disolver el glamur que ahí reinaba. Ciertamente la discoteca no era un territorio apto para modositos y remilgados. Los habituales sabían muy bien a lo que iban, de modo que no había opción a los reclamos.

Studio 54
Elton John y Diana Ross.

Una parte de su público estaba formado por jóvenes atractivos que aspiraban a tener algún contacto personal con los vips y así promocionar sus carreras. Pero eran carne fresca para gente importante, con dinero, influencias y sobre todo con muchas ganas de diversión. El sexo reinaba en las pistas de baile, en los palcos y en los baños. Incluso el sótano fue acondicionado para estos menesteres y ni qué decir de la Rubber Room, un apartado donde los sillones y sofás estaban tapizados con telas lavables que facilitaban la limpieza de cualquier huella de los frenesís nocturnos. Se garantizaba total privacidad y, por descontado, era un espacio libre de esos molestos aguafiestas que eran los paparazzi.

El local se constituyó en un templo dedicado a rendir culto al alcohol y al consumo de estupefacientes. Tan presentes estaban las drogas que la pista principal estaba precedida por The Man in the Moon, un cartel que mostraba a un hombre convertido en Luna y en actitud de esnifar cocaína. El propio Rubell se encargaba de distribuirla a manos llenas entre los asistentes. Para celebrar una Nochebuena, la discoteca se adornó con árboles de Navidad a los que para simular la nieve se les había rociado con el consabido polvo blanco. En aquella misma ocasión sus propietarios obsequiaron bolsitas de cocaína premium a unos cuantos clientes.

La caída de la discoteca

Tanto por sus escándalos como por las sospechas de que ahí pasaba algo turbio, las autoridades decidieron intervenir. Primero fueron los agentes federales los que intuyeron que el par de socios evadían impuestos, y no estaban descaminados. En efecto, en una redada, descubrieron ocultas bolsas repletas de dinero y, además, una importante cantidad de cocaína. Ambas evidencias fueron suficientes para que se les imputara los delitos de tráfico de drogas y evasión de impuestos. A la final terminaron condenados a tres años de cárcel y el local cerró sus puertas en febrero de 1980. Ambos propietarios pagaron sus penas y hasta lograron una rebaja de la condena. Rubell falleció en 1989 víctima de sida, mientras que Shrager se dedicó a la hostelería donde amasó una importante fortuna. Este último llegó incluso a renegar de los excesos que se cometían en Studio 54.

Studio 54
Jerry Hall, Andy Warhol, Deborah Harry, Truman Capote y Paloma Picasso.

Resumiendo

Studio 54 fue sin lugar a dudas un reflejo de la época, un espacio que congregaba a un público de lo más heterogéneo, que buscaba una libertad y canales de evasión difíciles de encontrar en otros ámbitos. Pero también fue un escenario transgresor y provocador que hizo patente ese otro mundo oscuro, sórdido y decadente que yacía oculto en la sociedad neoyorquina. En términos de diversión Studio 54hizo lo que la revista Playboy venía haciendo desde los años cincuenta, esto es, una promoción del placer de la carne y una reivindicación de los derechos del cuerpo. Pero todo hay que decirlo, su carácter transgresor no hizo del local una protesta contra el sistema. Al contrario, fue un gran negocio que hizo ricos a ambos socios. Ahí las libertades sexuales eran correlativas al liberalismo económico. Si se examinan bien las cosas, hay que concluir que fue un club de diversión para ricos y famosos. No es casual que Donald Trump fuera un habitual de la discoteca.

Studio 54
Steve Rubell (izq.) e Ian Schrager, los dueños de Studio 54 en 1978.

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