Struwwelpeter ¿un libro para niños?

Niños mordidos, incinerados y ridiculizados fueron los protagonistas de un clásico infantil del siglo XIX. ¿Cuál es la historia detrás de Struwwelpeter, un libro que ha causado polémica entre sus lectores?

Libro Struwwelpeter
Portada del libro, Struwwelpeter (traducido al español como Pedro Melenas), Heinrich Hoffmann, 1845.

Entre los clásicos de la literatura infantil existe un libro del siglo XIX, que parecería sacado de una pesadilla de Tim Burton, el director de Eduardo manos de tijera o inspirado en los terroríficos relatos del mexicano Alberto Chimal. Se trata de Struwwelpeter, un libro alemán, que cuenta las trágicas historias de niños desobedientes que terminan como cenizas, mutilados o convertidos en seres espantosos
Esta obra nació en la ciudad de Fráncfort, en 1844, cuando el médico y psiquiatra alemán Heinrich Hoffmann buscaba un libro como regalo de Navidad para Carl, su hijo de tres años. Hoffmann tenía una idea clara del tipo de libro que quería, pues no solo era padre de un pequeño, sino que estaba acostumbrado a atender niños en su consulta y, para mantenerlos quietos, les contaba cuentos y les hacía dibujos. Sabía exactamente el tipo de imágenes que llamaban su atención.

Después de mucho buscar, se dio cuenta de que no iba a encontrar lo que necesitaba en ninguna librería. Decepcionado por la oferta de libros para niños pequeños, se propuso dibujar y escribir su propia obra.

Hoffmann había escrito ya algunos poemas satíricos para adultos, por lo que se lanzó sin reparos a crear sus cuentos sobre niños traviesos y desobedientes. Ilustró él mismo las historias, cosió el libro a mano y la noche de Navidad lo puso bajo el árbol.

No se sabe cuál fue la reacción de Carl al recibir el regalo, pero es posible imaginar que fue todo un éxito, porque pronto no solo los niños estaban viendo el libro, sino también los adultos, entre los que estaba Zacharias Löwenthal, editor y amigo de Hoffmann, que le propuso publicarlo.

Heinrich Hoffmann escritor de libro Struwwelpeter
Heinrich Hoffmann (1809-1894), un inquieto e innovador psiquiatra que usó como recursos literarios la ironía y el sarcasmo en obras para niños.

Al principio, el doctor no tomó en serio la oferta, porque era un hombre de ciencia y podría ser mal visto que apareciese como autor de libros infantiles. Finalmente, en 1845 accedió publicar el libro con el título Historias muy divertidas y estampas aún más graciosas para niños de 3 a 6 años. De esta manera empezó a circular uno de los primeros libros ilustrados de la literatura infantil.

¿Humorístico, cruel o didáctico?

Para su tercera edición el libro ya se publicaba con el título Struwwelpeter (en español, Pedro Melenas o Pedro el Greñas), que era el nombre del protagonista de uno de los cuentos. Pedro Melenas era un niño que se resistía a bañarse, peinarse, cortarse el pelo o las uñas, por lo que al final se convierte en un esperpento de cabellos desaliñados y uñas como garras, que aunque parece espantoso, también es humorístico por lo grotesco de la imagen, que acentúa lo ridículo.

Todavía hoy se discute si la obra de Hoffmann tenía la finalidad de enseñar buenos modales y obediencia o si pretendía burlarse de las absurdas amenazas que hacían los adultos a los niños. Lo cierto es que sus historias resultan desconcertantes por ser exageradamente trágicas y sus ilustraciones muy explícitas.

Por ejemplo, en este libro aparece la historia de Paulina, una niña que insistía en jugar con fósforos a pesar de que sus padres le habían advertido que era peligroso. En las ilustraciones se puede ver cómo se enciende en llamas su vestido y cómo Paulina termina convertida en un montón de cenizas, mientras sus gatitos lloran sobre ella. Aunque el incendio de la ropa y de la niña impacta, los gatitos le quitan seriedad a la escena.

Otra historia cruel es la de Conrado, que seguía chupándose el dedo, a pesar de que su madre le había amenazado diciéndole que el sastre se lo cortaría si seguía con esa fea costumbre. Un día el niño se queda solo en casa y comete el error de volver a chuparse el dedo. Entonces aparece el sastre con unas enormes tijeras y le corta los dos pulgares. A pesar de lo espantoso que resulta el castigo, la aparición del sastre es exagerada, lo que hace evidente que se quiere acentuar lo caricaturesco y lo ridículo. Por lo que había dicho el propio Hoffmann, parece evidente que estos relatos tenían la intención de educar al niño en ciertas costumbres “civilizadas”:

El niño aprende viendo, le entra todo por los ojos, comprende lo que ve. No hay que hacerle advertencias morales. Cuando le advierte: Lávate. Cuidado con el fuego. Deja eso. ¡Obedece!, el niño nota que son para él palabras sin sentido. Pero el dibujo de un desharrapado, sucio, de un vestido en llamas, la pintura de la desgracia, de la despreocupación, le instruye más que todo lo que se pueda decir. Por eso es cierto el refrán que dice “El gato escaldado huye”.

Sin embargo, desde el siglo XVII, existía una corriente de literatura instructiva, especialmente para educar niños y jóvenes, por lo que no resultaba extraño que Pedro Melenas o Struwwelpeter se inscribiera en esta tradición. Sin embargo, como ha señalado en su análisis de este clásico la investigadora Gemma Lluch, Hoffmann presenta una innovación en cuanto a la estructura de los relatos: normalmente, las narraciones didácticas se cerraban con una advertencia o una moraleja clara sobre el comportamiento que se esperaba, pero los cuentos de Hoffman cierran con una escena que casi raya en lo absurdo y no da ninguna una advertencia moral.

Un lector adulto podía tener cierta complicidad con el niño al que le leyese la historia, y hacerle un guiño frente a situaciones tan ridículas e inverosímiles. No todos los finales son tétricos: por ejemplo, está la historia del malvado Federico, maltratador de animales, que termina mordido por el perro y tomando una medicina horrible mientras el perro come algo delicioso. O la de los chicos que se burlan de un niño negro y caen dentro de un tintero.

El sentido del humor también se podría apreciar en las ilustraciones, porque son caricaturescas, coloridas y absurdas. El propio Hoffmann se había empeñado en supervisar que en la publicación las ilustraciones se mantuvieran fieles al original y no se dulcificaran o idealizaran como solía hacerse con los libros para niños pequeños.

Lo políticamente incorrecto, la cancelación y la censura

Posteriormente, en el siglo XX, hubo otras lecturas de esta obra. Durante la Segunda Guerra Mundial empezó a circular una parodia británica, llamada Struwwelhitler, firmada por un tal Doktor Schrecklichkeit, seudónimo de Robert y Philip Spence. El fin era apoyar a los aliados caricaturizando a sus grandes enemigos políticos: en lugar de los niños desobedientes de Hoffmann, aparecían en sus páginas Hitler, Mussolini, Goebbels, entre otros.

Terminada la guerra, la reflexión sobre las atrocidades sucedidas en los campos de concentración llevaron a la reflexión sobre la educación autoritaria que había llevado a la obediencia ciega y al fascismo. Se planteó entonces formar niños con pensamiento crítico y respetar la libertad y la diferencia.
En ese contexto la obra de Hoffmann se cuestionó porque enseñaba a los niños a comer, aunque no quisieran, porque un adulto les ordenaba (lo que podía causar desórdenes alimenticios), les enseñaba a no escuchar a su propio cuerpo y a obedecer. Presentaba modelos de niños que no eran libres de elegir entre el bien y el mal, pues siempre recibían un castigo desde la autoridad. No reconocía la importancia de la curiosidad, el movimiento y la experimentación para el aprendizaje y, además, tenía tintes racistas, porque el único personaje de color estaba estereotipado.

De esta manera, el libro Struwwelpeter fue mirado con recelo, retirado algunas veces de bibliotecas o de planes de lectura escolares. Sin embargo, en 1976, el psicólogo Bruno Bettelheim ya se lamentaba de que las historias para niños solo buscaran el entretenimiento de los lectores. Sostenía que se había perdido complejidad de los cuentos de hadas tradicionales que, con sus temas difíciles o violentos, preparaban al niño psicológicamente para afrontar las dificultades de la vida real.

Actualmente, especialistas, como la profesora y crítica literaria Ana Garralón, reconocen las innovaciones que introdujo Hoffmann a la literatura infantil. Creó uno de los primeros álbumes ilustrados, presentó niños rebeldes que hacían lo que querían, sin miedo al castigo, y la liberó del didactismo a través del humor. De ahí que “los libros para niños comenzaron, a partir de esa obra, a desprenderse de su carga mojigata y excesivamente moral”.

Hoffman usó como recursos literarios la ironía y el sarcasmo en obras para niños, lo que abrió las puertas a grandes escritores como el Dr. Seuss o Roald Dahl, con sus Cuentos en verso para niños perversos, o a James Finn Garner con sus Cuentos infantiles políticamente correctos.

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